Después del paso del avatar: carteras de inversión pospandemia

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Ilustracón: Johannes Plenio / Pexels

La pandemia ha sido un avatar, pero es necesario comprender lo que ha sucedido y comenzar a obrar en consecuencia. Ello requiere analizar los mercados de crédito, las reestructuraciones resultantes de la nueva realidad económica y las agendas de los grupos preocupados por la segunda ronda de auxilios gubernamentales.

Carlos Jaramillo / 14 de mayo de 2020


 

Luego de dos meses de confinamiento mundial es necesario ir dejando de lado los pensamientos fatalistas y empezar a identificar tendencias que permitan definir las nuevas estrategias de inversión de los inversionistas individuales e institucionales.

En el nuevo panorama de inversión se destaca el hecho de que las medidas tomadas por los principales gobiernos del mundo se basaron en la siguiente premisa: una sola ronda de ayudas temporales a individuos y organizaciones será suficiente y, de una manera más o menos rápida, los actores económicos podrán sostenerse por sus propios medios. El análisis se complica porque, además de los imperativos locales, es necesario entender el papel de China en un nuevo orden pospandemia.

Vendrá seguramente una segunda ronda de auxilios financieros. Esto requiere prestar atención al comportamiento de los mercados de crédito, las reestructuraciones de empresas resultantes de la nueva realidad económica y las agendas de los grupos de intereses preocupados por la dinámica de la asignación de los recursos en esa segunda ronda.

En cuanto a los mercados de créditos es importante destacar que los fondos de provisión de liquidez implantados por la Reserva Federal, el Banco Central Europeo y el FMI evitarán que se paralicen las transacciones en los mercados secundarios de renta fija, pero no evitarán que las compañías receptoras de los préstamos sean incapaces de devolverlos. Una ola de eventos de insolvencia ocurrirá en los próximos dos semestres, que afectará el desempeño de los fondos mutuales y ETF de renta fija.

No es de esperarse que los bancos centrales del G-20 suban las tasas de interés, al menos en un par de años. No desean presionar a los deudores empresariales, ni afectar el proceso de recuperación económica en general. Los inversionistas se verán en el dilema de comprar los títulos de emisores de bajo riesgo y mínimo rendimiento o hacer un minucioso escrutinio para identificar las empresas que serán capaces de cumplir con sus acreedores financieros.

La opción de sustituir instrumentos de renta fija por acciones con generosas políticas de dividendos es limitada. Muchas empresas están reduciendo el pago de dividendos para conservar el efectivo necesario para sobrevivir en un entorno económico ralentizado.

A mediano plazo los fondos de retiro de beneficios definidos tendrán problemas de solvencia. Aquellos pertenecientes a empresas privadas destinarán parte de las utilidades a cubrir el déficit señalado en los cálculos actuariales y, seguramente, se abrirán nuevas rondas de negociaciones con los sindicatos, para hacer viables a estas empresas. Cuando los fondos de retiro son responsabilidad del Estado, las discusiones entre los grupos de intereses no se harán esperar, lo que complicará aún más las agendas del poder ejecutivo y los cuerpos legislativos.

Una estrategia orientada a preservar capital a cambio de un mínimo retorno puede ser la salida más recomendable para muchos inversionistas. Los títulos de deuda de los gobiernos nacionales en moneda nacional, con corto vencimiento, y los certificados de depósitos bancarios con montos amparados por fondos de garantía serán las opciones obvias.

Este debería ser un contexto en el que las estrategias de inversión activa en el sector bursátil podrían funcionar muy bien. Hace falta mucho análisis para entender cómo serán impactados los distintos sectores de actividad económica en el futuro cercano.

Además de las previsibles olas de fusiones y adquisiciones, y las quiebras de empresas, deberán redefinirse los modelos de negocios en general. Hay tendencias que se han puesto de manifiesto desde muy tempano, como es el caso de las actividades que permiten sustituir la presencialidad.

No debe olvidarse que hay una enorme cantidad de activos ociosos, cuyo uso podría ser transformado. No es de extrañar que surjan, por ejemplo, pequeñas líneas aéreas que ofrezcan vuelos a destinos no atendidos por las grandes, con aviones alquilados a precios muy bajos a quienes no saben qué hacer con esos activos. El espacio de oficinas y comercio físico cambiará de uso: surgirán actividades económicas alrededor de las adecuaciones que serán requeridas.

Las estrategias bursátiles pasivas, que replican índices accionarios, deberían tener retornos muy discretos, pues contienen empresas tanto ganadoras como perdedoras en el nuevo orden económico. Lamentablemente, muchas empresas tecnológicas, que se acoplan muy bien a las actividades requeridas en esta nueva realidad, no son de oferta pública y, cuando eventualmente lo sean, buena parte de la creación de valor la habrán captado los accionistas participantes en las fases iniciales.

Se calcula que los valores actuales del S&P 500 reflejan un rendimiento interanual del orden de seis por ciento, que incluye tanto dividendos como apreciación de capital. Tal retorno sería extraordinariamente alto en un mundo en transformación, donde más que destrucción habrá un redimensionamiento de sectores. Se acelerarán algunos procesos de obsolescencia, como es el caso de los combustibles fósiles, y se implantarán nuevos alcances en la cobertura de servicios, como es el caso de la salud pública en Estados Unidos.

Hay tres preguntas ineludibles para los grupos políticos en los próximos años: Si hay una nueva ronda de auxilios financieros, ¿quién la recibirá? ¿Quién pagará finalmente la cuenta del rescate del COVID-19? ¿Cuál posición hay que asumir frente a China?

La respuesta a la primera pregunta dependerá de los resultados iniciales de la primera ronda de auxilios. Los términos diseñados para la asignación de recursos fueron tan amplios que terminaron optando por ellos no solo los grupos objetivo, sino también empresas que no los necesitaban. Es necesario diseñar reglas de asignación que potencien el impacto de la ayuda.

Los grupos más organizados y de mayor presencia mediática siempre tendrán mayor posibilidad de recibir los subsidios; lamentablemente, terminan acaparando recursos que podrían ser más útiles en otros sectores. Las organizaciones que hacen cabildeo por cuenta de empresas y gremios harán su agosto en 2020. Quien capte los subsidios puede obtener rentas extraordinarias, y los inversionistas lo saben.

La respuesta a la segunda pregunta es esencial para los inversionistas, porque tarde o temprano aumentarán los impuestos a personas y empresas, para cubrir déficits públicos de órdenes de magnitud similares a los de economías de guerra. Si los países caen en la tentación de permitir que los Estados asuman la carga por la vía del endeudamiento público, y difieren el alza de impuestos, terminarán con economías muy frágiles y gobiernos sin recursos para enfrentar la siguiente la crisis sistémica.

La respuesta a la tercera pregunta aparecerá en el próximo quinquenio. El gobierno de Trump, y en general el mundo político estadounidense, desea aprovechar esta crisis para tratar de frenar lo que llaman el expansionismo chino. Por lo tanto, las políticas comerciales de este gobierno estadounidense, y del que comenzará a partir de enero de 2021 sea quien sea el que comande, apuntarán a reorganizar las cadenas de suministros, retirar de China procesos productivos considerados estratégicos y frenar cualquier filtración de tecnologías de punta. Todos estos cambios conducirán a una reducción en la productividad que impactará negativamente las utilidades empresariales.

China utilizará su musculo financiero y el apoyo de sus aliados para evitar posibles sanciones, por la responsabilidad que pudiera tener en el desarrollo de la pandemia. Paralelamente, el gigante asiático seguirá implantando su estrategia de consolidar su bloque de influencia político-económica, y los países y las empresas multinacionales tendrán que tomar la compleja decisión de escoger el equipo en el cual jugarán.

En este reacomodo de bloques habrá muchas oportunidades para ganar y perder dinero. Muchas inversiones basadas en la expectativa de una globalización creciente dejarán de tener sentido, pero otras orientadas a atender grandes grupos humanos que apenas comienzan a converger tienen un potencial económico que se pierde de vista.

En el hinduismo existe una figura mística llamada Avatar, que es una manifestación de una deidad que baja a la tierra con una misión específica, siempre transformadora y en algunas ocasiones destructiva. Un virus no es una deidad; pero, como un avatar, también puede mover el piso.


Carlos Jaramillo, director académico del IESA.

Este artículo ha sido publicado en alianza con Arca Análisis Económico.

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