La crisis de asequibilidad

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Frauke Riether / Pixabay

La gran preocupación de la opinión pública estadounidense es que el alza de los precios aleja la posibilidad de adquirir desde alimentos hasta viviendas y servicios de salud o educación. Pero la actual crisis de asequibilidad no se resolverá reduciendo la inflación. Se requiere asegurar ingresos para un nivel de vida sostenible, inclusivo y con visión de futuro.


 

El costo de la vida es la principal preocupación del 47 por ciento de los estadounidenses. Tras aplicar una descomedida política de aranceles al comercio exterior que ha encarecido los productos importados, Donald Trump ha tenido que dar marcha atrás. El pasado 15 de noviembre redujo los aranceles de productos como café, plátano o carne de res.

Mohamed El-Erian, presidente del Queens’ College de la Universidad de Cambridge y columnista del diario Financial Times, dedicó su artículo más reciente al tema de la asequibilidad, una de las mayores preocupaciones de los países desarrollados. Mientras que en el Tercer Mundo la gente se ha acostumbrado, por no decir resignado, a la cruda realidad de vivir en contextos donde los recursos no alcanzan, en los países desarrollados la asequibilidad de bienes y servicios viene en las cláusulas de un contrato social cada vez más difuso.

La predicción de El-Erian es que la presión política exigirá respuestas políticas que afectarán a los mercados financieros. El repunte inflacionario de 2021-2022 fue un duro golpe que convirtió el costo de productos básicos —como alimentos y servicios públicos— en una fuente de frustración.

Para los políticos, combatir el costo de vida se convirtió en un lema de sus campañas electorales que, aparte del atractivo de ser conciso y convincente, permite culpar a terceros por el mal manejo de situaciones que pueden aliviarse con nuevos gobernantes; al menos eso prometen. A los votantes, no acostumbrados a procesos inflacionarios endémicos como ocurre en Venezuela, les crea particular disgusto oír, por un lado, que la inflación está bajando y, por otro, llegar a los comercios y encontrar precios que siguen subiendo, aunque a una tasa menor.


En los países desarrollados la asequibilidad de bienes y servicios viene en las cláusulas de un contrato social cada vez más difuso.


El-Erian sostiene que centrarse en el precio como indicador de asequibilidad ignora un componente esencial: los ingresos de las personas. Precisamente, los ingresos se encuentran bajo una presión que deja al descubierto la frágil situación financiera de muchos hogares.

En décadas anteriores, la crisis de asequibilidad era un problema estructural de lento desarrollo, enmascarado por la baja inflación general. El problema no radicaba, a los ojos de los electores, en un alarmante aumento del precio de los alimentos, sino en que el costo de la vivienda, la salud y la educación subía de forma constante hasta alcanzar niveles preocupantes.

El repunte inflacionario de 2021-2022 convirtió una situación crónica en algo potencialmente más grave. Su impacto inmediato en el poder adquisitivo se vio contrarrestado, en primer lugar, por transferencias gubernamentales de ingresos y, en segundo lugar, por un rápido aumento de los salarios, especialmente en los hogares de menores ingresos.

Durante la pandemia, las transferencias de fondos a la población fueron muy comunes en algunos países desarrollados, en particular Estados Unidos. Esos recursos extraordinarios apoyaron el consumo de las familias no solo durante la crisis sanitaria, sino también en los dos años siguientes.

La asequibilidad no se refleja únicamente en indicadores reales, sino también en la estabilidad percibida. Esta es una reflexión interesante que El-Erian rescata de lo vivido en los últimos años. Resulta especialmente inquietante para los hogares sentir que están atrapados en una espiral descendente y que se esfuerzan al máximo para no quedarse atrás. Esto es lo que El-Erian llama «recesión emocional» —la experiencia vivida de inseguridad económica eclipsa las noticias macroeconómicas positivas— y que en buena medida contribuyó a que Kamala Harris perdiera las elecciones.


La actual crisis de asequibilidad no se resolverá simplemente reduciendo la inflación del tres por ciento actual al objetivo del dos por ciento de la Reserva Federal.


Cuando una sociedad pasa de un estado de aspiración colectiva a otro de inseguridad, las implicaciones políticas pueden ser trascendentales. Pueden alimentar un profundo cinismo y gran desconfianza hacia la clase política y las grandes empresas. Desde esta perspectiva, resulta evidente que la actual crisis de asequibilidad no se resolverá simplemente reduciendo la inflación del tres por ciento actual al objetivo del dos por ciento de la Reserva Federal. Se requiere un enfoque que incluya los ingresos en el cálculo del nivel de vida de una manera sostenible, inclusiva y, sobre todo, con visión de futuro.

La crisis de asequibilidad que El-Erian diagnostica en Estados Unidos no es un hecho aislado. Basta con revisar la prensa española o la francesa para apreciar cómo se agudiza el empobrecimiento relativo de los menores de cuarenta años en comparación con sus pares de la generación anterior. Adquirir vivienda en las grandes urbes europeas es un lujo que solo pueden costear los ricos o los fondos inmobiliarios.

Los problemas de asequibilidad solo se resuelven con crecimiento económico, aumento de la productividad y mejor distribución de ingresos. Estos elementos deben aparecer forzosamente en las agendas de los partidos políticos que aspiran a ser el relevo de los que están hoy a cargo o de los que aspiran mantenerse. Es mucho lo que tienen que pensar los dirigentes del Partido Demócrata en Estados Unidos.


Carlos Jaramillo, vicepresidente ejecutivo del IESA.

Este artículo se publica en alianza con Arca Análisis Económico.

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