Bajo tierra permanecen en Caracas viejas construcciones de la infraestructura que es, o fue, parte del suelo urbano. Dos de ellas, obras importantes de la ingeniería venezolana, franquean el río Caroata frente al paseo de El Calvario, en la Reurbanización El Silencio, que en 2025 cumplirá ochenta años.
El adjetivo «soterrada», uno más de los que suelen asociarse al nombre de Caracas, puede entenderse con al menos tres significados: enterrada, oculta, olvidada. Cualquiera vale para pensar a Caracas, desde alguna de sus perspectivas.
¿Cuántos pasados oculta el suelo caraqueño? Tantos como otras ciudades centenarias. Probablemente suficientes para abrir nuevos capítulos de estudio. Los restos del pasado tapiados por el progreso, ocultos, olvidados, ignorados, son lo que queda de estructuras que tiempo atrás pudieron erguirse en su plenitud a la vista de todos, materia que suele quedar para los arqueólogos.
También hay pasados enterrados que no son restos sino estructuras funcionales construidas para prestar determinados servicios fuera de la vista: las cloacas, desde luego, y los ductos de los servicios que hacen la vida contemporánea. Bajo tierra también permanecen en Caracas viejas construcciones de la infraestructura que es, o fue, parte del suelo urbano. Es la infraestructura del presente, pasados funcionales.
El impulso a la fundación de las primeras empresas constructoras venezolanas fue la decisión de asignar cada bloque de la Reurbanización El Silencio a una empresa diferente.
El suelo natural de Caracas poco tenía que ver con las demandas de la construcción, de la expansión y de la movilidad urbana, fracturado por cientos de quebradas y ríos, y profundas hondonadas, desniveles, colinas y suelos inundables. Pocas de estas marcas de la naturaleza siguen a la vista, excepto cuando toca atravesar algún puente y ver abajo una corriente de agua o un desnivel, o cuando una quebrada avisa de su existencia al desbordarse.
En los años cuarenta del siglo XX, cuando Caracas iniciaba un intenso proceso de expansión y renovación urbana, a tono con la realidad de su boyante economía, su crecimiento demográfico, y sus urgentes aspiraciones de modernidad, se inició la reurbanización del barrio El Silencio con un proyecto de Carlos Raúl Villanueva. Fue la obra de mayor proyección urbana y urbanística en el núcleo tradicional, particularmente significativa para la reseña de estas historias soterradas.
Fue también el primer desafío a la planificación que orientó la expansión urbana desde sus inicios. El Plan de Urbanismo de 1939, más conocido como Plan Rotival, proyectó un centro cívico, con el cenotafio de Bolívar al pie de El Calvario y los edificios de los distintos poderes del Estado en el eje vial que después fue la avenida Bolívar. El Plan fue alterado en 1941 para dar cabida al proyecto de vivienda social y de renovación urbana del gobierno de Isaías Medina Angarita. La Reurbanización El Silencio, con los siete bloques de apartamentos de baja altura, la plaza O’Leary, antes Rafael Urdaneta, y la vialidad que conecta las avenidas Sucre y San Martín, configuraron el espacio urbano que hoy se ve, desde las escalinatas de El Calvario hasta la plaza Miranda.
¿Qué es lo que no se ve allí? Para empezar, dos importantes obras de la ingeniería venezolana, literalmente soterradas, concebidas en tiempos diferentes para franquear el río Caroata por el mismo punto de su recorrido, frente al paseo de El Calvario.
Una es el embaulamiento del río Caroata, la infraestructura de ingeniería hidráulica construida en 1943 por la empresa Oscar Zuloaga y Cía.; una bóveda de casi diez metros de diámetro que canaliza y controla la corriente que, después de recibir la quebrada Los Padrones, pasa por debajo de los bloques 2, 3 y 4, y sigue su curso hacia el río Guaire. Los cimientos de esos mismos bloques, a cargo de la misma empresa, fueron un reto de diseño que se resolvió en el bloque 3 con la construcción de un soporte para las columnas en forma de pórtico que «cabalga» sobre la bóveda. En el espacio recuperado por esa obra también se construyó en esos años el Liceo Fermín Toro. Esta compleja infraestructura es una historia soterrada, olvidada, también por una historiografía que ha ignorado estos temas.
La cota del nuevo pavimento se elevó considerablemente sobre el nivel anterior y dejó oculta otra historia soterrada: la del monumental puente Bolívar, obra en mampostería de Antonio Malaussena, construida en 1887 entre la escalinata de El Calvario y la esquina de Marcos Parra, por orden de Guzmán Blanco. El arco y las columnas del puente Bolívar quedaron soterrados y la calzada del puente quedó al nivel del pavimento actual.
Lo que ya no se ve, ni se verá, es el antiguo barrio de El Silencio, de casas levantadas tal vez en los tardíos años de la colonia o en las décadas finales del siglo XIX, acerca de cuyo valor patrimonial no se conoce información verificable. Ricardo de Sola Ricardo, en su crónica La reurbanización de «El Silencio», dejó un valioso registro de este proceso. El sector fue descrito en medios oficiales y de prensa como decadente, insalubre e irrecuperable, sin otra alternativa que su desaparición.
Las extensas negociaciones con los 286 propietarios para la adquisición de los 308 inmuebles, entre quienes figuraban conocidos nombres de la sociedad caraqueña, se extendieron hasta finales de 1942. El total cancelado por las propiedades fue de 9.606.620 bolívares, cifra que representa un cinco por ciento de los depósitos en cuenta corriente de los bancos comerciales de Caracas en 1942 (Memoria de Sudeban, 1942). En el 375 aniversario de la fundación de Caracas, el 25 de julio de 1942, el presidente Medina Angarita dio el primer golpe de piqueta que inició la demolición. Una acuciosa investigación tal vez permita conocer esa olvidada historia, para ser «vista» nuevamente.
El impulso a la fundación de las primeras empresas constructoras fue la decisión de asignar cada bloque de apartamentos a una empresa diferente y contratar con otras los trabajos especiales, como la infraestructura descrita. Este paso llevó al sector empresarial de la construcción a organizarse en 1943 en la Asociación de Contratistas de Obras del Distrito Federal, años después la Cámara Venezolana de la Construcción. También los obreros de la construcción, un sector laboral casi inexistente hasta entonces, fortalecieron su identidad como gremio, al punto que los trabajadores del bloque 6 se declararon en huelga el 29 de agosto de 1944: un año antes de la inauguración del nuevo El Silencio, en agosto de 1945; harán ochenta años en 2025. Estas son también historias olvidadas.
María Elena González Deluca, historiadora, individuo de número y directora de la Academia Nacional de la Historia (Venezuela).