Fundación para la Cultura Urbana: 25 años de resiliencia

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Fotografía: El Ucabista

Celebrar el cuarto de siglo de la Fundación para la Cultura Urbana es homenajear la persistencia del rigor ciudadano frente a la fragmentación social. Es demostrar que la cultura urbana es la cultura de la civilidad.


 

La idea de propósito en la empresa es mucho más que un eslogan o una estrategia de marketing. La idea de propósito está directamente asociada a la noción de ciudadanía, que, a partir de los estudios del sociólogo británico Thomas Humphrey Marshall, se funda en cuatro pilares claves e innegociables:[1]

  1. El pilar de los derechos económicos: el ciudadano debe tener la libertad de emprender. Si no está en sus posibilidades, el estatuto de ciudadanía debe garantizarle su derecho al trabajo, a un salario digno y a un decoroso nivel de subsistencia.
  2. El pilar político: el ciudadano tiene la potestad de expresarse, opinar y elegir a sus representantes en comicios libres, democráticos y transparentes.
  3. El pilar social: el ciudadano cabal tiene derecho a la alimentación, la salud, la educación, la seguridad, la movilidad y los servicios públicos.
  4. El pilar cultural: el ciudadano goza de los derechos que se desprenden de compartir una historia, una lengua y una cultura (creencias, valores, comportamientos), que abarcan, entre otros, el patrimonio literario, musical y artístico en general.

La dimensión de la ciudadanía afirma la conciencia de que se vive en sociedad. De que todos necesitamos de todos. Y ese marco de relaciones impone un valor: el respeto. Es en este ámbito en el que se conmemora la vigésima quinta anualidad de la Fundación para la Cultura Urbana. Una circunstancia que certifica una trayectoria programática sostenida en el contexto de una de las coyunturas históricas más desafiantes para la institucionalidad venezolana. Celebrar 25 años es celebrar la persistencia del rigor ciudadano frente a la fragmentación social.

En el periodo que va desde su fundación hasta el presente, nuestro acontecer ha estado marcado por profundas afectaciones sociopolíticas, económicas y demográficas. En ese escenario, la Fundación se erigió como un eje articulador de reconstrucción de ese tejido: una tarea que, en tiempos como los que vivimos, se vuelve imperativo ético.

La génesis de la Fundación para la Cultura Urbana, en mayo de 2001, fue producto de una visión estratégica poco común. Con la certeza de que la ciudadanía es la categoría más alta de la cultura occidental, sus fundadores, liderados por Herman Sifontes Tovar —al frente entonces de la recordada Econoinvest, que llegó a ser la casa de bolsa líder del mercado—, impulsaron la tesis de la democratización del capital, para que el venezolano de a pie pudiera saltarse las arcaicas y no menos estériles cuentas de ahorro y fórmulas aledañas, a fin de lograr su acceso al mercado de capitales, con la épica visión de que en el largo plazo pudiera incrementar su patrimonio, contar con una mejor condición económica y aspirar a una vejez digna.

Como consecuencia de la prospectiva de estos hombres, nace la Fundación. Nace el propósito de la Fundación. Una entidad que desde el principio vio la cultura no como el clásico y yermo programa filantrópico, sino como un vector de desarrollo fundamental, con hallazgos e impacto en el pilar cultural de la ciudadanía, y con este en el de la sociedad.

Acto en homenaje al 25.o aniversario de la Fundación para la Cultura Urbana (Universidad Católica Andrés Bello, 28 de noviembre de 2025) / Foto: MANUEL SARDÁ

El mandato, ejecutado inicialmente, fue preciso: investigar la ciudad, los fenómenos culturales que en ella se generaban, y estimular un debate plural para la formación integral.

La elección del espacio urbano como eje temático de partida fue brillante. La ciudad es el teatro de la coexistencia medular y el termómetro de la evolución y de las crisis. Durante la primera década, la Fundación para la Cultura Urbana se concentró en dos campos de acción vitales:

  1. La gestión urbana crítica: operó como un nodo de conocimiento transnacional. No se limitó a teorizar, sino que aportó, para la reflexión, modelos de praxis exitosos. La visita de figuras como el urbanista Oriol Bohigas o de exalcaldes y expertos extranjeros con obra probadamente transformadora fue una acción deliberada para confrontar los dilemas locales con opciones de gobernanza. Temas como la planificación urbana, la movilidad y el espacio público fueron elevados de la esfera técnica a la discusión cívica.
  2. La canonización y divulgación: simultáneamente, se consolidó la plataforma editorial y el Premio Anual Transgenérico (hoy en su 25.a edición), un galardón que es pieza clave de la institucionalidad cultural, pues su perseverancia en la evaluación y la distinción de la obra inédita ha asegurado la renovación y el registro del pensamiento nacional. La Cátedra de Imágenes Urbanas y las conferencias anuales, con figuras como Fernando Savater, o los talleres con la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano fortalecieron un ecosistema de alta exigencia intelectual.

En esa primera fase, la Fundación fue un ente promotor de la mejor praxis, una fuerza centrípeta que buscaba ordenar la discusión sobre el futuro del país.

La etapa que se inicia alrededor de 2010 somete a prueba la solidez del proyecto. La intensificación de la crisis sistémica afectó directamente a las estructuras de patrocinio, redujo su actividad y sembró la incertidumbre sobre la continuidad de la Fundación.

Es aquí donde emerge la lección más profunda de estos 25 años: la Fundación fue salvada por la comunidad ciudadana que ella misma había cultivado.

La reacción espontánea de casi 900 figuras claves del sector cultural, liderada por Andrés Boersner, quien fue su presidente en su peor momento, cuando el setenta por ciento de la directiva del Grupo de Empresas Econoinvest se hallaba privado de libertad —con voces como la de Rafael Cadenas, su presidente vitalicio, junto a Joaquín Marta Sosa y un sinfín de escritores, músicos, pintores, arquitectos y docentes, dentro y fuera del país—, constituyó un acto de resistencia intelectual sin precedentes.

Este esfuerzo colectivo no buscó un beneficio particular; se orientó a preservar el patrimonio inmaterial de su institucionalidad. La Sociedad de Amigos de la Cultura Urbana se convirtió en el custodio de su promesa de valor y aseguró su continuidad programática y la convocatoria ininterrumpida de sus numerosas actividades.

Este episodio demuestra que la labor cultural rigurosa no es un factor periférico ni accesorio, sino un activo estratégico de la sociedad pensante. En la actualidad, bajo la conducción del historiador Elías Pino Iturrieta, la Fundación ha reajustado su programa de acción a las nuevas realidades, al tiempo que mantiene su firme vocación de servicio.

El proyecto más ambicioso de esta etapa es la revisión transdisciplinaria del siglo XX venezolano. Este no es un proyecto historiográfico meramente retrospectivo; es una herramienta analítica de urgencia. Ante la fragmentación del presente, la Fundación está reuniendo a investigadores para rearticular la narrativa histórica y la autocomprensión nacional.

Al abarcar todos los ámbitos de la vida del país —desde 1900 hasta el año 2000— busca proveer a la sociedad de un diagnóstico integral con el objeto de orientar el debate sobre nuestro futuro como nación.

La estrategia se complementa con la adaptación al ecosistema digital. Las Conferencias FCU, que existían de modo presencial y que ahora cumplen su quinto aniversario en el mundo digital, ejemplifican la expansión del alcance académico. La Conferencias FCU han trascendido la limitación física para llevar el conocimiento de economía, geopolítica, tecnología o literatura de manera bimodal y gratuita a un público masivo y cumplir la esencia de la divulgación transdisciplinaria.

Finalmente, las alianzas estratégicas con La Poeteca, la Universidad Católica Andrés Bello, la Universidad Central de Venezuela, el IESA y la editorial Visor, de España, entre otras instituciones, reafirman el rol de la Fundación como el núcleo gravitacional que propicia la difusión de la excelencia poética y la sinergia cognitiva en un entorno de recursos escasos.

Estos 25 años de la Fundación para la Cultura Urbana realzan la crónica de una idea que se niega a perecer. La Fundación ha demostrado que la cultura urbana es, en el fondo, la cultura de la civilidad; el debate sobre cómo coexistir y cómo gestionar nuestra polis.

Su valor ulterior es el de la perdurabilidad programática. En un contexto donde la fragilidad es la norma, mantener plataformas de alta exigencia, crítica y formación es un desvelo fundamental de resistencia cívica y de preservación institucional.

Honramos, pues, no solo el pasado de la Fundación para la Cultura Urbana, sino el presente continuo de su compromiso con la concepción de ciudadanía y el Estado de derecho, con la razón y el futuro.


Oscar Marcano, escritor.

Nota: discurso pronunciado el 28 de noviembre de 2025 en el Auditorio Hermano Lanz, S. J. de la Universidad Católica Andrés Bello (Caracas), en el marco de la décima Feria del Libro del Oeste de Caracas.

[1] Marshall, T. H. (1950). Citizenship and social class and other essays. Cambridge University Press.