El líder debe reconocerse como creador y gestor de su retórica de liderazgo. Cada palabra importa, cada significado trasciende. Un buen líder se cuida de imprecisiones lingüísticas: sabe tratar a los falsos amigos.
La expresión «falso amigo» se refiere a una confusión habitual que ocurre cuando una palabra, escrita u oral, usada en dos o más idiomas, se interpreta erróneamente con el mismo significado. El falso amigo ocurre en todos los idiomas. Entre los ejemplos comunes de confusiones entre palabras del español y el portugués se tienen: pesquisa (investigación policial/investigación académica), gaceta (revista/periódico), batata (papa dulce/papa salada), asignatura (firma/materia), procurar (buscar/tentar). Entre palabras del español y el inglés se dan casos como éxito/exit (salida), embarazada/embarrassed (avergonzada), introducir/ to introduce (presentar).
El falso amigo es un fenómeno lingüístico interesante, porque revela no solo lo fácil que resulta cometer confusiones de sentido en voces de idiomas diferentes, sino también los universos paralelos que encierran los significados de las palabras, donde los interlocutores caen entrampados. Grijelmo (2004: 209) califica el falso amigo como una clonación peligrosa del significante de la palabra, que atenta contra la luminosidad de su significado primigenio. Esto quiere decir que detrás de la confusión entre lo «chato» en español (corto o de baja estatura) y lo «chato» en portugués (balurdo, de mala calidad, de mal gusto) hay una ligera fisura, una frontera delgada entre estos significados que, eventualmente, ceden a una cohabitación. Así, un sombrero chato designaría no solo un sombrero de corta altura, sino también un sombrero de pésimo gusto, de material barato, inconveniente para eventos que exigen un código de etiqueta formal de los asistentes.
El líder necesita cuidarse de los falsos amigos: tener cautela con esas voces que resultan confusas, que producen ruido en la comunicación y restan calidad a la información
Existen derivaciones de falsos amigos que se incorporan como intrusos al léxico español e introducen cambios sutiles en los significados de las expresiones originales. Por ejemplo, la expresión «mándame una captura» (capture: registro fotográfico, registro de datos) manifiesta la petición de recibir algo y, además, queda sobreentendido que se envía la evidencia de un proceso fugaz: transferencia electrónica, conversación fortuita, etc. Lo mismo ocurre con la expresión «fondear» (to fund: agregar fondos a una cuenta bancaria, financiar un proyecto). En este caso, la palabra anglosajona propicia un curioso encuentro con su voz homófona en español, que significa lanzar las anclas de una embarcación o asegurar la nave a tierra. Una cuenta fondeada, entonces, podría interpretarse como una cuenta bancaria segura, confiable, porque tiene fondos disponibles.
Frente al falso amigo, frente a la clonación del vocablo, la lengua se encuentra indefensa, pero no por eso compromete su permanencia entre los hablantes. La lengua —el idioma— es un órgano vivo, cambiante, elástico, que se adapta a los devenires de los pueblos y a sus realidades. Por parte del hablante, el sujeto que domina los idiomas, el falso amigo supone una de las tantas trampas que la lengua juguetona dispone como un ejercicio de atención y prudencia.
Todas las personas hacen uso de la lengua, pero no todas conocen los procesos que operan detrás de la comunicación. La lengua, por más abstracta e inasible que sea, se asemeja a un artefacto como podría ser un teléfono o un televisor. El hecho de que alguien sepa manejar un equipo no quiere decir que conozca todos los fenómenos electrónicos, técnicos y de programación que ocurren en el equipo para que funcione.
Con la lengua ocurre exactamente lo mismo: por más social que sea el ser humano y por más comunicaciones que establezca con sus semejantes, no siempre conoce las evoluciones, las transformaciones, las derivaciones por las cuales las palabras comunican algo. Esta condición de la lengua como artefacto y artilugio genera una interesante ambigüedad: la convierte en un recurso accesible e inaccesible al mismo tiempo. Accesible porque todos los seres humanos manejan una lengua; inaccesible, porque estudiar sus procesos requiere tiempo, disciplina y ejercicio de conciencia.
Una advertencia lingüística
Para entender la prudencia necesaria para no caer en las fisuras nebulosas de la lengua considere los casos siguientes de falsos amigos que arrastran significados similares y podrían interpretarse de maneras muy distintas: las palabras misére, misery y miseria. En francés, la palabra misére significa pobreza; en inglés, misery indica un estado de inconformidad, provocado por la pobreza (que no es igual a ser pobre), mientras que miseria, en español, señala el estado de compasión por lo desafortunado o desgraciado.
La lectura literal de cada significado revela distintas posturas alrededor de la imagen de la miseria. En la lógica francesa se reduce a un asunto material: la persona miserable carece de recursos económicos (la sinonimia acorde al significado sería «carencia»). En la lógica inglesa da cuenta de una circunstancia indeseable que no necesariamente se atribuye a lo económico: el viejo Scrooge del Cuento de Navidad de Charles Dickens maneja una gran fortuna, pero no por eso deja de ser un sujeto con comportamientos miserables (la sinonimia afín a este caso sería la palabra «mezquindad»). Finalmente, en español, la miseria alude a una situación anímica y económica que remueve la condescendencia del prójimo: un anciano limitado por sus circunstancias degenerativas no necesariamente es pobre (podría tener cubiertos los cuidados médicos), pero enfrenta una situación miserable que remueve la compasión de los cercanos, incluso contra su voluntad (en este caso, la sinonimia se establece mejor con la palabra «necesidad»).
El principal aliado del líder es su verbo, y todo buen líder sabe que las palabras acercan realidades y las hacen posibles en la imaginación de su equipo
Entre la necesidad, la mezquindad y la carencia la palabra «miseria» podría colocar al hablante en un escenario incómodo: la dificultad de que la voz no refleje la realidad específica que desea comunicar. El calificativo miserable, entonces, podría no solo describir a una persona necesitada de asistencia económica, sino también sugerir que esa persona podría estar enferma y manifiesta comportamientos mezquinos. Esta situación se complica aún más cuando la voz «miserable» se utiliza, sin las debidas aclaratorias, para señalar cualidades de un determinado sector de la sociedad: un país que atraviesa una crisis económica (misére) no necesariamente es una sociedad resentida (misery) ni una comunidad urgida por la piedad (miseria). Las diferencias entre las connotaciones de este falso amigo son sutiles pero significativas. La ambigüedad lingüística transforma la descripción en un insulto o la buena voluntad en un acto prejuicioso.
Una advertencia para el liderazgo
La presencia del falso amigo sirve de advertencia para las personas que se encuentran en posiciones de liderazgo. Un coordinador de planta física, un delegado de agencia publicitaria o un chef de cocina, además de sus conocimientos técnicos del área, necesitan desarrollar la capacidad para articular eficientemente su equipo de trabajo; y, por articulación, se entiende el dominio de una determinada retórica.
De los diálogos platónicos se extrae que la retórica es la disciplina que gira en torno al discurso. El retórico tiene la capacidad de instruir e integrar a sus compañeros en el mismo sistema de creencias, con el objeto de alcanzar unas determinadas metas: la concesión de un proyecto, el aumento de la productividad, el cierre de una venta.
El principal aliado del líder es su verbo, y todo buen líder sabe que las palabras acercan realidades y las hacen posibles en la imaginación de su equipo. Por esa razón, no basta con que demuestre experiencia en su área para ganarse la confianza de sus compañeros: necesita articular, por medio del lenguaje, los requisitos, las inquietudes y las objeciones de las personas que lo acompañan en sus diferentes empresas. La creación de una retórica acorde al contexto laboral y a las realidades particulares de cada miembro favorece la transparencia en las comunicaciones y construye un sentido por el cual cada individuo lucha, trabaja y alcanza en comunidad.
Los grandes personajes de la tradición occidental dan cuenta de la importancia de la retórica en el liderazgo. El bien recordado Odiseo, por ejemplo, además de demostrar su ingenio en el asedio a la Troya amurallada, destacó entre los demás héroes aqueos por su auténtico dominio de la persuasión. En el encuentro con el cíclope Polifemo, el ejercicio de timo cuando se presentó ante la bestia con el nombre de Nadie (clara apropiación de un falso amigo) y el escape audaz posterior acompañado de su tripulación, revelan que el acto retórico formó parte de su condición heroica y su posición de rey. Por eso, Atenea, la diosa de la guerra, de la inteligencia, de la polis y de la retórica, abogó por él ante los dioses del Olimpo para concederle el ansiado retorno a Ítaca. En el mundo griego solo los dioses pueden poner las palabras correctas en las bocas de los hombres. Y Odiseo fue uno de los predilectos de la diosa alada.
En materia de liderazgo, y a propósito de la retórica, Platón (1998: 189) señala como sus principales propiedades el ejercicio de la persuasión y la verosimilitud. Un buen líder tiene la capacidad de propiciar, por medio de la palabra, condiciones que favorezcan la comunicación efectiva del grupo y, para ello, es importante que maneje los términos adecuados, con sus significados íntegros, acordes a cada situación. Lo que comunica debe tener sentido y coherencia. Un jefe de obra no es responsable de desenvolver (en portugués) un proyecto sino de desarrollarlo. Un director de oficina de Recursos Humanos no «fecha» a su personal a menos que prescinda de sus servicios; en cambio «data» sus horarios —entradas y salidas— con el objeto de registrar los ritmos laborales. Un director no introduce (en inglés) a las personas, sino que las presenta al resto del equipo.
No todos los ambientes laborales exigen el manejo de voces cultas. Es allí, en el léxico cotidiano, donde la retórica del liderazgo tropieza con un importante reto: conceder a las voces rutinarias sus significados exactos. Un líder podría virar las políticas de la organización; pero, por más ingenioso que sea, no es el capitán de una embarcación ni la empresa es un barco (salvo las excepciones del caso). El verbo virar, en portugués, significa dar vueltas o girar; en español, la palabra virar se considera una voz del mar (o marinerismo), pues significa cambiar la dirección de un barco, y, además, es un coloquialismo; es decir, una voz usada en determinadas regiones y estratos. Para solucionar este problema, el lenguaje cotidiano ofrece un abanico de palabras que podrían representar mejor las decisiones tomadas por la directiva, tales como rectificar, cambiar o modificar.
El hecho de que el liderazgo se ejerza en contextos poco exigentes lingüísticamente no quiere decir que los falsos amigos no estén al acecho. La comunicación transparente y unívoca siempre es importante y esto se aplica en todos los contextos que impliquen el hacer humano.
El líder necesita cuidarse, entonces, de los falsos amigos: tener cautela con esas voces que resultan confusas, que producen ruido en la comunicación y restan calidad a la información. Para ello necesita también su correspondiente dosis de gracia o destello de ironía.
Los falsos amigos no son más que las reminiscencias de lenguas hermanadas, que comparten realidades afines, y se divierten con los incautos hablantes por medio de ocurrentes enredos. Al falso amigo no se le huye: se le reconoce, se le enfrenta con palabras aladas para privarlo de sus sombras y, de vez en cuando, se recurre a su oportuna amistad. De esta manera, los hablantes abandonarán el escenario de la comunicación imprecisa y sabrán atribuir a cada objeto la voz acorde a su significado.
María Ledezma, profesora de la Universidad Simón Bolívar / mledezma@usb.ve
Referencias
- Grijelmo, A. (2004). El genio del idioma. Taurus.
- Platón (1998). Gorgias o de la retórica. En Diálogos. Panamericana Editorial.