El nuevo reto de la regulación de monopolios parte de reconocer que es posible incidir profundamente en sectores económicos aparentemente inconexos. El gran tamaño de una compañía no es per se el problema. Se puede ser pequeño pero influyente.
Carlos Jaramillo / 11 de abril de 2019
Louis Brandeis, miembro de la Corte Suprema de Estados Unidos entre 1916 y 1939, fue el arquitecto de la regulación de los monopolios en ese país. Plasmó una visión que estuvo vigente durante buena parte del siglo XX. Para Brandeis, cuando las empresas industriales se hacían muy grandes restringían el libre albedrío de sus competidoras, retrasaban la innovación y promovían la ineficiencia de la economía para su beneficio. Un ejemplo representativo de lo que se quería evitar lo reflejaba Henry Ford, cuando decía que uno podía tener el vehículo de su preferencia siempre que fuese un Ford T de color negro.
Hasta bien entrada la década de los setenta del siglo pasado el problema de los reguladores era evitar la llamada «maldición de la grandeza». Por ello, todo movimiento tendiente a fusionar empresas o a consolidar sectores se veía con sospecha.
A medida que las realidades económicas se hicieron más complejas surgieron visiones alternativas, según las cuales lo importante era garantizar que los usuarios obtuviesen los bienes o servicios al menor precio posible. Así, era perfectamente legítimo el que una industria fuese controlada por un reducido grupo de empresas, siempre y cuando lograsen economías de escala que se vieran reflejadas en menores precios. Robert Bork, profesor de leyes de la Universidad Yale, fue el principal pensador de esta corriente, inspirada en buena medida en la posición liberal de la Escuela de Economía de la Universidad de Chicago.
Cuando se habla hoy del Nuevo Movimiento Brandeis se quiere destacar que la obtención del menor precio no tiene valor para la sociedad si es la consecuencia de estrategias de precios depredadoras con el objeto de dominar múltiples industrias, sacar del juego a algunos competidores y reducir la posibilidad de escoger entre un mayor número de productos y servicios. Para los nuevos discípulos de Brandeis, las tecnologías emergentes producen instituciones con múltiples facetas, que ofrecen plataformas de operación a clientes que a su vez son competidores, lo cual conduce a conflictos de intereses que exceden el alcance de las leyes antimonopólicas actuales.
El nuevo reto de la regulación de monopolios parte de reconocer que es posible incidir profundamente en sectores económicos aparentemente inconexos. El gran tamaño de una compañía no es per se el problema. Se puede ser pequeño pero influyente, y esa influencia no regulada puede en un momento dado destruir un grupo importante de competidores con precios bajos que a largo plazo son insostenibles.
Es muy recomendable la lectura de un artículo de la abogada y nueva estrella de la regulación empresarial Lina Khan: «La paradoja antimonopólica de Amazon» (Amazon’s antitrust paradox) publicado en 2017 en la revista Yale Law Journal. El interés de autores como Lina Khan es dar forma a nuevas escuelas de pensamiento, a partir del reconocimiento de que las leyes reflejan valores y cuando estos comienzan a cambiar también deben hacerlo las regulaciones de las actividades económicas.
Carlos Jaramillo, profesor del IESA.
Este artículo ha sido publicado en alianza con Arca Análisis Económico.