Bitcóin y la transformación del dinero y el valor de las cosas

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Imagen de Gerd Altmann en Pixabay

En su tránsito evolutivo, pocas veces el dinero se había transformado tanto como lo hace ahora de la mano de la tecnología. Bancos centrales que exploran formas de dinero digital y gobiernos que usan el bitcóin como medio de pago o moneda de curso legal son parte de lo que viene en el mundo de la economía y las finanzas.


Desde la publicación de la propuesta de los protocolos de la cadena de bloques de Bitcóin (red de intercambio) y de bitcóin (dinero digital) por Satoshi Nakamoto (2008), así como la puesta en marcha de la red Bitcóin el 3 de enero de 2009, son muchos los cambios que esta innovación tecnológica causa en el mundo. La cadena de bloques, como conjunto de protocolos que permite condensar y almacenar información encriptada por consenso entre partes, posee características que la hacen susceptible de aplicarla en economía, finanzas, administración, presupuesto, contabilidad, proyectos, derecho, gestión de información, redes sociales, medicina, arte, música, propiedad intelectual y procesos electorales. La clave de la cadena de bloques es que permite organizar información y datos inmutables en procesos vinculados al logro de un objetivo predefinido en un algoritmo, en función de las necesidades de sus creadores.

Luego de miles de años de evolución del concepto de dinero —conchas, semillas, sal, especies, oro, plata, vales, billetes, cheques, tarjetas, etc.— la cadena de bloques de Bitcóin y el bitcóin han cambiado la manera como las personas se relacionan en los mercados de bienes y servicios, al transar valor desmaterializado mediante billeteras digitales para satisfacer sus necesidades. Esto supone un estadio diferente de la comprensión del concepto del dinero y su función como medio de intercambio, unidad de cuenta y reserva de valor.

Si se entiende el dinero como cualquier mercancía —física o no— intercambiable en un mercado por los agentes económicos para la satisfacción de sus necesidades y que es aceptada por un tercero como medio de pago y reserva de valor, entonces prácticamente cualquier cosa puede convenirse como forma de dinero. Esto es tan cierto que también es dinero toda mercancía que, por necesidad, ubicación geográfica, oportunidad, innovación, situación política, razones afectivas y hasta por imposición se usa en una sociedad.

La humanidad ha transitado del dinero basado en el trabajo y la capacidad creadora al dinero mercancía quid pro quo en términos del más elemental trueque o economía de equivalentes, hasta llegar al dinero de pleno contenido que basa su valor de cambio en la cantidad representada de un metal o mineral escaso (oro, plata, bronce), cuya posesión y acumulación es la razón de la riqueza de muchos. Esto lleva a entender cómo —a partir del año 1944 con Bretton Woods y hasta el año 1971 con el gobierno de Richard Nixon en Estados Unidos— el oro fungió como patrón de valor y riqueza de los países y sus monedas (Ammous, 2018).

Ya en el siglo XIII, orfebres, herreros, familias de nobles apellidos y caballeros de la Orden del Temple habían comenzado a estructurar un sistema de representación de valor con base en metales preciosos. Establecieron elementos de intercambio distintos al metal y de fácil traslado y acumulación, así como esquemas de ahorro e inversión basados en tipos de interés (Lahoud, 2009). Es cuando aparece el dinero de papel como medio de pago, con sus problemas de falsificación y reconocimiento de firmas y sellos oficiales de emisión, que no fueron impedimento para que los Estados modernos establecieran los bancos centrales como organismos de control y emisión de monedas. Este medio de intercambio sería de obligatoria aceptación y «confianza» por ley y orden superior cuando se creó el dinero fiat (fiduciario).

El dinero y sus especies se transformaron en nuevos vehículos de pago como cheques, tarjetas de crédito y débito, y migraron rápidamente a medios desmaterializados electrónicos, bajo la figura de transferencias de dinero y más recientemente pago de persona a persona (P2P) y cobro de comercio a persona (C2P), por ejemplo (Olmos, 2020). Estas transferencias son representaciones del valor del trabajo o de los bienes y servicios intercambiados en los mercados por los agentes económicos, que utilizan el dinero de obligatoria aceptación emitido por los bancos centrales de los países que, por convención, sea física o inmaterialmente, se adopta como valor de cambio.

Como producto de la crisis de confianza en las instituciones financieras globales después de la burbuja financiera-inmobiliaria de 2008, y de los avances de la tecnología, el internet y las ciencias de la computación, surge de manos de Satoshi Nakamoto —conocido criptoanarquista— una especie de vehículo de transferencia de valor desmaterializado que no requiere dinero de obligatoria aceptación para hacer intercambios entre las personas, porque no hace falta oro o un producto interno bruto (PIB) que le dé valor a la información que se intercambia entre bloques minados por pruebas de trabajo entre nodos de una red usuario a usuario global (Champagne, 2014). Nuevamente, la aceptación social y la creencia de intercambio de valor, ahora con base en la criptografía, le otorgan al bitcóin su estatus de divisa global.

Este es un tiempo de modificación en el concepto del dinero y el valor de las cosas, porque ahora la posesión de poder de cómputo —en una red global colaborativa de validadores de operaciones— crea una nueva especie de riqueza, así como la posibilidad de acumular mayor cantidad de criptomonedas que representan distintos proyectos y usos posibles (Antonopoulos, 2017). Es un cambio de paradigma en la relación de las personas con el dinero y su uso en sociedad, porque ahora las billeteras son aplicaciones digitales que se descargan en teléfonos inteligentes y el valor de las cosas se encuentra en la posibilidad de intercambio de criptoactivos que puedan ser acumulados, fragmentados y transferidos a gran velocidad con el menor costo posible entre personas, empresas y gobiernos que ven en la cadena de bloques enormes posibilidades.

Queda un gran cuestionamiento sobre la manera como el sistema financiero internacional, los bancos centrales y los bancos públicos y privados de los países asumirán el cambio inminente en la estructura tradicional del intercambio del valor por un dinero que no posee soporte tradicional y en un sistema económico que está cada vez más abierto a mecanismos alternativos de representación de valor. En este sentido, las monedas digitales de bancos centrales (CBDC, por sus siglas en inglés) aparecen como respuesta institucional al avance de la red Bitcóin y las criptomonedas en los mercados globales, así como también al creciente uso de criptomonedas estables (BIS, 2020) —la relación 1:1 con el dólar estadounidense de las criptomonedas estables las diferencia notablemente del resto de las criptomonedas, pues su precio no es volátil y se apoyan en el andamiaje tecnológico de la cadena de bloques y las billeteras digitales para garantizar su convertibilidad y fungibilidad—.

Este es un momento histórico trascendental para las relaciones sociales y de producción con uso intensivo de tecnología en sus medios de pago (Chishti, 2020). Se hace indispensable un nuevo constructo teórico para la comprensión de esta nueva realidad económica, política, social e institucional que reclama un abordaje diferente y multidisciplinar para su correcta adopción y desarrollo.

El uso intensivo de la tecnología ha causado un quiebre en el avance de la revolución industrial —que no se ha detenido, sino mutado— al punto de reconocerse en el Foro Económico Mundial de Davos 2016 que está en marcha la Cuarta Revolución Industrial, en la que la ciencia, el conocimiento aplicado y la tecnología digital cambian permanentemente la manera de relacionarse las personas en los mercados (Schwab, 2016). La impronta de esta revolución se ha hecho presente en casi todas las actividades de la sociedad contemporánea, desde la comunicación y las relaciones sociales, el comercio y los servicios, hasta impensables avances como la impresión 3D de prótesis médicas o el desarrollo de implantes neuronales para corregir afecciones cerebrales, uno de los proyectos de la empresa Neuralink, propiedad de Elon Musk.

La economía global ha dado un gran salto por el uso intensivo de la tecnología, con cambios trascendentales como el comercio electrónico, la cadena de bloques, la cadena de bloques de Bitcóin, el bitcóin y las billeteras digitales. Las tecnofinanzas transforman las actividades financieras y la banca. Esto ha permeado también la actividad empresarial y la concepción de la gerencia con la denominada transformación digital empresarial (Rogers, 2016), en aquellas organizaciones que piensan, aprenden y están conscientes de la necesidad de cambio y adaptación a las exigencias del entorno «glocal» de una economía cada vez más colaborativa.

La acumulación de experiencias y el aprendizaje que se ha podido almacenar y transmitir, así como la capacidad de adaptación al entorno, han permitido evolucionar y crecer en este tránsito civilizatorio. La información y el conocimiento puestos al servicio de los hogares y las familias han devenido en desarrollo científico-técnico. La producción en masa resulta un imperativo para cubrir los crecientes gustos y preferencias de la población que demanda bienes y servicios, de la mano de las necesidades potenciadas por la publicidad y los medios de comunicación.

La educación sobre el cambio del dinero y el valor de las cosas se convierte en la base para la adopción de estos cambios, más aún cuando internet cambia de una «internet de la información» a una «internet del valor». Esto hace que la labor educativa sea doblemente exigente: es necesario aprender de nuevas tecnologías que se convierten en medios de pago y, a la vez, preservan el valor del trabajo individual y el capital de la empresa. En este sentido, la transformación digital tiene como base el aprendizaje y la educación como piedra angular del cambio «epocal»: una educación tecnológica, financiera y económica para la comprensión y el uso de la innovación que representan, por ejemplo, las criptomonedas, el metaverso, los vehículos de inversión cripto, los juegos en línea basados en cadenas de bloques que recompensan a sus jugadores, redes sociales con tókenes por likes de contenido y las impresoras 3D alimentadas con plásticos reciclados.

El mundo transita tiempos de cambios económicos, políticos y sociales. Uno de los protagonistas de esos cambios es, y lo seguirá siendo, la tecnología, ahora más centrada en las personas que, además de ser talento humano y agentes de cambio, disrumpen las relaciones sociales y de producción. Por esta razón, el estudio de todas estas innovaciones y su correcta incorporación a la actividad económica personal, empresarial y nacional será clave para el crecimiento y el desarrollo de las naciones en los años venideros.


Aarón I. Olmos R., profesor del IESA.

Referencias

Ammous, S. (2018). The bitcoin standar. Wiley.

Antonopoulos, A. M. (2017). Mastering bitcoin: Programming the open blockchain. O’Reilly Media.

BIS (2020). Central bank digital currencies: Foundational principles and core features. Bank of International Settlements. https://www.bis.org/publ/othp33.htm

Champagne, P. (2014). The book of Satoshi: The collected writings of bitcoin creator Satoshi Nakamoto. e53 Publishing, LLC.

Chishti, S. (2020). The Paytech book: The payment technology handbook for investors, entrepreneurs, and fintech visionaries. Wiley.

Lahoud, D (2009). Los principios de las finanzas y los mercados financieros. Publicaciones UCAB.

Nakamoto, S. (2008). Bitcoin: Un sistema de efectivo electrónico usuario-a-usuario. https://bitcoin.org/files/bitcoin-paper/bitcoin_es_latam.pdf

Olmos, A. (2020). Criptoactivos: Retos y oportunidades para Venezuela. Business Venezuela. https://issuu.com/venamcham_vzla/docs/business_369

Rogers, D. (2016). Digital transformation. Columbia Business School Publishing.

Schwab, K. (2016). The fourth industrial revolution. World Economic Forum. https://www.weforum.org/about/the-fourth-industrial-revolution-by-klaus-schwab