Entre 1928 y 1945 Rómulo Betancourt consolidó la idea de que para hacer realidad la «Revolución Democrática» en Venezuela se debía transformar su economía. Aquello solo sería posible si entre los actores de la producción existiera una distribución equitativa del poder.
Carlos Balladares Castillo / 2 de agosto de 2021
Reseña de Rómulo Betancourt: el diseño de una república, de Luis M. Lauriño Torrealba. AB Ediciones. 2020.
La tradición historiográfica venezolana sobre los tiempos contemporáneos —desde 1830 hasta la actualidad, en especial el siglo XX— considera el petróleo y la democracia factores determinantes al intentar una síntesis explicativa. Un buen ejemplo es el esfuerzo realizado en la Historia mínima de Venezuela (2019), compilada por Elías Pino Iturrieta y publicada por el Colegio de México y Turner. La modernización política y económica ocurre gracias a la simbiosis de estos elementos, pero en esta relación el petróleo ha sido visto como un gran perturbador de la democracia y del desarrollo productivo. No se niega su capacidad para crear las condiciones que permitieron la aparición del sistema de libertades; pero, al final, el rentismo llevó a la desviación clientelar-populista.
Luis Lauriño, profesor-investigador del Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), ofrece una mirada diferente. Muestra cómo Rómulo Betancourt, sin ignorar el peso de la renta, creó una «teoría del poder» que tenía como fin generar los cambios estructurales requeridos para establecer una economía diversificada.
El autor considera el proyecto de Betancourt —la revolución democrática— una especie de variable independiente que modifica la economía venezolana. Pero, por su nombre, se piensa que fue una propuesta exclusivamente política y no es así. El libro identifica el diseño de un plan que parece novedoso: la reformulación de las relaciones sociales de trabajo en Venezuela.
Este libro es la primera parte de un estudio mucho más amplio sobre las relaciones sociales de trabajo en Venezuela y la preocupación industrializadora del máximo líder de Acción Democrática. En él se analizan sus fundamentos contextuales e ideológicos durante el período que va de 1928 a 1945: los tiempos en los que evoluciona su pensamiento desde un marxismo relativamente ortodoxo hasta la socialdemocracia. Un segundo libro, en preparación, presenta la realización política de esta visión en el período presidencial de Betancourt —1945-1948— y una tercera entrega se dedicará a su gobierno de 1959 a 1964.
La gran meta de Betancourt era armonizar los actores sociales, el proceso industrial y el marco normativo (el Estado). De esa forma se superaría el atraso económico del país al establecer las bases de una real modernización. En la construcción institucional —normas, prácticas, organizaciones— colocaba el peso del desarrollo social y económico. No planteaba una simple distribución de la renta para lograr el desarrollo y mejorar la calidad de vida de las mayorías. El prólogo escrito por el historiador Germán Carrera Damas describe su anhelo perfectamente:
… la determinación de un líder en ciernes, quien, apremiado por su patriotismo para promover el cambio social en Venezuela, necesitaba adentrarse en la comprensión de los procesos económicos para promover la formación de una burguesía moderna, empresarial; de trabajadores, consciente de sus derechos; y de una clase media ilustrada y motivada democráticamente, aptos todos para captar el mensaje de la Revolución democrática, vuelto el Proyecto nacional liberal democrático.
El estudio de Lauriño está enmarcado en la discusión historiográfica venezolana e incluso, más allá, en las tendencias internacionales del estudio de las relaciones industriales. En lo nacional debate los conceptos e interpretaciones de dos estudiosos: José Ignacio Urquijo, s.j., en lo laboral e industrial, y, en lo historiográfico, Germán Carrera Damas. Su investigación confirma, mediante un conjunto de fuentes primarias y secundarias, cómo a partir de 1936 comienza un conjunto de cambios en Venezuela en torno a las interacciones de los partidos políticos, los sindicatos, el Estado, la industria petrolera y un incipiente empresariado.
Los abundantes ingresos petroleros, a pesar de la característica de enclave, sirvieron de impulso al movimiento obrero, el empresariado y el desarrollo de la etapa preindustrial del país
Al dedicarse a analizar esta etapa primigenia de la modernidad venezolana permite dar respuestas a reiteradas preguntas que se hacen los historiadores y los venezolanos en general (al menos muchos estudiantes de bachillerato y universidad en la asignatura de historia nacional). ¿Cuándo y por qué comenzó el proceso de industrialización? ¿Cuánto peso tuvo la industria petrolera en ese proceso? ¿Lo facilitaron los gobiernos de Eleazar López Contreras (1935-1941) e Isaías Medina Angarita (1941-1945) o, por el contrario, significaron un obstáculo? ¿Esos diez años (1935-1945) fueron una continuación suavizada del gomecismo o realmente establecieron las bases de la democratización futura? ¿Las reformas de la Ley de Hidrocarburos en 1943 cambió las relaciones sociales de trabajo y en general los vínculos del petróleo con la economía nacional? ¿Cuál es la influencia del marxismo en el pensamiento de Rómulo Betancourt en esta etapa?
El primer capítulo —«El marco económico y las relaciones sociales de trabajo al iniciarse el siglo XX»— explica cómo la acción y las ideas políticas de Betancourt se inician y desarrollan en el marco de la denominada, por Germán Carrera Damas, Dictadura Liberal Regionalista (1899-1945). Ese régimen no cambió el atraso en el campo político, económico y social que arrastraba el país desde el siglo XIX. Aunque se consideraba liberal, sus referentes positivistas (tesis del «gendarme necesario») suprimieron la soberanía popular. En esta época la Revolución industrial, que modificaba la economía mundial desde hacía 150 años, irrumpe ¡por fin! en Venezuela gracias a la industria petrolera. Pero el subdesarrollo y otras variables hicieron que los consorcios extranjeros operaran en Venezuela como una economía de «enclave». Era una isla cuasiaislada que no se integraba con la economía nacional en las primeras décadas: se limitaba a pagar salarios y tributos.
Los abundantes ingresos petroleros, a pesar de la característica de enclave, sirvieron de impulso al movimiento obrero, el empresariado y el desarrollo de la etapa preindustrial del país. Pero, en palabras del autor, son economías yuxtapuestas. No será sino hasta el Trienio Adeco (1945-48) —con Betancourt como presidente de la Junta Revolucionaria de Gobierno que permite la institucionalización de las relaciones sociales de trabajo, al reconocer a cada uno de los actores y facilitar la negociación entre ellos— cuando el petróleo se integre definitivamente a la economía nacional y comience la industrialización.
Un aspecto íntimamente ligado a este proceso de institucionalización es el reconocimiento de los sindicatos y el estímulo a su formación, que lleva a cabo el Estado desde el cambio radical de la llegada al poder de la generación del 28 (principalmente el partido Acción Democrática, de allí el nombre de «adeco»), gracias a la insurrección militar el 18 de octubre de 1945. Otro cambio que se implementó fue la llamada, por Betancourt, «intervención estatal democrática» que proponía una planificación de la producción, pero con la participación de todos los actores (trabajadores, empresarios, Estado). Esta última idea es explicada en el tercer capítulo.
El segundo capítulo —«Visión y comprensión por Rómulo Betancourt de la situación económica y del estado de las Relaciones Sociales de Trabajo»— pone el acento en la capacidad de análisis económico de Betancourt. Identifica su propuesta de reforma, más allá de lo partidista, y lo compara con los diagnósticos técnicos que se realizaron en la misma época. Esto sirve de base para la crítica opositora que hace de los gobiernos de Eleazar López Contreras e Isaías Medina Angarita. De ellos dirá, con cifras, que son la continuidad de viejas prácticas gomecistas de autoritarismo y complicidad con el imperialismo. La diversificación de la economía y el incremento del nivel de vida de los trabajadores eran la gran meta para Betancourt, y por la cual el gobierno andino no hizo mucho, por no decir casi nada. Otro elemento valioso del capítulo es el impacto de la Segunda Guerra Mundial, tanto en lo económico como en lo ideológico.
El tercer capítulo —«Formación y evolución teórico-ideológica de Rómulo Betancourt»— estudia la evolución de su pensamiento de un «marxismo teórico y libresco» a una socialdemocracia caracterizada por el «pluriclasismo» y una visión menos negativa de Estados Unidos y la burguesía nacional. Se retoma el tema de la Segunda Guerra Mundial, entre otros, como una importante influencia en lo que respecta a su rechazo al estalinismo y al personalismo político, pero también en lo referido al papel del petróleo venezolano en el orden mundial y el conflicto entre fascismo y democracia. En todos estos aspectos resalta su profundo patriotismo y, por ello, el rechazo a las posiciones del Partido Comunista de Venezuela (apegado al «internacionalismo» que en la práctica resultaba en obediencia a la Unión Soviética), por no hablar del necesario papel del Estado en lo que respecta a la defensa de los intereses nacionales, tanto en lo económico como en el mejoramiento de las condiciones sociales de las masas.
Entre 1928 y 1945 Rómulo Betancourt consolidó la idea de que para hacer realidad la «Revolución Democrática» en Venezuela se debía transformar su economía. Aquello solo sería posible si entre los actores de la producción existiera una distribución equitativa del poder; realidad que comienza a construirse a partir de la «Revolución de Octubre». La investigación de Luis Lauriño muestra que tal revolución fue un cambio no solo en cuanto al ejercicio del poder (sufragio universal, protagonismo de los partidos políticos y los sindicatos) sino también en lo socioeconómico. Los cambios iniciados por los adecos bajo la dirección de Rómulo Betancourt respondían a un largo proceso de meditación y análisis de la realidad venezolana. De ese modo, lo que parecía ser exclusivamente un incremento inusitado de los ingresos fiscales y la aparición de una industria aislada del mercado nacional pasaría a transformarse en una reforma estructural de toda la sociedad. Era el camino a la soñada modernización.
Carlos Balladares Castillo, profesor de la Universidad Central de Venezuela y de la Universidad Católica Andrés Bello.