Lisandro Alvarado y la traducción del poema de Lucrecio

2535

Lisandro Alvarado descuella entre los representantes del movimiento positivista venezolano tanto por la extensión y variedad de sus intereses intelectuales como por la agudeza y penetración de su pensamiento. En el poema De rerum natura de Lucrecio, Alvarado parece haber encontrado afinidades con su visión agnóstica del mundo.

Víctor Rago A. / 6 de mayo de 2019


 

El amplio conocimiento que Lisandro Alvarado (1858-1929) tuvo del latín y de varias lenguas modernas le abrió la posibilidad de enriquecer su formación humanística y científica, por medio de la lectura de gran número de obras en sus idiomas originales. Uno de los responsables de la edición de sus obras completas afirma que «dominaba el francés, italiano, alemán e inglés. Conoció a fondo el latín. Hablaba con soltura el árabe. Y entre sus papeles hay testimonios de que estudió el griego, hebreo y provenzal» (Sambrano Urdaneta, 1958: IX). A esto debe añadirse su relativa familiaridad con varias lenguas indígenas habladas o que se habían hablado en el territorio de Venezuela.

Aquel notable poliglotismo le permitió también emprender traducciones al español de algunas obras, así como verter a otros idiomas (francés e italiano) algunos de sus trabajos. Pero, aparte de unos cuantos textos de corta extensión (por ejemplo, «El hombre y el mar» de Baudelaire y «Movimiento social. Venezuela», de José Gil Fortoul), su obra principal en el campo de la traducción está constituida por las versiones castellanas del poema filosófico De la naturaleza de las cosas, de Tito Lucrecio Caro, y el Viaje a las regiones equinocciales del nuevo continente, de Alejandro de Humboldt.

Parece lógico, dada la raigal vocación científica de Alvarado, que se propusiera ofrecer a los venezolanos y a los hispanohablantes en general la monumental obra del gran explorador alemán, dedicada precisamente a la descripción de la naturaleza de los países americanos. En cambio, no deja de llamar la atención que demostrara tanto interés en trasladar del latín el poema del célebre epicúreo: uno de los grandes textos del ateísmo en el mundo occidental, «profético por su doctrina, poético por su forma» (García Bacca, 1958: XXII). En realidad, lo que unifica ambas tareas es el valor que Alvarado concede a la empresa intelectual como actividad entrañablemente humana, de lo que el incansable investigador que fue da prueba indudable.

De la naturaleza de las cosas, de Tito Lucrecio Caro, es uno de los grandes textos del ateísmo en el mundo occidental

Desde mediados del año 1890 Alvarado se encuentra en Southampton (Inglaterra) ejerciendo funciones consulares. Es probable que entonces se propusiera y diera inicio a la traducción de De rerum natura (Key-Ayala, 1956; Morón, 1958). Por su sólida formación clásica, que había comenzado desde la época en que fue alumno del Colegio de La Concordia (reconocido establecimiento educativo de El Tocuyo fundado y dirigido por Egidio Montesinos, del que Alvarado egresó en 1874 con el título de bachiller), y por natural inclinación intelectual, el largo texto de Lucrecio (más de 7.400 hexámetros) ha de haber figurado en la órbita de los numerosos intereses de Alvarado. Pocos años antes, desde cuando se radica en Caracas para seguir estudios de medicina (en 1878) se había producido su adhesión, nada dogmática por cierto, al ideario positivista, de lo que da testimonio la carta, fechada el 26 de septiembre de 1890, que le dirige Gil Fortoul desde Burdeos, donde es cónsul (Alvarado, 1956: 136-7):

Me da usted una gran noticia; la de su conversión, o mejor de su llegada a la doctrina evolucionista, única que puede explicar satisfactoriamente lo mismo las transformaciones del mundo inorgánico, que las sucesiones biológicas y los fenómenos psicológicos, sociales e históricos. Usted es una inteligencia escogida; y la patria se enorgullecerá de sus obras. Publíquelas pronto.

Poco después, en septiembre de 1891, le insiste Gil Fortoul (Sambrano Urdaneta, 1958: X):

Cuide usted de su organismo, trabaje mucho —como lo hace siempre—, escriba y publique obras hermosas… ¿Y el porvenir? Me replicará usted. Recuerdo los magistrales versos del De rerum natura sobre el temor de la muerte; y dígame si los que tenemos ya el strepitum Acherontis —recuerde también cómo hablaba Virgilio en las Geórgicas— podemos desalentarnos porque no vemos con suficiente claridad algunos aspectos del porvenir.

Un estudioso de la vida y la obra de Alvarado afirma que «la traducción que realiza no es un mero ejercicio literario, sino un encuentro con la fuente filosófica que va a hacerse esencial en sus concepciones» (Morón, 2005: 28). El autor latino, dice el biógrafo, ha desempeñado una función clave en la «conversión» de Alvarado al positivismo: «No penetró el sentido de la ciencia moderna mientras no tradujo a Lucrecio… Algunos movimientos de las ideas en la cabeza de Alvarado se explican por su contacto con Lucrecio, en forma directa» (Morón, 2005: 43). Sea cual fuere el valor que convenga conceder a semejante hipótesis, también sobre este punto es claro Alvarado, quien en el prólogo a su traducción considera De rerum natura «un libro clásico a que han dado gran importancia los recientes progresos de las ciencias físicas y naturales».

Dos versiones castellanas precedieron la suya: una en versos libres debida a José Marchena y otra en prosa por Rodríguez Navas. La principal objeción que le merecen a Alvarado es que no hacen referencia alguna al texto latino del que parten, de lo que «depende en cierto modo la exactitud de la interpretación y el sentido que a veces toman las ideas del autor» (prólogo a la edición en Obras completas de Lisandro Alvarado, p. 11). La inexistencia, pues, en lengua española de una traducción basada en un texto latino confiable constituye un motivo adicional que estimula en el estudioso larense el deseo de consagrarse, con la tenaz disciplina que lo acompañó siempre, a verter en su lengua materna el extenso poema didáctico.

Una vez tomada esta decisión adopta otra de importantes consecuencias para el resultado apetecido: opta por una traslación en prosa. Pero la prosa de Alvarado es de tal elaboración, fluye con tanta elegancia íntimamente animada de ritmo y melodía propios, que es inevitable la impresión de que se agita en su fondo una corriente de poderoso aliento poético. Lo curioso es que contra ello no atenta en lo más mínimo el tono arcaizante que deliberadamente le imprime a su texto. Hace notar en su prólogo que el «sabor antiguo» del estilo de Lucrecio invita al traductor a la introducción de «vocablos y giros anticuados». Y lo hace con la maestría que le otorga su erudición idiomática, su solvencia técnica en cuanto lingüista y su familiaridad con los clásicos castellanos, no solamente cada vez que en el español contemporáneo faltan equivalentes justos del latín, sino movido por la convicción de que «un traductor debe ponerse en lo posible en las mismas condiciones del autor».

Cuán bien alcanzado ha sido este propósito estilístico lo muestra con toda claridad García Bacca (1958) al comparar con fragmentos de Cervantes y de Fray Luis de León pasajes de la traducción de Alvarado, que parecen brotar limpiamente de la atmósfera cultural e histórica de aquellos escritores y en los que ninguna impostura se adivina que empañe la licitud del esfuerzo emulador.

No cabe duda de la excepcional calidad de la versión castellana hecha por Alvarado. Como de costumbre, aplicó su proverbial método de trabajo, en el que se combinaban la preocupación obsesiva por la exactitud hasta en los menores detalles y esa especie de inconformidad que lo impelía a reiteradas revisiones, en una larga sucesión de textos corregidos que parecían querer sustraerse al estado de versión final. Las dificultades que casi siempre encontró para la publicación de sus trabajos favorecía este método, pues los originales (con frecuencia híbridos, en parte manuscritos y en parte mecanografiados) permanecían largo tiempo a disposición de su perfeccionismo compulsivo.

Desde el momento inicial en que resuelve emprender la traducción hasta aquel en que declara haberle puesto punto final al texto definitivo transcurren casi tres décadas. A lo largo de ese tiempo publicó algunos fragmentos en revistas locales, como El Cojo Ilustrado, los Anales de la Universidad Central de Venezuela y Alma Venezolana. Pero para el momento de su muerte, en 1929, el texto completo permanecía inédito.

¿Cuándo, pues, se publicó la traducción española del famoso poema latino? Como ocurrió con algunos de los principales trabajos de Alvarado, póstumamente (así, por ejemplo, los célebres Glosarios del bajo español en Venezuela, salidos de la imprenta el mismo año de su muerte). Aníbal Lisandro Alvarado, uno de sus hijos, recibió en 1943 del bibliógrafo Manuel Segundo Sánchez un original de la traducción que el autor le había dejado en custodia 22 años antes, en 1921. Al revisar la enorme biblioteca de Gil Fortoul, por petición de este y tres meses apenas antes de la muerte en 1943 de este notable intelectual, Aníbal encontró la versión que muchos años antes Alvarado le había confiado.

La primera edición de De la naturaleza de las cosas apareció en 1950, ordenada por el gobierno del estado Lara, presidido por Carlos Felice Cardot y bajo el cuidado del historiador Guillermo Morón, como homenaje a Francisco de Miranda en el segundo centenario de su nacimiento. La segunda fue publicada en 1958, como parte de las Obras completas de Lisandro Alvarado (volumen VI), en edición bilingüe precedida de un estudio preliminar por Juan David García Bacca.

 

Referencias

  • Alvarado, A. L. (ed.) (1956): Epistolario de Gil Fortoul a Lisandro Alvarado. Barquisimeto: Imprenta del Estado Lara.
  • García Bacca, J. D. (1958): «Estudio de la traducción de De Rerum Natura por Lisandro Alvarado». En Obras completas de Lisandro Alvarado. Vol. VI, pp. XXI-XXXIX. Caracas: Ministerio de Educación.
  • Key-Ayala, S. (1956): «Entre Gil Fortoul y Lisandro Alvarado». En A. L. Alvarado (ed.): Epistolario de Gil Fortoul a Lisandro Alvarado (pp. 15-82). Barquisimeto: Imprenta del Estado Lara.
  • Morón, G. (1958): «Prologo». En Obras completas de Lisandro Alvarado. Vol. VII, pp. XIII-XLVIII. Caracas: Ministerio de Educación.
  • Morón, G. (2005): Textos sobre Lisandro Alvarado. Barquisimeto: Ediciones del Rectorado, Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado.
  • Sambrano Urdaneta, O. (1958): «Advertencia preliminar». En Obras completas de Lisandro Alvarado. Vol. VI, pp. IX-XVIII. Caracas: Ministerio de Educación.

Víctor Rago A., profesor de la Universidad Central de Venezuela.