Universidades ante la pandemia: modelo de negocio y papel de los fondos dotales

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Los fondos dotales de las grandes universidades pueden ayudarlas a sobrevivir a la crisis de la covid-19. La clave está en aunar sus recursos a los de los distintos grupos de intereses que participan en el ecosistema universitario: los estudiantes y quienes le dan apoyo económico, las empresas, los filántropos, los proveedores de bienes y servicios, y el Estado.


A comienzos de junio de 2020 un artículo de The New York Times proponía que las grandes universidades de Estados Unidos usaran una mayor proporción del dinero proveniente de sus fondos dotales, para aminorar los efectos de la crisis económica causada por la pandemia; particularmente, proteger a los miembros de la comunidad universitaria (Campos, 2020). ¿Hasta qué punto los fondos dotales pueden ayudar a las universidades a sobrellevar la crisis causada por la covid-19, sin dejar de cumplir sus responsabilidades fiduciarias originales?

La gerencia de fondos dotales en Estados Unidos

Los fondos dotales son estructuras legales que permiten manejar y, en muchos casos, conservar indefinidamente, un conjunto de activos financieros, bienes raíces y otros tipos de inversiones para fines específicos, definidos por sus fundadores y donantes. Estos fondos están usualmente estructurados de forma tal que su patrimonio permanezca relativamente intacto y que sus administradores puedan disponer de las ganancias obtenidas de ellos; generalmente son administrados por entidades legales distintas a las universidades.

Los fondos dotales de las grandes universidades del mundo son el resultado de un proceso acumulativo de donaciones e inversiones a lo largo de muchos años. Típicamente, el tamaño del fondo reportado anualmente por cada universidad incluye el llamado «fondo verdadero», formado por activos que deben mantenerse a perpetuidad, así como el llamado «cuasifondo»; activos que la universidad trata como parte de sus haberes patrimoniales, pero que pueden ser usados si lo considera necesario (Brown y otros, 2014).

Las universidades tienen que comenzar a identificar el nuevo modelo de negocio que emerge de los cambios socioeconómicos acelerados por la pandemia

Solo un reducido grupo de universidades estadounidenses cuenta con fondos dotales de considerable magnitud, como son los casos de Harvard (41.000 millones de dólares), Princeton (26.000 millones de dólares) o Michigan (12.400). Harvard ha construido su fondo dotal a lo largo de 382 años, mientras que Stanford necesitó 135 años para llegar a sus 27.000 millones. Cambridge, la universidad europea con el mayor fondo dotal, necesitó 800 años para amasar 9.000 millones de dólares (Skorina, 2020).

Los fondos dotales no son inmunes a los vaivenes de la economía. Prueba de ello es que, durante la Gran Crisis Financiera de 2007-2009, el valor del fondo dotal de Harvard pasó de 37.000 millones de dólares en junio de 2008 a 26.000 millones a mediados de 2009 (McConville, 2009). El tamaño de los fondos dotales de universidades como Yale, Stanford y Brown cayó aproximadamente treinta por ciento durante este período.

Estos fondos usan los recursos a una tasa promedio anual definida por un promedio móvil. La idea es suavizar los efectos de los movimientos de los mercados financieros sobre su base patrimonial. Para ilustrar esta práctica, suponga que la política de distribución de recursos de un fondo dotal considera una tasa promedio anual de seis por ciento, de acuerdo con un promedio móvil con una ventana de cinco años. En un mercado financiero alcista, la universidad puede disponer de recursos a una tasa menor a seis por ciento, de forma tal que, si el mercado cae en esta ventana de tiempo, el porcentaje de gastos del fondo pueda superar seis por ciento. Lo importante es mantener la tasa promedio de desembolsos, durante cada período de cinco años, alrededor de una tasa referencial de seis por ciento. En tiempos de crisis económicas, las universidades pueden usar sus fondos dotales para cubrir gastos extraordinarios (Brown y otros, 2014).

La Universidad de Princeton, por ejemplo, aumentó la contribución de su fondo a su presupuesto ordinario de cinco a seis por ciento en el año 2020, para hacer frente a la caída de los ingresos corrientes ocasionada por la pandemia. Sin embargo, Christopher Eisgruber, presidente de esta universidad, para tratar de proteger la solvencia financiera del fondo dotal, dejó muy claro que esta tasa de gastos «no es sostenible» (Campos, 2020).

Hay una realidad en la que concuerdan los administradores de las universidades tanto «ricas» como «pobres»: el modelo de negocio de las instituciones de educación superior estadounidense ha caducado. El difunto profesor Clayton Christensen de la Escuela de Negocios Harvard vaticinaba en 2017 el colapso financiero de la mitad de las instituciones de educación superior de Estados Unidos en los siguientes diez a quince años (Hess, 2017). La pandemia aceleró la adopción del modelo de educación a distancia, probablemente por mucho tiempo más.

El vicepresidente sénior del Consejo Estadounidense de Educación, Terry Hartle, calculó que las instituciones de educación superior de ese país sufrieron una merma agregada de alrededor del veinte por ciento en sus presupuestos y que, solo durante el primer semestre de 2020, el monto que estas instituciones tuvieron que devolver por concepto de comida y alojamiento alcanzó los 8.000 millones de dólares (Skorina, 2020).

El deterioro de los ingresos del sector universitario se ha acelerado por las iniciativas de competidores no convencionales. Google anunció recientemente la creación de programas que otorgarán certificados profesionales, que pueden completarse en seis meses, para ayudar al ciudadano estadounidense a obtener oportunidades de trabajo con altos ingresos (Leibowitz, 2020). Más aún, por esta compañía considerará estos certificados, que pueden obtenerse sin experiencia laboral ni título universitario, títulos equivalentes a los obtenidos en universidades estadounidenses después de cuatro años de estudio.

Elon Musk, presidente ejecutivo de Tesla, hizo un anuncio similar por Twitter: su compañía no exigirá títulos universitarios para trabajar en ella (Matousek, 2020). Aunque su mensaje indica que el solicitante deberá, en cualquier caso, mostrar una trayectoria de logros excepcionales, sus comentarios son eco de una discusión que tiene al menos diez años, sobre la rentabilidad financiera de obtener un título universitario en Estados Unidos.

Los fondos dotales ante la opinión pública

En los últimos años los fondos dotales de las universidades se han visto sometidos a un mayor escrutinio de estudiantes, profesores y trabajadores; particularmente en lo que se refiere a la composición de los activos financieros que integran el portafolio de inversión y el uso de los recursos provenientes de esos fondos.

En opinión de algunos administradores el tamaño de los fondos dotales puede inducir a que el ciudadano común los vea, erróneamente, como una fuente de recursos para ser utilizada en caso de emergencia sin mayores restricciones. Recientemente, Harvard, Stanford y otras universidades de Estados Unidos tuvieron que rechazar los recursos establecidos en el proyecto de ley de auxilio y seguridad económica por el coronavirus en Estados Unidos (ley Cares, por sus siglas en inglés), debido a las presiones ocasionadas por el tamaño de sus fondos dotales, a pesar del impacto financiero producido por la pandemia en estas instituciones (Thorbecke, 2020).

Los administradores de estos fondos han sufrido críticas en los últimos años, pues los beneficios que resultaron de sus avanzadas estrategias de inversión no compensaron sus altos costos administrativos. Un estudio reciente, que comparó el desempeño en los últimos diez años de algunos de estos fondos con el correspondiente a una inversión pasiva tradicional (un portafolio compuesto por sesenta por ciento de acciones y cuarenta por ciento de bonos), reveló que muchas universidades mostraban desempeños comparables al de las inversiones pasivas, pero con costos administrativos sustancialmente mayores.

El retorno a diez años del fondo dotal de Harvard a finales de junio de 2019 fue 8,5 por ciento, comparado con el 7,9 por ciento de un portafolio de referencia en el que sesenta por ciento se invirtió en el MSCI ACWI (un índice accionario de alcance mundial formado por 49 compañías de mediana capitalización) y el cuarenta por ciento restante en el Barclays Domestic US Agg (compuesto por bonos estadounidenses). La expectativa de que en un futuro cercano se mantengan estas bajas tasas de retorno podría explicar, también, la reticencia de algunos administradores de fondos dotales a incrementar el uso de sus recursos para aminorar los efectos de la pandemia.

¿Mantener el patrimonio o el statu quo?

Tyler Cowen (2020) argumenta en dirección opuesta a la de Paul Campos (2020): el mejor uso que se le puede dar en estos momentos a los fondos dotales de las grandes universidades debe ser el que siempre se le ha dado. La crisis de la pandemia no debería desviar su propósito. «Si una escuela es suficientemente afortunada y exitosa para tener un fondo dotal significativo, yo sería muy feliz al saber que estos recursos se invierten a (uno esperaría) buenas tasas de retorno». El argumento continúa: estas inversiones «son buenas para el crecimiento de la economía, que enriquece a su vez a los ciudadanos en general». Ellos, a su vez, contribuirán a la permanencia de estas universidades y se preservarán los ideales de la civilización. Según Cowen (2020), el propósito de estas grandes universidades es ser centros de «ideas e innovaciones producidas por sus investigadores y por los estudiantes con talento que se educan en ellas» y no garantizar la supervivencia de sus empleados.

La pregunta de interés aquí es: ¿hasta qué punto pueden los fondos dotales ayudar a las universidades a cambiar su modelo de negocio sin verse sustancialmente mermados? Siempre está el peligro latente de tratar de «estirar» la interpretación del uso de estos recursos, para cubrir huecos en el ingreso corriente y diferir el trago amargo de eliminar programas y servicios que no tendrían mucha cabida en un mundo pospandemia.

Las universidades tienen que comenzar a identificar el nuevo modelo de negocio que emerge de los cambios socioeconómicos acelerados por la pandemia. Definitivamente, habrá que hacer una importante inversión para reforzar las tecnologías y los contenidos necesarios para la educación a distancia. También habrá que sustituir los ingresos del hasta hoy vigente modelo de negocio que supone la presencia permanente de los estudiantes en el campus universitario.

Es necesario, por lo tanto, hacer un balance entre los requisitos financieros actuales y futuros que deben ser aportados por los distintos grupos de intereses que participan en el ecosistema universitario: los estudiantes y quienes le dan apoyo económico directo, las empresas, los filántropos, los proveedores de bienes y servicios, y el Estado en sus distintas manifestaciones.

La responsabilidad de los fideicomitentes de los fondos dotales consiste en definir la carga financiera con la que pueden contribuir para ayudar a consolidar el nuevo modelo de negocio de la educación superior que exige la realidad pospandemia. La moderación en el uso de los fondos dotales ha permitido su supervivencia por muchos años en medio de las más diversas crisis. Los fondos han ayudado hasta ahora a las universidades a cumplir su misión última: producir y difundir conocimiento en beneficio de toda la sociedad.

Referencias

  • Brown, J. R., Dimmock, S. G., Kang, J.-K. y Weisbenner, S. J. (2014): «How university endowments respond to financial market shocks: evidence and implications». American Economic Review. Vol. 104. No. 3: 931-962.
  • Campos, P. F. (2020): «Rich colleges can afford to spend more». The New York Times. https://www.nytimes.com/2020/06/06/opinion/sunday/colleges-endowments-covid.html
  • Cowen, T. (2020): «Universities shouldn’t spend their endowments on coronavirus relief». Bloomberg. https://www.bloomberg.com/opinion/articles/2020-03-25/universities-shouldn-t-spend-endowments-on-coronavirus-relief
  • Hess, A. (2017): «Harvard Business School professor: half of American colleges will be bankrupt in 10 to 15 years». CNBC.com. https://www.cnbc.com/2017/11/15/hbs-professor-half-of-us-colleges-will-be-bankrupt-in-10-to-15-years.html?__source=twitter%7Cmain
  • Leibowitz, D. (2020): «You don’t need college anymore, says Google». Medium.com. https://medium.com/discourse/you-dont-need-college-anymore-says-google-102d4beec668
  • Matousek, M. (2020): «Elon Musk says you still don’t need a college degree to work at Tesla. Here’s what he looks for in job applicants instead». Business Insider. https://www.businessinsider.com/elon-musk-no-college-degree-needed-to-work-at-tesla-2019-12?utm_source=copy-link&utm_medium=referral&utm_content=topbar
  • McConville, C. (2009): «Harvard fund loses $11B». The Boston Herald. https://web.archive.org/web/20090915194554/http://www.bostonherald.com/business/general/view/20090911harvard_fund_loses_11b_decline_less_than_predicted/
  • Skorina, C. (2020): «Endowments and donors can’t save higher Ed». The Skorina Letters. http://www.charlesskorina.com/?p=6976
  • Thorbecke, C. (2020): «Why coronavirus-battered universities may not be able to use their endowments». ABCNews. https://abcnews.go.com/US/coronavirus-battered-universities-endowments/story?id=70305591

Alfredo J. Ríos y Carlos Jaramillo, profesores del IESA.