A cien años de su primera aventura como emprendedor, la obra y el pensamiento de Eugenio Mendoza siguen teniendo mucho que decir. Su historia es la de un pequeño empresario que, con mucho esfuerzo e imaginación, supo aprovechar cada adversidad de su vida como oportunidad para un nuevo negocio. También es la historia del empresario que siempre vio la creación de riqueza como un compromiso de desarrollo social.
Reseña de Ideario y acción de un venezolano, de Pedro Grases (compilador). Segunda edición, en formato digital. Fundación Eugenio Mendoza. 2020.
Para 1920 el tranvía era el principal transporte público de Caracas. Similar a todos los de su tiempo, combinaba una estructura de metal con una carrocería de madera. Hoy son evocados con romanticismo, pero entonces abundaban las quejas por su lentitud e incomodidad, lo que hizo rápidamente populares a los autobuses, mientras los tranviarios inquietaban a las autoridades con sus incipientes sindicatos y la huelga que conmocionó a la ciudad en 1921.
Las zapatas de los frenos de aquellos tranvías eran de plomo. Cuando se gastaban, el procedimiento usual era desecharlas y sustituirlas por unas nuevas. Allí, como vio el hijo de uno de los gerentes de la empresa, podía haber una oportunidad. Aunque era un plomo de baja calidad, el muchacho de quince años, junto con un amigo, las compraba y después se las vendía a ferreteros. No daba mucho, pero era algo. Una idea llevó a la otra: ¿y si las procesaban y les sacaban algún valor agregado? Por ejemplo, podían hacer soldaditos de plomo, que no requerían un material de gran calidad. Lo probaron y el negocio funcionó. Así, hace unos cien años, en la Navidad de 1921, salió al mercado el primero de los muchos productos que Eugenio Mendoza ofrecería en su vida: unos soldaditos de plomo, empacados en cartones, que logró colocar en varias tiendas.
No queda, que se sepa, alguno de aquellos juguetes, que hoy podría valer una fortuna entre los coleccionistas, ni se dispone de datos sobre su producción. ¿Cuáles moldes usaron? ¿Los hicieron ellos o contactaron a algún herrero? ¿A cuáles soldados representaban (un asunto de honor en los soldados de juguete es la fidelidad de las armas y uniformes)? Es una lástima, pero afortunadamente quedó la anécdota. Contada por el mismo Mendoza al final de su vida, al voleo y sin darle mucha importancia, es emblemática de un hombre que en cada momento, en cada situación, alentadora o adversa, vio una oportunidad e intentó aprovecharla. Se encuentra en la larga conversación que mantuvo en 1976 con su hija Luisa Elena Mendoza de Pulido y el gran investigador e historiador Pedro Grases, que acaba de ser reditada de forma electrónica en el volumen Ideario y acción de un venezolano, por la Fundación Eugenio Mendoza.
El libro contiene un conjunto de testimonios que Grases había reunido y publicado en 1986. La pertinencia de su reedición quedó muy rápidamente demostrada: cien años después de aquella primera aventura empresarial, a más de cuarenta de la muerte de Mendoza y a sesenta o setenta años de los grandes proyectos que formaron el Grupo Mendoza, el texto circuló profusamente por las redes. Además de la admiración que Eugenio Mendoza obtuvo en vida, todo indica que sus empresas y sus ideas tienen aún mucho que decir hoy.
¿Qué pueden hallar los venezolanos en una historia que arranca en los talleres de una compañía de tranvías y con unos juguetes que hoy apenas se pueden ver en museos y algunas colecciones? ¿Qué interés especial puede haber en un hombre que, a primera vista, parece completamente confinado a otros tiempos? ¿De dónde sale esa vigencia de cien años? Si se piensa en su gran momento, en las décadas de los cincuenta y sesenta, ¿cuánto queda de aquella Venezuela?
Dos elementos trascienden las circunstancias estrictamente contextuales de Eugenio Mendoza (1906-1979): la permanente preocupación por desarrollar el país con un gran protagonismo de la iniciativa privada, que lo llevó a elaborar planes y a hacer advertencias que siguen vigentes, y unos valores capaces de perdurar; sobre todo en lo concerniente a cómo enfrentar dificultades, que hoy parecen casi tan grandes como las del quinceañero Eugenio, quien debió echar mano de todo su ingenio para comenzar a producir dinero.
El hombre de las dificultades
Lo de ver una oportunidad en lo que hoy se conoce como reciclaje de basura y, además, verlo en 1921, cuando nadie hablaba de eso, revela un rasgo de personalidad persistente: la capacidad de transformar situaciones adversas en oportunidades. De hecho, la biografía de Eugenio Mendoza es la de un pequeño —¡en realidad muy pequeño!— empresario con una enorme disciplina, talento y capacidad de trabajo, que supo sortear dificultades, personales y nacionales para crecer; es decir, alguien parecido al montón de emprendedores actuales que se han reinventado dentro y fuera de Venezuela.
Hay un dato importante que suele pasar inadvertido, tal vez con consecuencias muy graves. Lo que estalló en Venezuela, justo cuando el joven Eugenio hacía sus soldaditos, fue uno de los ciclos de crecimiento más grandes de la historia mundial. Se consolidó la idea de la riqueza fácil, de que todos los ricos lo han sido por algún tipo de privilegio, de corrupción, simple buena suerte o una combinación de todo lo anterior. Eso no solo disminuye, ante los ojos de muchos, el mérito de quienes ascendieron con su esfuerzo y su talento, sino que crea además referentes muy negativos acerca de la creación de riqueza. Si se quiere ascender, habrá de ser por alguna de las razones aducidas, o simplemente no será posible. Sí, hubo mucha corrupción y privilegios, y el hecho de que Venezuela haya sido por casi cuarenta años la primera exportadora y la segunda productora mundial de petróleo puede matizar mucho cualquier historia de éxito (¿así quién no?). Pero están los testimonios de empresarios como Eugenio Mendoza que si bien, como todos, gozaron el «siglo XX corto» (según la categoría de Eric Hobsbawm) venezolano, con su renta, también demuestran que no todo fue producto del maná petrolero, de sinecuras, de cohechos.
Si a alguien calza aquella famosa frase de Simón Bolívar —de haber sido «el hombre de las dificultades»—es a Eugenio Mendoza. Tal vez para esos hombres y mujeres tan llenos de dificultades que son los venezolanos de hoy, este rasgo puede ser uno de los más útiles de estudiar. Por ejemplo, ¿qué hizo Mendoza cuando el crac de 1929? En el siglo XX corto venezolano no todo fue sin tropiezos ni retrocesos. Aquella crisis hundió a Venezuela en una recesión tan profunda como olvidada. El precio del café simplemente se desplomó; al cabo de un par de años, llegó a la mitad de su valor inicial. Las compañías petroleras limitaron su producción debido a la contracción del mercado; pero no tanto como para que la entrada de petrodólares no siguiera haciendo al Estado muy rico.
El resultado fue que, en medio de aquella baraúnda, el bolívar se revalorizó (son los días del 3,30 y hasta menos por dólar). Los productos agrícolas, que de por sí enfrentaban un mercado deprimido y de bajos precios, se volvieron comparativamente más caros en el ámbito internacional. No es de extrañar la cadena de bancarrotas que recorrió el país. Muchos abandonaron sus haciendas, con la desesperación de quien huye de una desgracia. Los desempleados merodeaban por las calles, especialmente en las zonas petroleras, donde abundaron los puñales y las mujeres que vendían sus favores (también abundó la sífilis). Millares buscaron mejor fortuna en el exterior —Panamá, Colombia, el Caribe, Estados Unidos— donde solían encontrar situaciones igual de malas (¡el Norte es una quimera!). Pero Eugenio Mendoza volvió a ver una oportunidad:
La crisis del 29 que se siente en Venezuela dos años después, fue para mí el gran impulso hacia el futuro, primero porque manejaba un negocio pequeño, cuyos cobros se hacían semanalmente. El que no pagaba esa semana no se le vendía a la siguiente y eso me permitió una gran liquidez. Cuando empieza a repercutir la crisis del 29 quiebran aquí todas las grandes empresas, pero yo tuve la ventaja de que por tener un capital muy pequeño y una gran liquidez no me afectaba el desastre. Cuando comienzan a entrar en crisis todas las empresas que se ocupan de la importación, distribución y venta de materiales de construcción. Compraba pequeñas cantidades y se las vendía a los clientes. Una rotación elevadísima. Eso me permitió consolidar el negocio de materiales de construcción. Entonces, después de la crisis del 29 nos dedicamos a darle al negocio una forma muy positiva con mayores beneficios y un mayor radio de acción (p. 38).
La vida de aquel comerciante veinteañero, ya curtida por otras tribulaciones, lo había preparado para el lance. Muy enfermizo y mal estudiante, a los 17 años dejó definitivamente el colegio. Era el cierre de una infancia y una adolescencia duras, de muchas recaídas de salud (una de ellas, la del tifus, estuvo cerca de matarlo) y de boletas sistemáticamente malas, pero también la prueba de una convicción de seguir adelante.
Mendoza habla de haber sufrido raquitismo, lo que sorprende a quienes lo han visto en fotografías como un adulto más bien atlético. Tal fue, en parte, el resultado de su decisión de hacer ejercicio, pero como los equipos de gimnasia eran muy costosos decidió hacérselos él mismo (¿cuáles habrá hecho, cómo los construyó?). También decide estudiar contabilidad, aprender inglés con un profesor trinitario (algo muy frecuente en aquel entonces) y poco a poco abrirse camino. Recoge arena en las riberas del río Guaire para la construcción, monta una alfarería para hacer ladrillos, compra unas vacas, liquida todo aquello, entra a trabajar como dependiente de una casa de comercio y ya en 1926, a los veinte años, se asocia en una empresa de materiales de construcción, Moisés Miranda y Cía., que seis años después, en 1932, compra en su totalidad y convierte en Eugenio Mendoza h. y Cía. Sucrs. C.A.
Esa vocación de inventar cosas y aprovechar lo que se tiene a mano —seguramente lo que vio Moisés Miranda en el muchacho cuando lo invita a ser socio— se manifestaría después en cada una de las muchas compañías que creó. Cada una fue el resultado de una oportunidad de negocios, casi siempre asociada a una necesidad de la sociedad, a una misión más amplia:
… al final de la guerra en el año 45 ó 46, voy a Maracaibo y me encuentro con el problema de la vivienda, que si era grave en Caracas, en Maracaibo lo era mucho más. En el avión, me pongo a escribir el esquema de la creación de FINCA (Fomentadora Inmobiliaria Nacional, C.A.), que tiene por objeto construir casas para los trabajadores únicamente. Llego a Maiquetía y me dice el Capitán: «Sr. Mendoza, ya llegamos». «No chico», le digo, «espérate un momento que estoy terminando una idea que tengo aquí». Me contesta: «Vamos a echar gasolina, pero está prohibido tener pasajeros». Replico: «Espérate un momentico». Cuando sale otra vez a coger pasajeros me dice: «Salimos para Cumaná, si quiere viene con nosotros». «Espérate dos palabras, un momentico», entonces termino mis anotaciones. Llego a Caracas y me pongo a trabajar en la creación de FINCA, que es una organización muy favorable porque allí el empleado da el 10% de su sueldo y nosotros le damos el 5%. Cuando el trabajador recibe su casa ya deja de aportar el 10%, pero FINCA le sigue dando el 5% durante los diez o veinte años hasta que termine de pagar; así es que nosotros aportamos como una tercera parte del valor de la vivienda y fue una cosa excelente. Recuerdo que las primeras casitas que hicimos fueron de diez a doce mil bolívares, construidas en El Valle y en Catia, que hoy valen un dineral y la primera mujer que adquirió una casa trabajaba en Catia, tenía un ahorro de Bs. 800. Así logró su casa (p. 54).
Cada problema, una oportunidad, como con las zapatas del tranvía, los aparatos de gimnasia o la crisis del 29. Es una misma lógica: no detenerse, imaginar soluciones. En medio de los numerosísimos problemas de hoy, mire alrededor. ¿Hay zapatas de tranvía que procesar, hay materiales probablemente también de desecho para hacer equipos de gimnasia, hay alguna oportunidad de negocio en medio del desplome general? Muchos están actuando así, y el ejemplo de Mendoza puede ser especialmente inspirador para sus metas.
Proyecto de país
Otra gran dimensión de Eugenio Mendoza es que nunca se concibió como un jugador aislado. Trabajó en colectivo y para el colectivo. La generación de riqueza tenía, en sus conceptos, un fin trascendente. No porque estuviera en contra del legítimo afán individual de lucro, sino porque consideraba que
… la riqueza no es un fin en sí misma. Con ella la tarea no está terminada. Es necesario que una parte sustancial se oriente a solucionar los más urgentes problemas de la comunidad. No es suficiente crear industrias y generar empleo; es necesario patrocinar programas de acción social y dar parte de nuestras experiencias y de nuestros recursos a las instituciones que los lleven a cabo (p. 78).
El papel de Mendoza en su fundación (Fundación Mendoza) —con la promoción de obras sociales como el Hospital Ortopédico Infantil, escuelas, viviendas asequibles para sus empleados o el Dividendo Voluntario para la Comunidad—, desplegó un esfuerzo que hasta el momento solo se había visto en las compañías petroleras. Con la creación de la Universidad Metropolitana llevó el compromiso un paso más allá: apuntó hacia el relevo que habría de manejar un país más moderno e inclusivo. Nacionalizó o venezolanizó la responsabilidad social empresarial.
Mendoza fue un actor clave en los setenta años del llamado siglo XX corto venezolano: la etapa en la cual el país ha sido más próspero, libre y pacífico que nunca antes y, hasta ahora, nunca después. Eso no significa, ni remotamente, que no tuviera enormes problemas (de hecho, una de las angustias de Mendoza fue solucionarlos, al menos en parte).
Pero la verdad es que Venezuela no vivió guerras capaces de alterar en lo fundamental su vida (no lo pudieron las rebeliones contra Juan Vicente Gómez, que fueron más de las que se piensa, ni la guerrilla comunista de los años sesenta). Sistemáticamente se fue haciendo más libre y democrática (con la excepción de la dictadura de 1948 a 1958). La economía no dejó de crecer, al punto de ser reconocida como la de mayor crecimiento del mundo en promedio. Todo eso se tradujo en un bienestar al que se le pueden hacer muchos señalamientos, como el de una enorme desigualdad entre pobres y ricos, pero fue suficiente para atraer millones de inmigrantes de América Latina y Europa, y para que hasta los más pobres sintieran su vida continuamente mejorar. El venezolano jipato y pata-en-el-suelo dio paso a otro bien alimentado, vacunado, alfabetizado y calzado, incluso en la base de la pirámide social.
¿Qué papel desempeñaron los empresarios venezolanos en todos estos cambios? Dentro de una historia en la que descuellan dos grandes protagonistas —el Estado (y con él, los políticos) y las compañías petroleras extrajeras— su papel luce, como mínimo, muy secundario. Pero no por eso dejó de pensarse en la necesidad de un empresariado local amplio, con musculatura y cerebro suficientes para asumir mayores responsabilidades en el destino del país. De hecho, tanto el Estado como las petroleras invirtieron tiempo y recursos en ello, y no faltaron empresarios que por su cuenta se concibieron con la responsabilidad histórica de crear bienestar y riqueza en términos amplios. Eugenio Mendoza fue la confluencia de todas estas variables. Estuvo vinculado con las petroleras, como hombre muy cercano a Nelson Rockefeller; mantuvo una relación permanente con la política, al grado de haber sido ministro de Fomento (negoció la reforma petrolera de 1943, nada menos) y formar parte de una Junta de Gobierno; y sobre todo fue el empresario estrella de Venezuela.
Los empresarios, en particular las petroleras y el sector más dinámico nacional, elaboraron un proyecto de país. Aunque se concilió, o al menos convivió, con los otros grandes proyectos (el democrático-populista y el positivista, como los ha definido Diego Bautista Urbaneja), al final perdió la partida frente a una visión más estatista (o incluso fundamentalmente estatista), que llegó a su punto más alto con la nacionalización del petróleo en 1976. Ella no sólo se borró lo más importante del sector privado venezolano (las petroleras), sino que el Estado terminó de perfilarse como el actor más poderoso del país y, en cuanto tal, el solitario director de orquesta de su desarrollo. Incluso muchos llegaron a desear la completa supresión de los grupos empresariales, o su reducción a aspectos no medulares. Tanto así que en 1971, cuando la ola estaba comenzando a levantar, Eugenio Mendoza tuvo que asumir la defensa de su legado. El discurso que al respecto dio en el Consejo de Coordinación de sus empresas fue uno de los testimonios más claros del proyecto de país del empresariado. Vale la pena recordar algunas de sus ideas:
Se nos critica que tengamos varias decenas de empresas que han dado empleo directo a siete mil seiscientas personas; que ocupemos papel destacado en los campos donde trabajamos y, que hayamos dado impulso decisivo a la industrialización de Venezuela y promovido una conciencia social del empresario venezolano.
No hay duda de que una de las razones por las cuales se ataca al grupo es porque este es un baluarte de importancia dentro del sistema de la empresa privada en Venezuela, por su pujanza, fortaleza, dimensión y su espíritu nacionalista. Es un grupo que ha hecho todo su desarrollo en el país, corriendo su misma suerte, porque siempre ha tenido una fe ciega en Venezuela. En los momentos de crisis, cuando ha habido tendencia a que los capitales emigren a otros países, el grupo Mendoza ha permanecido firme en Venezuela.
Consecuentes con esa posición nacionalista nos orientamos a la exportación, como es el caso de la nueva planta de cemento en Pertigalete, concebida sobre la base de la experiencia limitada que hemos tenido y que nos ha demostrado la capacidad competitiva del cemento venezolano.
Aquí está mi obra. Esta es una organización hecha con honestidad, con el deseo de lograr el bienestar de muchos y de contribuir al desarrollo del país. Es lamentable que esa obra, no solamente realizada por mí y por los que me acompañaron en su iniciación, sino por todos los que han trabajado y trabajan en ella, sea hoy criticada y expuesta a la maledicencia y al odio público (p. 76).
Vuelva a mirar a su alrededor. ¿Cuál ha sido la suerte del país después de que esfuerzos privados como los de Mendoza sucumbieran a diversos ataques o estatizaciones? Es verdad que no todo ha sido miel sobre hojuelas, que no todos los empresarios han tenido los mismos talantes ni talentos, que la empresa venezolana se benefició de subsidios y créditos abundantes, y que no siempre retribuyó en proporción. Pero eso en buena medida confirma más que desmiente el fondo de la cuestión: el papel que hombres y mujeres, capaces y dispuestos a sortear dificultades como Don Eugenio pueden hacer en beneficio de todos.
Ese es tal vez el mayor legado de su experiencia y de su palabra a cien años de aquellos primeros soldaditos que produjo. Eso es lo que puede apreciarse en esta reedición de sus testimonios que acaba de aparecer.
Tomás Straka, profesor de la Universidad Católica Andrés Bello e individuo de número de la Academia Nacional de la Historia de Venezuela.