El Gobierno de Estados Unidos dio inicio a un gran experimento: autorizó a los fondos de retiro a entrar a inversiones privadas o alternativas, que son poco líquidas. Quienes apoyan esta autorización la ven como una manera de democratizar los mercados de capitales. Para sus críticos, no se ha considerado el hecho de que no todos los inversionistas tienen el perfil para invertir a largo plazo en instrumentos ilíquidos.
El pasado 7 de agosto de 2025 el presidente Trump emitió una orden ejecutiva titulada «Democratizar el acceso a activos alternativos para inversionistas 401(k)», que dará a los fondos de retiro estadounidenses la posibilidad de entrar a un universo de inversión hasta ahora vedado para ellos: inversiones privadas o alternativas. Ese universo de inversiones está integrado por acciones de empresas que no cotizan en bolsa, títulos de capital de riesgo, deuda privada, fideicomisos de inversión inmobiliaria y cualquier otro instrumento financiero que pudiera construirse por combinación de algunos de los anteriores.
Esta ordenanza dará inicio a un gran experimento en el mundo de las inversiones para el retiro, pues abre acceso a los bancos de inversión y otras organizaciones que operan en el sistema previsional a recursos por el orden de nueve billones de dólares. Para los dueños actuales de activos alternativos es la posibilidad de acceder a una fuente de liquidez que les permitirá asumir beneficios o pérdidas en sus carteras de inversiones y buscar otros derroteros. Para los tenedores de las cuentas de retiro 401(k), patrocinadas por los empleadores, la historia podría ser un poco más complicada.
La historia de las inversiones institucionales de las últimas décadas narra cómo grandes actores privados —como la Universidad Yale, dirigida por el legendario gerente de inversión David Swensen—, lograron extraordinarios retornos al aprovechar el hecho de tener horizontes de inversión relativamente largos y un equipo de gestores con capacidad para entender las propuestas de los promotores de inversiones alternativas. Las inversiones alternativas se convirtieron en imprescindibles para universidades y fondos privados de pensiones.
Este fue un periodo muy bien descrito por la frase «en la iliquidez esta la rentabilidad». Los inversionistas institucionales que participaban en el mercado de inversiones alternativas tenían la posibilidad de tolerar en sus carteras inversiones muy ilíquidas para cobrar una prima de iliquidez.
No todos los inversionistas tienen el perfil para invertir a largo plazo en instrumentos ilíquidos.
Con la caída de las tasas de interés luego de la gran crisis financiera de 2007-2009, aparecieron nuevos inversionistas institucionales —en busca de retornos que los mercados de instrumentos financieros de oferta pública no ofrecían— que estaban dispuestos a competir con los inversionistas tradicionales por nuevos proyectos. La competencia por las inversiones aumentó el precio de participar en ellas y redujo las rentabilidades.
No es de extrañar, entonces, que el fondo dotal de Yale, con un valor de 41.400 millones de dólares, esté vendiendo 3.000 millones de dólares de su cartera de inversiones alternativas. Esto representa el siete por ciento de su cartera de activos. Aunque esta venta puede ser una toma de beneficios en inversiones que ya tenían mucho tiempo en la cartera, hay quienes la ven como una señal de que el capital privado y otras inversiones similares han visto sus mejores días.
Si la iliquidez no está acompañada de una rentabilidad que la compense, se vuelve difícil mantener un flujo de fondos para este sector de actividad. Por ello, la industria de la inversión comenzó hace unos cuantos años un cabildeo para que pequeños inversionistas, mediante figuras como las cuentas 401(k), pudiesen adquirir inversiones alternativas. Cualquier vehículo de inversión diseñado para aprovechar la orden ejecutiva de Trump puede ser dirigido también a otros individuos, pertenecientes a los mismos segmentos, que por cualquier razón no poseen cuentas 401(k), así como también a inversionistas internacionales.
Solo en el futuro se sabrá si la orden ejecutiva de Trump contribuyó a mejorar la acumulación de recursos de los retirados.
Quienes defienden la posibilidad de que los fondos alternativos formen parte de las carteras de retiro de pequeños inversionistas ven esto como una manera de democratizar los mercados de capitales. Para los críticos de la medida, no se ha considerado el hecho de que no todos los inversionistas tienen el perfil para invertir a largo plazo en instrumentos ilíquidos.
Las empresas que ofrecen el beneficio de las cuentas 401(k) a sus empleados tendrán que apoyarse en quienes les prestan asesorías en esta área para precisar en qué medida las inversiones alternativas calzan con las características de sus empleados; es decir, antigüedad en la empresa, índices de rotación laboral, etc.
Un asunto complejo es, sin duda, el hecho de que el desempeño de muchos activos alternativos no ha sido particularmente atractivo en la última década. La pregunta es, entonces, ¿para qué abrir esa compuerta de inversión si sus retornos de los últimos años no han sido mejores que los ofrecidos por los instrumentos financieros de oferta pública que, además, son más líquidos?
Quizá la rentabilidad de las inversiones alternativas mejore en los próximos años. Quizá el análisis de un largo periodo muestre que la prima de iliquidez persiste y que el deficiente desempeño reciente no es más que una mala racha. Solo en el futuro se sabrá si la orden ejecutiva de Trump contribuyó a mejorar la acumulación de recursos de los retirados que tuvieron acceso a las inversiones alternativas.
Carlos Jaramillo, vicepresidente ejecutivo del IESA.
Este artículo se publica en alianza con Arca Análisis Económico.
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