Pueden cometerse muchos errores al emprender un negocio. Uno de los más graves es no definir los valores que inspiran al emprendimiento. Esta omisión usualmente termina por pasar factura, y muchas veces costosa.
El liderazgo es uno de los pilares fundamentales del éxito en la vida de una persona, y también en la trayectoria de una organización. Desarrollarlo de modo deliberado incrementa las probabilidades de que cualquier emprendimiento supere con éxito el período crítico de los primeros cinco años de operaciones.
Un liderazgo bien ejercido ―basado en valores de lealtad, respeto, honestidad y compromiso― promueve la práctica reiterada de comportamientos que despiertan confianza entre los miembros de un equipo, e impulsa la formación y la consolidación de estructuras organizativas formales que contribuyen a la sociedad con puestos de trabajo, desarrollo de talento humano y aumento de la productividad y la rentabilidad del circuito económico.
El liderazgo es el factor que alinea, potencia e impulsa a los integrantes de un equipo. Como fenómeno de la psique humana, alcanza su máximo potencial multiplicador en el ejemplo y la vivencia personal. Un equipo está integrado por hombres y mujeres que aceptan y comparten valores y pautas de comportamiento que se expresan en las acciones de los líderes. De allí la necesidad de prestar atención a la definición de los valores deseados para la organización y, también, a los criterios de selección de las personas que integren los equipos de trabajo.
Dos errores clásicos al emprender
La mayoría de los emprendedores ―especialmente los primerizos― cometen el error de subestimar la importancia de la selección y la formación del equipo de trabajo. Por lo general, el primer equipo de confianza de los emprendedores se compone de familiares y amigos que, desde una perspectiva de negocios, carecen de competencia profesional y foco estratégico. El criterio más utilizado al seleccionar un socio suele ser: ¿«tiene el dinero», «tiene los contactos», «tiene la idea»?
Pocas veces el emprendedor dedica energía a reflexionar sobre la cultura organizacional: el conjunto de acciones que definen la identidad de una empresa. De hecho, lo normal es que la cultura organizacional sea despachada como un asunto «no estratégico», y sea descuidada durante las primeras etapas del emprendimiento. Tal subestimación no es casual, sino que surge como consecuencia del ímpetu del emprendedor que, concentrado en modelos operativos y numéricos, otorga prioridad a la obtención de resultados. Es, en cierto modo, una de las tantas muestras de ingenuidad asociadas con la inexperiencia. Abundan los ejemplos de resultados operativos muy positivos que fueron echados por la borda, debido a incongruencias y omisiones de la cultura organizacional.
En las primeras fases de un emprendimiento es frecuente observar al fundador seducido por el influjo de un poderoso mito: el emprendedor líder. Crear una idea o aportar capital para un negocio no constituyen por sí mismas condiciones necesarias ni suficientes para construir un liderazgo. Pero los fundadores de emprendimientos suelen sobreestimar sus habilidades de liderazgo y subestimar las capacidades profesionales de su gente; una combinación que se vuelve explosiva en una cultura organizacional improvisada.
Crear una idea o aportar capital para un negocio no constituyen por sí mismas condiciones necesarias ni suficientes para construir un liderazgo
Para colmo de males, por lo general, estos dos errores ocurren de manera simultánea. Muchos emprendedores seleccionan sus socios por cercanía personal y, a la vez, se consideran líderes de su nueva organización. La buena noticia es que no todo está perdido.
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Un factor determinante para la supervivencia
Para arrancar un emprendimiento con perspectiva de éxito es necesario que los líderes se conozcan, identifiquen a las personas que puedan potenciar sus fortalezas ―y compensar sus debilidades― y se aseguren de que compartan sus valores y significados. Para que un negocio cuente con una verdadera oportunidad de prosperar y trascender, los líderes fundadores necesitan ser capaces de modelar, compartir y transmitir valores.
Los valores expresan comportamientos auténticos, conductas observables en cualquier terreno, que muestran «quiénes somos» y «en qué creemos». Son cosas hechas, más que pronunciadas en alta voz. A la postre, los valores determinan el éxito o el fracaso de una organización. Pueden, incluso, salvar una organización, al revertir las consecuencias de los dos errores más frecuentes de los emprendedores primerizos.
Los valores se expresan, adicionalmente, en comportamientos que deben estar bien definidos para que los miembros de la organización puedan observarlos y compartirlos. Ahora bien, no basta con la identificación: se precisa el compromiso. Cuando los miembros del equipo no van más allá de la identificación, no tardan en encontrar «matices» en la forma de entender los valores.
¿Cuál es la diferencia entre «compartir un valor» e «identificarse con un valor»? Un ejemplo pude aclararlo. Dos emprendedores —A y B— hacen una propuesta a un cliente y el encargado de la aprobación les dice: «Puedo entregarles el contrato a ustedes si sobrefacturan X% y me pagan esa diferencia». El emprendedor A dice: «Nuestro valor es la honestidad, no podemos aceptar ese contrato». Pero el B dice: «No estamos haciendo nada malo, nuestra propuesta es la mejor y al final eso es problema del cliente». ¿Se nota la diferencia? ¿Cómo puede ser la relación entre estos emprendedores al cerrar la negociación? Y en su relación posterior, ¿puede A confiar en B plenamente?
Valores compartidos: base del liderazgo
Pueden cometerse muchos errores al emprender. De hecho, es así. Y uno de los errores más graves consiste en obviar desde un principio la definición de los valores que inspiran el emprendimiento. Esta omisión termina por pasar factura, y muchas veces resulta costosa.
No basta con enumerar conductas deseables. Valores como lealtad, respeto, honradez y humildad requieren ser relegitimados con el comportamiento diario. Una definición clara de los valores hace más fácil compartirlos. Cuando se llega a este punto el emprendedor está en capacidad de cultivar un equipo basado en la confianza; un equipo capaz de superar no solo los dos errores clásicos de los emprendimientos sino, también, las dificultades inherentes a la cristalización de toda iniciativa comercial o productiva. La clave para ejercer un liderazgo sólido es que los valores de los integrantes de la organización sean compartidos y estén alineados en forma y fondo, de forma consciente e intencional.
Alejandra González Mármol y Noel Martínez, directores del Grupo Metas, consultores, coaches profesionales, asesores y mentores de emprendimiento y negocios.