Alfredo Anzola Montauban: «La responsabilidad social no es filantropía, sino una función gerencial»

Imagen de Alexas_Fotos en Pixabay

En 1963, Alfredo Anzola Montauban, destacado gerente venezolano del siglo XX, sostuvo que las empresas cuentan con organización y capacidades para lograr, en las actividades de responsabilidad social, mayor eficiencia que los individuos. Por ello, más allá de caridad o filantropía, es necesario concebirlas como una función gerencial.


Debates IESA inaugura una nueva sección —Pensamiento Gerencial Venezolano— con la ponencia presentada por Alfredo Anzola Montauban en el Seminario Internacional de Ejecutivos «La responsabilidad empresarial en el progreso social de Venezuela», patrocinado por Fundación Creole, Fundación Mendoza y Asociación Venezolana de Ejecutivos, y realizado en Maracay durante los días 17 a 21 de febrero de 1963. Preceden al texto de la ponencia una reseña biográfica de Anzola Montauban y una reseña contextual que permite apreciar la relevancia de la ponencia de Anzola para el pensamiento gerencial.


Alfredo Anzola Montauban (1917-1986)

Alfredo Anzola Montauban nació en Caracas en 1917. Estudió primaria y secundaria en el Licee Jenson e ingeniería en L’Ecole Centrale en París, donde se graduó en 1946 después de un paréntesis por la invasión alemana. Inició su vida laboral en la Corporación Venezolana de Fomento (1951-52), luego ingresó a la Creole Petroleum Corporation (1952-57) como ingeniero en los campos petroleros de Caripito, La Salina y Maracaibo. Regresó a Caracas como gerente general (1957-65) y presidente (1965-75) de la Fundación Creole. Se retiró de la industria a raíz de su nacionalización. A partir de 1975 presidió la Canadian International Power Telemécanique y Desarrollos Industriales Fiveca, fue integrante del Consejo Consultivo de Gerencia & Desarrollo S. C. y recibió la Legión de Honor Francesa y la Orden de Malta. Falleció en 1986.

La experiencia de Anzola —desde sus estudios de primaria hasta la universidad en un país desarrollado y con historia como lo es Francia, en contraste con los inicios de su profesión de ingeniero en los campos petroleros venezolanos— lo convirtió en una persona que veía y analizaba las realidades de su país y les buscaba soluciones con visión de futuro, de un futuro a largo plazo, excepción en un país donde el cortoplacismo comenzaba a ser la regla. Los ejemplos de otros notables ejecutivos venezolanos permiten pensar que, en el caso de Anzola, la formación francesa y la carrera en una multinacional petrolera se combinan y potencian para conformar su amplitud de visión y capacidad gerencial.

Alfredo Anzola Montauban

La vivencia venezolana va conformando en Anzola una sensibilidad social que tiene la oportunidad de llevar a la práctica, al ser designado gerente y luego presidente de la Fundación Creole, donde despliega el mejor ejemplo de lo que hoy se conoce como responsabilidad social. Anzola, en su función gerencial, se convierte en motor anónimo y generador de ideas y sensibilidades convertidas en realidades, a través de la institución que dirigió y de iniciativas que apoyó, como el Instituto Venezolano de Acción Comunitaria (IVAC), Acción en Venezuela, Federación de Instituciones Privadas de Atención al Niño, el Joven y la Familia (Fipan), Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), Dividendo Voluntario para la Comunidad (DVC) y el Instituto de Estudios Superiores de Administración (IESA), entre otras, en las que fue un factor muy importante.

Alfredo Anzola Montauban, por su prédica y por su práctica, merece ser reconocido como promotor de que la responsabilidad social sea hoy parte inseparable de la función gerencial; en particular, por su idea de trascender la filantropía, convirtiendo las tradicionales iniciativas personales en colectivas, a través de la empresa.

Frank Briceño Fortique, fundador del IESA e integrante de su Consejo Directivo.


El Congreso de Maracay

A comienzos de los años sesenta del siglo pasado, la responsabilidad social se convierte en tema central de encuentros de representantes del empresariado en Venezuela. Uno de ellos va a marcar un hito en la historia empresarial venezolana: el Primer Seminario Internacional de Ejecutivos que, bajo el título «La responsabilidad empresarial en el progreso social de Venezuela», fue realizado en la ciudad de Maracay, en febrero de 1963. El impacto histórico de este evento puede explicarse por la altura de los ponentes y la relevancia de las iniciativas a las que dio lugar, tales como el Dividendo Voluntario para la Comunidad (DVC) y el Instituto de Estudios Superiores de Administración (IESA), instituciones que durante casi seis décadas han sido pilares en materia de responsabilidad social y formación de gerentes y líderes responsables, respectivamente.

Alejandro E. Cáceres, profesor del Centro de Gerencia y Liderazgo del IESA.


La filosofía y principios fundamentales de la empresa privada frente a las necesidades sociales

Alfredo Anzola Montauban

Son las condiciones de la sociedad las que imponen la filosofía y el fundamento de los principios. Cada día hay un aporte siempre mayor de seres humanos que se incorporan a la miseria, y el rescate de los seres humanos de esa miseria a condiciones humanas es inferior al número de seres humanos que se incorporan a la miseria. El balance es negativo y en realidad me temo que nuestro país esté yendo hacia un subdesarrollo acelerado. Frente a ese posible subdesarrollo puede la empresa privada cambiar esa tendencia y acelerar el rumbo de este país hacia el desarrollo. Pero la pregunta que nosotros, los empresarios privados, nos debemos hacer es si tenemos tiempo, con una medicina y un tratamiento que ha probado ser excelente en países que no tienen las características humanas nuestras, de curar el mal del subdesarrollo.

Tanto la empresa privada como el Estado venezolano deben reconocer que no se ha frenado hasta ahora el subdesarrollo. Si nosotros, los empresarios, nos hacemos un examen de conciencia debemos reconocer que no habido impedimento serio hasta ahora en el país a la libertad de inversión, si bien han existido y existen situaciones que disminuyen la propensión a invertir. Pero, aun cuando la política económica del Estado, por medidas administrativas, favorezca la inversión privada, la situación social explosiva, porque creo que en cierto sentido estamos viviendo por milagro en Venezuela, seguirá siendo factor de intranquilidad y de riesgos mayores para el capital.

Debe tener patria nuestro capital, para formar el hombre venezolano para que sea creador de riqueza

Si la inversión debe tener únicamente como función el rendimiento mercantil, si la función social de esa inversión en relación a la situación de emergencia no existe, si el capital no tiene patria (va donde puede obtener mayores beneficios) y lo demás es puro romanticismo, si esa filosofía del capital sin patria es cierta y la juntamos con el hecho de una situación social explosiva, el romanticismo está en los que se imaginan que aquí en los próximos veinte, treinta, cuarenta, cien años vamos a tener una tranquilidad helvética. Si esa es la filosofía, señores, no tenemos sino hacer una cosa: tomar nuestros capitales, sacarlos de este país e invertirlos en Suiza, en Canadá, en Europa Occidental, en Estados Unidos. Hay una contradicción flagrante entre el capital sin patria y la América del Sur en general. Y tal vez sea un poquito por esa razón que no ha sido posible hasta ahora que la iniciativa privada, de una manera franca, de una manera audaz, contribuya a frenar el subdesarrollo de Venezuela.

Es necesario, más que nunca, que nuestro capital sí tenga patria. Y ¿por qué? Primero, para ejercer efectos de arrastre sobre los sectores económicos más retrógrados. Y tiene que tener patria nuestro capital, también, para comprender por fin que tenemos que invertir con mayores riesgos, y tal vez sin siquiera tener el incentivo de mayores ganancias. Y, en fin, debe tener patria nuestro capital, para formar el hombre venezolano para que sea creador de riqueza.

¿En qué podemos basar el hecho de que la empresa privada deba contribuir a la formación del hombre de Venezuela? ¿No es esto un deber del Estado? Esas preguntas nos las podríamos hacer porque ciertos empresarios piensan que, sencillamente cumpliendo sus obligaciones fiscales, contribuyen a la formación del hombre de Venezuela, puesto que le dan al Estado los medios financieros para hacerlo. Y también porque ciertos políticos opinan que es una prerrogativa única del Estado. Frente a esas dos posiciones, empresarios que viven en el siglo pasado y políticos de mentalidad cerrada, ¿cuál debe ser la posición de la empresa privada progresista? ¿Qué razones tenemos los empresarios para contribuir a la formación del hombre venezolano? Razones, primero, de interés propio: sobrevivencia de conceptos fundamentales de un sistema y necesidad, por lo tanto, de formación de los hombres que van a defender esos conceptos.

El Padre Pernaut nos hizo un panorama tétrico de quiénes van a dirigir la economía venezolana próximamente. Ellos provienen mayormente de la Universidad Central de Venezuela, están sometidos a una indoctrinación marxista fuerte y, por lo menos, entre 25 y 40 años, porque si son inteligentes después de 40 años no deben ser socialistas, estarán en posiciones claves o no claves, según la edad que tengan, para dirigir la economía venezolana. Señores, son quince años de vida y es mucho para dañar esa economía. Frente a eso nos encontramos que ahora es cuando nuestros sectores se están preocupando por desarrollar otra universidad y es solamente ahora porque esos sectores decían: ¡universidad católica, universidad jesuita, dictadura negra, gran peligro! Es un poquito ridículo, francamente, que frente a la dictadura, digamos de Moscú, de Pekín, que se aplica en la Universidad Central le tengamos miedo a unos señores que visten una sotana negra.

La empresa posee una organización que puede tecnificar su acción en los campos de la educación y el mejoramiento social

Señores, la sobrevivencia de los conceptos fundamentales no es suficiente. Debe existir también la expansión del sistema. Hay expansión de un sistema como el que queremos defender, si hay aumento de consumo, si la comunidad en la cual operamos se desarrolla. Por lo tanto, debemos volcar todas nuestras fuerzas para desarrollar esa comunidad. Menos mal que ese esfuerzo ya ha sido empezado. Ustedes ayer oyeron hablar del Instituto Venezolano de Acción Comunitaria y de la labor inmensa que está haciendo. Sin embargo, la labor de acción comunitaria se dirige mayormente al adulto. Creo que esa labor debe empezar desde la infancia, en la escuela primaria, esa labor de civilización para que los seres humanos que hoy tienen tres, cuatro, cinco años, puedan ser el día de mañana futuros consumidores para la empresa privada.

Existen también razones de orden moral. La riqueza ha sido, desde todos los tiempos y porque el hombre no es tan malo como se piensa, la que ha tratado de mejorar las condiciones de las sociedades pobres. En los tiempos modernos, la empresa es la poseedora de la riqueza, puesto que es la integración de la riqueza unitaria de cada dueño o accionista de esa empresa. Por lo tanto, la empresa ha heredado esa función tradicional de la riqueza. Esto es una extensión de lo que hemos visto en la encíclica Mater et magistra sobre el deber de los pueblos ricos hacia los pueblos pobres. La formación de la riqueza es, en cierto sentido, un privilegio divino, porque los que fueron capaces de formar riqueza recibieron de Dios los dones para hacerlo, de los cuales ellos directamente no son responsables y por lo tanto es un privilegio, y cuando se tiene un privilegio debe compartirse.

Cuando hablamos de empresa no se trata de caridad, como cuando hablamos del individuo, sino de una función gerencial

Hay razones también de orden práctico. Puede argüirse que la función de la riqueza debe limitarse al individuo y no extenderse a la empresa. El individuo puede asumir esa función social con la riqueza que deriva de la empresa, pero no debe comprometer la empresa en una función que los dueños de esa empresa no le han asignado. Este concepto es muy extendido no solamente en Venezuela, sino aun en Estados Unidos. En la última asamblea que tuvieron los accionistas de la Standard Oil de New Jersey [hoy ExxonMobil], uno de los accionistas se levantó para protestar contra los planes de la empresa en materia educacional y mejoramiento social. Es cierto que los accionistas esperan una función económica que produzca dividendos y no una función social que aumente los gastos. Todo esto es cierto, señores, pero puede ser contestado por los argumentos que expresé anteriormente, y esos argumentos cobran tanto más fuerza cuando se trata de expansión económica en un país subdesarrollado. Entonces podríamos decirles a los jueces de la Corte Suprema de Justicia que todo gasto para asentar sobre bases firmes y expandir nuestras empresas son imprescindibles y, por lo tanto, necesarios y, por lo tanto, deducibles.

Ahora, ¿por qué digo la empresa y no el individuo? Porque creo que la empresa posee una organización que puede tecnificar su acción en estos campos de la educación y el mejoramiento social. Lo que podríamos llamar la filantropía o la generosidad venezolana siempre ha existido. Si nos dirigimos al presidente de la junta directiva de una empresa y le pedimos su colaboración para tal desarrollo educacional, nunca rehúsa darla. Pero casi siempre rehúsa dar la colaboración de su empresa, la da a nombre personal. Creo que es un error, porque en las empresas tenemos mejor organización, mejor técnica para coordinar estos programas y lograr resultados mucho más eficientes que si es un grupo de individuos tratando de hacer algo para la educación o el mejoramiento social. La empresa es la que debe ocuparse de estos problemas: promoviendo, planificando y desarrollando.

Cuando hablamos de empresa no se trata de caridad, como cuando hablamos del individuo, sino de una función gerencial. El desarrollo de los movimientos fundacionales en Estados Unidos, a fines del siglo pasado y a principios del siglo XX, tenía un concepto de filantropía, y todavía en los textos americanos se habla de filantropía empresarial. Hoy no es filantropía, sino función específica gerencial. Hemos pasado de una función individual, desde los tiempos en los cuales había grandes acumulaciones de riqueza individual, a un concepto filantrópico empresarial a fines del XIX y primera mitad del siglo XX, y a una función gerencial para la sobrevivencia y la expansión del sistema de libre empresa.

Estamos aquí en el momento de la escogencia. Podemos permanecer indiferentes, podemos mantener el esfuerzo presente —que existe, porque no quisiera que nuestros amigos del extranjero se imaginen que no estamos haciendo nada— o podemos incrementar el esfuerzo que estamos haciendo. Creo que la escogencia es lógica y es consecuencia, en realidad, del panorama social. Frente a un problema que está aumentando, si solamente respondemos con un esfuerzo estático, estamos seguros de perecer. Ese incremento no debe estar en función lineal del aumento del problema, sino llevar en sí un concepto de aceleración para sobrepasar el problema, dominarlo, detener su avance y, finalmente, eliminarlo. Señores, tenemos los medios, tenemos los hombres; nos toca solamente tomar la decisión.

Versión resumida por José Malavé, editor de Debates IESA, de la ponencia presentada por Alfredo Anzola Montauban en el Seminario Internacional de Ejecutivos «La responsabilidad empresarial en el progreso social de Venezuela», patrocinado por Fundación Creole, Fundación Mendoza y Asociación Venezolana de Ejecutivos. Maracay, 17-21 de febrero de 1963.


Alfredo Anzola Montauban: pionero del pensamiento gerencial del mundo contemporáneo

En la revista Knowledge del Instituto Europeo de Administración de Negocios (INSEAD), el profesor Henri-Claude de Bettignies resumió su conferencia dictada en Singapur el 4 de noviembre de 2014. En ella plantea la necesidad de un liderazgo responsable en las empresas, destinado a corregir graves problemas actuales: desigualdades sociales, desempleo y crisis ecológica creada por las actividades humanas. Bettignies argumenta que los gobiernos, con sus legislaciones tardías y fácilmente sorteables, han fracasado. Ese liderazgo responsable puede desarrollarse —en los ámbitos del individuo, la organización y la sociedad global— a lo largo de cinco dimensiones: 1) conciencia de la situación y sus tendencias, 2) visión para concebir futuros deseables, 3) imaginación para plantear cambios necesarios, 4) responsabilidad para lograr impacto positivo y 5) acción para pasar de las ideas a los resultados.

Estas ideas no son nuevas. Condensan numerosos estudios sobre gerencia, liderazgo y empresa como influencias clave en la sociedad. ¡De hecho, el texto visionario de Anzola planteaba estas ideas en 1963!

A partir de 1969 Peter Drucker se ocupa de los rasgos éticos del gerente (como persona y líder): conciencia clara de las interdependencias entre individuos y la adopción de reglas claras de conducta para un desarrollo óptimo de estas relaciones. El líder es un innovador que va más allá de los análisis costo-beneficio: se espera que, con la dirección del gerente, la empresa sea una solución y no un problema para la sociedad.

Desde hace varios siglos los individuos y las empresas han recurrido a la filantropía para compensar las limitaciones de los gobiernos y favorecer a un grupo escogido de personas. Ciertamente, la filantropía tiene un efecto limitado en cuanto a las poblaciones atendidas y la duración de su impacto. En 2011, el gurú de la estrategia empresarial, Michael Porter, propone integrar las iniciativas sociales con las actividades empresariales al describir el concepto de valor compartido: la empresa invierte en el desarrollo de la sociedad o de algunas comunidades para crear capacidades laborales o mercados favorables para ella y, por lo tanto, alineados con su estrategia.

Para romper la dualidad entre empresa y sociedad ha surgido la teoría de partícipes (stakeholder theory) descrita, entre otros, por Edward Freeman: los líderes empresariales trabajan sobre relaciones multidimensionales que incluyen clientes, proveedores, empleados, gerentes, accionistas, financistas, poblaciones, Estado y entorno. La teoría de partícipes descubre una responsabilidad más amplia para la empresa y sus líderes.

Este breve repaso de algunas ideas sobre el papel de la empresa y el gerente, como factor decisivo de progreso y desarrollo para la sociedad, permite apreciar lo adelantado para su tiempo del pensamiento de Alfredo Anzola, quien ya había percibido lo que hoy se está volviendo una tendencia mundial. En su ponencia de 1963 identifica, más allá de la filantropía, la responsabilidad gerencial: actuar mediante proyectos, y no simples donaciones, para cambiar la sociedad. Tenía claro, mucho antes de la caída del muro de Berlín, la ineficacia y la ineficiencia de las economías planificadas y centralizadas.

El conocimiento, el talento y la conciencia, expresa Anzola, deben aplicarse a proyectos sociales nacionales, que son tan complejos como cualquier negocio y, en consecuencia, necesitan las capacidades de las organizaciones y sus gerentes para tener éxito. El esfuerzo empresarial que desarrolla la economía y el empeño social de líderes responsables son dos condiciones necesarias para el futuro del país. Era un planteamiento visionario de Anzola en su época, hoy es una exigencia.

Jean-Yves Simon, profesor y coordinador del Centro de Gerencia y Liderazgo del IESA.