Convertir amenazas en activos: la iniciativa privada en la gestión del patrimonio

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Vivienda tradicional de Maracaibo. Imagen de David Mark en Pixabay

La recuperación del patrimonio natural o cultural ofrece oportunidades de actuación al sector privado en alianzas directas o indirectas con el sector público, incluso en ocasión de revertir desventajas o condiciones desafortunadas y convertirlas en activos social y económicamente productivos.


Una cantidad considerable de crónicas e imágenes dedicadas a la memoria urbana se despliega en las redes sociales, el cine y los medios de comunicación contemporáneos. Llama la atención la multitud de referencias a lo retro, lo vintage, la ciudad del pasado, su arquitectura y los rituales religiosos, gastronómicos y culturales en general. No resulta entonces tan sorprendente la réplica de la entrada a la estación Chacaíto del Metro de Caracas, ahora como restaurant, en Buenos Aires.

Esas miradas, con un notable dejo de nostalgia, significan, simultáneamente, un proceso de valorización de objetos de épocas pretéritas en busca de identidad y propósito vital por parte de un público cada vez más amplio, dispuesto a invertir tiempo y dinero en conocerlos, visitarlos o habitarlos. Unos deseos traducidos en una creciente demanda de testimonios naturales o construidos del pasado explican, al menos parcialmente, la aparición de ofertas para su satisfacción.

La mesa está servida para la conversión de esa valoración genérica en formas de valorización económica o, como expresaba Rem Koolhaas (2004), probablemente el arquitecto más conocido del planeta, «la preservación nos está rebasando». Manifestaciones concretas son el turismo rural y el viaje a los pueblos de antaño. Así lo demostró desde hace varias décadas la tesonera labor de Alexis Montilla, un emprendedor andino que se dio a la tarea de crear asentamientos imaginarios como Los Aleros, La Venezuela de Antier y La Montaña de los Sueños, que han atraído a lo largo del tiempo a tantos o más visitantes que muchos poblados reales del país. Y si bien es cierto que, como decía el historiador David Lowenthal (1985), «el pasado es un país extraño», cada vez más personas desean transportarse a esa Ítaca imaginaria, materializada en hechos arquitectónicos y escenarios naturales.

 

El reto de lo improbable: convertir debilidades en activos productivos

Se abre entonces la espita para la participación de la iniciativa privada en la gestión exitosa de paisajes y lugares urbanos, no solamente cuando se encuentran en buen estado, sino también cuando se pretende revertir riesgos a la salud y la seguridad de los seres humanos. Así, en una versión menos ortodoxa de la planificación, la actuación sobre elementos del patrimonio natural o cultural permite convertir una debilidad o amenaza en un activo.

Para el logro de esa finalidad se piensa, usualmente, en el uso de recursos de organizaciones tanto internacionales (como la Unesco y el Fondo Mundial de Monumentos) como locales con competencia en el tema. No obstante, cada vez más se hacen evidentes las posibilidades del sector privado, bien sea mediante fundaciones y organizaciones no gubernamentales (ONG) o figuras empresariales de tipo convencional. Por ende, más allá de las buenas intenciones, surgen las iniciativas de Conservatorio SA (Panamá), Arte Express (Perú) y The Rouse Company (Estados Unidos), por mencionar algunas, que suman rentabilidad a la filantropía y el amor por las antigüedades.

 

Revertir olvidos o riesgos ambientales

La regeneración de los frentes acuáticos en ciudades que han vivido «de espaldas» a aquellos que las bordean o atraviesan es hoy una práctica común. Vienen a la mente los ejemplos del Big Dig de Boston, las obras costeras de Barcelona para los Juegos Olímpicos de 1992, el Cheonggyecheon Park de Seúl y el Olympic Sculpture Park de Seattle. En todos ellos se eliminó o cubrió un extenso espacio ocupado por sistemas de transporte que obstruían la relación urbana con la naturaleza. Son proyectos de gran envergadura emprendidos por autoridades gubernamentales, con amplio impacto en la calidad de vida y el desempeño económico de las ciudades.

Hay similares ejemplos de éxito promovidos por la iniciativa privada, a veces en asociación con las esferas gubernamentales. La historia de la Conservation Society of San Antonio (CSSA, 2021) es ilustrativa de la evolución de una ONG que pasa de la protesta ante la amenaza de la desaparición de bienes del patrimonio natural y cultural, a la realización de actividades de sensibilización de actores urbanos e, incluso, a la gestión directa de algunos bienes.

La CSSA despliega su misión en San Antonio (estado de Texas, Estados Unidos), ciudad establecida en el siglo XVII por razones defensivas en medio del conflicto entre España y Francia, dos potencias europeas del momento. La ciudad, luego de pasar por varias manos, quedó finalmente como parte del estado de Texas. Está surcada por un meandro del río San Antonio que fue, con sus acequias, su fuente principal de abastecimiento de agua. Con el crecimiento poblacional se tuvo que acudir a la perforación de pozos artesanos y la utilidad del río disminuyó, a la par que aumentaba el riesgo de inundaciones, como la ocurrida en 1916. Ello dio origen a un proyecto de embaulamiento y colocación de vialidad superficial que hubiera afectado negativamente la escala e imagen del lugar.

La reacción de los grupos conservacionistas no se hizo esperar, pues sentían que eso agregaba un nuevo problema al casco urbano, ya deteriorado por la migración poblacional a los suburbios, los ensanches viales, el abandono de edificaciones históricas y la demolición de otras. Entre ellas el viejo mercado, la Casa del Gobernador y las cinco misiones españolas (Fisher, 2016).

Un conjunto de trece mujeres creó la CSSA, que fue, luego de algunos reveses, instrumental en la creación del Paseo del Río, un corredor con bulevares y canales navegables que cambió el destino de la ciudad. Además, la Sociedad comenzó a adquirir inmuebles en riesgo para colocarlos posteriormente en el mercado inmobiliario, luego de rehabilitarlos y preparar normativas de conservación o bien para administrarlos directamente con fines sociales y culturales. Ello vino acompañado de la promoción de eventos y festivales, con un impacto considerable en el incremento de visitantes por razones de turismo y convenciones a la ciudad. Como resultado, las misiones, así como sus terrenos circundantes, fueron inscritas en la lista del Patrimonio Mundial de la Unesco en el año 2015, en tanto que la ciudad se ha convertido en un polo de atracción turística a escala global, con varios millones de visitantes al año y un impacto económico de unos 3.000 millones de dólares (Bailey, 2019).

La continuidad y la capacidad gerencial de la CSSA, con casi un siglo de antigüedad y sus más de 1.700 miembros, le hacen sobresalir entre las distintas organizaciones del sector privado de la conservación a escala mundial. Puede decirse que ella es, en sí misma, parte del patrimonio cultural de San Antonio. Entre sus actividades actuales está la defensa de la reutilización de estructuras, paseos para escolares, becas y subvenciones para proyectos comunitarios, mantenimiento de dos museos y una biblioteca, premios a trabajos de restauración, publicaciones sobre la historia de Texas y la organización del evento anual «Una noche en el viejo San Antonio», desde 1948 la mayor celebración patrimonial y de captación de fondos de Estados Unidos. con más de 70.000 participantes en cada oportunidad. La variedad y la intensidad de sus actividades se evidencian en informes periódicos, disponibles en internet (CSSA, 2019).

 

Rentabilizar inmuebles deteriorados o abandonados

Similar a lo ocurrido con los espacios naturales, la recuperación de inmuebles y sitios urbanos también entraña oportunidades para la gestión patrimonial del sector privado en eventual alianza con entidades gubernamentales. Durante mucho tiempo se supuso que el patrimonio es un asunto casi exclusivo del sector público y que, siguiendo una cultura de descarte, la decadencia de los cascos tradicionales es prácticamente irreversible. Una pléyade de causas converge en la obsolescencia urbana: físico-estructurales, funcionales, de imagen, legales, de acceso, financieras y de competencia con otros lugares más atractivos (Tiesdell y otros, 1996).

La receta ha sido casi siempre la misma: renovación urbana, con resultados distintos como El Silencio, en Caracas, o El Saladillo, en Maracaibo. Sin embargo, la experiencia ha ido poniendo de relieve la reversibilidad del proceso de deterioro de las ciudades.

Un caso notable es el trabajo emprendido en Estados Unidos durante las últimas décadas del siglo XX por el promotor James Rouse (1914-1996). Luego de una larga experiencia en la construcción de centros comerciales y desarrollos suburbanos, Rouse tuvo una intuición que resultaría esencial para reformular buena parte del mercadeo de bienes y servicios: «A la gente realmente le gustaría tener un contacto íntimo y directo con las personas que tienen sus propias tiendas… un mercado más personal, pequeño, íntimo y animado tendría un atractivo humano muy profundo» (citado en Gratz, 1994).

Rouse también pensaba en la posibilidad de la regeneración urbana mediante intervenciones específicas diferentes de las fórmulas de renovación urbana de mediados de siglo, bien ilustradas por el poderoso funcionario Robert Moses (1888-1981) en Nueva York. Esa actitud se refleja en el personaje ficticio Moses Randolph en el film Motherless Brooklyn (2019) dirigido por el actor Edward Norton, nieto de Rouse, en cuyas iniciativas colaboró en su momento.

Coincidían con las ideas de Rouse el arquitecto Benjamin Thompson (1918-2002), quien había sido director de la Escuela de Postgrado en Diseño de Harvard entre 1964 y 1968, y su esposa y socia Jane Thompson (1927-2016). Ellos habían abogado por la revitalización del deteriorado casco de Boston, en especial de los edificios del Quincy Market y su vecino Faneuil Hall, casi totalmente desocupados y en decadencia por décadas, que, además, iban a ser demolidos, algo que fue impedido por protestas ciudadanas.

La idea de los Thompson y otros activistas logró el visto bueno de las autoridades, pero no se veía su factibilidad financiera. Acudieron entonces a Rouse, en medio del escepticismo de muchas personas y una recesión económica nacional. El empresario se las agenció para conseguir los recursos de distintas fuentes. Allí comenzó una historia de éxito que aún perdura.

El conjunto conocido popularmente como Quincy Market se puso en marcha el 26 de agosto de 1976. Recibió casi 100.000 visitantes ese día y diez millones durante su primer año, cifra que siguió creciendo con el tiempo (Kotler y otros, 1993). La colaboración entre Rouse y los Thompson continuó en nuevos proyectos tipo «festival» como Harborplace en Baltimore (1980), South Street Seaport en Nueva York (1985), Bayside Marketplace en Miami (1987) y Jacksonville Landing en Florida (1987), no siempre con el mismo éxito del de Boston que es, según algunas fuentes, el cuarto lugar más visitado por los turistas en Estados Unidos (The Travelers Zone, 2019).

 


South Street Seaport, Nueva York (foto: Lorenzo González).

 

Varios aspectos, aparte del orgullo cívico, han sido instrumentales en el éxito de la idea: la experiencia de Rouse en el mercadeo y la operación de centros comerciales, la exclusión inicial de cadenas o franquicias y tiendas por departamentos para privilegiar los pequeños locales con alrededor de un tercio de productos locales (paradójicamente, varios se transformaron luego en cadenas), la asesoría en diseño y mercadeo, sistemas sanitarios y de seguridad eficientes, atracciones y eventos públicos, publicidad coordinada e inclusión de pequeños stands como incubadoras de negocios. Su mayor logro no se deriva de la cuidadosa restauración histórica sino de la regeneración económica y el cambio de mentalidad, mediante la demostración de viabilidad comercial en los cascos urbanos (Gratz, 1994).

Esta experiencia, ejemplo de determinación y apuesta por lógicas económicas alternativas, combinada luego con conjuntos habitacionales y educacionales, ha sido inspiración de muchas iniciativas en todo el mundo que intentan superar la simple especulación inmobiliaria. La recuperación integrada de edificaciones abandonadas y lugares naturales presenta especial potencialidad, como demuestra la reutilización de las instalaciones del antiguo matadero de Legazpi y la recuperación del río Manzanares en Madrid, dos iniciativas independientes que se han articulado en una fórmula de mutuo beneficio.

 


Madrid Río (foto: Lorenzo González).

 

Perspectivas en el ámbito local

Los ejemplos anteriores ilustran posibles caminos de rehabilitación urbana en Venezuela, en su paso de una sociedad de promesas a una de reminiscencias. Aun en condiciones adversas, varios aspectos pueden abordarse a corto plazo. El primero es revisar el parteaguas entre las dimensiones pública y privada del patrimonio. La idea de un Estado interventor, con énfasis en declaratorias, regulaciones y castigos, ha mostrado sus limitaciones y, en muchos casos, ha resultado un factor adicional de deterioro.

Otros retos, a mediano plazo, para el aprovechamiento de la infraestructura y el parque inmobiliario se derivan de la crisis socioeconómica que causa la osteoporosis urbana. Las trabas para préstamos e hipotecas, el reducido atractivo del mercado de alquileres, la caída del poder adquisitivo y el excedente de oferta conducen a una parálisis casi total del mercado inmobiliario. De acuerdo con las estimaciones del urbanista Martín Fernández (2021), para el año 2019 existía, solamente en el Área Metropolitana de Carcas, un inventario en oferta primaria de casi 200.000 metros cuadrados de apartamentos, 520.000 de oficinas y 270.000 de espacios comerciales, al cual se sumaría lo que se ha construido y no colocado en tiempos recientes. Eso implica que la construcción a gran escala de nuevos lugares no tiene mucho sentido.

A más largo plazo, de producirse cambios en múltiples dimensiones que permitan el mejoramiento de las condiciones socioeconómicas y el surgimiento de iniciativas particulares, se podrán revitalizar cascos como los de Puerto Cabello o Ciudad Bolívar. Allí, la iniciativa de las comunidades residentes y los inversionistas privados, con los necesarios incentivos, pudiera conducir a fórmulas de éxito similares a las mencionadas anteriormente. Y ello sin perder de vista el futuro a mayor plazo de una Caracas que pueda irse desprendiendo de algunas vías expresas, para convertirlas en los paseos y avenidas de la era pospetrolera.


Lorenzo González Casas, arquitecto y urbanista, profesor de la Universidad Simón Bolívar.

Referencias

Bailey, W. S. (2019, 1 de mayo). Economic impact from Texas tourism hits $164B. San Antonio Business Journal. https://www.bizjournals.com/sanantonio/news/2019/05/01/economic-impact-from-texas-tourism-hits-164b.html

CSSA (2021). Who we are. The Conservation Society of San Antonio. https://www.saconservation.org/who-we-are-2/

CSSA (2019). 2017-2019 Annual Report. The Conservation Society of San Antonio. https://www.saconservation.org/who-we-are-2/annual-report/

Fernández, M. (2021). Mercado inmobiliario en Venezuela 2021. Xinergia Inmobiliaria. https://xinergiainmobiliaria.com/mercado-inmobiliario-en-venezuela-2021/

Fisher, L. (2016). Saving San Antonio: The preservation of a heritage. Trinity University Press.

Gratz, R. B. (1994). The living city: how America’s cities are being revitalized by thinking small in a big way. The Preservation Press.

Koolhaas, R. (2004). Preservation is overtaking us. Future Anterior: Journal of Historic Preservation, History, Theory, and Criticism, 1(2), xiv, 1-3. https://www.jstor.org/stable/25834941

Kotler, P., Haider, D. H. y Rein, I. (1993). Marketing places. The Free Press.

Lowenthal, D. (1985). The past is a foreign country. Cambridge University Press.

The Travelers Zone (2019). Top 25 most visited tourist destinations in America. http://www.thetravelerszone.com/travel-destinations/top-25-most-visited-tourist-destinations-in-america/

Tiesdell, S., Oc, T. y Heath, T. (1996). Revitalizing historic urban quarters. Architectural Press.