No había cumplido cincuenta años cuando Shakespeare decidió regresar a Stratford, su ciudad natal. Allí se reencontró consigo mismo y escribió algunas obras, en especial La tempestad, en la cual creó uno de sus personajes más carismáticos: Próspero. Varios elementos indican que Shakespeare construyó su personaje a partir de sí, cual síntesis y testamento.
Leonardo Azparren Giménez / 5 de abril de 2021
En mayo de 1609 zarpó de Inglaterra una flota con destino a Virginia, en el Nuevo Mundo, donde los ingleses habían comenzado la conquista. Pero una tempestad hizo naufragar a uno de los barcos, que encalló en las Bermudas. La permanencia en las Bermudas, poder llegar a Virginia y regresar a la metrópolis en 1610 fueron objetos de relatos, especulaciones y fantasías. Uno de ellos, Discovery of the Bermudas (1610), describe la extraña isla del naufragio por su clima y su naturaleza fértil. La imaginación colectiva enriqueció los relatos y creo un mundo frondoso sobre aquellas tierras y sus habitantes.
Shakespeare tuvo conocimiento del suceso y de los relatos, y su imaginación se enriqueció. Eran los años del deslumbramiento europeo por los descubrimientos y, en particular, por el Nuevo Mundo; también los postrimeros de la producción shakesperiana, pues hacia 1611 se retiró a Stratford donde murió en 1616. La tempestad (1611) puede ser considerada su despedida del teatro a través de Próspero, aunque después escribió Enrique VIII (1612-1613) y sus manos están presentes en Dos nobles de la misma sangre (1613) de John Fletcher.
Shakespeare escribió La tempestad después de sus grandes tragedias, en las que dejó sentir cierto pesimismo sobre la condición humana y su destino. Hamlet (1601), Otelo (1604), El rey Lear (1605), Macbeth (1606), Antonio y Cleopatra (1606) y Coriolano (1607-1608) debieron producirle un desgarramiento suficiente para repensar su trabajo y buscar cómo superar su visión del mundo. En La tempestad representó una suerte de armonía universal existencial y política alejada de la visión de sus grandes tragedias, con un final un tanto semejante al de Medida por medida, pero sin el nihilismo moral de esta obra.
La tempestad es un híbrido por las diferencias en las situaciones y tipos de personajes. La fábula es una metáfora que requiere descifrar el significado de sus situaciones y personajes, el lugar donde transcurre y su duración. Las dotes mágicas de Próspero construyen un universo social irreal, mediante el cual Shakespeare quiso mantener sintonía con el sistema de valores y creencias del espectador. Apela al mundo de la magia para representar un tema político muy querido, la usurpación del poder y la restitución del orden alterado, además del amor de una pareja joven y sus juegos teatrales. La tempestad y lo que sucede en la isla de Próspero después del naufragio son consecuencias de la usurpación del poder ducal de Próspero en Milán y los medios que emplea para recuperarlo. La armonía final es existencial, entre los personajes, y política, en cuanto al ejercicio del poder. Así, Shakespeare congenia las dimensiones públicas y privadas de la fábula.
Para alcanzar su propósito Shakespeare crea una mascarada teatral con Próspero, Ariel y Calibán, y los náufragos; situaciones aparentemente paralelas, pero con unidad de significación y orientadas hacia la armonía final. Los náufragos, en conjunto personajes secundarios, creen inhabitada la isla donde están. Próspero los observa y manipula con la ayuda de Ariel, el realizador de sus puestas en escena. Calibán, nativo de la isla, lleva adelante su propia acción para vengarse de Próspero, quien le usurpó su poder en la isla.
Al final míster Próspero Shakespeare dispone y decide el destino de todos. De esta manera es superado y dejado atrás el mundo salvaje de la isla y los personajes se reincorporan a la civilización, representada por la sabiduría de Próspero, el reino de Nápoles y el ducado de Milán.
Las referencias geográficas de la obra son Argel, Túnez, Nápoles y Milán, por lo que la fábula tiene lugar en alguna isla del Mediterráneo. La ubicación es importante para otro tema frecuente en Shakespeare: las relaciones del hombre con la naturaleza. Salvo por la presencia de Próspero y Miranda, su hija, es una isla inhabitada pero no desértica. Para Calibán, «la isla está llena de rumores, / sonidos y dulces cánticos que dan placer y no hieren» (III, ii, 146). Pero para Gonzalo, uno de los náufragos, es espantosa (V, i, 110). Trínculo, el bufón, dice que no hay árboles ni matorrales para guarecerse. Próspero vive en una cueva.
En esta obra Shakespeare hace gala de todos los recursos teatrales de su genio, y reitera su visión ideológica sobre el ser humano. Próspero es dramaturgo y director de escena. Los críticos mantienen una discusión con respecto a su estructura temporal y espacial, porque Alonso, rey de Nápoles, dice haber arribado «hace tres horas» (V, i, 140) a ese lugar, lo repite un poco después y lo confirma el Contramaestre. De ser así, Shakespeare habría hecho coincidir el tiempo de la fábula con el de la representación; es decir, habría logrado una unidad de tiempo y acción de comienzo a fin. Los personajes están en una isla ante la cueva de Próspero; es decir, la obra tendría además unidad de lugar.
Lo más importante es la presencia de sus grandes temas, aquí en síntesis y plenitud de significado; en primer lugar, el teatro. Shakespeare estuvo obsesionado por las correlaciones entre el teatro y la vida. La vida es un teatro en el que las personas representan diversos papeles. Por eso los personajes emplean frases e imágenes teatrales para fortalecer sus argumentos. Cuando Próspero le explica a Miranda cómo fue despojado del ducado de Milán por su hermano Antonio, dice (I, ii, 97ss):
Para que nada se interpusiera entre el papel
que representaba y aquél a quien sustituía, se propone
a toda costa ser dueño y señor de Milán.
Las expresiones teatrales parecen confirmar el aserto según el cual Shakespeare quiso despedirse del teatro con La tempestad, y representó en Próspero lo que él había sido y era. Ariel actúa según las instrucciones que recibe de Próspero, para crear una puesta en escena que le permita recuperar el poder. Y Próspero se lo agradece (III, iii, 85ss):
Excelente ha sido, oh Ariel, tu representación
de la arpía; ha sido de una gracia devoradora.
De las instrucciones que te di no has olvidado
ni una sola palabra. Así pues, con gran viveza
y extraordinaria diligencia mis espíritus menores
han representado su papel.
Próspero es dramaturgo y director de escena de la actuación de Ariel. Él y Hamlet cuidan que la palabra acompañe a la acción y la acción a la palabra, para alcanzar sus objetivos. Próspero está seguro de la eficacia de su arte teatral; así lo conversa con Ariel. Y cuando aparecen Iris, Juno y Ceres, traídos a escena por Ariel, insiste: «Espíritus que, con mi arte, convoqué de sus confines para esta representación de mi fantasía» (IV, i, 120). Para Míster Próspero Shakespeare, dramaturgo y director de escena al igual que Hamlet, la existencia humana es evanescente, la que representará en el quinto acto.
El segundo gran tema es el poder, su usurpación y restablecimiento. El tema implica referencias a monarcas buenos y malos, a fortalezas y debilidades, a traiciones y fidelidades, a venganza. En La tempestad es idea rectora, para comprender su significado y los propósitos y las estrategias de Próspero Shakespeare.
En conocimiento de los poderes de su padre sobre la naturaleza Miranda le pregunta: «¿Por qué razón / provocasteis la tempestad?» (I, ii, 176). La situación entre padre e hija es prologal de las siguientes. Víctima de la conspiración de Antonio, su hermano, con Alonso rey de Nápoles, fue expatriado con su hija de tres años y sus libros a esa isla inhabitada y desierta desde hace doce.
Antonio se apropió de sus rentas y de lo que el poder ofrecía en complicidad con el rey de Nápoles («inveterado enemigo mío», acota Próspero). Pero, cuando era duque de Milán, ¿tenía el arte que exhibe en la isla? Próspero vive apegado a sus libros y en ellos aprendió su arte. Doce años después, lo despliega para vengarse, razón y causa de la tempestad provocada cuando el barco con Antonio y el rey de Nápoles regresaba de Túnez. Es una estrategia dramática aleccionadora, pues los náufragos se salvan para representar al final la reconstitución de la armonía social y existencial; la misericordia se impone a la venganza ciega.
Shakespeare coloca en el centro el tema político y Ariel es el instrumento ejecutor del arte de Próspero, enriquecido por sus relaciones con Calibán, aborigen de la isla. El tema del poder tiene un subtema, pues Calibán quiere vengarse de Próspero, incluso darle muerte; situación con la que Shakespeare crea la dimensión bufonesca de su fábula, pues Calibán conspira con Trínculo, un bufón, y Stefano, un mayordomo borracho, ambos de la tripulación del barco. La restitución de Próspero en el ducado de Milán, la libertad de Ariel, la alianza de Milán y Nápoles por el matrimonio de Miranda y Ferdinand, y la educación de Calibán en Milán constituyen el corolario.
El tercer gran tema es la relación del ser humano con la naturaleza. En La tempestad esa relación tiene dos representaciones: la impotencia de quienes están en el barco ante la fuerza de la naturaleza y los poderes del arte de Próspero para provocarla, controlarla y colocar a los náufragos en situaciones azarosas para lograr sus propósitos. Miranda pregunta a su padre por qué provocó la tempestad, porque él dialoga con ella, hasta la pone a su servicio. Desde siglos antes había la creencia popular en la posibilidad de dominar la naturaleza con la magia. Shakespeare propone al espectador una conciliación, y cuando Próspero está en proceso de reconstruir la armonía entre todos exalta al ser humano por boca de Miranda (V, i, 184ss):
¡Qué hermosa
es la raza humana! ¡Oh mundo nuevo y espléndido
qué bellas son tus gentes!
La obsesión de Shakespeare con las analogías y paralelismos entre la vida y el teatro se traduce en analogías y paralelismos entre la realidad y los sueños, entre realidad y ficción. El recuerdo de Miranda de su vida en Milán, siendo una niña de tres años, «es más un sueño que una certeza» (I, ii, 45). Cuando Próspero se enfila hacia la solución de la fábula, resume parte de la ideología de Shakespeare (IV, i, 156ss):
Estamos hechos
de la misma materia que los sueños, y nuestra pequeña
vida cierra su círculo con un sueño.
Varias situaciones causadas y presididas por Próspero son determinantes en el trascurso de la fábula. La situación básica de enunciación es su decisión de recuperar el poder, para lo cual produjo la tempestad y sometió a los náufragos a una incertidumbre.
La isla, equidistante entre Túnez y Argel, en África, y Nápoles y Milán, en Europa, ubica al espectador geográfica y socialmente para colocar en ella a dos personajes únicos: Calibán y Ariel. Uno, cuyo nombre se confunde con aire; y el otro, con caníbal y es «lodo inmundo». Con ellos y Próspero Shakespeare construye el triángulo central de su obra. Ambos representan las fuerzas de la naturaleza y están sometidos a Próspero. Ariel fue esclavo de la bruja Sycorax, quien lo confinó al hueco de un árbol por resistirse a ella. Ahora lo es de Próspero y aspira a ser libre. Calibán merece los peores epítetos: «esclavo ponzoñoso» y «engendro del diablo»; pero tiene derechos usurpados, los cuales dan pie a un importante subtema. Él reclama: «Esta isla es mía; la heredé de mi madre, Sycorax, / y tú quieres robármela» (I, ii, 331ss).
Calibán enriquece la dimensión política de la obra, porque él también es víctima de la usurpación de su poder: «Soy tu único vasallo / donde antes fui rey». Por eso quiere derrocar a Próspero y asesinarlo, para recuperar su poder. Pero Próspero tiene razones para despreciarlo, no solo por su origen sino también porque intentó violar a Miranda. Irónico, él se lamenta de no haber «llenado esta isla de Calibanes». Sutilmente, Shakespeare plantea el dilema entre civilización y barbarie con el triunfo final de la primera, cuando Próspero regresa a Milán y se lleva a Calibán para educarlo.
Ariel es invisible excepto para Próspero, y se hace sentir como el aire. En su papel de realizador teatral se presenta cuando es convocado por primera vez (I, i, 199ss):
Aquí me tenéis para obedeceros; sea para volar,
nadar, lanzarme al fuego o cabalgar nubes
encrespadas.
Tal es la carta de presentación de ambos personajes y de la fábula. Dramaturgo, director de escena y actor se preparan para representar. Por eso, a solicitud de Próspero, Ariel informa cómo llevó a cabo la tempestad. Así Shakespeare establece uno de los ejes del triángulo central. Ariel dispersó por grupos a los náufragos en la isla, para que no se comunicaran entre sí, pero desembarcó aparte a Ferdinand, el hijo del rey de Nápoles. Shakespeare prepara el encuentro entre los jóvenes amantes. Ariel aparece en escena con música y canto para amodorrar a los personajes.
Próspero espera la situación decisiva final para que los náufragos lo vean y reconozcan; mientras tanto Ariel ejecuta su estrategia dirigida a recuperar el poder. Con ese propósito, Ariel adopta la forma de arpía y, entre truenos y relámpagos, hace la acusación central de la usurpación del poder del ducado de Milán (III, iii, 55ss). Se presenta («Mi séquito y yo somos ministros del Destino») y habla con furia («la ira que caerá en esta isla desolada / sobre vuestras cabezas») por haber arrojado a Próspero «en este mar que ahora toma venganza». Próspero, autor del drama, habla por boca de Ariel.
No hay duda de la diversión que causó esta escena a Shakespeare, el dramaturgo mayor, con la que preparó la final. Míster Próspero Shakespeare lo sabe: con «Ya va llegando mi obra a su fin» da inicio al quinto acto, en el que establece la armonía total.
Alonso, rey de Portugal, se arrepiente, renuncia al ducado de Milán y pide el perdón de Próspero quien, a su vez, perdona a su hermano Antonio por usurparle el ducado. La unión de Miranda y Ferdinand, cuyo amor recuerda a primera vista el de Romeo y Julieta, sella la unión política de Milán y Nápoles. Calibán alcanza el perdón de Próspero y es liberado. Gonzalo, el buen consejero, declara los mejores auspicios. La nave «está intacta, aparejada y armada», a pesar de haber zozobrado. Y Próspero Shakespeare se despide —¿de quiénes?— al ver la plenitud de su obra (Epílogo, 1-10):
Ahora, el poder de mi magia llega a su fin
y solo me quedan mis propias fuerzas,
ya cansadas. Ahora, es cierto,
podríais aquí confinarme
o enviarme a Nápoles. Aquí no me dejéis,
pues ya recuperé mi ducado
y perdoné al traidor; no queráis abandonarme
en esta isla desolada, cautivo de vuestro hechizo.
Liberadme de mis ataduras; hacedlo
con vuestras propias manos.
Shakespeare pasó sus últimos años con su esposa e hijos en Stratford con una situación económica más que solvente. Parece que algunas veces visitó Londres, en particular en la ocasión del estreno de Dos nobles de la misma sangre de John Fletcher, en la que participó.
¿Quiso retirarse ante la avanzada exitosa de una nueva generación de dramaturgos, habida cuenta su bienestar económico? ¿Había dicho todo lo que tenía que decir? De ser así, en Próspero creó su alter ego.
Leonardo Azparren Giménez, crítico de teatro y profesor de la Universidad Central de Venezuela.