Covid-19 y el mundo del trabajo en Venezuela

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Fotografía: Pixabay.

La covid-19 tendrá importantes efectos en el empleo y las condiciones de trabajo en el mundo. El impacto será aún mayor en Venezuela, que ya se encontraba en emergencia antes de su aparición. En un contexto de desempleo y precarización es fundamental que las organizaciones continúen aprendiendo e innovando para resistir y evolucionar.


El impacto de la covid-19 —medido en función de la cantidad registrada de personas contagiadas, recuperadas y fallecidas— no ha sido igual en todos los países. A pesar de su rápida propagación, las poblaciones actualmente afectadas no estuvieron expuestas al mismo tiempo. Durante seis meses, la información publicada por autoridades y organizaciones sobre una enfermedad desconocida ha sido interpretada de modos diferentes y ocasionalmente contradictorios, lo que ha conducido a medidas y acciones no siempre coincidentes.

Una de las diferencias más destacadas se encuentra en la definición de cuarentena o distanciamiento social, adoptada por cada gobierno, en cuanto a alcance, severidad, duración, excepciones y fases para la desescalada. En la discusión global al comienzo de la pandemia, un elemento clave para decidir era el costo de paralizar las transacciones cotidianas o planificadas con mucha antelación. Las dificultades enfrentadas por los sistemas de salud de Europa y Estados Unidos, y la revisión de la información provista inicialmente por China respaldaron la decisión generalizada de interrumpir actividades previstas, con efectos notables en bolsas de valores, precio del petróleo y flujos comerciales entre países y dentro de cada uno. En medio de expectativas de una disminución importante de la producción, la Organización Internacional del Trabajo presentó un informe en el cual alertaba sobre el impacto de la pandemia en el mundo del trabajo que resalta los siguientes aspectos (OIT, 2020):

  • Disminución de 4,5 por ciento en las horas trabajadas en el primer trimestre del año, lo cual equivale a 130 millones de empleos a tiempo completo, con perspectivas de aumento a unos 305 millones de empleos durante el segundo trimestre, como resultado de la prolongación de las medidas de contención.
  • Unos 436 millones de empresas en situación de riesgo, sometidas a importantes perturbaciones, y 54 por ciento de las empresas en sectores de alto grado de afectación.
  • Disminución de sesenta por ciento en los ingresos de los trabajadores de la economía informal y aumento esperado de la tasa de pobreza relativa (proporción de trabajadores con ingresos inferiores al cincuenta por ciento de la mediana del ingreso de la población) de 34 puntos en el caso de estos trabajadores.

Ahora bien, los costos agregados no permiten apreciar diferencias particulares. Los efectos temporales y permanentes de la pandemia sobre las personas y las organizaciones dependen de sus ahorros, sus conocimientos, sus redes y del contexto donde desarrollaban sus actividades rutinarias y corrían riesgos, antes de los nuevos riesgos de salud.

¿Vuelta a la normalidad?

Reiniciar actividades implica asumir nuevos costos para evitar contagios, si se tiene en cuenta que se desconoce cuánto dura la inmunización de los recuperados o cuándo estará disponible una vacuna efectiva. La distribución de los nuevos costos y sus efectos sobre el poder de compra de los trabajadores tendrán consecuencias. Aunque esta pandemia ha puesto una vez más en evidencia el valor del trabajo de empleados públicos y privados ocupados en la prestación de servicios de salud y educación, recolección de basura, limpieza, distribución y comercialización de alimentos y medicinas, y protección de la ciudadanía, por ejemplo, no en todos las países han recibido recompensas coyunturales por enfrentar mayores riesgos de contagio. En Venezuela, su situación de precariedad hace lucir cuesta arriba cualquier revalorización de estas posiciones.

El panorama es difícil para muchos en el planeta. Aunque Venezuela no estuvo entre los primeros territorios con alta tasa de transmisión de la enfermedad, su realidad es preocupante porque ya se encontraba en una situación de emergencia humanitaria. Paradójicamente, la contracción sostenida de las actividades productivas es una de las posibles causas de los relativamente pocos registros publicados por las autoridades; entre ellas, disminución de vuelos internacionales y escasa movilidad nacional debido a la escasez de gasolina, además del subregistro de casos sintomáticos o asintomáticos por el tipo y números de pruebas aplicadas desde las primeras noticias de la propagación del virus.

Las medidas de distanciamiento físico, dictadas el 15 de marzo de 2020, pretendieron ser tan estrictas como las impuestas en países que sufrían altas tasas de contagio y tenían sistemas de salud sometidos a un estrés importante. Como consecuencia, empresas y espacios productivos enfrentaron una situación de parálisis con consecuencias para la fuerza trabajadora y la sociedad en general. Si bien el impacto no ha sido el mismo para todos los sectores, y buena parte de los negocios han procurado reinventarse, especialmente en cuanto a los mecanismos de entrega o prestación de servicios, la mayoría no ha tenido alternativa y ha paralizado o disminuido de forma importante sus operaciones.

Mientras que en otras partes del mundo se habla de «una nueva normalidad» aún por descubrir, en Venezuela hasta la fecha el sistema de salud no cuenta con nuevas capacidades ni siquiera para atender los casos previos a la covid-19. La disponibilidad de agua, electricidad, telecomunicaciones y combustibles es irregular e insuficiente, a pesar de la caída de su demanda por la cuarentena. Las ayudas familiares provenientes de emigrantes venezolanos tienen que haberse reducido con la actividad económica en sus países de destino. No se procuraron medios para facilitar a los más vulnerables el mantenimiento de la cuarentena, extendida el 12 de mayo por treinta días más, ni a quienes regresan al país el aislamiento en condiciones apropiadas mientras se descarta o trata su contagio.

Precariedad del trabajo

La precariedad laboral ha empeorado durante los últimos años (Perelló 2014; Zúñiga 2010). Se han deteriorado no solo el ingreso y el poder adquisitivo sino también el acceso a esquemas de protección y atributos que configuran el trabajo decente. Aunque hay organizaciones del sector privado que hacen esfuerzos importantes para no disminuir sus plantillas de trabajadores o suspender la relación de trabajo, enfrentar la disminución de los ingresos en la coyuntura y posteriormente, como resultado del estrechamiento de la demanda, puede obligar a tomar decisiones de reorganización que aumenten el desempleo. Además, habrá pequeños y medianos negocios sin los recursos necesarios para resistir. Una mayor cantidad de trabajadores estaría siendo empujada a un sector informal que ya acoge a más de la mitad de la población económicamente activa. El encogimiento del aparato productivo, la insuficiencia de los servicios públicos y una creciente informalización del país hacen temer un deterioro creciente de la calidad de vida de todos.

La OIT (2020) culmina su informe con un llamado a la atención sobre la necesidad de trabajar en cuatro pilares: 1) estimular la economía y el empleo; 2) apoyar a las empresas, los empleos y los ingresos; 3) proteger a los trabajadores en el lugar de trabajo; y 4) buscar soluciones mediante el diálogo social. Esta, definitivamente, no es la agenda de trabajo planteada en Venezuela.

En ausencia de un conjunto coherente de políticas, imaginar el impacto que la tecnología podría tener en el mundo de los negocios, vitales como son las capacidades de innovación y reinvención, puede parecer inoportuno. Para la mayoría parecen desvanecerse las esperanzas de alcanzar una mejor calidad de vida, al punto de poner en duda el valor de la formación y del trabajo como herramientas esenciales para garantizarse un futuro. Todo lo contrario. Aunque se reduzcan y parezcan unos pocos engranajes todavía en movimiento de una máquina que se detiene, las organizaciones que mantengan sus negocios con vida enfrentarán un nuevo grado de crisis para aprender nuevas formas de hacer las cosas.

Lecciones de la experiencia

Las organizaciones sobrevivientes pueden convertirse en componentes de un tejido que se reproduzca y contribuya a revertir el empobrecimiento de sus integrantes y, de modos no siempre previsibles ni intencionales, de una parte de la población. Hay al menos diez lecciones que pueden extraerse de esta experiencia:

  1. La innovación, en cuanto habilitador esencial para hacer frente a la crisis y responder al estrechamiento del mercado, tendrá que centrarse en la búsqueda de mayor eficiencia, diversificación y cambio de los esquemas de distribución o prestación de servicios.
  2. Las medidas de distanciamiento físico han obligado a muchos a incrementar las capacidades para el uso de las herramientas tecnológicas, al menos en lo que se refiere a comunicación e intercambio de información. Es un momento muy interesante para revisar las estrategias de negocio y reconocer las múltiples formas en que la tecnología puede convertirse en un verdadero habilitador para la mejora y el crecimiento. Allí radican los esfuerzos para la transformación digital.
  3. El teletrabajo dejó de ser una fórmula incipiente en algunas organizaciones para convertirse en una opción factible y de uso extendido; particularmente, en posiciones clave y de alto valor añadido para los negocios. Las organizaciones tendrán que formalizar sus políticas de flexibilización laboral, sobre todo las que se refieren a la exigencia de presencia física y cumplimiento de horario, en un contexto donde persistirán restricciones a la movilidad. La configuración de los esquemas de trabajo a distancia ha puesto en evidencia el poco valor agregado de posiciones asistenciales que han permanecido desvinculadas sin afectar los procesos fundamentales. Estas posiciones tendrán que enriquecer sus contenidos y desarrollar nuevas competencias, relacionadas con el uso de la tecnología, para apoyar la gestión.
  4. Con la recuperación de la presencia también será necesario mejorar y profundizar los procesos de seguridad y salud en el trabajo. Esto requerirá estructurar mecanismos especiales de soporte para que los trabajadores y sus familias puedan atender contingencias, especialmente en materia de salud.
  5. Los cambios de estrategias y el mayor empleo de la tecnología implicarán procesos profundos de racionalización y reorganización, para la adaptación a un escenario mucho más exigente. Para muchos se ha hecho evidente que los procesos críticos pueden ser atendidos por una parte de los miembros de la organización.
  6. Los cambios en las variables que determinan el desempeño de los negocios también exigen una revisión de las premisas y atributos definidos en los esquemas de remuneración. Es frecuente relacionar la remuneración con la productividad del trabajador, sin hacer suficientemente explícita la definición de productividad, el papel de los demás factores de producción en la contribución del trabajo y las consecuencias distributivas de su interacción. Es momento de redefinir los criterios de medición y profundizar en los aspectos valorados por los diferentes segmentos de las organizaciones.
  7. Ha quedado claro que las organizaciones pueden estructurar programas de capacitación y desarrollo que no necesariamente requieren presencia o que pueden tener lugar con lo que se ha llamado «presencialidad remota». Será difícil dejar atrás esquemas mucho más eficientes y de mayor alcance que pueden estructurarse con el aprovechamiento de la tecnología. Esto también planteará incentivos para que las instituciones prestadoras de servicios de capacitación avancen en sus estrategias de virtualización.
  8. En un contexto de deterioro de los valores y motivaciones para el trabajo, la consolidación de un sentido de propósito compartido constituirá un pilar fundamental para la mejora. Es necesario mantener a los colaboradores conectados y hacerles sentir que forman parte de una misión que trasciende los beneficios económicos.
  9. El liderazgo es la variable fundamental. Analizar el contexto y las capacidades organizacionales, tomar decisiones con participación del equipo y pensar estratégicamente se consolidan como aspectos vitales para liderar en contextos de tanta incertidumbre. Los trabajadores tienen claro que si no hay capacidad de gestión será cuesta arriba buscar respuesta a los retos de las organizaciones del futuro.
  10. En Venezuela, las organizaciones han aprendido a sonreírle con respeto y trabajo a la adversidad. El sustento fundamental para ello viene de una libertad difícil de vulnerar: la posibilidad de imaginar y ejecutar un proyecto de vida y extraer reflexiones y aprendizajes de lo que se ha tenido la oportunidad de vivir. La esperanza, basada en estas condiciones, es indispensable para hacer posibles los cambios necesarios.

Referencias

  • OIT (2020): «El COVID-19 y el mundo del trabajo». Organización Internacional del Trabajo, Centro Interamericano para el Desarrollo del Conocimiento en la Formación Profesional. https://www.oitcinterfor.org/node/7745
  • Perelló, N. (2014): «Trabajo decente y trabajo precario. Caso Venezuela». Gaceta Laboral. Vol. 20. No. 3: 181-197. https://www.redalyc.org/pdf/336/33638674001.pdf
  • Zúñiga, G. (2010): «Los retos del mercado laboral venezolano: más empleos menos precarios». Revista sobre Relaciones Industriales y Laborales. No. 46: 35-62. http://revistasenlinea.saber.ucab.edu.ve/temas/index.php/rrii2/article/view/907

Gustavo García, vicerrector administrativo, y Ronald Balza, decano de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de la Universidad Católica Andrés Bello, integrantes de Acuerdo Social, asociación civil dedicada a la elaboración de propuestas de políticas públicas para Venezuela (acuerdosocialvenezuela@gmail.com).