Escuelas y covid

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Fotografía: Carli Jeen / Unsplash

El deterioro del servicio educativo en Venezuela es anterior a la pandemia, pero el cierre de las escuelas lo ha agravado. Será necesario un gran esfuerzo concertado y masivo de docentes y familias para responder a los retos presentes y futuros.


Todo parece indicar que la cuarentena debida a la pandemia del covid-19 puede durar muchos meses y quizás un año o más. Es muy preocupante que las escuelas permanezcan cerradas tanto tiempo.

Este cierre prolongado va a tener como consecuencia, segura e inmediata, el aumento de dos brechas importantes: la brecha digital (la desigualdad en el acceso a internet y sus diversos usos) y la brecha social (la desigualdad en las oportunidades de integración laboral, social, cultural y económica). Estas dos brechas ya existen; pero, en la mayoría de los países de América Latina estaban disminuyendo. Cada día más niños provenientes de estratos sociales vulnerables estaban accediendo a niveles educativos más elevados y, cada día, el acceso a internet y a las tecnologías de información y comunicación estaba aumentando. El covid amenaza con detener esos avances educativos y tecnológicos.

Uno de los protagonistas de la película documental La escuela de la señorita Olga, al hablar de su experiencia en la escuela donde cursó sus estudios de primaria, manifestó: «Esa escuela [la de la señorita Olga] me dio todo lo que mi familia nunca me hubiera podido dar». Efectivamente, esa es la función de la escuela: darles a los alumnos lo que no les dan sus familias, en términos de aprendizaje, acceso a determinados conocimientos y valores que la sociedad necesita para progresar y las personas necesitan para emanciparse en la sociedad.

El covid-19 obligó a cerrar las escuelas en casi todo el mundo. De modo que eso para lo cual existen las escuelas y los docentes se está haciendo, al menos parcialmente, en las casas. Ese es un serio problema; especialmente, para los alumnos procedentes de familias con bajo nivel educativo y escaso o nulo acceso a internet.

Algunos padres y madres, no muchos, pueden sustituir la labor de la escuela y los docentes. Pero, por mucho que se esfuercen y logren que sus hijos aprendan matemática y otras materias, nada sustituye lo que sucede en la escuela. La socialización —el encuentro y los intercambios con niños de diferentes edades y diversas personalidades y costumbres— es parte fundamental de las funciones de la escuela. En América Latina, a pesar de todo, los maestros y profesores son profesionales de la enseñanza y están cada día mejor preparados para asegurar el aprendizaje de todos los alumnos en todas las materias.

El caso de Venezuela es quizás una excepción. La formación y el apoyo institucional a maestros y profesores se han deteriorado. El actual gobierno ha hecho todo lo posible para desvalorizar la profesión docente y desvirtuar el papel educativo de la escuela, hoy convertida más en un aparato ideológico que en un lugar para promover la igualdad de oportunidades.

Según la más reciente encuesta Encovi 2019-2020 la tasa de asistencia escolar de la población de 3 a 24 años disminuyó de 76 a 70 por ciento entre 2016 y 2020, y el número de niños y jóvenes matriculados en todos los niveles del sistema educativo bajó de 12,7 millones a 11 millones entre 2014 y 2020. Esto significa que hay 1,7 millones de potenciales estudiantes excluidos de la educación. La misma encuesta mostró que el rezago escolar —cursar uno o varios grados por debajo del correspondiente a su edad— de los alumnos entre 7 y 11 años (nivel de primaria) pasó de 9 por ciento en 2015 a 34 por ciento en 2020. Este rezago es aún más grave en el quintil 1, que agrupa al 20 por ciento de los alumnos más pobres entre 12 y 17 años de edad. El rezago general, sumando leve y severo, alcanza el 43 por ciento de los alumnos más pobres de ese rango de edad. Esta situación va a empeorar y mucho con el cierre de escuelas.

Esos datos, entre muchos otros, muestran retrocesos que perjudican a la población más pobre de Venezuela y reflejan hechos que habían venido ocurriendo, antes e independientemente de la cuarentena y el consiguiente cierre de escuelas. Cuando más falta hacía, más deficitario ha sido el servicio de alimentación escolar, por ejemplo. Muchos docentes han emigrado a otros países y a otras profesiones. El gobierno los ha sustituido por personas con escasa formación y mediante mecanismos clientelares de selección. Para el año 2014-2015, 71 por ciento de los docentes en ejercicio eran titulares de sus cargos; y 21 por ciento, interinos. La proporción cambió drásticamente en 2019: 36 por ciento titulares y 54 por ciento interinos. Los interinos están más indefensos por su contrato —de inestabilidad absoluta— y por lo tanto son más controlables por las autoridades. Esto no habla mal de los docentes interinos, sino de los responsables del deterioro de la institucionalidad, expresado en el irrespeto a las leyes y normas que rigen la carrera docente.

Personal docente activo nacional (Ministerio del Poder Popular para la Educación)

Año-fuente Total Docente con título Interino Bachiller docente Docente no graduado
2014-2015

Memoria y cuenta

361.370 256.155 75.946 15.220 14.049
Enero 2019

Informe de la Dirección General de Gestión Humana

430.515 156.639 235.075 471 38.350

Fuente: Unidad Democrática del Sector Educativo, «Informe 2019-2020. Destrucción de la educación como derecho humano. Educación bolivariana, una gigantesca estafa». Caracas.

Todos los docentes en la Venezuela de hoy —independientemente de su formación, experiencia y filiación política o ideológica— son personas que, en muchos casos, están dispuestas a dar lo mejor de sí y, sin duda, serán claves en los procesos que están por desarrollarse. Y son pobres. Con ellos hay que contar para lo que se avecina.

Lo que se avecina es la necesidad de asegurar que los alumnos tengan oportunidades de aprendizaje; oportunidades que deberán incluir reapertura de las escuelas, progresiva, organizada en etapas. Con un «mientras tanto» antes de esa reapertura: mientras tanto habrá que mejorar las vías mediante las cuales se comunican docentes y alumnos, y llegan las actividades de aprendizaje a todas las casas: internet, televisión, radio, materiales impresos. Los maestros y los profesores —quizás habría que decirlo en femenino para respetar la proporción de profesionales de la educación por género— tienen y tendrán un papel de mucha responsabilidad, que requerirá mucho más esfuerzo del que ya realizan.

Ya en algunos países está sucediendo. Los profesionales de la docencia han venido aprendiendo a resolver los nuevos problemas a los que se ven enfrentados. Se han organizado en redes y grupos de Whatsapp, lo que les ha permitido aprovechar los conocimientos y las experiencias diversas de sus colegas. Han resuelto cómo hacerle llegar la alimentación, cocida o cruda, a las familias. Han preparado guías y ejercicios, y se las están arreglando para llevárselas a todos sus alumnos. Usan también los medios disponibles para comunicarse con ellos y trabajar con las mamás —o cualquier otro miembro de la familia— de sus alumnos.

Después de ese «mientras tanto» habrá que volver a abrir las escuelas. No todos los días ni para todos los alumnos. Se abrirán de manera escalonada, progresiva, con protocolos de salud y nuevas rutinas cotidianas. Sera una apertura en alternancia. Los alumnos asistirán parcialmente a las clases en sus escuelas y seguirán en sus casas el resto del tiempo. Pero las escuelas empezarán a abrir antes de que se acabe definitivamente la amenaza del covid-19. Abrirán durante la pandemia.

Lo bueno dentro de lo malo es que la sociedad se ha dado cuenta del valor de la escuela y de la importancia del trabajo profesional de los docentes. Los niños extrañan a sus amigos y a sus maestros, y las familias se están dando cuenta de lo mucho que trabajan los maestros y lo valioso que es ese trabajo. Es una oportunidad para que las autoridades educativas logren consensos que permitan aumentar el sueldo de los maestros y, en general, la inversión en educación. En otros países cabe razonablemente esperar que esto suceda. En Venezuela, depende.


Mariano Herrera, profesor de la Universidad de Especialidades Espíritu Santo (UEES) de Guayaquil, Ecuador. Consultor internacional experto en calidad de la educación, gestión escolar y políticas públicas para el sector educativo. Integrante de Acuerdo Social, asociación civil dedicada a la elaboración de propuestas de políticas públicas para Venezuela / acuerdosocialvenezuela@gmail.com Twitter: @marianoherrerap