En el 60º aniversario de la OPEP, Venezuela tiene poco que celebrar

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La OPEP ha cumplido sesenta años y difícilmente puede entenderse su historia sin la diplomacia petrolera de Venezuela. En este «aniversario de diamante», Venezuela tiene poco que celebrar y muchos retos por delante.


El pasado 14 de septiembre se cumplió el «aniversario de diamante» de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP). Lamentablemente, la covid-19 suspendió la celebración prevista en el recientemente restaurado Al Shaab Hall, ubicado en el distrito Bab Al-Muaatham en el corazón de Bagdad, que acogió hace sesenta años la mítica reunión de los cinco fundadores: Juan Pablo Pérez Alfonzo (Venezuela), Abdullah Al-Tariki (Arabia Saudí), Tala’at al-Shaibani (Irak), Fuad Rouhani (Irán) y Ahmed Sayed Omar (Kuwait).

Como ha señalado el historiador Giuliano Garavini, en su libro The rise and fall of OPEC in the twentieth century [Auge y caída de la OPEP en el siglo XX] (Oxford University Press, 2019), la OPEP ha sido abanderada de la cooperación entre los países en desarrollo y es la organización económica intergubernamental más influyente en la historia moderna del Sur Global. Años antes de su fundación, la política de no más concesiones y fifty-fifty en materia fiscal fue una de las causas del golpe contra Rómulo Gallegos en 1948, y el intento de nacionalización en Irán llevó al golpe contra Mossadegh en 1953 respaldado por Estados Unidos y el Reino Unido, lo que intimidaría a otros países que pudieran presionar por mejores condiciones. El impulso inmediato fue la reducción unilateral de los precios oficiales «publicados» por las empresas petroleras transnacionales en febrero de 1959.

Detrás de la fundación de la OPEP se encuentran años de diplomacia de Venezuela, desde la Misión Especial al Medio Oriente liderada por Manuel R. Egaña e integrada por Edmundo Luongo Cabello, Luis Emilio Monsanto y Ezequiel Monsalve Casado en septiembre de 1949. Esa Misión, que se hubiera realizado bajo el mandato de Rómulo Gallegos de no haber sido derrocado, según relata Rómulo Betancourt en El petróleo de Venezuela (Seix Barral, 1978), tenía el propósito de instaurar relaciones de amistad y cooperación, «a fin de buscar una manera de llegar a un equilibrio de los precios». Luego vendría la participación de Juan Pablo Pérez Alfonzo en el Primer Congreso Petrolero Árabe celebrado en El Cairo en abril de 1959, donde fue alcanzado el Pacto Ma’adi.

En aquellos días de limitados vuelos internacionales y pocas líneas telefónicas, la OPEP era una organización muy peculiar, de países con muy poco en común, más allá de sus vastas reservas petroleras. Desde entonces, la OPEP ha pasado por al menos cuatro transformaciones.

Su primera década la dedicó a exigir una participación más justa de las ganancias, mediante impuestos y regalías, en un mercado saturado por las «siete hermanas», que controlaban casi todo el mercado petrolero desde Medio Oriente hasta Venezuela. También vivió una expansión del número de miembros hasta alcanzar doce países en 1973.

Después de 1970 el mercado petrolero se tensó. El embargo de petróleo de 1973, impuesto por algunos Estados árabes (no por la OPEP) durante la Guerra de Yom Kippur, catalizó una enorme subida de precios. La Revolución islámica en Irán en 1979 y el estallido de la guerra entre Irán e Irak en 1980 redujeron aún más la oferta.

Los activos de las empresas petroleras transnacionales en los países OPEP fueron nacionalizados progresivamente; en algunos casos, se aferraron a participaciones minoritarias. Surgieron así las grandes empresas petroleras nacionales, que se convirtieron en líderes mundiales en reservas y producción: Saudi Aramco, ADNOC, la National Iranian Oil Company (NIOC) y PDVSA.

De 1970 a 1981 la OPEP se concentró en fijar los precios, generalmente al alza, para maximizar la renta de sus recursos naturales no renovables e invertirla en programas de modernización, que lamentablemente en no pocas ocasiones se convirtieron en despilfarro y corrupción. La OPEP ganó influencia mundial y reputación de «cartel perverso» en los países desarrollados, de la que no se ha librado aún del todo, aunque su poder de mercado (market share) haya disminuido desde 51,2 por ciento en 1973 a 32,5 en 2020.

La OPEP es famosa por sus cuotas de producción, razón de intensas negociaciones y controversias ocasionales. Sin embargo, estas comenzaron a existir en 1982 cuando la demanda de crudo de la OPEP se desplomó, bajo la presión de la recesión económica, los primeros avances de fuentes de energía renovables, el ahorro y la eficiencia energética. Las crisis del petróleo acabaron con el paradigma de posguerra de un crecimiento vertiginoso ambientalmente insostenible.

Arabia Saudí renunció a su papel de productor de equilibrio (swing producer) en 1986, cuando observó la indisciplina en el cumplimiento de las cuotas dentro de la OPEP y el avance de productores independientes del Mar del Norte. A esto siguió un largo letargo de la OPEP hasta 2003. Luego vino el auge de precios impulsado por la demanda de China y la invasión de Irak, la Gran Recesión de 2008-2009, otro aumento de precios, y una nueva caída debido al auge de la producción de petróleo de lutitas (shale oil) en Estados Unidos y la desaceleración de las economías emergentes en 2014, sobre todo China.

Estos tiempos volátiles dieron paso a la cuarta transformación de la OPEP, en diciembre de 2016, que ha devenido en parte en una agrupación informal más amplia denominada OPEP+, tras la firma de la Declaración de Cooperación con Rusia y otros nueve productores, que ha resultado crucial en la gestión de la épica destrucción de demanda debido a la pandemia de la covid-19. La influencia de antiguos miembros líderes —como Venezuela, Argelia e Irán— se ha esfumado. Todas las decisiones clave se toman ahora entre Riad y Moscú. Esto no deja de resultar un tanto paradójico para Venezuela, cuya diplomacia petrolera se esforzó en acercar a rusos y saudíes.

Venezuela era el primer productor de la OPEP en 1960. Hoy es el penúltimo, apenas por encima del Congo (que se unió en 2018). En 1998, Venezuela producía 12 por ciento de la producción de la OPEP, hoy apenas el 1,4 por ciento. La devastada PDVSA, producto de la mala gestión y la corrupción rampante durante el septenio de Nicolás Maduro (a lo que se ha sumado el impacto de las sanciones impuestas por Estados Unidos desde 2019), apenas logró producir 340.000 barriles diarios según fuentes secundarias (396.000 barriles diarios según comunicación directa) en agosto de 2020, una cantidad similar a la de 1934. Con una producción menguante, sin planes creíbles ni líderes y gerentes petroleros formados, a pesar de las ingentes reservas que posee, Venezuela ha visto su papel en la OPEP convertido en una mera anécdota.

Como señala Daniel Yergin, en su libro The new map: energy, climate, and the clash of nations [El nuevo mapa: energía, clima y el choque de las naciones] (Penguin-Random House, 2020), emerge un nuevo mapa energético muy complejo, competitivo y dinámico, con tres grandes superpotencias petroleras (Arabia Saudí, Rusia y Estados Unidos, gracias a la «revolución de las lutitas»), con una rivalidad estratégica creciente entre China y Estados Unidos, y entre Arabia Saudí e Irán en el Medio Oriente, y con la lucha contra el cambio climático que impulsa la transición hacia energías limpias y eficientes. A esto hay sumar el impacto de la covid-19 y la gig-economy que ocasionan una «revolución del trabajo».

El avance de nuevas tecnologías para automóviles —en particular, baterías y vehículos autónomos— amenaza el cuasimonopolio del petróleo en el transporte terrestre. El gas natural licuado y el hidrógeno para barcos, los biocombustibles y el hidrógeno para los aviones, también son nubarrones en el horizonte. Según Yergin es probable que en las próximas décadas la satisfacción de la demanda energética mundial provenga de un modelo energético mixto, marcado por la competencia entre diferentes opciones energéticas y actores clave. El petróleo conservará una posición preeminente y la innovación tecnológica será el factor clave para dimensionar la velocidad de los cambios.

La quinta transformación de la OPEP resultará de la adaptación a este nuevo mapa energético. Necesita recuperar la cuota de mercado perdida por los productores de mayor costo, en la era del petróleo de lutitas, y luego por el impacto de la pandemia, mientras gestiona el retorno a mediano plazo de exportaciones de Irán, y quizás de Venezuela y Libia si logran encontrar el camino a la estabilidad política y un modelo petrolero funcional.

¿Se convertirá la cooperación de la OPEP+ en una característica a largo plazo del mercado? ¿Intentará Arabia Saudí disuadir el desarrollo de los nuevos campos de Rusia de mayor costo? ¿Cómo manejará la OPEP este nuevo entorno marcado por la complejidad y la volatilidad de los precios; así como la posible subinversión mientras el petróleo pierde atractivo debido a la lucha contra el cambio climático?

La OPEP como organización adaptable y duradera también puede encontrar una nueva misión. En lugar de tener un papel pasivo y seguir siendo vista por algunos como una obstrucción a la política climática mundial, podría ser una fuerza dinámica y constructiva para ayudar a sus miembros a insertarse en un mundo con bajas emisiones de carbono, impulsando el desarrollo de nuevas tecnologías para la producción y el uso limpio y eficiente del petróleo, así como sus reservas de gas natural. En este 60º aniversario de la OPEP, Venezuela tiene poco que celebrar, y muchos retos por delante.


Kenneth Ramírez, profesor de la Escuela de Estudios Internacionales de la Universidad Central de Venezuela y presidente del Consejo Venezolano de Relaciones Internacionales (COVRI) / @kenopina