La resaca

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Fotografía: Pixabay.

Cuando las tasas de interés en Estados Unidos empiezan a subir a un paso discreto pero sin pausa, es natural preguntarse cómo se verá afectado el mercado de créditos si en los próximos años aumentan los casos de impago de deudas.

Carlos Jaramillo / 8 de noviembre de 2018


La década pasada estuvo caracterizada por tasas de interés inusualmente bajas en Estados Unidos, ocasionadas por la expansión de liquidez promovida por la Reserva Federal para contrarrestar los efectos de la llamada Gran Crisis Financiera. Durante el período poscrisis, uno de los grandes desafíos de los inversionistas fue generar flujos de efectivo en un mundo de tasas bajas.

Las grandes empresas, conscientes de la existencia de una abundante oferta de fondos prestables, sacaron partido de la situación y emitieron instrumentos de deuda en las condiciones más favorables para ellas. Para nadie es un secreto que los emisores de deuda buscan no solo las menores tasas de interés posibles, sino también las cláusulas contractuales menos restringentes.

Ahora, cuando las tasas de interés empiezan a subir a un paso discreto pero sin pausa, es natural preguntarse cómo se verá afectado el mercado de créditos si en los próximos años aumentan los casos de impago de deudas debido a los distintos factores de riesgo que podrían inhibir el crecimiento de la economía mundial. La cifra de endeudamiento corporativo estadounidense está en el orden de 9,5 billones de dólares (45 por ciento del producto interno bruto), cantidad en valor absoluto sin precedentes históricos, aunque muy similar en términos porcentuales a la deuda del año anterior al estallido de la Gran Crisis Financiera en 2008.

Cerca de la mitad de los bonos grado inversión —los que pueden ser adquiridos por inversionistas conservadores— tienen calificación crediticia BBB que, de revisarse a la baja, los convertiría inmediatamente en bonos de alto rendimiento, conocidos como bonos basura. La confluencia de títulos susceptibles de ser rebajados al estatus de bonos basura con cláusulas contractuales de deuda menos restrictivas crea una dinámica no conocida de manera masiva hasta ahora.

Las cláusulas más leves retrasan el momento en el que los acreedores toman control de empresas en problemas, pues tienen menos asideros legales para hacerlo antes, lo cual hace que la destrucción de valor sea mayor que en un contexto de cláusulas restrictivas. Cuando las empresas, aún bajo el control de sus administradores originales, sufren una reducción de sus calificaciones crediticias, los tenedores de sus bonos que solo pueden poseer títulos grado inversión por restricciones de sus mandatos de inversión, se ven obligados a vender estos bonos, lo que deprime aún más sus precios.

Esta situación es un efecto indeseado de la política de expansión de liquidez de la Reserva Federal. En un mundo de tasas bajas, quien puede endeudarse lo hace y la gran mayoría de los inversionistas se ven obligados a aumentar el riesgo de sus carteras para tratar de mantener el retorno requerido.

¿Quiénes sufrirán el impacto de la pérdida de valor de los bonos corporativos? Las compañías de seguro, los fondos de pensiones, los fondos de cobertura, los fondos mutuales y los ETF especializados en deuda corporativa. Los propietarios de estas instituciones adsorberán directamente las pérdidas, sin expectativas de ser subsidiados por el gobierno. Alguien podría echar de menos a los bancos en esa lista de perdedores. Eso no significa que no estén expuestos; pero lo están en mucho menor grado, debido a las restricciones a la adquisición de títulos de deuda por cuenta propia que impuso la ley Dodd-Frank, la regulación financiera que surgió después de la Gran Crisis Financiera. Después de la borrachera siempre viene la resaca.


Carlos Jaramillo, profesor del IESA.

Este artículo ha sido publicado en alianza con Arca Análisis Económico.

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