En el año 2024, el déficit comercial de Estados Unidos con Suiza fue de 38.500 millones de dólares. Para sorpresa de los helvéticos, el Gobierno de Trump anunció un arancel del 39 por ciento, muy superior al del resto del mundo desarrollado. Cuando los suizos empezaban a escalar sus discusiones, la Casa Blanca emitió una orden ejecutiva: las barras de oro estaban exentas del pago de aranceles.
Desde el mes de abril, Suiza ha estado descifrando el régimen arancelario que les impondría Estados Unidos, dentro del marco de la redefinición de la política comercial de este país con el resto del mundo. Estados Unidos aspira a reducir su déficit comercial, a partir del supuesto de que resulta de conductas abusivas de los socios comerciales: una interpretación trumpiana de cómo funciona el mundo, sin asidero en la teoría económica convencional.
Con la globalización de las últimas décadas, todos los incentivos se alinearon para que las cadenas de producción se ubicasen en los lugares más competitivos. Según el paradigma de relaciones comerciales aún vigente —que el Partido Republicano estadounidense desafía— el excedente comercial de un país no es más que el reflejo de sus ventajas comparativas frente a terceros.
En 2024, el déficit comercial de Estados Unidos con Suiza fue de 38.500 millones de dólares, debido principalmente a las exportaciones de las industrias farmacéuticas y refinadoras de oro. De nada ha servido al momento de fijar aranceles que el 99,3 por ciento de los productos estadounidenses tengan libre acceso al mercado suizo, que este sea el séptimo país en inversiones en Estados Unidos —emplea a medio millón de personas en sus filiales— o que en servicios la balanza sea favorable a Washington. El Gobierno de Trump quiere más.
Para sorpresa de los helvéticos, Estados Unidos anunció un régimen arancelario del 39 por ciento, muy superior al del resto del mundo desarrollado.
El Gobierno de Trump quiere ser compensado por el déficit comercial y para ello las farmacéuticas suizas deben, a corto plazo, reducir el precio de las medicinas que exportan a Estados Unidos y, a mediano plazo, trasladar a este país las plantas con las que atienden ese mercado. La verdad es que, a diferencia de sus vecinos de la Unión Europea, los suizos dieron por sentado que les aplicarían un régimen arancelario similar al de sus vecinos y llevaron a Washington una agenda de conversaciones muy discreta, si se quiere.
Para sorpresa de los helvéticos, Estados Unidos anunció un régimen arancelario del 39 por ciento, muy superior al del resto del mundo desarrollado y solo comparable al de países con tensiones políticas con Estados Unidos como Brasil, por el caso del expresidente Bolsonaro, e India, por la compra de petróleo a Rusia. Cuando la opinión pública suiza se enteró de la magnitud del arancel, comenzó el clásico proceso de asignación de culpas: por un lado, al Poder Ejecutivo por haberse tomado muy a la ligera estas negociaciones y, por otro, a las empresas refinadoras de oro.
El Gobierno suizo siempre dio por sentado que las exportaciones de oro a Estados Unidos no estaban sujetas a aranceles, pues este metal hace las veces de instrumento financiero y tales instrumentos no están sujetos a este tipo de gravámenes. La medida arancelaria podría añadir complicaciones al mercado mundial del oro, de unos cinco billones de dólares, porque las transacciones físicas en la Bolsa de Metales de Londres suelen estar cubiertas por transacciones de futuros en el Comex de Nueva York.
El oro fue el mayor producto de exportación de Suiza el año pasado, con un 27 por ciento del valor de las exportaciones de ese país, por delante de los productos farmacéuticos, según el Banco Nacional Suizo. El aumento de las exportaciones suizas de oro, a principios de este año, fue impulsado en parte por la prisa de los inversionistas estadounidenses por adquirir el metal antes de la aplicación de posibles aranceles. Esto despertó suspicacias en Washington.
La importancia relativa del oro en el superávit comercial de Suiza con Estados Unidos causó la animadversión de otros grupos de intereses en el país alpino, que incluyen tanto a exportadores como a representantes del Partido Liberal Democrático Libre. Según este partido, este sector de actividad no es estratégico por el empleo que crea ni por el impuesto que paga, por lo que debería pagar un impuesto que compense al resto de la sociedad el alza del precio de sus exportaciones o, en un caso extremo, reubicar la industria de la refinación del oro en otros países.
Es injusto criticar al sector refinador suizo por haberse insertado exitosamente en el circuito internacional del oro.
Los representantes de los refinadores sostienen que esta industria se ha desarrollado en Suiza gracias a sus exigentes estándares de calidad y que este rasgo distintivo debe mantenerse. La verdad es que la industria mundial de la refinación de oro requiere una mayor estandarización.
Los flujos comerciales mundiales del oro suelen seguir un patrón triangular, con grandes cargamentos que se mueven entre Londres y Nueva York, pasando por Suiza, donde se funden para producir lingotes de 400 onzas para el mercado británico y de un kilogramo para el estadounidense y el asiático. Si los lingotes fuesen de un mismo tamaño para todo el mundo, podría haber un mejor manejo de inventarios y menor cantidad de refundición de barras, lo que haría al sector mucho más sostenible desde un punto de vista ambiental.
Es injusto criticar al sector refinador suizo por haberse insertado exitosamente en el circuito internacional del oro. Lo único que ha hecho es sacar partido a una oportunidad de mercado, lo cual es perfectamente aceptable.
Las empresas refinadoras suizas pueden satisfacer las exigencias estadounidenses moviendo algunas de sus plantas a Estados Unidos, que es un importante productor. Si bien hay presencia de refinadores suizos en ese país, otras consideraciones económicas han hecho que el principal centro de fundición de oro del mundo esté, desde hace varias décadas, en Suiza.
El tejido empresarial tarda décadas en entramarse, pero puede deteriorarse muy rápidamente si no existe un mínimo de solidaridad entre industrias cuando las arbitrariedades presentes en el nuevo orden geopolítico las pongan a prueba.
Cuando los suizos apenas empezaban a escalar sus discusiones sobre política comercial, la Casa Blanca emitió una orden ejecutiva el pasado 11 de agosto. Las barras de oro quedaron exentas del pago de aranceles y, al menos a corto plazo, hubo una tregua entre los helvéticos.
La crisis de los aranceles del oro que no llegó a suceder deja algunos temas para la reflexión. Por un lado, está la fragilidad del nuevo orden comercial que impone Estados Unidos, al cambiar las reglas de juego una y otra vez. Por otro lado, si el Gobierno de Trump está realmente marcando el nuevo trazado de las relaciones comerciales en su área de influencia, habrá un reacomodo de las cadenas de suministros que beneficiará a ese país y a sus socios comerciales más cercanos, si es que los hay.
Todavía es prematuro determinar cuántas prácticas comerciales estadounidenses llegaron para quedarse. Por ello, las empresas manufactureras tendrán que apostar si tiene sentido mover parte de su cadena productiva a Estados Unidos o dejarla donde está esperando que cambien los aires proteccionistas. En el caso de los suizos, es importante recordar que el tejido empresarial tarda décadas en entramarse, pero puede deteriorarse muy rápidamente si no existe un mínimo de solidaridad entre industrias cuando las arbitrariedades presentes en el nuevo orden geopolítico las pongan a prueba.
Carlos Jaramillo, vicepresidente ejecutivo del IESA.
Este artículo se publica en alianza con Arca Análisis Económico.
Suscríbase aquí al boletín de novedades (gratuito) de Debates IESA.