El nuevo reto de la banca de inversión: democratizar sin lesionar a pequeños inversionistas

1972
Ilustración: Mohamed Hassan / Pixabay.

Los bancos de inversión obtienen cada vez más sus ingresos de las ganancias que producen los préstamos contra haberes y de las comisiones por dirigir las transacciones a los intermediarios interesados. Esto requiere un gran volumen de clientes, lo que ha favorecido la captación de pequeños inversionistas, no siempre bien informados.

Carlos Jaramillo / 21 de enero de 2021


 

Los productos y servicios de los mercados financieros se ofrecen a una élite que puede pagar por ellos. En la fase de introducción ocurren aprendizajes que, posteriormente, permiten aumentar la escala de producción de tales innovaciones, hasta que finalmente son de acceso universal. Un buen ejemplo de ello es la universalización de las cuentas de inversión.

En el pasado los bancos de inversión ofrecían servicios de manejo de carteras de inversión, que incluían compra y venta de títulos valores, asesorías que implícitamente vendían los productos de los departamentos de investigación de tales instituciones y operaciones de crédito garantizadas con los títulos financieros de los clientes. Este modelo de negocios está perdiendo vigencia, debido al impacto de las nuevas tecnologías y regulaciones.

Las tecnologías que permiten el manejo masivo de datos y la incorporación de algunos elementos de inteligencia artificial a la gestión cotidiana de las carteras de inversión han reducido la intensidad del uso de mano de obra en esta industria. Ya no es necesario tener un cliente adinerado que pueda mantener una estructura de manejo de activos relativamente costosa. Muchos clientes, con patrimonios modestos, pueden hacer viables a los bancos de inversión. Adicionalmente, las presiones de los organismos reguladores, particularmente los europeos, han obligado a la banca de inversión a desglosar los componentes del costo de sus servicios.

El esquema de remuneración se ha transformado: de comisiones sustanciales sobre las transacciones de compra y venta —o un pago trimestral calculado como porcentaje de los haberes de los clientes— a comisiones decrecientes. Los servicios de investigación solo pueden cobrarse cuando el cliente los requiere explícitamente.

En mercados financieros muy competidos las comisiones de compra y venta de títulos valores van convergiendo a la gratuidad. Los bancos de inversión viven de los préstamos en margen (financiamiento contra haberes de los clientes) y de dirigir las transacciones de sus clientes a grandes intermediarios a cambio del pago de una comisión. Tales intermediarios son las bolsas de valores y los llamados «grupos oscuros» (dark pools), mercados extrabursátiles a los cuales tienen acceso inversionistas institucionales que transan grandes bloques de títulos valores.

En la medida en que la industria del manejo de carteras de inversiones tenga como piedra angular disponer de un gran volumen de clientes que transan frecuentemente, surgirán todos los incentivos para captar pequeños inversionistas, en un contexto donde sea barato atenderlos. La incorporación de estos pequeños inversionistas aporta grandes beneficios a la sociedad, pues la democratización de capitales facilita el cumplimiento de metas tales como adquisición de vivienda o financiamiento del retiro, pero también implica grandes desafíos.

El perfil de un pequeño inversionista es, por lo general, alguien sin formación financiera, que tiende a tomar decisiones de inversión basado en modas y rumores, y no tiene disciplina para asumir beneficios o pérdidas. Algunos bancos de inversión, aprovechando vacíos en las regulaciones, promocionan sus servicios mediante estrategias de mercadeo que le dan una connotación lúdica al acto de invertir.

Los datos estadísticos muestran que quien cumple ese perfil termina perdiendo sus haberes. Por ello se ha creado una serie de prejuicios sobre la participación de los pequeños inversionistas en los mercados de capitales. El gran desafío es educar a los nuevos participantes en el mercado. Esta no es una tarea fácil, debido a la formación previa requerida, particularmente en contabilidad y matemática financiera.

En un mundo donde las relaciones laborales tienden a ser temporales los individuos se ven forzados a tomar con mayor fuerza las riendas de sus finanzas personales. Cada vez hay menos instituciones que les apoyen en ese proceso. La pauperización o la eliminación de los planes de retiro corporativo son señales de la necesidad de empoderar a los ciudadanos para que tomen decisiones sobre la inversión de sus ahorros.

El empoderamiento debe empezar muy temprano. Es necesario abrirle espacio a la educación financiera durante la escuela media, partiendo del hecho de que muchas personas no llegan a cursar estudios superiores.

A la industria del manejo de carteras de inversión en los mercados emergentes le queda todavía un tiempo, antes de abandonar el modelo de negocio basado en grandes volúmenes de clientes y transacciones. Pero las innovaciones financieras han demostrado, una y otra vez, que tarde o temprano se imponen. Lamentablemente, las brechas de conocimiento se cierran más lentamente.


Carlos Jaramillo, director académico del IESA.

Este artículo ha sido publicado en alianza con Arca Análisis Económico.

Suscríbase al boletín de novedades aquí.