En la decadencia de Atenas por su derrota en la guerra del Peloponeso, el filósofo Platón propuso un nuevo modelo de ciudad para formar un nuevo ciudadano. Pero encontró en la mímesis una posibilidad de corrupción, por lo que se convirtió en censor del teatro.
Platón nació en 429 a. C. y creció en tiempos críticos por la Ilustración de la sofística y la derrota de Atenas en la guerra del Peloponeso, iniciada en 431 a. C. Estos hechos cambiaron la historia de Atenas, junto con la insurrección oligárquica en 411 y los treinta tiranos. Vivió tiempos sin esplendor en los que todo lució relativo y, en consecuencia, dependiente de cada subjetividad. Fue espectador de las obras de Sófocles, Eurípides y Aristófanes sobre la crisis de la democracia en manos de políticos demagogos y la derrota irreversible de Atenas.
La decadencia del teatro, representada por Aristófanes en su obra Las ranas (405 a. C.), se acentuó a lo largo del siglo IV, tiempo en el que las consecuencias devastadoras de la guerra se prolongaron varias décadas con una población arruinada. Alumno de Sócrates, en sus escritos Platón dejó constancia de su preocupación por la situación de su polis, Atenas, y en sus obras más importantes discutió las condiciones para constituir una nueva polis en la que no ocurriesen los conflictos que derrumbaron la suya. Perteneció a una generación a la que le resultó difícil creer y aceptar el presente. Murió en 348. Fue, en sentido pleno, un hombre del siglo IV, así como Esquilo (525-456) lo fue del V cuando se instauró y consolidó la democracia.
Quiere Platón que los guardianes de la polis por él propuesta no crezcan «rodeados de imágenes del vicio».
En el siglo IV el teatro era la principal diversión de una población cuya vida carecía del esplendor y el orgullo de los tiempos de Pericles. Pero en las representaciones encontraba un regocijo y, en no pocos casos, veía representada su vida. El arte del actor se impuso, incluso por encima de la obra de los poetas.
La posición de Platón sobre la mímesis y el teatro es filosófica y política; parte de una concepción general del ser humano y el deber ser de una sociedad en la que pueda desarrollar su humanidad. Era una concepción propia de quien nació en una familia noble de la más alta aristocracia y recibió una fina y esmerada educación en matemática y música; además, cultivó la poesía en su juventud hasta que leyó a Homero y desistió. A los veinte años, hacia 407 a. C., conoció a Sócrates, lo que cambió el rumbo de su vida. Fue su alumno hasta la muerte del maestro en 399 a. C. Hacia 387 a. C. se dedicó a la enseñanza y a escribir. En Colono, en las afueras de Atenas, instaló su escuela, conocida como Academia, por analogía y cercanía al templo del héroe Akademos. Allí estudió Aristóteles.
En La república (390-374 a. C.) y en Las leyes, de fecha incierta o póstuma, propuso lo que habría que hacer para tener esa nueva polis en la que surgiera un ciudadano correcto. Ambas obras son compendio y colofón de su vida y visión intelectual. Parte importante de sus reflexiones en ambas fue la influencia ambivalente de la mímesis (imitación, figura, representación, imagen) en la formación de niños y jóvenes, para que fueran en el futuro perfectos ciudadanos. Pensó y escribió en el siglo IV, alejado del esplendor de la democracia y del teatro del V. No hay por qué dudar que fuera espectador de Las ranas, en la que Aristófanes representa la situación del teatro en correlación con el destino de la polis.
Para Platón el objeto representado y la representación (mímesis) creada a partir de él no son idénticos y la representación puede producir efectos negativos en los ciudadanos, en particular en la educación de niños y jóvenes. Por esa ambivalencia de la mímesis, concluyó en admoniciones y censuras a la tragedia y, en general, a los poetas miméticos.
La posición de Platón no se presta a equívocos por los peligros que, según él, implica la mímesis; aunque esté bien realizada, no es buena para la polis y el ciudadano. Varios personajes participan en La república. Uno de ellos, Sócrates, relata la conversación del día anterior, en la que sostuvo:
Por consiguiente, no sólo tenemos que vigilar a los poetas y obligarles o a representar en sus obras modelos de buen carácter o a no divulgarlas entre nosotros, sino que también hay que ejercer inspección sobre los demás artistas e impedirles que copien la maldad, intemperancia, vileza o fealdad en sus imitaciones de seres vivos, o en las edificaciones, o en cualquier otro objeto de su arte; y al que no sea capaz de ello no se le dejará producir entre nosotros, para que no crezcan nuestros guardianes rodeados de imágenes del vicio (párrafo 401b).
Platón escribe casi un cuarto de siglo después de la desaparición del esplendor griego y de la derrota de Atenas en la guerra del Peloponeso; es decir, en un marco social alejado del esplendor democrático, teatral e intelectual del siglo V a. C. y cuando la democracia ateniense había dejado de ser la construida por Clístenes y Pericles.
Quiere Platón que los guardianes de la polis por él propuesta no crezcan «rodeados de imágenes del vicio», puesto que tienen la tarea de resguardar el recto desenvolvimiento de la sociedad. Esta vigilancia responde a una visión de la polis en la que la educación debe ser el instrumento primordial para la formación del nuevo ciudadano, razón por la cual habría que buscar «aquellos artistas cuyos dotes naturales les guían al encuentro de todo lo bello y agraciado» (párrafo 401c). Centra su atención en los niños y jóvenes a quienes es necesario «impedirles que copien la maldad, intemperancia, vileza o fealdad».
La visión de Platón incluye su rechazo a la mentira y a la creación de «una falsa imagen de la naturaleza de los dioses y héroes».
Esta posición —decisión— resulta de su visión de la situación de su polis, Atenas, y de la mímesis, expuesta en ambas obras desde una perspectiva religiosa y política a partir de su concepto del alma. Es inequívoco en Las leyes al diferenciar los tipos de representación:
De seguro que nadie dirá jamás que las representaciones corales del vicio son mejores que las de la virtud, o que él por sí goza de los ademanes viciosos y los demás con una musa opuesta. Y de cierto dice la multitud que lo bueno de la música está en su fuerza para producir placer en las almas; pero el afirmar esto es de todo punto intolerable e impío (párrafo 655c).
La mímesis, muy lejos de la Verdad, está incapacitada para trasmitirla, afirma en La república:
Bien lejos, pues, de lo verdadero está el arte imitativo; y según parece, la razón de que lo produzca todo está en que no alcanza sino muy poco de cada cosa y en que esto poco es un mero fantasma [eídolon = figura, sombra, imagen] (párrafo 598b).
¿Por qué la mímesis está tan lejos de la Verdad? ¿Qué es lo verdadero? Subyace la teoría general de las ideas —verdaderas, estables y eternas— ante la diversidad de copias que puede haber de ellas. Percibir y conocer las ideas es estar en contacto con la esencia, con el Ser. Platón hace mención de «aquellos que son capaces de dirigirse a lo bello en sí y de contemplarlo tal cual es» (476c). Por exclusión, algunos no son capaces. Por eso, la mímesis es «muy poco de cada cosa». En Fedro, escrito en 370 a. C., puede estar la respuesta.
Platón concibe nueve rangos de almas según su aproximación a la Verdad. Los amantes de la sabiduría o de la belleza tienen el alma de mayor rango y, en consecuencia, en su teoría política los filósofos están destinados a dirigir la polis. Por razón parecida, antes que las de los poetas y aquellos dados a la imitación, están las almas de quienes son útiles a la polis: reyes justos, guerreros, políticos, economistas, médicos, etc. Está bien reconocer que Platón pone en los últimos rangos a los demagogos y tiranos.
En La república argumenta sobre la actividad representadora y el o lo representado en una narración, si el segundo es o no digno de ser representado y la actitud que debe asumirse en cada caso:
A mí me parece que cuando una persona como es debido llegue, en el curso de la narración, a un pasaje en que hable o actúe un hombre de bien, estará dispuesto a referirlo como si él mismo fuese ese hombre, y no le dará vergüenza alguna el practicar tal imitación si el imitado es una buena persona que obra irreprochable y cuerdamente; pero lo hará con menos gusto y frecuencia si ha de imitar a alguien que padece los efectos de la enfermedad, el amor, la embriaguez o cualquier otra circunstancia parecida. Ahora bien, cuando aparezca un personaje indigno del narrador, éste se resistirá a imitar seriamente a quien vale menos que él (párrafo 396 c-d).
Según Platón es charlatán quien no es capaz de distinguir entre ciencia, ignorancia y representación. Esta distinción es clave para una buena educación, que debe hacerse por medio de narraciones verídicas o ficticias. Admite que lo primero que se les cuenta a los niños son fábulas (mýthos), «ficticias por lo regular, aunque haya en ellas algo de verdad». Entonces, no debe permitirse que los niños «escuchen cualesquiera mitos, formados por el primero que llegue». Lo que conlleva a la necesidad de «vigilar ante todo a los forjadores de mitos y aceptar los creados por ellos cuando estén bien y rechazarlos cuando no». A continuación arremete contra Hesíodo y Homero, «forjadores de falsas narraciones», y un poco más adelante se refiere a quienes «dan con palabras una falsa imagen de la naturaleza de dioses y héroes» (477e).
Es concluyente en La república: «Bien lejos, pues, de lo verdadero está el arte imitativo» (598b). Por lo tanto «habrá que examinar el género trágico y a Homero, su guía» (598d). Aristóteles, en Poética, no correlacionará mímesis con verdad, sino con verosimilitud; por eso el poeta representa lo que podría suceder.
La visión de Platón incluye su rechazo a la mentira y a la creación de «una falsa imagen de la naturaleza de los dioses y héroes». Reflexiona y escribe en una Atenas derrotada y decadente; por eso la prohibición con que comienza el libro X de La república. Platón llega incluso a preferir el modo narrativo al propio de la representación trágica, para evitar parlamentos en los que alguien (el poeta) hable por otro (el imitado):
— Ahora bien, el asimilarse uno mismo a otro en habla o aspecto, ¿no es imitar a aquel al cual se asimila uno?
— ¿Qué otra cosa puede ser?
— Por consiguiente, en un caso como este tanto el poeta de que hablamos como los demás desarrollan su narración por medio de la imitación.
— En efecto.
— En cambio, si el poeta no se ocultase detrás de nadie, toda su obra poética y narrativa se desarrollaría sin ayuda de la imitación (párrafo 393c).
Para verificar su tesis recurre, de nuevo, a Homero y hace una paráfrasis sin inclusión de diálogos de un segmento de La Ilíada, después de la cual sentencia: «He aquí, amigo mío cómo se desarrolla una narración simple, no imitativa» (394 a). La descalificación del poeta era una conclusión inevitable:
Así mismo diremos, creo yo, que el poeta no sabe más que imitar, pero, valiéndose de nombre y locuciones, aplica unos ciertos colores tomados de cada una de las artes, de suerte que otros semejantes a él, que juzgan por las palabras, creen que se expresa muy acertadamente cuando habla, en metro, ritmo o armonía (párrafo 601 a).
De seguidas otra conclusión: «El que hace una apariencia, el imitador, decimos, no entiende del ser, sino de lo aparente» (691b). El subtexto de esta afirmación es, por supuesto, su teoría de las ideas.
Cabe preguntar (es lo que él hace) si la mímesis ve con «ideas y por un tiempo el ser en su realidad de verdad» y representa el «espectáculo de lo verdadero» con el que se complace. La relación del alma con la Verdad es el principio filosófico para su crítica a la mímesis; en consecuencia, a Homero. En La república lo acusa de considerar la justicia «un arte de robar para provecho de los amigos y daño a los enemigos» (334b); también es contundente cuando afirma:
Todas cuantas teomaquias inventó Homero, no es posible admitirlas en la ciudad, tanto si tienen intención alegórica como si no la tienen. Porque el niño no es capaz de discernir dónde hay alegoría y dónde no, y las impresiones recibidas a esa edad difícilmente se borran o desarraigan (378b).
Más adelante sentencia: «No hay que hacer caso a Homero ni a ningún otro poeta cuando cometen tan necios errores con respecto a los dioses» (378d).
Platón se preocupó por el efecto de la danza y la música en la formación del ciudadano, razón por la cual tuvo serias reservas sobre su enseñanza.
Platón proponía una ciudad ideal habitada por humanos impecables; era su manera de intentar modificar y superar la Atenas actual. Para erosionar el valor de la mímesis, Platón parte de las tres técnicas que existen sobre todo objeto: utilizarlo, fabricarlo y representarlo. El que lo utiliza es el más experimentado y comunica al fabricante «los buenos y malos efectos que produce». El fabricante tiene «una conciencia bien fundada acerca de su conveniencia o inconveniencia». Sobre el que lo representa es lapidario:
El imitador no sabrá ni podrá opinar debidamente acerca de las cosas que imita, en el respecto de su conveniencia o inconveniencia. (…) Con todo, se pondrá a imitarlas sin conocer en qué respecto es cada una mala o buena; y lo probable es que imite lo que parezca hermoso a la masa de los totalmente ignorantes. (…) Hemos quedado totalmente de acuerdo en esto: en que el imitador no sabe nada que valga la pena acerca de las cosas que imita; en que, por tanto, la imitación no es cosa seria, sino una niñería, y en que los que se dedican a la poesía trágica, sean en yambos, sea en versos épicos, son todos unos imitadores como los que más lo sean (párrafo 602a-c).
La posición de Platón sobre la mímesis está inserta en una crítica a su sociedad y su rechazo a la representación incorrecta de los dioses; en consecuencia, «no hemos de admitir en ningún modo poesía alguna que sea imitativa». Los dioses son entes puros en términos absolutos, razón por la cual mostrarlos en conflictos es irreverente y dañina para la polis:
Ni tampoco se debe hablar en absoluto de cómo guerrean, se tienden asechanzas o luchan entre sí dioses contra dioses —lo que por otra parte no es cierto—, si queremos que los futuros vigilantes de la ciudad consideren que nada hay más vergonzoso que dejarse arrastrar ligeramente a mutuas disensiones. En modo alguno se les debe contar o pintar las gigantomaquias o las otras innumerables querellas de toda índole desarrolladas entre los dioses y los de su casta y familia (párrafo 378c).
Es, pues, la necesidad de una relación armónica entre Verdad, dioses y funcionamiento de la polis uno de los basamentos de la crítica de Platón respecto de la mímesis: «Se debe en mi opinión reproducir siempre al dios tal cual es, ya se le haga aparecer en una epopeya, o en un poema lírico, o en una tragedia» (379 a).
En Las leyes se expresa opuesto a las fiestas dionisíacas por su embriaguez. En esta obra se conversa sobre el régimen político y las leyes en general. Un dialogante defiende las leyes espartanas porque reprimen la embriaguez, motivo para la tesis sobre las fiestas dionisíacas:
Ni en los campos ni en las poblaciones que gobiernan los espartiatas podrás ver banquetes ni cuantas otras cosas acompañan a éstos excitando a más no poder todos los deleites; ni habría quien, encontrando alguno que se banqueteara la embriaguez, dejara de aplicarle el mayor castigo; y ni las fiestas dionisíacas le servirían de excusa, tales como las que yo he visto celebradas en carrosas entre vosotros. También en Tarento, colonia nuestra, he contemplado a la ciudad entera embriagada en las dionisíacas; pero entre nosotros no se da nada semejante (párrafo 637 a-b).
Platón se preocupó por el efecto de la danza y la música en la formación del ciudadano, razón por la cual tuvo serias reservas sobre su enseñanza. El hecho de danzar bien, no necesariamente significaba que fuera bueno:
— Ateniense: Así, pues, nosotros tres, si tenemos conocimiento de lo que es bueno en canto y baile, conoceremos también al que está educado y al que no lo está; pero si ignoramos aquello no podremos jamás discernir si hay alguna salvaguarda para la educación y dónde se halla: ¿no es así?
— Clíneas: Así es, sin duda.
— Ateniense: Cúmplenos, pues ahora, escudriñar, a modo de perros rastreadores, cuál sea el buen ademán y la buena entonación en el canto y el baile. Si esto se nos escapa, vano será nuestro razonamiento posterior sobre la educación, ya griega, ya bárbara (párrafo 654d-e).
En esta obra de vejez y no terminada al momento de su muerte, Platón tiene, por boca de El Ateniense, un pensamiento basado en la educación y la pureza del alma. Compara al hombre cobarde y al valiente según la calidad de sus almas, y concluye: «Tengamos simplemente por hermosos todos los ademanes y tonos atenidos a la excelencia (aretes) del alma o a la del cuerpo, o siquiera a una imagen de esta excelencia; y, por el contrario, a la totalidad de los que se vinculan con el vicio» (655b).
La excelencia del alma es el principio rector, de ahí que no haya deleite en todas las representaciones corales: «Seguro que nadie dirá jamás que las representaciones corales del vicio son mejores que las de la virtud, o que él por sí goza con los ademanes viciosos y los demás con una musa opuesta» (655e).
Platón da mucha importancia a la música en la formación ciudadana, y aporta información sobre su clasificación: himnos para «la invocación a los dioses»; trenos, contrarios a los himnos, en honor al héroe muerto; peanes; «y otra —creación dionisíaca, según creo— denominada ditirambo». Lamenta el surgimiento de «unos compositores como jefes de la ilegalidad musical», dados al «furor báquico» que «mezclaban los himnos y los peanes con los ditirambos». Estos innovadores fueron más allá y le pusieron «letra del mismo estilo»:
De ello se derivó el que los públicos de los teatros, antes silenciosos, se hicieron vocingleros, como si entendiesen lo que está bien o mal en música, y en lugar de la aristocracia, el mando de los mejores, se produjo en ese campo una detestable teatrocracia. Y si hubiera sido solo en la música donde se hubiese producido una cierta democracia de hombres libres, no hubiera sido el hecho tan terrible; pero lo cierto es que a partir de ella empezó para nosotros la opinión de que todo el mundo lo sabía todo y estaba sobre la ley, con lo cual vino la libertad (párrafo 701 a).
También la danza tiene su espacio en Las leyes con sus dos géneros: «la de los cuerpos más bellos cuyas imitaciones tienden hacia lo solemne y la de los más feos encaminada hacia lo vil» (814d). En el primero distingue los movimientos «animados por espíritus viriles» y «el inspirado por una alma noble», también denominada pacífica.
Platón insiste en el respeto a la ley que garantice la existencia de una polis buena y justa; por eso toda actividad humana debe estar orientada a alcanzar ese fin. Sobre la danza pacífica debe observarse «si en los coros se actúa contra naturaleza o se acuerda a atenerse constantemente a la buena danza en forma propia de hombres bien regidos» (815b). En este mismo orden de ideas critica la danza «báquica», porque «lo que hacen es remedar con mímica, según suele decirse, a personajes embriagados»; en consecuencia «este género de danzas no cuadra a una ciudad».
Platón pone como ejemplo el supuesto de algunos «poetas serios, como suele llamarse a los que se ocupan de la tragedia» que llegasen a la polis propuesta por él para preguntar si pueden visitarla. La respuesta sería:
Nosotros mismos —diríamos— somos, ¡oh, los mejores extranjeros!, autores en lo que cabe de la más bella y también de la más noble tragedia, pues todo nuestro sistema político consiste en una imitación de la más hermosa y excelente vida, que es lo que decimos nosotros que es en realidad la más verdadera tragedia (817 a-b).
Leonardo Azparren Giménez, crítico de teatro y profesor de la Universidad Central de Venezuela.
Referencias
- Aristóteles (1974). Poética. Editorial Gredos. Biblioteca Románica Hispánica.
- Platón (1945). Hipias mayor – Fedro. Universidad Nacional Autónoma de México.
- Platón (1949). La república. Instituto de Estudios Políticos.
- Platón (1960). Las leyes. Instituto de Estudios Políticos.