El confuso entorno macroeconómico

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Shubham Dhage en Unsplash

Llama la atención la dispersión de las proyecciones sobre las variables macroeconómicas de Estados Unidos que reporta la prensa especializada: la desviación estándar de las proyecciones de crecimiento del PIB para 2025 y 2026 ha sido mayor que en años anteriores a la pandemia. ¿Qué se hace en estos casos? Mantener la inversión en una variedad de activos y esperar.


 

La existencia de consenso sobre el futuro de los mercados financiero es muy poco frecuente. Pero llama la atención la gran dispersión de las proyecciones de las principales variables macroeconómicas que reporta en estos últimos meses la prensa especializada. Según Consensus Economics, organización líder en la realización de encuestas económicas internacionales, la desviación estándar promedio de las proyecciones de crecimiento del PIB de Estados Unidos realizadas por analistas profesionales para 2025 y 2026 ha sido mayor que en años anteriores a la pandemia.

El confuso entorno macroeconómico se refleja también en los mercados financieros estadounidenses. El repunte simultaneo de las acciones y el oro indica, por un lado, el apetito por el riesgo de los inversionistas y, por otro lado, su deseo de protegerse de la imprevisibilidad.

El disenso de los agentes económicos es alimentado por diversas fuentes, entre las que destaca el Comité Federal de Mercado Abierto de la Reserva Federal, encargado de fijar las tasas de interés de corto plazo. Su minuta del mes de septiembre de 2025 mostró la diversidad de opiniones entre los 18 miembros que lo integran sobre las perspectivas económicas de Estados Unidos.

La calidad de los datos que alimentan los modelos económicos ha mermado en años recientes, pues las tasas de respuesta a las principales encuestas económicas han disminuido en los últimos años. Sería interesante conocer qué hay detrás de esta conducta de los agentes encuestados, pero de momento es poco lo que se sabe. Hay quienes sospechan que en la banca de inversión —encargada de emitir recomendaciones sobre los instrumentos de renta fija, renta variable, materias primas, etc., así como de analizar la evolución de las principales variables macroeconómicas— existe una propensión a la autocensura, sobre todo en temas que puedan herir la susceptibilidad del presidente Trump.

Los temas geopolíticos también han contribuido a aumentar la diversidad de opiniones sobre el futuro próximo. Basta observar casos como el de Francia, donde la inestabilidad política y las precarias finanzas públicas dificultan la orientación de la política fiscal y monetaria. En Estados Unidos, el programa económico de Trump incluye elevar el arancel efectivo promedio del país al nivel más alto en noventa años, debilitar la independencia del banco central y reducir drásticamente la inmigración, todo esto en un contexto donde los plazos, las exenciones y las condiciones de aplicación cambian constantemente y alimentan la incertidumbre en torno a su agenda.


La convergencia de factores disruptivos tan variados afecta lo que se conoce como «la narrativa»: la manera como los formadores de opinión describen el futuro a corto y mediano plazo.


A los cambios geopolíticos se añaden los esfuerzos para evaluar el potencial transformador de la inteligencia artificial (IA). Existe una división entre quienes piensan que la IA es simplemente una burbuja y quienes piensan que es el nirvana. Aunque las inversiones de los líderes en capacidad de cómputo para apalancar el uso de esta tecnología son enormes, su tasa de adopción no va a la velocidad que los inversionistas desean.

Un estudio reciente del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) reveló que el 95 por ciento de las empresas encuestadas no habían obtenido beneficios de sus inversiones en IA. Este no deja de ser un factor adicional de angustia. ¿Son hallazgos muy preliminares? Seguramente, pero en un terreno de tanta incertidumbre todas las impresiones cuentan.

La convergencia de factores disruptivos tan variados afecta lo que se conoce como «la narrativa»: la manera como los formadores de opinión describen el futuro a corto y mediano plazo. Si bien tal narrativa generalmente no se cumple, sirve para dar cierta coherencia a quienes viven de interpretar el entorno económico; léase periodistas, analistas de mercado y, también, los académicos.

En estos tiempos, la narrativa cambia constantemente para dar a paso a las nuevas tendencias. Hay momentos en los que el tema es la política arancelaria que Estados Unidos aplicará a China, los cambios de «humores» con respecto a la IA, el riesgo de que haya una recesión ocasionada por la política exterior estadounidense o el temor de que el dólar pierda su condición de activo refugio.

El resultado final es confusión. Economistas e inversionistas, según su perspectiva, pueden analizar la misma economía y llegar a conclusiones muy distintas. En este entorno tener convicciones firmes puede ser costoso. Adentrarse en la maraña de narrativas macroeconómicas exige profundizar en fuentes de datos más amplias, cuestionar las percepciones propias y aceptar que algunas contradicciones pueden coexistir sin problemas en este mundo confuso.

Dado el peso económico de Estados Unidos, toda esta imprevisibilidad se transmite al resto del planeta. Desarrollar un escenario base para tomar decisiones, en particular la del manejo de carteras de inversión con títulos de oferta pública, se vuelve una tarea un tanto inútil.

¿Qué se hace entonces en estos casos? Mantener la inversión en una amplia variedad de activos de riesgo y esperar a ver qué pasa. No es de extrañar entonces que las acciones suban y el oro y la plata también, porque el apetito por el riesgo y el temor a la incertidumbre coexisten sin problema.


Carlos Jaramillo, vicepresidente ejecutivo del IESA.

Este artículo se publica en alianza con Arca Análisis Económico.

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