No hay plazo que no se venza: el fin de la intervención de la FED en los mercados

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Imagen de Gerd Altmann en Pixabay

Llegó el fin de la inyección del dinero barato, y con él la obligación de enfrentar episodios de volatilidad de los precios de los activos financieros en los próximos meses. Ojalá que los daños colaterales no sean excesivos.


En septiembre de 2021 se cumplieron cuarenta años del comienzo del mercado alcista de los bonos estadounidenses. Para muchos esta tendencia no fue evidente, al menos durante su primera década, pues la amenaza de un rebrote inflacionario siempre estaba latente, a la espera de reaparecer como consecuencia de cualquier desarreglo macroeconómico.

Con el paso del tiempo las mejoras en la productividad de la economía mundial y las actuaciones efectivas de los bancos centrales de los países desarrollados permitieron mantener las tasas de interés nominales de manera sostenida en su tendencia secular a la baja. Posteriormente, la Gran Crisis Financiera de 2007-2009 condujo a una inyección de liquidez en las economías desarrolladas que estaba cercano a terminar cuando la covid-19 obligó a extenderla. Van más de diez años con rendimientos no vistos en Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial.

Cada vez existen menos razones para mantener esa inyección de fondos baratos en la economía estadounidense. La presión inflacionaria producida en los últimos meses por las disrupciones de las cadenas de suministros debido a la pandemia, acompañada de un crecimiento económico superior al originalmente esperado en esta reapertura de la economía, obliga a la Reserva Federal (FED) y sus homólogos europeos a considerar que llegó momento de desmantelar el programa de inyección de liquidez, que ha sido la gran respuesta a todos los males de estas economías desde el año 2009.

Como dice el refrán: no hay plazo que no se venza. El fin de la inyección de dinero barato también llegó, y con él la obligación de enfrentar los efectos no deseados de este gran ensayo macroeconómico al que llamaron «expansión cuantitativa».

¿Cuáles son esos efectos no deseados? El primero es que el mercado de bonos dejó de ser un mecanismo de revelación de las expectativas de los actores económicos sobre la inflación y el crecimiento de las economías desarrolladas. A partir de los retornos de los bonos soberanos, y ciertas consideraciones de riesgo, se fijan los precios de las acciones de las empresas tanto de oferta pública como de oferta privada y, por supuesto, los rendimientos requeridos para evaluar proyectos de inversión en las empresas. Los bajos rendimientos de los bonos obligaron a los inversionistas más conservadores a incursionar en la compra de activos riesgosos; y a otros actores, a ejecutar estrategias riesgosas con fondos baratos.

El segundo efecto fue la pérdida del papel de los bonos como diversificadores confiables en las carteras de inversión destinadas a financiar el retiro y otras metas de inversión de largo plazo. En el pasado se combinaban acciones y bonos para obtener el potencial de retorno de la renta variable; se mitigaba el riesgo mediante la renta fija. En este momento, los bonos no cumplen ese papel, pues, además de ofrecer un magro rendimiento, pueden producir pérdidas de capital cuando llegue a su fin el mercado alcista de la renta fija estadounidense al terminar el programa de compra de bonos que ejecuta la FED y las tasas de interés comiencen a subir.

La reducción de la oferta de fondos baratos provistos por los bancos centrales de los países desarrollados creará inevitables episodios de volatilidad de los precios de los activos financieros en los próximos meses. Ojalá que los daños colaterales no sean excesivos.


Carlos Jaramillo, director académico del IESA.

Este artículo ha sido publicado en alianza con Arca Análisis Económico.

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