Eurípides: dramaturgo de la Ilustración y personaje teatral

1941
Busto de Eurípides. Imagen de M P en Pixabay

La decadencia del imperio ateniense tuvo entre sus causas la derrota en la guerra del Peloponeso y la ausencia de grandes líderes como Pericles. Ante el nuevo drama, Atenas y sus ciudadanos tuvieron en Eurípides a quien mejor lo representó.


La popularidad de Eurípides (¿485-484?-406 a. C.) no se hizo esperar después de su muerte. Prueba de ello es la cantidad de obras suyas conservada, superior a las de los otros dos trágicos. Algo más joven que Sófocles, vivió con intensidad la experiencia de los grandes procesos de la democracia ateniense. Es, fundamentalmente, el dramaturgo de la Ilustración griega, producto de la influencia de los sofistas. No tuvo conocimiento directo de los años épicos de las guerras médicas. Vivió la desarticulación de los principios fundacionales de la democracia ateniense y su generación no tuvo los héroes modélicos de la pólis de Esquilo, sino políticos y militares, más de uno demagogo y oportunista que sucumbieron con la guerra del Peloponeso, su experiencia más angustiosa.

Testigo y protagonista de esa crisis, no fue ortodoxo con respecto a la moral y las creencias tradicionales en crisis por las nuevas ideas y acontecimientos políticos, aunque no renunció del todo a ellas. Se ajuste o no a la realidad, el retrato teatral construido por Aristófanes no hizo ni ha hecho mella en el dramaturgo ni en la trascendencia de sus obras. Sin embargo, los investigadores coinciden en atribuirle una vida personal problemática en sus relaciones con la ciudad, además de ser un autor atento a los cambios vividos en su tiempo. Fue un intelectual en el significado moderno del término; poseedor, además, de una biblioteca.

Eurípides nació en la isla de Salamina. Una leyenda hace coincidir su nacimiento con la batalla que allí tuvo lugar, en la cual peleó Esquilo y en cuya celebración triunfal participó el joven Sófocles, Desde joven se interesó por la actividad intelectual de Atenas, amén de su tendencia al aislamiento, alejado de la vida diaria ateniense. Su vida familiar no fue armónica con sus esposas Melito y Quérine, y la presencia en su casa de Cefisofonte, su ayudante y colaborador, se prestó para especulaciones de ser víctima de adulterios.

Eurípides es un dramaturgo consternado por la crisis de los valores y creencias tradicionales, por la derrota de su ciudad y creyente, a su manera, en los principios fundacionales de la democracia.

Vivió una época de grandes cambios intelectuales que pusieron en crisis las creencias ancestrales, al tiempo que afloraron nuevas concepciones sobre el ser humano en las que el movimiento de la sofística ocupó un espacio muy importante, en particular las enseñanzas de Protágoras. Aunque no fue discípulo directo de ese movimiento intelectual sí fue contemporáneo; de ahí su racionalismo.

Los cambios habidos en la política y la filosofía hicieron crisis en él, hasta hacerlo dudar de la visión del héroe de origen aristocrático. Por eso Eurípides tiene una visión heterodoxa de las fábulas tradicionales, y sus situaciones y personajes no alcanzan un perfil preciso respecto de la visión tradicional. El siglo V a. C. fue una época de cambios radicales, desde los triunfos contra los persas, pasando por el esplendor de la época de Pericles, hasta los conflictos internos que aniquilaron el poderío griego, además de la radicalización de la democracia.

Sin haber sido discípulo de los sofistas, su obra testimonia una visión crítica del sistema tradicional de valores y creencias. Asigna a la subjetividad humana una iniciativa antes adjudicada a los dioses y relativiza la moral privada y pública, para expresar algún escepticismo acompañado de reflexiones demoledoras; por eso sus personajes carecen de idealidad, son tipos de tamaño humano y se percibe arbitrariedad en los dioses. El realismo que se le atribuye fue abonado por Aristóteles en la Poética: «Sófocles decía que él representaba los hombres como deben ser, y Eurípides como son» (1.460 b33-34). Estos elementos de su teatro y su pensamiento llevaron a Cleón a denunciarlo de asebía (impiedad).

En 455 a. C. obtuvo su primer coro y en 441 a. C. su primer premio, además de otros tres, aunque obtuvo coros para veintidós tetralogías. Murió en el extranjero y en 406 a. C. Sófocles se vistió de luto junto con su coro en su homenaje.

 

El dramaturgo de la Ilustración ateniense

El pensamiento de Protágoras implicó un nuevo individualismo: «El hombre es la medida de todas las cosas, las que son en cuanto son y las que no son en cuanto no son». No solo cambió la teoría del conocimiento, ahora dependiente de la subjetividad del individuo y no de verdades objetivas, sino también la moral, ahora basada en normas convencionales y, por qué no, oportunistas.

El teatro de Eurípides representa las contradicciones de esa realidad social. Critica y reivindica a la divinidad y su poder; censura y justifica comportamientos humanos contrarios al buen sentido; condena el poder del más fuerte contra el individuo, pero valora la preeminencia de los valores históricos de la pólis; es decir, es testigo activo de las contradicciones de Atenas producto del conflicto entre la tradición y las innovaciones de la Ilustración.

Eurípides es un dramaturgo consternado por la crisis de los valores y creencias tradicionales, por la derrota de su ciudad y creyente, a su manera, en los principios fundacionales de la democracia. Un dramaturgo que, a fin de cuentas, no propone un proyecto de sociedad y vida como Esquilo en la Orestíada, ni postula un sistema de valores y creencias, en correlación crítica con los cuales construye la fábula de sus obras y las situaciones en las que actúan sus personajes. Eurípides, por ilustrado, es el dramaturgo del desconcierto.

Cuando Aristóteles estudia en la Poética las condiciones para que compasión y temor tengan lugar, y presenta una tragedia con todas sus características, afirma que Eurípides es «el más trágico de los poetas». Muchas de sus tragedias terminan en infortunio, dando así cumplimiento al principio según el cual la tragedia pasa de la dicha al infortunio, única manera de producir compasión y temor.

Los vínculos de Esquilo y Sófocles con Atenas fueron profundos; el primero como guerrero en las batallas por la independencia contra Persia, mientras que Sófocles ocupó cargos importantes en la conducción del Estado. Eurípides, en cambio, no fue proclive a integrarse a la vida pública de su ciudad y, en consecuencia, no tuvo una comunicación fresca con sus espectadores. Los tres tuvieron razones para producir un teatro que representó, según los propósitos de cada quien, sus visiones del mundo y de la sociedad ateniense que, triunfadora contra los persas, construyó un imperio político, económico y cultural con Pericles como cabeza visible. Luego fue derrotada en la guerra del Peloponeso, en medio de los cambios producidos por la Ilustración sofística, que puso en entredicho los valores y creencias tradicionales griegas.

Experiencia tan diversa y dinámica se tradujo en un teatro no sujeto del todo a la preceptiva aristotélica de la tragedia, razón por la cual ha sido criticado por representar la decadencia del género trágico. Por esta razón resulta interesante traer a colación la opinión de un autor distante en el tiempo sobre su talento innovador. G. E. Lessing en su Dramaturgia de Hamburgo, escribió el 13 de octubre de 1767:

¿Qué me importa que una obra de Eurípides no sea del todo una narración ni un drama? Digamos que es un híbrido, bastará con que ese híbrido me deleite y me edifique más que los engendros regularísimos de vuestro correcto Racine, o de quien quiera que sea. Porque un mulo no sea ni un caballo ni un asno, ¿dejará de ser uno de los más útiles animales de tiro?[1]

Lessing se oponía a la visión escolástica del teatro griego y al modelo neoclásico, regido por la observancia de una preceptiva rígida, y aceptó y compartió las innovaciones discursivas y temáticas de Eurípides.

Hay dos aspectos nuevos en su teatro: la innovación del discurso trágico y su visión del hombre griego de finales del siglo V a. C. Ambos están correlacionados porque responden a sus propósitos ideológicos y a las estrategias discursivas para alcanzarlos. Quizás por esas innovaciones Aristóteles lo consideró el más trágico de los poetas.

Es posible deslindar dos grandes dramas en la producción de Eurípides: la situación de la mujer y la situación política por la guerra del Peloponeso. Representó personajes femeninos vigorosos, cuya situación familiar es la causa de sus caracteres dominados por el amor y la pasión. Son mujeres víctimas de situaciones sobrevenidas que las colocan en coyunturas sin salidas, salvo la muerte. Algunos de estos personajes han tenido mucha influencia en la historia del teatro —Medea y Fedra— y han sido determinantes en la percepción y la definición de su teatro como el trágico que construyó los personajes femeninos más atractivos por su fuerza dramática y escénica. Además, su abordaje del mundo de la mujer marca una diferencia importante en el tratamiento de las fábulas empleadas por los tres trágicos.

Resalta las relaciones de las mujeres con sus maridos, por lo que presenta una temática nueva que ha llevado a algunos críticos interpretar esas obras como dramas burgueses. En Alcestis (438 a. C.), por ejemplo, presenta el sacrificio de una mujer por su marido, Admeto, decisión que toma por su responsabilidad como esposa, no por amor, y su carácter es definido por la moderación (sophrosýne) con que actúa. En Andrómaca (427-425 a. C.) la guerra de Troya despoja a la protagonista de toda su dignidad por la muerte, sin apelación, de sus hijos. Es una obra de conflictos de familia, sin obviar la visión patriótica de Eurípides ateniense y su crítica a Esparta; también sus primeras críticas a Apolo y una visión de la vida parecida a la de Edipo tirano (429-425 a. C.): «Nunca debes llamar feliz a ningún mortal antes de ver que ha muerto y después de alcanzar su último día ha descendido abajo».

El otro gran tema, la guerra del Peloponeso, lo expresa con sus obras sobre la guerra de Troya, en las que reduce a los héroes —por su oportunismo y pragmatismo— y en las que establece un vínculo con su visión de la mujer, víctima de esa guerra. No es casual, por lo tanto, que haya escrito diez obras con la guerra de Troya como telón de fondo, siete de ellas con nombres de mujer: Andrómaca (427-425 a.C.), Hécabe (424 a. C.), Electra (419 a. C.), Las troyanas (415 a. C.), Ifigenia entre los Tauros (414 a. C.), Helena (412 a. C.) e Ifigenia en Áulide (405 a. C.).

 

El personaje teatral

Eurípides es el primer dramaturgo objeto de un retrato actuado y hablado desde el escenario. ¿El autor? Su contemporáneo Aristófanes, quien en tres de sus obras hizo de él uno de sus personajes preferidos. ¿Con qué propósito? Similar al que lo llevó a poner en escena a Sócrates, filósofo, y a Cleón, político demagogo de la época; es decir, discutir desde el teatro a personajes públicos notorios en lo que concernían al espectador como representantes o productos de la Ilustración, con la libertad sin restricciones de la democracia ateniense en crisis.

Los críticos discuten hasta qué punto el personaje Eurípides contiene rasgos del dramaturgo ateniense y cuáles. En todo caso, el personaje fue construido por quien conoció al dramaturgo y sus obras, quien, a su vez, tuvo la oportunidad, por lo menos en dos ocasiones, de verse en escena. Eurípides es personaje en Los acarnienses (425 a. C.), Las tesmoforias (411 a. C.) y Las ranas (406 a. C.).

Para la temática de la comedia aristofánica, muy correlacionada con la vida diaria privada y pública de Atenas, la vida y la obra del Eurípides, sus temas y el talento crítico e incisivo del comediógrafo son razones suficientes para comprender por qué fue objeto de esa atención; no así Sófocles, también contemporáneo de Aristófanes. Cuando, en Las ranas, junto a Eurípides colocó a Esquilo, Aristófanes tuvo razones muy específicas, directamente relacionadas con la situación del teatro y de Atenas en los años finales del siglo V a. C.

Aristófanes tenía 25 años en 425 a. C. cuando estrenó Los acarnienses, en los marcos sociales de una sociedad democrática en guerra y en revisión cultural por la sofística. Para entonces ya era un espectador conocedor del teatro de su época, en particular el de Eurípides, quien había estrenado Las pelíades (455 a. C.), Licimnio y Egeo (450 a. C.), Alcestis y El cíclope (438 a. C.), Medea (431 a. C.), Los heráclidas (430 a. C.), Cresfontes (429 a. C.), Hipólito (428 a. C.) y Andrómaca (427 a. C.), cuatro de las cuales tienen a algunas de sus heroínas más importantes.

Diceópolis, protagonista de Los acarnienses, asistirá a una asamblea sobre la paz; pero tiene miedo: «Sé cómo son los rústicos (ágroikos = campesinos), cómo disfrutan si un charlatán cualquiera los elogia a ellos y a la ciudad» (370). Entonces decide vestir «del modo más lastimero» (380) antes de pronunciar su discurso, y para lograrlo visita a Eurípides, a quien le pide «un pequeño harapo de tu vieja tragedia (drámatos)» (415).

Aristófanes construye su fábula con base en una situación política en la que la Asamblea de los polítes estaba a merced de demagogos, quienes después de Pericles tuvieron influencia determinante en las medidas adoptadas en la ciudad. El Eurípides de esta comedia es un creador de personajes harapientos, no de héroes grandiosos. Cuando Diceópolis habla con el trágico le pide todo tipo de harapos. Son tantos los que pide, que Eurípides se queja: «Amigo, vas a dejarme sin tragedia (tragodían). Tómala y vete» (464). «Adiós mis dramas (drámata)» (470). Aristófanes juega con dos palabras clave —drama y tragedia— para referirse a las obras de un dramaturgo criticado por haber degradado la tragedia.

En esta primera representación de su personaje Aristófanes se limita a tratar aspectos exteriores con los que Eurípides habría vestido a sus personajes; es decir, el comediógrafo se limita a las necesidades de la fábula y a las de Diceópolis para presentarse ante la asamblea de acarnienses. Aprovechó su conocimiento de la demagogia política de la época y de la persona del trágico y sus obras para construir su primera mofa y presentarlo ajeno a los personajes de talla heroica de Esquilo y Sófocles.

La situación de la fábula en la que participa Eurípides no es central, pero influye en sus otras situaciones. El propósito de Aristófanes está orientado a discutir la paz de Diceópolis, en torno a quien construye la situación básica de enunciación.

En Las tesmoforias Aristófanes coloca a su personaje en una situación límite. Es el día de las Tesmoforias en honor a Deméter, motivo por el cual las mujeres tendrán una asamblea sin participación de los hombres. Eurípides teme lo peor. En consecuencia, tiene necesidad de encontrar alguien que vaya a esa asamblea a defenderlo, y no se le ocurre alguien mejor que Agatón, trágico importante de la época y tildado de afeminado. «Tienes un rostro lindo» (191), comenta Eurípides. Pero Agatón no acepta la encomienda y la asume el Pariente.

En una escena farsesca Eurípides le ayuda a disfrazarse de mujer para poder incorporarse a la asamblea, en la que más temprano que tarde es descubierto y apresado. Situación formalmente parecida representará Eurípides en Las bacantes, pero con propósitos políticos y religiosos muy radicales.

A Eurípides se le acusa de ser enemigo de los dioses, aunque su teatro es democrático y enseñó al espectador «a pensar, ver, comprender, retorcer, amar, maquinar, conjeturar maldades, mirarlo todo con aprensión».

En la asamblea se exponen los argumentos contra Eurípides, en los que Aristófanes hace un retrato de su teatro tal y como pudo haber sido percibido por algunos espectadores, quizás por el mismo comediógrafo. Una de las asambleístas se expresa así:

Hace ya mucho tiempo que la pobre de mí sufre al ver cómo somos injuriadas por Eurípides el hijo de la verdulera y que recibimos de él toda clase de acusaciones. ¿Pues con qué desgracia deja este de ensuciarnos? ¿Y en qué lugar no nos ha calumniado, con tal que haya espectadores, tragedias y coros, llamándonos adúlteras, locas por los hombres, borrachas, pura corrupción, gran desgracia para varones? (383 ss.).

Según esto Eurípides difamaba a las mujeres y las afectaba económicamente con sus tragedias; además, estimulaba el ateísmo. Para la fecha, Eurípides había estrenado Alcestis, Medea, Hipólito y Andrómaca, con cuatro heroínas en situaciones en las que actúan apasionadamente.

En Las ranas Esquilo y Eurípides son pretextos de Aristófanes para su propósito de criticar la situación del teatro de su época y postular una solución imposible con miras a salvar la pólis. En un comienzo extraordinario típico, seguido de un discurso lógico, Dionisio, dios del teatro, viaja a los infiernos para buscar a Eurípides. Está decepcionado de los poetas vivos, a pesar de la existencia de poetas jóvenes que componen tragedias «más verbosas que las de Eurípides», como comenta Heracles. La situación es deplorable para el dios: «Un poeta creador no puedes encontrarlo ya por mucho que lo busques: uno que pronuncie una palabra noble» (95-96).

El Eurípides de Las ranas carece de los rasgos bufonescos presentes en las otras dos comedias, aunque Aristófanes es consecuente con su crítica. En las escenas previas a la aparición de los dos trágicos, Dionisio protagoniza situaciones cómicas con comportamientos bufonescos. Pero el propósito de Aristófanes con el viaje de Dionisio al Hades no se debe solo a la inexistencia de buenos poetas vivos; es pretexto para colocarse en el centro de su contemporaneidad y reconocer la importancia pedagógica del teatro para la pólis:

Dionisio: Ea, escuchadme esto. Yo vine en busca de un poeta, ¿con qué fin? Para que la ciudad se salve y pueda continuar con el teatro. Y cualquiera de los dos que vaya a aconsejar a la ciudad algo provechoso, a ese pienso llevarme. Y primero, ¿qué opinión tenéis cada uno de los dos acerca de Alcibíades? Porque la ciudad tiene un mal parto (1.417-1.420).

El propósito de Aristófanes es político; por eso menciona a Alcibíades, joven aristócrata que buscaba sobresalir en la ciudad opuesto a los pactos con los lacedemonios. Su crítica hace uso del tipo de situaciones y personajes que Eurípides había puesto en escena. Según el Servidor, en el Hades Eurípides presentó sus espectáculos «a los ladrones de ropa y a los cortadores de bolsas y a los parricidas y horada-muros», quienes lo consideraron el mejor por lo que «comenzó a agarrarse al trono en que se sentaba Esquilo» (771 ss.). Aristófanes parece añorar la presencia de héroes en la pólis.

Cuando comienza la discusión entre los dos trágicos, los mejores argumentos están en boca de Esquilo. A Eurípides se le acusa de ser enemigo de los dioses, aunque su teatro es democrático y enseñó al espectador «a pensar, ver, comprender, retorcer, amar, maquinar, conjeturar maldades, mirarlo todo con aprensión» (957-958), además de introducir temas familiares.

La situación básica de enunciación es la confrontación de estilos de teatro, para rescatar el adecuado a los momentos que vivía Atenas, derrotada en la guerra. Aristófanes ha sido señalado como un autor aristocrático y defensor de los tiempos antiguos, en contra de la modernidad del teatro de Eurípides. Sin embargo, en los marcos sociales del sistema de valores y creencias con los que los atenienses construyeron su modelo de pólis, no dejó de tener razón al rescatar a Esquilo, uno de los principales constructores de la ideología de la Atenas democrática y vencedora contra los persas. Por eso Plutón dice en Las ranas:

Ea, ya alegre
Esquilo, marcha y salva a esta
nuestra ciudad con sabias máximas
y da instrucción a los estultos,
que son muchos (1.500-1.503).


Leonardo Azparren Giménez, crítico de teatro y profesor de la Universidad Central de Venezuela.

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Nota

[1] Lessing, G. E. (1993). Dramaturgia de Hamburgo. Serie Teoría y Práctica del Teatro. No 5. Asociación de Directores de Escena de España, p. 297.