Resistencia civil 2019: balance latinoamericano

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El año 2019 resultó muy movido para las sociedades que decidieron escribir nuevas páginas de resistencia civil. Latinoamérica se inscribe orgullosa en este despertar no violento de los pueblos con una variedad de causas, para sacudir a los regímenes que hacen oídos sordos a las críticas.

María Gabriela Mata Carnevali / 21 de diciembre de 2019


 

La expresión «resistencia civil» se utiliza para describir acciones políticas basadas en el uso de métodos pacíficos para desafiar a un poder, una fuerza, una política o un régimen particular. El año 2019 resultó muy movido para las sociedades que decidieron escribir nuevas páginas de la historia en Argelia, Sudán, Líbano, Hong Kong, Irak y Rusia, por nombrar algunos de los casos más mediáticos. América Latina no se quedó atrás: en Puerto Rico, Ecuador, Chile, Colombia, Bolivia, Nicaragua y Venezuela el pueblo colmó las calles con un marcado espíritu de lucha y resultados diversos.

En Venezuela y Nicaragua hace rato que «nada está normal», a pesar de lo que quieren hacer ver sus gobiernos autocráticos. Caracas sorprendió en enero estrenando liderazgo opositor, que potenció las esperanzas de cambio. En medio de multitudinarias protestas contra el régimen hambreador de Maduro, que sin embargo no alcanzaron las cifras históricas de años anteriores, Juan Guaidó se proclamó presidente interino y prometió «cese de la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres y transparentes».

Managua volvió a los titulares de las noticias con la peor crisis política de varias décadas, miles de exiliados y millones de dólares en pérdidas económicas. En marzo, los nicaragüenses retomaron con renovadas fuerzas las protestas contra Daniel Ortega iniciadas en abril de 2018, que fueron comparadas con las protestas venezolanas de 2017, por la preeminencia estudiantil y el uso de guarimbas. Si bien el detonante fue una controvertida reforma de la seguridad social, muy pronto la gente pasó a exigir un cambio de régimen, aspiración que se mantiene en 2019. Pero las similitudes con el caso venezolano no se quedan allí. La Iglesia católica, con la sociedad civil organizada y la tutela del Vaticano, se erigió en defensora de los derechos humanos en ambos escenarios, promoviendo una «paz justa».

En un calco de obstinación y apego al poder, Ortega y Maduro adoptaron tácticas dilatorias, mientras subían el volumen a la represión, a pesar del creciente repudio internacional. Esto puede interpretarse como un fracaso del multilateralismo, en especial de la Organización de Estados Americanos, para frenar el retroceso de la democracia en la región.

En julio fue el turno de Puerto Rico que, de la mano de Ricky Martin, Bad Bunny y otros reconocidos artistas se pronunció contra la corrupción y los prejuicios sociales levantando sin complejo la bandera de orgullo gay junto a la estrella nacional. En pocos días renunció el gobernador Ricardo Roselló, por sus indiscreciones en las redes sociales y el mal manejo de los fondos públicos durante la tragedia causada por el huracán María. Este fue un claro ejemplo de la importancia estratégica del respaldo de los artistas a la lucha no violenta.

Durante el último trimestre América Latina volvió a caldearse, con históricas protestas en contra de medidas neoliberales en dos países separados por unos 3.000 kilómetros de distancia: Ecuador y Chile. La rebelión social ecuatoriana comenzó luego de que el gobierno de ese país llegara a un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional para obtener créditos por más de 4.200 millones de dólares. A cambio, el presidente Moreno debía reducir el déficit fiscal. Para ello anunció un plan de austeridad que, entre otras medidas, incluyó la eliminación de los subsidios a los combustibles vigentes en Ecuador desde hace cuatro décadas, lo cual provocó un alza en el transporte público y la ira del pueblo. Las manifestaciones se apoderaron de las calles en varias ciudades del país.

Algo similar sucedió en Chile luego de que el presidente Piñera anunciara un alza de 30 pesos en el precio del metro. Los chilenos iniciaron las famosas «evasiones masivas» y algunas escenas de actos vandálicos dieron la vuelta al mundo en segundos.

Ambos gobiernos cedieron. La diferencia es que en Chile las protestas continuaron, aceitadas por el «socialismo del siglo XXI» y la frustración acumulada por más de treinta años con un sistema que, si bien ha remozado los índices internacionales, no ha podido subsanar las enormes desigualdades. De allí el lema «No son treinta pesos, son treinta años», con el que los manifestantes asaltaron los medios.

Les siguió Colombia donde, al reclamo por la enorme brecha social, se sumó el descontento generalizado por las complicaciones que ha traído la implementación del acuerdo de paz con la guerrilla. Duque se las ha visto en aprietos, y ha tenido que responder por faltas propias y ajenas, pues mucho del descalabro se le atribuye al expresidente Uribe.

Se acusa al régimen de Maduro de haber manchado con dinero y milicianos las luchas reivindicativas de ecuatorianos, chilenos y colombianos. Mientras que el grupo de Puebla, sucesor del Foro de Sao Paulo, se encarga de maquillar para el mundo el desgaste y la corrupción de la izquierda latinoamericana.

En claro contraste con los casos anteriores Bolivia se levantó para recuperar su libertad y su democracia; se las arrebató de las manos a un Evo Morales que, ya sin pueblo, se había declarado triunfador en las elecciones del 20 de octubre; unas elecciones para las que, según la Constitución, no tenía derecho a ser candidato. A pesar de haber seguido al pie de la letra el guion venezolano, el final sorprende a propios y extraños, con una jugada estratégica de los cuerpos de seguridad del Estado en respaldo de la revuelta popular, que obliga a la renuncia y al destierro al deslegitimado líder indígena. Con Jeanine Áñez a la cabeza del gobierno, como presidenta encargada, que organiza unas elecciones libres y transparentes según los parámetros internacionales, este país multiétnico y pluricultural parece haber esquivado una segura guerra civil al asumir sin miedo la construcción de la paz mediante la conciliación de las diferencias.

Con la excepción de Chile, donde los actos de vandalismo, saqueo y destrucción de bienes públicos y privados empañan el carácter pacífico de la resistencia civil, Latinoamérica se inscribe orgullosa en esta demostración del poder popular con una variedad de causas, para sacudir a los regímenes que hacen oídos sordos a las críticas y evidenciar la importancia de los llamados «pilares de apoyo»: la academia, la Iglesia, las fuerzas de seguridad, los medios de comunicación, los artistas y la comunidad internacional.

Como telón de fondo desfilan impertérritas las ideologías que, lejos de desaparecer, parecen afianzarse en los imaginarios colectivos de este nuevo siglo. No hay que poner en entredicho la honorabilidad de la lucha de los pueblos despiertos, al mezclarla con apetencias personales y desvíos de fondos como los vistos recientemente en Venezuela entre algunos diputados de la Asamblea Nacional.


María Gabriela Mata Carnevali, profesora de la Universidad Central de Venezuela / @mariagab2016