Venezuela es como una montaña erosionada: su superficie se deteriora porque el suelo —las ideas que sostienen las acciones colectivas— está empobrecido. Esas ideas serían las raíces para recuperar el suelo vegetal del país y aspirar a un cambio positivo. La diáspora venezolana refleja ese colapso. Recuperar el terreno exige cultivar pensamiento, ideas y visión compartida.
¿Por qué en algunos países florece la libertad y en otros el autoritarismo? Esta pregunta es el subtítulo del libro El pasillo estrecho: Estados, sociedades y cómo alcanzar la libertad (Deusto, 2019), de los economistas Daron Acemoğlu y James Robinson. Es una pregunta que no solamente contiene una promesa narrativa, sino también invita a la reflexión.
Acemoğlu y Robinson, junto con el economista Simon Johnson, ganaron el Premio Nobel de Economía 2024 debido, en parte, a sus investigaciones sobre la influencia de las instituciones en el desarrollo económico y la prosperidad de las naciones, y también a su participación en el debate público sobre las ideas que determinan la prosperidad y el fracaso de los países. Su libro es un mapa de ideas, una brújula intelectual para configurar sociedades prósperas y libres, lo que requiere un delicado equilibrio de poder entre un Estado capaz y una sociedad civil activa en los asuntos públicos.
Son las ideas y las acciones —no solo las circunstancias— las que determinan el destino de las naciones. Desde esa perspectiva es necesario pensar a Venezuela y las ideas que pueden reconstruir su futuro.
Ideas para la prosperidad de Venezuela
Una metáfora describe la situación actual. Venezuela es una montaña erosionada: la superficie muestra desgaste, fragmentación y pérdida de sostén vegetal. La calidad de lo que crece en la superficie de una sociedad depende de la calidad de sus raíces, advierte Otto Scharmer, del Instituto Tecnológico de Massachusetts.[1] Esas raíces son las ideas, las visiones compartidas, las relaciones y las condiciones profundas que sostienen decisiones y acciones.
No basta con reconstruir lo visible: la cima erosionada. Es necesario regenerar el suelo desde abajo, cultivando raíces sanas; es decir, ideas fundacionales que alimenten un futuro distinto. Reconstruir el país comienza por repensarlo: desde las raíces.
La historia muestra que todo proceso de reconstrucción comienza mucho antes de que cambien las condiciones externas, cuando algunos deciden cultivar ideas donde parece no haber suelo fértil. Venezuela requiere recuperar y difundir ideas que fortalezcan su institucionalidad democrática, revaloricen la libertad individual, rescaten la cultura del mérito, direccionen una economía próspera y dignifiquen la noción de una ciudadanía libre para decidir su destino. Estas consideraciones generales necesitan ser contextualizadas y discutidas con mayor profundidad de manera colectiva y participativa.
Saber pensar no es un lujo académico: es la condición previa tanto para el arte de gobernar como para la ciudadanía responsable. Es a la vez algo práctico e indispensable.
La importancia de saber pensar
Revisar, debatir y educar en torno a estas ideas requiere, ante todo, aprender a pensar. El pensamiento crítico tiene un papel esencial en este proceso. No se trata solo de considerar y acumular información, sino también de analizarla, evaluarla y contextualizarla con las correspondientes necesidades y prioridades.
Los acuerdos implican decisiones colectivas para las que se requiere distinguir entre hechos y opiniones, argumentos sólidos y falacias emocionales. Se necesita una comprensión ampliamente compartida de los fundamentos institucionales y jurídicos que permitirán construir y sostener la anhelada renovación nacional y cultural.
Saber pensar no es un lujo académico: es la condición previa tanto para el arte de gobernar como para la ciudadanía responsable. Es a la vez algo práctico e indispensable.
El papel de los líderes y las instituciones educativas
En Venezuela, a pesar de las restricciones y del deterioro institucional, se están realizando muchas acciones dirigidas a promover la libertad y la prosperidad. Muestras de ello son iniciativas que van desde organizaciones sin fines de lucro que atienden necesidades urgentes, empresas exitosas que crean empleos, programas educativos que ofrecen herramientas y habilidades para resolver problemas y líderes comunitarios que enaltecen la labor de un voluntariado comprometido. Ahora bien, si todo eso se hace sin arraigo en una reflexión y en la enseñanza sobre las condiciones que necesita el país para florecer, las acciones corren el riesgo de quedar fragmentadas o producir poco impacto en el suelo social del país.
Venezuela, aun en medio de su desgaste, contiene experiencias que inspiran, vínculos que resisten, ideas que se sostienen con convicción.
Enseñar técnicas sin cultivar pensamiento, promover negocios exitosos sin enseñar las condiciones económicas que sostengan ese éxito o promover metas de internacionalización en las organizaciones sin visión de país será insuficiente. Como advierten Acemoğlu y Robinson, sin las ideas correctas que orienten el equilibrio de poder entre Estado y sociedad, nunca se podrá atravesar ese pasillo estrecho hacia la libertad y la prosperidad. Sin la participación activa en la reconstrucción del suelo intelectual y ético de esa montaña erosionada que es hoy Venezuela, se corre el riesgo de un colapso real, con deslizamientos metafóricos, pero también con deslizamientos reales, de lodo e inundaciones.
La diáspora venezolana de millones de personas no es solo la consecuencia del colapso económico, sino también un síntoma del deterioro de las ideas rectoras del país. Pensar el país no es una opción: es una urgencia histórica. Este es el reto de los líderes y las instituciones para construir un país mejor: comprender que ese equilibrio entre Estado y sociedad no ocurre por accidente ni de manera espontánea, sino cuando las ideas correctas sobre poder, derechos, ciudadanía y responsabilidad colectiva se cultivan, se movilizan y se defienden socialmente.
Como expresó Ilya Prigogine, Premio Nobel de Química 1977: «Cuando un sistema complejo está lejos del equilibrio, pequeñas islas de coherencia en un mar de caos tienen la capacidad de transformar el conjunto a un nivel superior».[2]
Venezuela, aun en medio de su desgaste, contiene esas islas: experiencias que inspiran, vínculos que resisten, ideas que se sostienen con convicción. La historia y el conocimiento enseñan que hay una manera de cultivar lo esencial, incluso cuando todo parece desmoronarse. Lo que se cultiva hoy —con intención, con visión, con coraje— se convierte en el tejido inicial de algo mayor. No se trata de esperar pasivamente el cambio desde fuera, sino de comprender que ya comenzó dentro, allí donde aún hay quienes piensan, se organizan y actúan.
Claudia Álvarez-Ortiz, profesora del IESA / @claudia.alvarez2020 / claudia.alvarez@iesa.edu.ve
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Notas
[1] Scharmer, O. (2020, 3 de diciembre). Reflections on «A consciousness-based systems change model for the XXI century»: An invitation to change-makers to improve the quality of the social field in the current moment. Medium. https://medium.com/presencing-institute-blog/otto-sharmer-a-consciousness-based-systems-change-model-for-the-xxi-century-2cb60c0f12e7.
[2] Scharmer (2020).






