Cuando la inflación disminuye, pero la insatisfacción persiste

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Parte importante de la población de Estados Unidos está descontenta con el desempeño económico del gobierno de Biden, aunque la economía crece, el desempleo se ubica en mínimos históricos y la batalla contra la inflación ha sido exitosa. La brecha entre percepciones y mediciones suele observarse en momentos de alta inflación y tasas de interés crecientes.


 

En los últimos meses la prensa especializada estadounidense se ha hecho eco de una serie de encuestas que muestran el descontento de una fracción importante de la población con el desempeño económico del gobierno de Biden. No obstante, la economía crece, aunque modestamente, el desempleo se ubica en mínimos históricos y la batalla para reducir la inflación ha sido exitosa. Cabe preguntarse, entonces: ¿qué resiente la opinión pública?

Marijn Bolhuis, Judd Cramer, Karl Schulz y Lawrence Summers intentaron responder a esta inquietud en «El costo del dinero forma parte del costo de vida», un trabajo publicado en febrero de 2024 por la Oficina Nacional de Investigación Económica (NBER) de Estados Unidos.

Los autores recuerdan que, en sus orígenes, el índice de precios al consumidor (IPC) incluía un componente que captaba el costo del financiamiento de la vivienda. Pero en 1983 ese ítem se sustituyó por la renta equivalente del propietario; es decir, el monto del alquiler correspondiente al servicio prestado por una vivienda propia.

Tal cambio aspiraba a separar dos rasgos que coexisten en la propiedad de una vivienda: vehículo de inversión y servicio de alojamiento. El valor del servicio es la variable que debe medirse para reflejar el costo de los bienes y servicios que demanda un consumidor típico.

En los últimos dos años las tasas hipotecarias a treinta años han subido de tres a siete por ciento, y el valor de una vivienda promedio, en un 140 por ciento. Como ahora el costo del dinero no se incluye en el IPC, surge una desconexión entre la medida de la inflación y los costos efectivamente pagados por muchos consumidores.

Los consumidores son heterogéneos. Algunos viven alquilados, otros tienen hipotecas a tasas fijas contratadas antes del brote inflacionario, otros más no tienen deudas hipotecarias y así sucesivamente. Por lo tanto, no perciben la situación económica actual de Estados Unidos de la misma manera.

No solamente las viviendas se adquieren a crédito. También se financian por esta vía los vehículos, que tampoco se reflejan en el IPC. Bolhuis y sus colaboradores sostienen que si todos los pagos de interés que habitualmente realizan los consumidores —que incluyen los de tarjetas de créditos y afines— se incorporasen en los indicadores de inflación, el IPC de noviembre de 2023 usado como referencia en el estudio habría pasado de tres a nueve por ciento.

No es de extrañar, entonces, que el índice de confianza del consumidor calculado por la Universidad de Michigan se mantenga por debajo del que se registraba antes de la pandemia. Para los autores, el bajo índice de confianza no puede explicarse por variables como el desempleo y la inflación oficial, pero sí está correlacionado con los costos de endeudamiento y la oferta de crédito al consumo. Las preocupaciones por los costos de endeudamiento, que históricamente han seguido al alza del costo del dinero, están en sus niveles más altos desde cuando Paul Volcker fue presidente de la Reserva Federal entre 1979 y 1987.

Cuando se compara la experiencia estadounidense con las de otros países desarrollados se encuentra el mismo resultado. La brecha entre la percepción de los consumidores y la inflación medida está convencionalmente muy relacionada con los cambios en las tasas de interés.

Según los autores lo que más les importa a los consumidores es el aumento porcentual de los costos de intereses que enfrentan, no el aumento en puntos porcentuales de las tasas de interés; es decir, cuánto más van a pagar mensualmente. Los consumidores incluyen el costo del dinero en su percepción de su bienestar económico, mientras que los economistas no lo hacen.

Este trabajo muestra que la brecha existente entre las percepciones y las mediciones objetivas de la inflación no es exclusiva de Estados Unidos ni de este ciclo económico. Comportamientos similares se suelen observar en momentos de alta inflación y tasas de interés crecientes.

Los datos recogidos confirman que los consumidores, en todo el mundo, se preocupan por el impacto del costo del dinero en sus presupuestos familiares. Este resultado, nada sorprendente, muestra que cuando se amplía el marco de análisis se obtiene una mejor compresión del efecto de las percepciones en la evaluación del desempeño de quienes tienen funciones públicas.


Carlos Jaramillo, director académico del IESA.

Referencia
Bolhuis, M., Cramer, J., Schulz, K. y Summers, L. (2024, febrero). The cost of money is part of the cost of living: new evidence on the consumer sentiment anomaly. National Bureau of Economics Research. https://www.nber.org/papers/w32163

Este artículo se publica en alianza con Arca Análisis Económico.

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