Resistencia civil: ¿por qué ahora?

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Fotografía: Pixabay.

Los «chalecos amarillos» han tomado a Francia por sorpresa: una insurgencia espontánea sin líderes a la vista. No es la primera ni será la última. La resistencia civil está moldeando sociedades y gobiernos, y una de sus causas es la frustración generalizada con la política convencional de «arriba hacia abajo».

María Gabriela Mata Carnevali / 21 de enero de 2019


 

Solo los medios justos producen resultados justos

Mahatma Gandhi

 

La Primavera Árabe, #MeToo y Strike 4 Climate Action en Australia son formas relativamente recientes de hacer política. La primera inquietud gira en torno al elemento detonador. Le Monde Diplomatique hace referencia a un clásico de Barrington Moore que puede dar pistas al respecto. Su trabajo, escrito en un momento en el que los académicos intentaban comprender las grandes oleadas de protestas de los años sesenta y setenta en Estados Unidos, aporta una nueva perspectiva. A la pregunta de «¿por qué la gente se rebela?» contrapone otra: «¿por qué no lo hace más seguido?». La injusticia es una constante a lo largo de la historia, así que no puede ser considerada el único factor causal.

Con base en una minuciosa revisión de documentos referidos al comportamiento de la clase obrera alemana entre 1848 y los años treinta del siglo XX, que soportó largamente condiciones desfavorables antes de rebelarse, Moore concluye que el mantenimiento del statu quo depende de las concesiones que los «opresores» hagan a los «oprimidos» (Le Monde Diplomatique, enero, 2019); en otras palabras, la gerencia que se haga de la voluntad de cambio. Si se sigue esta línea de pensamiento podría pensarse que los levantamientos populares surgen de la frustración generalizada con la política convencional de «arriba hacia abajo», sin real «voluntad de escucha», independientemente de la forma de gobierno. El caso es que construir alternativas resulta, a veces, más complicado de lo que parece.

Lo común es que los movimientos sin líderes enfrenten serios cuestionamientos sobre su legitimidad. La clave está en los métodos de lucha

Cuando estos movimientos irrumpen y convulsionan la vida pública se sabe en contra de qué van, pero las propuestas escasean y la falta de liderazgo dificulta las negociaciones. Si se exigen cambios en la relación social, como en el caso de #MeToo contra el acoso sexual y la violencia de género, pueden verse resultados interesantes que dejan una estela positiva. A un año de la campaña, directores de distintos organismos públicos y privados, ministros y hasta primeros ministros han sentido la presión y acabado renunciando: más de 200 altos cargos solo en Estados Unidos; Mobashar Jawed Akbar, ministro adjunto de Relaciones Exteriores de India; Damian Green, viceprimer ministro de Gran Bretaña. Sin embargo, los cambios profundos del modelo imperante requieren procesos inclusivos de decisiones, una estructura que permita las negociaciones y con quien negociar. Lo otro es simple y llanamente un cambio de modelo. A veces toca, pero hasta para eso hay que organizarse.

Durante las revueltas en serie de la llamada Primavera Árabe, que viera luz en Túnez en 2011, era innegable que la población estaba harta de los gobiernos autoritarios tan extendidos en el mundo musulmán. La rabia acumulada era tal que el fósforo de un joven que decidió prenderse fuego bastó para incendiar Túnez, Egipto, Yemen, Libia y Siria. Lamentablemente, en la mayoría de los casos no hubo acuerdo previo sobre cómo llenar el eventual vacío de poder y ha quedado un halo de frustración. Entre las excepciones, por su originalidad, vale la pena mencionar el experimento democrático kurdo en la frontera siria.

En Francia, tras años de derrotas sociales, ahora un movimiento inédito por su heterogeneidad ha obligado al gobierno a abjurar de su «ortodoxia presupuestaria». Los «chalecos amarillos» no se han dejado engañar por la oposición entre protección del clima y poder adquisitivo; pero, prácticamente, no cuentan con una estrategia para invertir la situación, que es común a la Unión Europea. ¿Cómo hará el presidente Emmanuel Macron para manejar el explosivo descontento de las clases medias por el aumento de precio de los combustibles, medida adoptada para honrar los acuerdos de París sobre cambio climático, sin considerar la pérdida del poder adquisitivo que aqueja a la mayoría? La cuestión se le ha salido de las manos y el malestar no deja de crecer, sobre todo en las áreas rurales, donde el tipo de trabajo y las largas distancias son factores agravantes. ¿Con quién va a negociar si no hay cabezas visibles? ¿Cómo afectará esto su liderazgo en la Unión Europea de cara a las elecciones parlamentarias en mayo? Demagogos es lo que sobra y el cambio climático es un tema elástico.

Justamente el cambio climático es la causa del movimiento escolar en Australia, pero a la inversa. En una onda idealista, niños y jóvenes salieron a la calle en noviembre pasado a pedir acciones. El Strike 4 Climate Action, inspirado por la estudiante sueca Greta Thunberg de 15 años, revolucionó al país entero. Esto parece más fácil de resolver, pues alguna acción podrá emprender el Gobierno, así sea simbólica. Pero este es un caso especial por donde se le mire. Nadie va a cuestionar la legitimidad de las demandas de estos muchachos.

Lo común es que los movimientos sin líderes enfrenten serios cuestionamientos sobre su legitimidad. La clave está en los métodos de lucha. El gobierno de Macron ha usado la violencia observada en París y otros lugares para afirmar que el movimiento de los «chalecos amarillos» es ilegítimo y antidemocrático. Mahatma Gandhi y Martin Luther King se dieron cuenta de que la acción no violenta niega a las autoridades esta línea de ataque. Por el contrario, la violencia utilizada al reprimir movimientos pacíficos ayuda a construir su legitimidad y obtener respaldo mundial.

En Venezuela la sordera gubernamental es mayúscula. Desde el 10 de enero, el país enfrenta una abierta usurpación del poder. La Asamblea Nacional, único órgano legítimo restante, resiste gallardamente en la figura de su nuevo presidente Juan Guaidó, quien requiere apoyo popular para crear las condiciones que permitan la conformación de un gobierno de transición y el llamado a elecciones libres. ¿Lo tendrá? Las protestas masivas en años pasados no dieron los resultados esperados y la gente está desmotivada. Sin embargo, es menester retomar las calles. Así lo exige el momento histórico y así lo entienden las personas que, cada vez en mayor número, espontáneamente y sin mucha articulación, comienzan a manifestar su malestar por la falta de servicios básicos y la corrupción, entre muchos otros males que se resumen en los conceptos de Estado fallido y «emergencia humanitaria compleja». Por supuesto, esto solo no es garantía de cambio. Las Fuerzas Armadas y la comunidad internacional tienen funciones que ejercer.

Nada que agregar, o quizás sí, una advertencia final para todos los actores involucrados: el despertar de las mayorías normalmente silenciosas que los gobiernos dicen representar y de las que, en el mejor de los casos, no se espera sino el voto, puede ser incontrolable. Para que el resultado sea el esperado habrá que tener conciencia de los medios.


María Gabriela Mata Carnevali, profesora de la Universidad Central de Venezuela / @mariagab2016

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