La nueva era del capital privado

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Fotografía: Pixabay.

Los mercados de oferta pública comienzan a perder relevancia. Una mezcla de bajas tasas de interés y procesos de consolidación de sectores industriales explican en buena medida la reducción del número de compañías que han cotizado en las bolsas.

Carlos Jaramillo / 29 de junio de 2019


 

La teoría económica da gran importancia a la apertura del capital de las empresas al público en general, mediante la cotización de sus acciones en mercados organizados como las bolsas de valores. Es muy frecuente, en los cursos de gerencia de empresas familiares, advertir a los participantes que llega un momento cuando las empresas no pueden seguir creciendo sin levantar grandes volúmenes de dinero en los mercados de valores.

Pero hay dos fenómenos que ponen en duda la supuesta aspiración de toda empresa exitosa de acudir a bolsa para levantar capital. El primero es la reducción del número de compañías que han cotizado en las bolsas estadounidenses entre 2000 y 2018. Mientras que al comienzo de la década pasada cerca de 7.000 compañías participaban en estos mercados, en la actualidad lo hacen escasamente 4.000. Una mezcla de bajas tasas de interés y procesos de consolidación de sectores industriales, como los vividos en la industria automotriz o la cervecera, explican en buena medida este fenómeno.

Cuando el dinero es barato, como la ha sido en los países desarrollados desde la crisis financiera internacional de 2008, las compañías con músculo financiero se endeudan para recomprar sus acciones y comprar las empresas de sus competidores. En este contexto también ha sido posible que grupos privados compren la totalidad de las acciones de empresas de oferta pública e inmediatamente las «deslisten».

El segundo fenómeno es la creciente participación de fondos de capital privado en el financiamiento de nuevas empresas. A comienzos de la década pasada menos de 2.000 compañías utilizaban estos fondos como fuentes de capital. Hoy este mercado es de unos cinco billones de dólares —la sexta parte del tamaño del mercado accionario de oferta pública en Estados Unidos— y atiende las necesidades de 8.000 empresas.

Gillian Tett, periodista del Financial Times, reportaba recientemente que cada vez más tenedores de riqueza piensan en fondos de capital privado, que incluyen los inmobiliarios, como vehículos para canalizar sus inversiones. Esta familia de activos aglutina el catorce por ciento de las carteras de inversión en el mundo, y podría llegar al veinte por ciento a finales de la próxima década.

Cuando los profesores de finanzas dicen que las mayores rentabilidades las tienen los activos ilíquidos —como las llamadas empresas unicornios que no cotizan en bolsa o ciertas carteras de inmuebles como el construido por Amancio Ortega, principal accionista de Zara, que el año pasado tenía un valor estimado de 6.000 millones de euros— simplemente constatan una realidad palpable: los mercados de oferta pública comienzan a perder relevancia.

La obligación de los reguladores es evaluar en qué medida el sistema de incentivos que premia la rentabilidad de corto plazo en las empresas de oferta pública, reforzado por las opiniones de los analistas de inversión y algunos inversionistas insatisfechos, es el principal culpable de que una importante masa de inversionistas no tengan la posibilidad de acceder a las acciones de compañías que en muchos casos son los motores de la nueva economía.

Las rendiciones de cuentas trimestrales exigidas a las empresas de oferta pública, que según sus gerentes son un gran factor de distracción, y la lucha de estos contra los inversionistas activistas han creado la matriz de opinión de lo perjudicial que resulta tener una variedad de niveles de reporte, producto de la «democracia» que rige en este tipo de compañías. Como en todo régimen democrático, social o corporativo, los mecanismos de participación son susceptibles de mejoras, y cuando no hay la voluntad, las propuestas alternas surgen espontáneamente.


Carlos Jaramillo, director académico del IESA.