Durante años los mercados financieros estadounidenses mostraron tendencias de largo plazo que facilitaron las vidas de los inversionistas. El mundo comienza a cambiar y, a diferencia de los grandes inversionistas extranjeros, las personas naturales tienden a quedarse ancladas a las recomendaciones de sus asesores, cuando existen, o a los consejos que llegan a sus oídos.
Durante años, los mercados financieros estadounidenses, y en particular el bursátil, mostraron tendencias de largo plazo que facilitaron las vidas de los inversionistas individuales. El llamado «excepcionalismo estadounidense» hizo de la inversión en acciones de ese país la apuesta obvia. Para muchos, cualquier corrección de mediana importancia era una oportunidad para tratar de alcanzar la tendencia al alza. Esta fue una táctica de eficacia comprobada, con un buen historial de éxito.
Pero el pasado 2 de abril Donald Trump anunció la entrada en vigencia de un nuevo régimen arancelario que causó una caída del trece por ciento del S&P 500 en los días siguientes y que, sumada a las de las semanas anteriores, condujo a una corrección de un veinte por ciento. La volatilidad del mercado accionario estadounidense —como consecuencia del tira y encoge arancelario de Estados Unidos con sus principales socios comerciales— ha ocasionado que los bancos de inversión internacionales comiencen a ver con ojos críticos la exposición a ese país de sus carteras de títulos valores.
Este no ha sido el caso de las personas naturales, según reporta la prensa especializada, que tienden a quedarse ancladas a las recomendaciones que históricamente han recibido de sus asesores de inversión (cuando los tienen) o a los consejos que de una forma u otra han llegado a sus oídos.
Durante la caída accionaria del pasado mes de abril hubo «una avalancha» de columnistas de opinión que advertían a los pequeños inversionistas de evitar la compra de acciones hasta que se aclarase el asunto arancelario. Corrían el peligro de confundir una corrección con el comienzo de un mercado a la baja que podría tener larga duración.
La volatilidad del mercado accionario estadounidense ha ocasionado que los bancos de inversión internacionales comiencen a ver con ojos críticos la exposición a ese país de sus carteras de títulos valores.
Para el «descredito» de los expertos, el S&P 500 no solo recuperó lo perdido, sino también alcanzó nuevos máximos históricos y tiene una ganancia acumulada del siete por ciento en lo que va del año. Quienes consideraron las recientes caídas una clásica corrección —de las que suceden en promedio dos veces cada año, aun en mercados alcistas— ganaron dinero.
Este éxito de los pequeños inversionistas debe ser visto con un grano de sal, porque al tener limitados recursos disponibles para la inversión, se ven menos presionados que los grandes inversionistas institucionales a rotar sus carteras de inversión. Además, los inversionistas institucionales tienen que monitorear constantemente los mercados, no solo para gestionar los recursos que ya tienen a su cargo, sino también para poner a trabajar los nuevos flujos de fondos que captan.
Reducir la exposición de los inversionistas institucionales extranjeros al mercado accionario estadounidense es una opción difícil de implantar, porque los mercados accionarios alternativos no son suficientemente profundos. El mercado accionario estadounidense representa el setenta por ciento de la capitalización de los mercados accionarios de los países desarrollados.
Es posible que los inversionistas extranjeros reduzcan la proporción de dinero fresco que destinan al mercado accionario estadounidense, por lo que tendrán que participar más activamente en los mercados bursátiles de Asia y Europa. Las acciones europeas han subido en promedio más del veinte por ciento en este último año, lo que sugiere que la redistribución del flujo de recursos ya empezó.
Los pequeños inversionistas tienen mayores limitaciones para implantar estrategias que los protejan de los vaivenes del dólar.
Para complicar aún más esta historia, los inversionistas cuya moneda de origen no es el dólar, como los europeos, ven cómo los rendimientos de sus carteras de acciones estadounidenses se deterioran a medida que la divisa estadounidense se devalúa frente al euro. De hecho, en lo que va del año, las acciones estadounidenses acumulan una caída de aproximadamente el 6,5 por ciento cuando su rendimiento se calcula en euros.
En este nuevo contexto, donde el dólar se devalúa producto de un realineamiento de las relaciones comerciales internacionales, es natural que los inversionistas institucionales extranjeros se pregunten si vale la pena seguir apostando a un mercado accionario cuyos títulos se venden con una prima sobre sus homólogos. Además, ese mercado los expone a la volatilidad de precios que trae consigo el riesgo político que fomenta el presidente Trump con su proceder.
A diferencia de los inversionistas institucionales extranjeros, los pequeños inversionistas tienen mayores limitaciones para implantar estrategias que los protejan de los vaivenes del dólar ocasionados por la pérdida de la confianza en el buen funcionamiento del orden económico imperante. Mientras aparecen nuevos productos de inversión que reflejen las nuevas realidades comerciales y mientras los mercados financieros internacionales no alcancen la madurez suficiente para ser una alternativa real a los mercados estadounidenses, los pequeños inversionistas se comportarán como los perros viejos que repiten los mismos trucos, pero cada vez con menor certeza de que recibirán algún premio.
Carlos Jaramillo, vicepresidente ejecutivo del IESA.
Este artículo se publica en alianza con Arca Análisis Económico.
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