Los fondos de inversión soberanos surgieron para dosificar la entrada de recursos extraordinarios en las economías nacionales. La idea es no solo dar estabilidad macroeconómica sino también crear una reserva. Pero se ha encontrado que las adquisiciones de acciones por parte de estos fondos van seguidas de un deterioro del rendimiento de las empresas.
Los fondos de inversión soberanos surgieron para dosificar la entrada en las economías nacionales de recursos extraordinarios provenientes principalmente de un auge de los ingresos por la venta de materias primas. La idea de estos fondos es no solo dar estabilidad macroeconómica de corto plazo a los países dueños de los recursos, sino también crear una reserva a la cual acudir cuando los ingresos corrientes del Estado caen.
Bien administrados, estos fondos deberían reducir la volatilidad del gasto público. Más de cien naciones cuentan con algún tipo de fondo de inversión soberano, que suman más de diez billones de dólares en conjunto.
Para constituir estos fondos de inversión, hay que considerar dos factores: 1) cerciorarse de que los gestores de los recursos lo hagan de manera idónea y 2) garantizar que exista una clara rendición de cuentas sobre su desempeño financiero. Hay países como Noruega que han resuelto este problema con un grupo élite de administradores adscritos al banco central y con la inversión de la mayor parte de los recursos en títulos de oferta pública de renta fija y variable.
El fondo noruego, conocido como el Fondo del Petróleo, maneja dos billones de dólares. Para terminar de blindar su gestión, cualquier cambio en las reglas de operación debe ser aprobado por una mayoría calificada del parlamento noruego.
Al invertir en títulos de oferta pública, se simplifica la medición del desempeño de estos vehículos de inversión, pero se pierde la posibilidad de invertir en familias de activos que fueron muy rentables en las últimas dos décadas: los mercados privados de deuda empresarial y las acciones de empresas que no cotizan en bolsa, en particular aquellas que invierten en innovaciones.
Otro fondo soberano ampliamente seguido por la prensa especializada es el Temasek, de Singapur, fundado en 1974 con las acciones del Estado en empresas estatales como Singapore Airlines, que se fue abriendo a otras opciones de inversión a medida que los ahorros del país lo permitieron. El Ministerio de Finanzas supervisa su cartera de inversiones; sin embargo, en su comité de inversiones no participan funcionarios públicos y los retiros importantes de recursos solo los puede aprobar el presidente del país.
Existen fondos de inversión soberanos que invierten en instrumentos de oferta tanto pública como privada. En estos casos de inversiones variadas es mucho más difícil medir su desempeño, por lo que surge una pregunta inevitable: ¿cuán buena es la rentabilidad de estos fondos?
La frontera entre inversiones socialmente deseables que pueden tener beneficios económicos a muy largo plazo y aquellas destinadas a acumular recursos para financiar los años de vacas flacas pueden ser muy difusas.
El profesor Veljko Fotak, de la Escuela de Gerencia de la Universidad de Búfalo, busca la respuesta desde 2008. Fotak ha cubierto varias caras de la actuación de estos fondos, desde su impacto al comprar acciones de compañías de oferta pública hasta su efectividad para identificar empresas exitosas en el competido mundo de las nuevas tecnologías.
En un artículo académico titulado «El impacto financiero de las inversiones de los fondos soberanos en empresas que cotizan en bolsa» Fotak y colaboradores encontraron que, cuando se anunciaba que un fondo soberano adquiriría participación accionaria en una empresa de oferta pública, el precio de sus acciones subía en promedio uno por ciento inmediatamente después del anuncio. Tal resultado se registró en 75 observaciones. Sin embargo, luego de dos años, estas inversiones reportaban, en promedio, un retorno negativo de 41 por ciento, lo que sugiere que las adquisiciones de acciones por parte de estos fondos van seguidas de un deterioro del rendimiento de las empresas.
Estas investigaciones concluyen que la mayoría de los fondos soberanos son poco efectivos para impulsar el desarrollo y la innovación. Las inversiones que dedican los fondos europeos a la innovación han conducido a patentes mucho menos valiosas que las desarrolladas por el sector privado en similares circunstancias.
Determinar la efectividad de los fondos soberanos como inversionistas no es tarea sencilla. No solo está el problema de calcular las rentabilidades de inversiones que no se hacen en los mercados de oferta pública. También existen casos en que hay prohibiciones explicitas de divulgar cualquier información financiera vinculadas a ellos, como es el caso de la Autoridad de Inversiones de Kuwait.
La interferencia de los políticos en las decisiones de inversiones de los fondos soberanos siempre está presente como elemento distorsionante de su desempeño. Un caso representativo de estas críticas lo recibe el Fondo de Inversión Pública de Arabia Saudí (PIF, en inglés), creado en 1971 para invertir en proyectos nacionales e internacionales con el propósito de impulsar el programa de diversificación económica Visión 2030 del reino.
El PIF es controlado por el príncipe heredero Mohammed bin Salman, que ha impulsado cuantiosas inversiones en Neom, un megaproyecto urbano en el noroeste de Arabia Saudí que incluye una ecociudad lineal inteligente llamada The Line, un centro de esquí en el desierto, un complejo industrial flotante y un resort turístico de lujo. La gran pregunta que subyace es si esta apuesta es técnica y financieramente sensata o si la asignación de recursos responde en buena medida a las presiones entre los grupos de poder del país. El tiempo lo dirá.
Por supuesto que los fondos de inversión soberanos son una gran idea. Pero, como siempre, la dificultad está en su implantación. A medida que estos fondos inviertan en activos poco convencionales o en mercados ilíquidos será mucho más retador medir su desempeño. La frontera entre inversiones socialmente deseables que pueden tener beneficios económicos a muy largo plazo y aquellas destinadas a acumular recursos para financiar los años de vacas flacas pueden ser muy difusas y las tentaciones de cruzarlas muy tenaces. La claridad con que se definan las políticas públicas para resolver los conflictos de intereses en estos casos marcará la diferencia.
Carlos Jaramillo, vicepresidente ejecutivo del IESA.
Este artículo se publica en alianza con Arca Análisis Económico.
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