¿Cómo se pasa, por qué se transita de una república a otra?

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Desde 1999 se habla de la instauración de una Quinta República en Venezuela. ¿Es correcta esta afirmación? Según Diego Bautista Urbaneja, ha habido, efectivamente, cinco repúblicas, pero difiere del chavismo sobre cuándo comenzó y terminó cada una de ellas, según una serie de criterios políticos y económicos. Más aún, afirma que con la muerte de Chávez terminó la Quinta y comenzó una transición. ¿Hacia dónde? Es difícil saberlo.


Reseña de Venezuela y sus repúblicas, de Diego Bautista Urbaneja. AB Ediciones-Instituto de Estudios Parlamentarios Fermín Toro/Universidad Católica Andrés Bello/Konrad Adenauer Stiftung. 2022. Edición digital (gratuita):
https://abediciones.ucab.edu.ve/sociedad/


Despuntaba 2019 y el tiempo pareció hacerse más rápido. En cosa de días, el panorama político de Venezuela dio un viraje: al considerar írritas las elecciones del año anterior, la Asamblea Nacional declaró la falta absoluta del presidente de la República y, según lo establecido por la Constitución para tales casos, Juan Guaidó, presidente de la Asamblea, asumió la Presidencia interina. Rescatando una vieja tradición hispánica, a la que se recurre una y otra vez, lo hizo en un cabildo público, cosa que no dejó de generar polémica. Unas horas después ya era reconocido por decenas de países, algunos tan importantes como Estados Unidos, y Venezuela pudo agregar a su ya agitada historia el hecho de contar con dos presidentes: uno con poder efectivo y otro paralelo, reconocido por buena parte de la comunidad internacional.

Sorprendentemente, ambos coexistían en Caracas con bastante paz entre ellos. El lema de Guaidó —cese de la usurpación-gobierno de transición-elecciones libres— se volvió un mantra y la palabra transición se esparció como fuego en la mente y las bocas de los venezolanos. Hubo una explosión de entusiasmo —las encuestas hablaban de ochenta por ciento de apoyo a Guaidó— ante lo que se consideró un cambio inminente.

Tres años después, sin embargo, todo aquello adquirió la apariencia de un efervescente al que se le bajó la espuma. Nicolás Maduro sigue en el poder; la popularidad de Guaidó, también como un efervescente, se vino abajo; la comunidad internacional busca la forma de llegar a algún acuerdo con Miraflores; y de la transición, la verdad, ya casi nadie habla. ¿Qué pasó? ¿Cómo pudo todo aquello naufragar tan estrepitosamente? ¿Fue solo un espejismo, un juego de apariencias, una de esas sombras del mito de la caverna con las que Gustavo Petro comparó hace poco a Guaidó? Que el mantra «cese de la usurpación-gobierno de transición-elecciones libres» no haya ocurrido exactamente así, ¿significa que de verdad no pasó nada? ¿Se puede afirmar sin ambages que no hubo transición? Estas preguntas saltan cuando se lee el más reciente libro del politólogo e historiador Diego Bautista Urbaneja: Venezuela y sus repúblicas. Y no lo hacen porque se detenga especialmente en los hechos de 2019, que apenas roza de pasada, sino porque trae propuestas sobre el cambio político en Venezuela que permiten poner lo sucedido entonces, así como el terreno actual, en otro contexto, revelando claves que por lo general han pasado inadvertidas.

Cuando algunos pensadores políticos, como Kleber Ramírez o Jorge Olavarría, comenzaron en las décadas de 1980 y 1990 a impulsar la tesis de la Quinta República, fue algo a lo que la academia no prestó especial atención.

La conclusión de Urbaneja es que sí, Venezuela está en una transición. La crisis de 2019 es parte de ella y, tal vez, apunta a la dirección hacia la que está marchando. Pero no fue su desenlace ni se puede asegurar cuál será su resultado final. Cómo llegó Urbaneja a esta conclusión, y qué puede decir de cara a la actualidad, es algo que requiere explicación.

Lo primero es que Urbaneja no quiso hacer un tratado (¡otro más!) de transitología. Llegó a esa conclusión por otro tema, en apariencia mucho menos acuciante, de los discursos políticos e ideológicos contemporáneos: el del número de repúblicas que ha tenido en Venezuela desde que se independizó y fundó una en 1811. Eso parece tener todas las características de una discusión preciosista, incluso bizantina, de aficionados a la Historia Patria. La verdad es que hasta hace unos veinte años no inquietaba demasiado a ningún historiador profesional. Pero desde que en 1998 llegó Hugo Chávez al poder y proclamó el inicio de una Quinta República, con consecuencias políticas muy concretas, comenzó a ser necesario tomar posturas al respecto. Determinar, entonces, si de verdad han existido varias repúblicas y cómo, de ser así, se ha pasado de una a otra fue lo que se planteó Urbaneja al comenzar a escribir su ensayo.

Convencionalmente se habla de Primera (1811-1812), Segunda (1813-1814) y Tercera (1817-1819) Repúblicas, a las que sigue, tras el paréntesis de la Gran Colombia, una Cuarta República emergida en 1830, que casi nadie llamaba así. Es una periodización que se hizo sin grandes reflexiones teóricas y, muy probablemente, en otra prueba de la francofilia de los tatarabuelos, imitando la historia francesa. Quienes representaban a Venezuela como la Marianne, también identificaron una Segunda o una Tercera República en su pasado. La convención incomodaba un poco a los especialistas, pero se había asentado de tal modo en la memoria colectiva, que era (y aún lo es) un referente ineludible por el que en realidad no parecía valer la pena discutir demasiado. Así, cuando algunos pensadores políticos, como Kleber Ramírez o Jorge Olavarría, comenzaron en las décadas de 1980 y 1990 a impulsar la tesis de la Quinta República, fue algo a lo que la academia no prestó especial atención. Pero la Quinta República se materializó y cambió la vida de todos. Nuevamente, alguna influencia francesa tiene la categoría: la idea de sustituir y enmendar los yerros de una Cuarta República, civil y liberal, y hacerlo, además, de la mano de un todopoderoso jefe militar, remite inmediatamente a de Gaulle. No obstante, el tentativo gaulllismo de los chavistas termina ahí. El concepto se canalizó por la muy poderosa tradición venezolana del bolivarianismo.

Con la muerte de Chávez comenzó una quinta transición, actualmente en curso.

La idea de la Quinta República chavista es que Chávez fue algo así como la encarnación del ideal bolivariano, una y otra vez traicionado por todas las élites durante los 168 años de la Cuarta, hasta que por fin llegó él como su gran redentor. Pero, al igual que en tantas otras cosas, el chavismo ha sido muy exitoso en su empeño de imponer las ideas de la Cuarta y la Quinta en la memoria de los venezolanos. Como las repúblicas anteriores —en realidad, más que con ellas— son ya un referente que hasta el más desprevenido puede reconocer. Eso sí, la Cuarta se asocia fundamentalmente con la democracia de 1958 a 1998 y, en un desarrollo inesperado para el chavismo, se ha ido revindicando entre muchas personas.

Ante este panorama Diego Bautista Urbaneja reflexionó sobre qué puede entenderse como república y, sobre esta base, cuántas ha habido en Venezuela (si es que ha habido varias). Lo primero lo resuelve de esta manera: una república es, al menos para el caso venezolano,

… un conjunto relativamente coherente y relativamente estable de elementos básicos que dan lugar a un orden de vida colectivo que es posible delimitar del que lo precede y del que lo sigue. Con frecuencia lo designaremos con la metáfora del mosaico: cada República es un mosaico de esas piezas básicas (p. 10).

Esas piezas son: una forma real de ejercicio del poder, un tipo de andamiaje institucional, una vida económica determinada, unas relaciones sociales y un contexto internacional determinado. Esto no significa que no haya continuidades, o que no pueda haber discronías (categoría que toma de Graciela Soriano de García Pelayo) entre las distintas piezas. Pero, en general, han de ensamblarse suficientemente bien para que el todo sea coherente y estable.

Tras tomar en cuenta estos criterios, concluye que ha habido cinco repúblicas y, entre cada par de ellas, cuatro transiciones. Además, identifica una quinta transición, la actual, que habrá probablemente de conducir a una sexta república, pero cuyo inicio y naturaleza no están aún claros. Ahora bien, las repúblicas que identifica no son las convencionales. En su cuenta, la Primera República es la que recorre el primer trecho de la vida independiente, desde la separación de Colombia en 1830 hasta la enorme crisis de 1858; allí arranca una primera transición, correspondiente a la cadena de guerras civiles que se sucedieron entre 1858 y 1870.

La Segunda República es la del guzmancismo, entre 1870 y 1899. Sigue a ella una segunda transición, que corresponde al período de Cipriano Castro, entre 1899 y 1908. La Tercera República es la del gomecismo y sus herederos liberalizadores y modernizadores, entre 1908 y 1945. Sigue una tercera transición entre 1945 y 1958, con el ensayo democrático del Trienio y la dictadura militar. En 1958 arranca la Cuarta República, coincidiendo con lo que coloquialmente se entiende por tal, pero que en este caso dura hasta 1989, cuando comienza a rodar por el plano inclinado que la llevará a su desaparición diez años después. Así, hay una cuarta transición, entre 1989 y 1999, en la que colapsa la Cuarta, y emerge el chavismo, que llega al poder y funda la Quinta República, que va desde 1999 hasta 2013. Con la muerte de Chávez comenzó una quinta transición, actualmente en curso.

La sucesión de períodos y regímenes (repúblicas) propuesta no rompe radicalmente con otras periodizaciones existentes: guzmancismo, gomecismo, democracia, etc. Lo innovador está en cuatro criterios: no incorpora lo anterior a 1830 en lo que llama su «arte de contar repúblicas» (p. 9), todas las repúblicas identificadas entran en lo que la convención llamaría la Cuarta y la Quinta, habla de transiciones y, por sobre todas las cosas, aporta un esfuerzo teórico.

¿Cómo se pasa, por qué se transita de una república a otra? Su tesis es la siguiente: en un momento dado, algunas piezas del mosaico tienen desarrollos que no les permiten encajar bien en el resto del sistema, y hacen que deje de funcionar de un modo determinado para poco a poco convertirse en otra cosa. Esas son las transiciones:

Estas etapas cumplen la función de delinear, prefigurar, buena parte de lo que será la agenda de la nueva república que pronto advendrá… Esta etapa de transición no sólo lega problemas por resolver. También deja en herencia algunos logros significativos (p. 91).

Por ejemplo, lo que llama Segunda República (el guzmancismo, 1870-1899) tiene un juego de caudillos en el ejercicio del poder, un modelo económico, un contexto internacional y un desarrollo institucional distintos de la Tercera República (el gomecismo, 1908-1945), en la que el caudillismo desaparece, la economía deja de ser agroexportadora, la institucionalidad republicana tiene otro desarrollo y el mundo cambia (por ejemplo, el poder pasa de Europa a Estados Unidos). Entre ambas ocurre la segunda transición (Cipriano Castro, 1899-1908), con muchos aspectos de la anterior (caudillos, el discurso del Partido Liberal, el modelo económico, aunque en crisis) que van mutando o desapareciendo, junto a otros que van emergiendo (los andinos, Juan Vicente Gómez, las concesiones petroleras). En las transiciones «no caben regularidades» o —mucho menos— «leyes históricas». Una situación calificable de transicional puede durar más tiempo o menos tiempo. Depende del acontecer concreto y de las actuaciones de los actores para el caso relevantes» (p. 182).

La Sexta República es una probabilidad, aunque en un horizonte todavía difícil de otear.

Es difícil no recordar con todo esto a Gramsci y su tesis de la crisis, de lo viejo que no termina de morir y lo nuevo que no termina de nacer. Las crisis (categoría en la que se detuvo Manuel Caballero para el caso venezolano) son momentos de cambio que, en mayor o menor medida, se conectan con transiciones. De tal modo que identificar lo nuevo y lo viejo en cada momento es clave para entender, en términos históricos, por qué las cosas marcharon de un modo y para proyectar, hasta donde eso sea posible, hacia dónde pueden ir en el futuro; y, para el político, tomar las decisiones del caso.

Volvamos al «cese de la usurpación-gobierno de transición-elecciones libres». Si formaba parte de una transición más larga, que la antecedió y la ha sucedido, ¿qué es lo viejo que está pasando y lo nuevo que está emergiendo? En la Quinta República, ¿cuáles son las piezas del mosaico que empezaron a perder el compás? Dice Urbaneja: «En el caso de la Quinta República desaparecen dos de los pilares —o los dos pilares— que la configuraban: el liderazgo carismático de un individuo y el respaldo popular de la propuesta» (p. 183). Habría que agregar, como engranaje entre las dos cosas, la bonanza petrolera. El poder, en efecto, se mantuvo en manos de los herederos de Chávez, pero con casi todas las piezas del mosaico desacompasadas, por lo que Urbaneja la considera una situación que «no puede estabilizarse» (p. 192). Ahora, hacia dónde avanzará, es difícil saberlo.

Venezuela está, entonces, en una transición. La Sexta República es una probabilidad, aunque en un horizonte todavía difícil de otear. A las preguntas formuladas al inicio de esta reseña, cabe añadir otras: ¿eran, o siguen siendo, Guaidó y la Asamblea lo nuevo? Una de las piezas de cada régimen (cada república en este esquema) es su oposición y, en ocasiones, esta desaparece con él. No porque se convierta en gobierno (cosa que ocurre también), sino porque aquello a lo que se opone —sus tesis, programas, imaginarios, asideros sociales— son consustanciales al régimen caído. He ahí lo que pasó con los mochistas cuando Castro tomó el poder o con los viejos opositores al gomecismo después de 1936: quedaron haciendo una especie de boxeo de sombra, peleando con muertos y espectros (¡de nuevo el mito de la caverna!), al que se le presta poca atención.

¿Pueden los «actores relevantes» reacomodarse para convertirse o integrarse a lo nuevo? La historia de las transiciones políticas está llena de figuras como Adolfo Suárez, Mijaíl Gorbachov, Eleazar López Contreras y Pietro Badoglio, o de opositores como Felipe González, que rompen con lo que había sido la oposición hasta el momento para convertirse en otra cosa. De tal modo que no es improbable. De momento no se puede decir más: no es improbable.

Cuando en 2019 el país sintió que el tiempo se aceleraba, no estaba, entonces, equivocado, solo que no era el final o el inicio, según se vea, del proceso de transición, sino una coyuntura crítica dentro de algo bastante más largo que aún está en desarrollo. Los historiadores y politólogos no son pitonisas para adivinar el futuro; pero los ciudadanos, con la información que sus estudios aportan, pueden tomar decisiones para construirlo.


Tomás Straka, profesor de la Universidad Católica Andrés Bello e individuo de número de la Academia Nacional de la Historia.

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