De feminismos, en plural

2360
Fotografía: Pexels.

El movimiento feminista se ha caracterizado por su capacidad de mutación y su constante renovación. Sin embargo, a veces se olvida que la igualdad de género tiene diversas agendas, según la cultura y el desarrollo de cada entorno. Por eso es conveniente hablar de feminismos en plural, como es costumbre en África.

María Gabriela Mata Carnevali / 30 de marzo de 2019


 

Cada marzo la ONU invita a pensar en formas innovadoras para abogar por la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres en el marco de los ambiciosos Objetivos de Desarrollo Sostenible, en especial en las esferas de protección social, acceso a servicios públicos e infraestructura. Eso obliga a expandir la mirada sobre las agendas de las feministas del mundo, que no siempre coinciden con la agenda feminista occidental (que algunos muy conservadores denominan «feminazi», por su tono radical contra los hombres).

En su galardonado libro The invention of women: making an African sense of Western gender discourses, Oyeronke Oyewumi (1997) afirma que la narrativa de la corporeidad de género, que domina la interpretación occidental del mundo social, es un discurso cultural y no puede ser asumido acríticamente por otras culturas. En su opinión, el género es social e históricamente construido: su actual despliegue como categoría social universal y atemporal no puede separarse del dominio de las culturas euroamericanas en el sistema global ni de la ideología del determinismo biológico que sustenta los sistemas de conocimiento occidentales.

Chandra Mohanty (1988), por su parte, examina las implicaciones políticas de la erudición feminista occidental. Sostiene que la autoría feminista está «inscrita en las relaciones de poder» que colocan a la teoría occidental y al mundo en desarrollo (la Humania del Sur) como extremos polares de un espectro.

Mohanty ha identificado varias de las deficiencias que, a su juicio, causan más «ruido» en las mujeres africanas. Primero, se supone que los temas presentes en la agenda feminista occidental —aborto, igualdad de salarios, permisos posnatales para padres y madres, derechos para la comunidad LGBTI, entre otros— son universalmente aplicables: cuestiones en torno a las cuales deben movilizarse todas las mujeres, independientemente de las distinciones geográficas o histórico-culturales. Segundo, las feministas blancas y de clase media de Occidente tienden a proyectar sus dinámicas de género en las naciones del resto del mundo: presentan las relaciones de hombre a mujer como dicotómicas o adversas, sin tomar en cuenta relaciones de género locales y especificidades culturales. De allí su insistencia en la necesidad de considerar las circunstancias materiales y las historias culturales de las distintas sociedades, no solo del mundo, sino de la misma África.

Para Susan Arndt (2002) no existe «el feminismo africano», sino «feminismos africanos» en plural. Sin embargo, en un esfuerzo de síntesis, es posible discernir algunas características que tienen en común.

La más llamativa es su posición de cooperación con los hombres y la afirmación o defensa de la maternidad y la familia, con base en la creencia de papeles complementarios. En segundo lugar está la preocupación por criticar las manifestaciones patriarcales en las sociedades africanas de manera diferenciada, sin renunciar a la religión; y en tercer lugar, la discusión de los roles de género en el contexto de otros mecanismos opresivos como el racismo, el neocolonialismo, el imperialismo cultural, la exclusión y la explotación socioeconómica, la gerontocracia y los sistemas dictatoriales o corruptos. Lejos del «feminazismo», con su enfoque men friendly y políticamente amplio, las teorías africanas del feminismo recuerdan la importancia de considerar a la mujer como miembro de pleno derecho en su cultura específica y en el proceso de desarrollo.

En Venezuela, a pesar del discurso inclusivo de la llamada «revolución bolivariana» y de importantes conquistas desde el punto de vista legal, el problema radica en la implementación de las políticas públicas. La crisis se ha traducido en estancamiento o retroceso en materia de equidad y acceso a oportunidades de desarrollo y participación política y social. De allí que un verdadero avance en materia de igualdad de género está condicionado a un cambio de modelo, como ocurre, en general, con la superación de la emergencia humanitaria y el respeto de los derechos humanos. Solo en democracia es posible superar las brechas que nos separan del progreso y la inclusión efectiva.

 

Referencias

  • Arndt, S. (2002): «Perspectives on African feminism: defining and classifying African feminist literatures». Agenda. No. 54, pp. 31-44.
  • Mohanty, C. T. (1988): «Under Western eyes: feminist scholarship and colonial discourses». Feminist Review. No. 30, pp. 61-88.
  • Oyewumi, O. (1997): Invention of women: making an African sense of Western gender discourses. Minneapolis: Universidad de Minnesota.

María Gabriela Mata Carnevali, profesora de la Universidad Central de Venezuela / @mariagab2016