La envidia y su poder motivador en la gerencia y los negocios

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Ilustración: Jack Moreh / Stockvault

La envidia es el más bipolar de los pecados capitales. Aunque suele inducir acciones negativas, en ocasiones constituye la fuerza transformadora de la persona sufriente; y, con retoques publicitarios y mercadotécnicos, es el motor del consumo de productos proyectados como símbolos de estatus.


Cuando un viajero transita los caminos polvorientos de la provincia venezolana, a menudo encuentra, en más de un establecimiento de carretera (próspero o destartalado), la frase siguiente: «Si envidias lo que tengo, haz como yo, ¡trabaja!». Este consejo —no solicitado— pone de manifiesto una verdad apenas concientizada: la envidia bien encauzada sirve de motor para la acción personal y los negocios, porque puede poner en movimiento a la persona que la experimenta.

La envidia tiene varias definiciones y puede ser examinada desde diferentes perspectivas. La más tradicional la emparenta con los pecados capitales. El parágrafo 2.539 del Catecismo de la Iglesia católica describe la envidia como «el malestar que nos produce el bienestar que observamos en los demás» (Santa Sede, 1992). Esta acepción posee una carga semántica negativa: identifica la envidia con un estado de incomodidad ante lo que se concibe como el éxito de otro. En el estudio de las emociones se reconoce el potencial que tienen los estados mentales de desagrado o insatisfacción para desencadenar acciones. Aunque en ocasiones parezca loable ponerse en movimiento como reacción al bienestar ajeno, el apóstol Santiago (3:16) advierte: «Donde hay envidias y rivalidades, también hay confusión y toda clase de acciones malvadas». En otras palabras, a ojos del santo la envidia no parece una buena compañera.

La envidia bien encauzada sirve de motor para la acción personal y los negocios, porque pone en movimiento a la persona que la experimenta

La Real Academia de la Lengua añade en su diccionario un significado muy interesante de envidia: «Emulación, deseo de algo que no se posee». En esta definición la carga semántica pierde el signo negativo, al punto de no resultar vergonzoso reconocerse algo de envidia, o quizá «sana» envidia. Es un sentimiento capaz de mover a los individuos ―incluso a las organizaciones― para alcanzar y superar los bienes o las posiciones alcanzadas por otros. Esto suena muy bien, pero a lo mejor no lo es tanto. En esencia, es el reconocimiento involuntario de que el deseo de obtener metas no se alimenta del interior del ser, sino de una referencia externa.

La envidia es diferente de la avaricia, cuya característica principal es la búsqueda obsesiva de cosas materiales. La envidia tiene rasgos más nobles, porque puede llevar a ambicionar virtudes tales como valentía, sabiduría o sentido del humor. De modo que la envidia es más «integral», por así decirlo, que la avaricia. En lo material, se solapan; en lo intangible, se diferencian.

¿Y qué decir del ser que despierta ese inconfesable sentimiento? ¿Cómo experimentan las personas sobresalientes la envidia ajena? En el plano físico no se verifica efecto alguno, más allá del sugerido por aproximaciones esotéricas («chupa energía», «mala vibra», etc.). Ahora bien, algunos expertos en gerencia plantean la conveniencia de identificar a las personas que envidian, en especial cuando interactúan en entornos organizacionales, con el propósito de neutralizar el potencial de la envidia para inducir comportamientos reñidos con los valores de la organización (Dorta, 2011; Glover, 2018; Jiménez, 2016). De que vuelan, vuelan…

Entre las principales características de las personas envidiosas se encuentran: baja autoestima y tendencia a sobrevalorar la cantidad y la importancia de los bienes materiales. El envidioso siempre necesita tener más para sentirse valioso. ¿Cuánto más? Mucho más de lo que tengan las personas con quienes alterna socialmente. Por eso está en una constante indagación sobre el patrimonio y las circunstancias ajenas. No es fácil identificar al envidioso, pero existe una conducta reveladora: le gusta hacer quedar mal a los demás en público, busca y propicia cualquier oportunidad para ello. Se burla de quien, a sus ojos, tenga la aureola del éxito. Mientras espera el desliz ajeno, acostumbra hacer falsos halagos, tan desmedidos y grandilocuentes que no lucen naturales (Glover, 2018).

 

El negocio de promover la envidia

¿Cómo se relacionan las empresas con la envidia y los envidiosos? Las primeras respuestas provienen de una disciplina social relativamente joven, llamada comportamiento del consumidor. Hay un hallazgo revelador: muchas organizaciones están en el negocio de promover la envidia. ¡Así como suena!

Antes de caer en la tentación de emitir juicios morales conviene recordar que uno de los mandamientos del mercadeo y la publicidad aconseja practicar la orientación de mercado. Esto equivale a decir: «siempre hay que estar atentos a las necesidades insatisfechas del consumidor» (Kotler y Keller, 2016).

La comparación con otras personas a menudo desemboca en una sensación de carencia, que luego se transforma, como consecuencia de procesos mentales dictados por la emoción, en una necesidad insatisfecha. Muchas organizaciones se dedican a mostrar al consumidor lo que no tiene para que, así, lo desee. Esto se llama «consumo aspiracional»; es decir, para transformar a una persona en consumidora potencial se le muestra aquello que no tiene, para que lo desee y decida ponerse en movimiento para alcanzarlo.

El consumo aspiracional es un concepto difícil de asir. El punto de partida es indefinido. La clave es que la persona ambicione más de lo que tiene, para que surja un nivel superior de consumo deseable. Para tornar aún más complejo el asunto, el impulso de posesión es «transversal», porque puede referirse a cualquier categoría de productos: desde los muy básicos (como los bienes de consumo esenciales en la mesa del consumidor) hasta los más sofisticados (como viajes o placeres de cualquier naturaleza). El secreto de la seducción está en transmitir la percepción de que la situación mostrada es mejor que la situación real y objetiva del consumidor; a veces ni tan objetiva, en particular cuando se habla de categorías de productos dirigidas a la promoción o al cuidado de la belleza, por ejemplo.

Muchas empresas estudian lo que hacen sus competidores. El nombre de este comportamiento estratégico es benchmarking; en otras palabras, «sana» envidia empresarial

El análisis no se limita a productos tangibles. Podría extenderse al consumo de todo lo que cabe en la categoría de sanación, autoestima o desarrollo personal. Si al hablar de bienes tangibles es posible hacer mediciones precisas de cantidades, cuando se hace referencia a bienes intangibles ―belleza, satisfacción, felicidad, éxito― «el cielo es el límite». ¿Se puede ser más feliz? ¿Se puede incentivar la búsqueda de mayor satisfacción? Muchos gerentes de publicidad y mercadeo piensan que sí, y comprometen a sus empresas con el análisis metódico de esa sed de bienestar que el consumidor no logra saciar. Un consumidor siempre quiere estar mejor: mejor que su presente y mejor que el futuro de los demás.

La tragedia del consumidor resulta de su indefensión. No hay regulador que pueda poner límites a la actividad de seducción; especialmente, en los casos de bienes y servicios intangibles que prometen vidas superiores aquí en la tierra. Solo la fortaleza personal y profesional ―incluso espiritual― ayuda a contener los esfuerzos de las organizaciones dedicadas a promover la comparación entre unos y otros, y, en consecuencia, la necesidad de ser mejores que otros a cualquier precio.

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La organización y los envidiosos

La envidia también influye en la vida interior de una organización. No puede haber sorpresa en este hecho. Es imposible pensar que —en el entorno social donde los individuos pasan la mayor parte de su tiempo de vigilia— no afloren flaquezas y debilidades, versiones atenuadas o exacerbadas de los siete pecados capitales; especialmente, la envidia. El sitio de trabajo tiene mucho de vitrina, de exposición a la vista de curiosos. La persona observa y es observada. La mirada se demora en aquello que se tiene, al punto de desentrañar también lo que no se posee.

Las organizaciones ofrecen, y también retiran, incentivos y prebendas a sus empleados; un factor que alienta el pensamiento envidioso entre los colaboradores. La envidia da para mucho en el ámbito empresarial. Brota con facilidad en los empleados que no alcanzan el desempeño esperado (Jiménez, 2016), y su reflejo natural es atacar y criticar a sus compañeros. La envidia no experimenta aversión a las alturas; de allí que se manifieste con mayor virulencia contra las personas ubicadas en los escalones superiores del organigrama. Una clasificación sencilla permite identificar los siguientes tipos de envidia (Dorta, 2011):

  • Sublimada: la que puede ser controlada.
  • Neurótica: la del individuo que está permanentemente dominado por su envidia.
  • Perversa: la que bloquea todo lo positivo que aparece frente al individuo.

Esta trilogía permite perfilar personajes que ejercen la envidia en la organización:

  • Calumniador: quien propaga información falsa de otras personas.
  • Malalengua: quien difunde información verdadera, pero con mala intención.
  • Pasachismes: quien, aun sin querer, transmite información secreta o confidencial.

Las organizaciones pueden emprender iniciativas para evitar la deriva envidiosa entre sus colaboradores. El logro de metas personales y profesionales suele vacunar contra la aparición de la envidia. Por lo tanto, una buena práctica organizacional es fijar metas alcanzables para sus empleados y dotarlos de recursos razonables.

Otro factor que ayuda a desestimular la envidia es mantener un entorno de justicia perceptible en la organización; es decir, gratificaciones y recompensas transparentes y ajustadas a los logros de cada persona, de manera que no ocurran desbalances y asimetrías insostenibles. Conviene evitar la competencia desmedida entre compañeros o entre los integrantes de equipos de trabajo.

 

¿Existen estrategias empresariales basadas en la envidia?

Una rápida revisión de la bibliografía sobre gerencia y negocios muestra que la envidia existe, y se identifica en el plano individual. Muchas empresas estudian lo que hacen sus competidores, para fijarse metas y superarlas, y plantearse acciones que les den alguna ventaja. El nombre de este comportamiento estratégico es emulación (benchmarking); en otras palabras, «sana» envidia empresarial.

 

Referencias

  • Dorta, A. (2011): «Envidia en las organizaciones: gerenciar sus repercusiones aprendiendo a manejarla». Centro de Desarrollo Gerencial: un espacio para el aprendizaje, 11 de abril, http://centrodedesarrollogerencial.blogspot.com/2011/04/envidia-en-las-organizaciones-gerenciar.html
  • Glover, M. (2018): «6 características de las personas envidiosas». Psicología-Online, 13 de agosto: https://www.psicologia-online.com/6-caracteristicas-de-las-personas-envidiosas-4036.html
  • Jiménez, L. (2016): «La envidia en la empresa: de lo que nadie habla». Fundació factor humá, 08 de mayo: https://factorhuma.org/es/actualitat/noticias/12390-la-envidia-en-la-empresa-de-lo-que-nadie-habla
  • Kotler, P. T. y Keller, K. L. (2016): Marketing management. Essex: Pearson Education.
  • Santa Sede (1992): «Catecismo de la Iglesia católica»: http://www.vatican.va/archive/catechism_sp/index_sp.html

 

Ricardo Vallenilla, profesor del IESA.