Deuda privada: ¿la última frontera?

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Fotografía: Pixabay.

El mercado de deuda privada, aunque en franco crecimiento, es mucho menor que el de bonos de compañías no financieras estadounidenses —unos doce billones de dólares— y sus costos tienden a ser mayores que el de los títulos de oferta pública.

Carlos Jaramillo / 27 de septiembre de 2018


La gran jugada de muchos fondos de capital privado durante los últimos treinta años era comprar empresas de oferta pública susceptibles de ser reestructuradas; primero adquirían grandes deudas con las que pagaban a los accionistas del momento, luego retiraban a las empresas de los mercados de oferta pública y, por último, ejecutaban sus planes de transformación.

Hoy el negocio es diferente. En la medida en que requieren mayor capitalización para operar, los bancos universales han tenido que abandonar parcialmente el mercado de deuda corporativa, que ha sido ocupado por los fondos de capital privado que buscaban un sustituto rentable al negocio de las reestructuraciones corporativas. Estas operaciones de crédito son realizadas con compañías que no pueden acceder al mercado de bonos, porque los montos solicitados no son suficientemente grandes para incurrir en los costos de emisión de títulos de oferta pública. También hay empresas que realizan negocios poco entendidos por la banca comercial, que se niega a financiarlos.

Los fondos de capital privado tienen mayor libertad que los bancos comerciales para asumir riesgos en el mercado de crédito. Están menos sometidos a regulación, pues no se financian con depósitos del público sino con aportes de compañías de seguros y fondos de pensiones que tienen horizontes de inversión de más largo plazo.

El mercado de deuda privada, aunque en franco crecimiento, es mucho menor que el de bonos de compañías no financieras estadounidenses —unos doce billones de dólares— y sus costos tienden a ser mayores que el de los títulos de oferta pública. En promedio, los recursos se colocan a rendimientos superiores al cinco por ciento en dólares, muy similares a los retornos de los bonos de alto rendimiento en Estados Unidos.

En este mercado privado los oferentes tienden a ser proveedores recurrentes de recursos, lo que reduce el riesgo de iliquidez de las empresas que se financian con ellos. En la actualidad, las principales empresas de capital privado estadounidense —Ares Management, BlackRock y KKR, entre otras— manejan más dinero en sus fondos de deuda que en los dedicados a la compra de acciones de empresas que no cotizan en bolsa.

Como en toda operación crediticia existen riesgos inherentes de insolvencia. Pero, afortunadamente, es poco probable que se transformen en riesgos sistémicos, pues el Estado no tiene la obligación de cubrir las pérdidas de los prestamistas. Sin embargo, los fondos de pensiones que invierten en estos papeles deben mantener carteras muy diversificadas, para que el Estado no se vea en el compromiso moral —no la obligación— de cubrir pérdidas inesperadas del patrimonio de los jubilados.

Es muy alentador ver como un segmento de empresas en busca de financiamiento consigue una contraparte con los recursos y la capacidad para absorber riesgo que tienen los fondos privados de deuda. Lamentablemente, todavía no han surgido instituciones que puedan recuperar la liquidez que tenía el mercado secundario de bonos antes de la crisis financiera de 2008. Los bancos comerciales cumplían ese papel con carteras propias, que estaban dispuestos a rotar para hacer de contrapartes de sus clientes. Pero esas carteras se financiaban con captaciones del público y, cuando las cosas salían mal, todos los ciudadanos terminaban siendo corresponsables de la cobertura de la deuda: una historia con consecuencias ampliamente conocidas. ¿Cuándo surgirá un vehículo que permita alcanzar esa última frontera?


Carlos Jaramillo, profesor del IESA.

Este artículo ha sido publicado en alianza con Arca Análisis Económico.

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