La circulación de las ideas: del pensamiento crítico al arte de contar historias

175
Ignacio Brosa / Unsplash

Las ideas adquieren verdadero valor transformador cuando circulan, se debaten y movilizan a otros. Dos habilidades son fundamentales: pensamiento crítico y narración. El pensamiento crítico permite evaluar la pertinencia de una idea y la narración es su motor emocional. Ambas capacidades son el puente entre el concepto y la acción.


 

A lo largo de la historia, las ideas han sido los motores silenciosos de los cambios. Han ocasionado revoluciones, movimientos sociales, descubrimientos científicos y cambios culturales. Una idea es un centro de conciencia que puede abrir posibilidades para la creatividad y la innovación. Sin embargo, una idea puede ser valiosa en contenido, pero solo logra producir cambios cuando es comprendida, creíble y movilizadora. Tras reconocer el valor de las ideas, es necesario comprender cómo se difunden y cuáles factores hacen que unas trasciendan y otras se desvanezcan sin dejar huella.

Dos factores son esenciales para la circulación de las ideas: el pensamiento crítico —el mecanismo mediante el cual se evalúa la calidad de una idea— y la narración (storytelling) que traduce ideas en relatos memorables y emocionales. Estas dos facultades no son contrapuestas, sino complementarias. Representan la razón y la emoción humana al servicio de la circulación de ideas que producen impacto colectivo.

El pensamiento crítico es uno de los procesos mentales más útiles con los que cuenta el ser humano. Se enfoca en el contenido: qué se dice, por qué se dice, con qué respaldo. Lleva a hacer preguntas: ¿esta idea es sólida? ¿Aporta una solución factible a un problema relevante? ¿Tiene potencial para trascender al momento presente? ¿Está preparada para enfrentar la crítica pública? En tiempos de excesiva información, este mecanismo protege a las personas de ideas seductoras pero vacías, algoritmos persuasivos, desinformación y narrativas polarizantes que necesitan el rigor de un mecanismo preciso que las pueda «evaluar».


El pensamiento crítico protege a las personas de ideas seductoras pero vacías, algoritmos persuasivos, desinformación y narrativas polarizantes.


El ejercicio clásico del pensamiento crítico es la construcción de un argumento; es decir, elaborar —con razonamiento y lógica— una estructura que permita identificar las razones fundamentales que apoyan una idea, las objeciones que le hacen contrapeso y las evidencias que le dan credibilidad y peso real. Al mismo tiempo, permite identificar supuestos implícitos y sesgos cognitivos, y juzgar la solidez de la evidencia presentada. Consiste no solo en «defender» una idea, sino también en someterla a prueba, considerar múltiples puntos de vista y reconocer posibles sesgos, tanto personales como contextuales.

¿Cómo se manifiesta en la práctica este puente entre la reflexión y la acción que nace de una idea poderosa? El caso de Martin Luther King Jr. es ejemplar. La idea central que defendía era que todos los seres humanos son iguales en dignidad y derechos, independientemente de su raza. Su argumento estaba en contra de la segregación y las razones que defendía tenían un carácter moral y filosófico: la igualdad consagrada en la Declaración de la Independencia, la justicia como expresión del amor humano y la dignidad humana como valor innegociable. Por la aplicación de un pensamiento claro y efectivo aún hoy su argumento tiene fuerza y sentido.


La inteligencia artificial puede amplificar voces, pero solo los humanos deciden cuáles voces merecen ser amplificadas.


El argumento de King combinó el pensamiento crítico con una narrativa poderosa. Era, en efecto, un maestro de la narración. Con su más famoso discurso, I have a dream (Tengo un sueño), no expresó un argumento de forma abstracta ni lo comunicó como un diagnóstico técnico de denuncia y reclamo político. Narró un sueño, una visión.

Ese día, el 28 de agosto de 1963, en las escalinatas del Lincoln Memorial en Washington D. C., pronunció un discurso con fuerza, con pasión, que no solo definió el movimiento de los derechos civiles en Estados Unidos, sino que también se convirtió en su legado. Ese día lo selló con las siguientes palabras: «Tengo el sueño de que un día (…) mis cuatro pequeños hijos vivirán en una nación donde no serán juzgados por el color de su piel, sino por el contenido de su carácter». Esa visión se convirtió en un símbolo colectivo, porque conectó emocionalmente a una nación.

Hoy, después de sesenta años de ese discurso, las habilidades de pensar y narrar historias con pasión son más importantes que nunca. La inteligencia artificial puede considerarse un potenciador del pensamiento humano y un propulsor poderoso de las ideas. Pero la circulación de las ideas es fundamentalmente responsabilidad del ser humano. Son las personas quienes a fin de cuentas seleccionan, comparten y dan sentido a las ideas.

La calidad del discurso público depende de la capacidad crítica para discernir entre lo valioso y lo viral, entre lo real y lo falso, y sobre todo depende de la voluntad ética, la decisión de promover ideas que construyen y no que dividen. La inteligencia artificial puede amplificar voces, pero solo los humanos deciden cuáles voces merecen ser amplificadas.


Claudia Álvarez Ortiz, profesora del IESA.

Suscríbase aquí al boletín de novedades (gratuito) de Debates IESA.