La guerra comercial entre China y Estados Unidos o la trampa de Tucídides

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Ilustración: Gino Crescoli / Pixabay.

Los radicales de Washington y Beijing quieren que fracase el acuerdo comercial discutido por ambos países. La habilidad de los eventuales ganadores, que pudieran ser los moderados, radicará en hacer concesiones que no obstaculicen el logro de su fin último.

Carlos Jaramillo / 17 de junio de 2019


 

La disputa comercial entre China y Estados Unidos es, sin duda, una de las grandes fuentes de incertidumbre que afectan a los mercados financieros en la actualidad. Un tuit del presidente Trump, publicado durante un fin de semana, puede ocasionar subidas o bajadas de un punto porcentual en los mercados accionarios, y dejar a los formadores de opinión preguntándose si tal publicación fue una jugada más dentro de un infinito juego de póker o el primer movimiento de una inevitable guerra comercial.

Graham Allison, politólogo y profesor de la Universidad Harvard, contribuyó a la comprensión de relaciones antagónicas cuando acuñó la expresión «trampa de Tucídides», que sirve para designar situaciones en las que surge rivalidad entre un poder establecido y uno emergente, que muy probablemente conducirá a una guerra. Tucídides, historiador de la Grecia antigua, fue el primero en dejar constancia de este fenómeno al atribuir la causa de la Guerra del Peloponeso al temor que sentía Esparta del creciente poder de Atenas.

La nueva Atenas es China que, a los ojos del gobierno de Trump, se apoya en un sistema económico mundial que funciona a expensas de los intereses de Estados Unidos y es el producto de la incapacidad de los gobiernos estadounidenses previos para defender su posición dominante en ese sistema. Es evidente que, mientras Estados Unidos presiona para revisar el orden económico existente —en particular los acuerdos comerciales promovidos dentro del marco de la globalización que han permitido a China alcanzar en menos de cuarenta años la posición de segunda economía del mundo—, el gigante asiático aboga por una profundización de esa tendencia globalizante.

Ambos países están de acuerdo en que el sistema actual funciona mejor para China que para Estados Unidos. Tal convicción se ha transformado en la visión dominante del mundo político estadounidense, por lo que en la contienda electoral de noviembre de 2020, en la cual Trump y la mitad de los congresistas y senadores aspiran a la reelección, el gran tema será mostrarle al electorado quiénes son los verdaderos paladines en la lucha contra «el imperio del mal».

En Washington y Beijing se fraguan posiciones frente al éxito o el fracaso del acuerdo comercial en discusión. Los radicales de ambos países quieren que el acuerdo fracase. Los chinos quieren hacerse menos dependientes de la tecnología estadounidense, que terminan pagando con importantes subsidios a las empresas occidentales que se alían comercialmente con sus pares de China continental. Los estadounidenses esperan reconstruir el modelo económico con barreras arancelarias y con el rechazo de cualquier posición intermedia que conserve los rasgos esenciales del sistema comercial vigente. En pocas palabras, cada grupo radical desea un orden económico mundial en el cual su nación sea el centro del sistema.

La habilidad de los eventuales ganadores, que pudieran ser los moderados, radicará en hacer concesiones que no obstaculicen el logro de su fin último. Los chinos deben ceder en temas que les permitan conseguir a cambio que el orden comercial mundial no se afecte en su esencia. Los estadounidenses deben evitar ceder a presiones internas que les obliguen a conseguir victorias tempranas y efectistas, propias del gobierno de Trump, que son útiles para ganar elecciones, pero que a largo plazo no impiden la tendencia expansionista china. Los asiáticos tienen a su favor el hecho de que el camarada Xi no sufre la presión de reelegirse, lo cual garantiza la continuidad de la estrategia que ha desarrollado. Los estadounidenses tienen un sistema político-económico plural que, cuando se articula adecuadamente, es capaz de crear riqueza de manera sostenible. El problema está en la articulación de intereses del bipartidismo estadounidense.


Carlos Jaramillo, director académico del IESA.