La recuperación en la que nadie creyó

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Fotografía: Nattanan Kanchanaprat / Pixabay.

Por una extraña razón, en los mercados financieros existe la creencia de que los momentos actuales son los más complejos. Buen ejemplo de ello ha sido la narrativa imperante durante el ciclo expansivo de la economía estadounidense que comenzó en 2009.

Carlos Jaramillo / 19 de septiembre de 2019


 

Muy poca gente ha creído en la expansión económica de Estados Unidos durante la última década, hija del pecado original de la Reserva Federal que inyectó dinero en grandes cantidades, con el propósito de reactivar la inversión empresarial, el empleo y el consumo. Lo que en un principio muchos especialistas esperaban fuese una expansión raquítica, acompañada de una costosa y creciente inflación, no sucedió exactamente.

El crecimiento de la economía estadounidense ha sido tibio, pero continuo, y la desestabilizadora inflación ha estado muy lejos de materializarse. Sin embargo, la sombra de la recesión parece siempre dispuesta a revelarse tras el anuncio de cada cifra económica. Por ejemplo, el déficit fiscal estadounidense del ejercicio 2019, que termina el 30 septiembre, está cerca del billón de dólares, cantidad equivalente al cuatro por ciento del producto interno bruto. La magnitud del déficit es propia de una economía recesiva, no de una que comienza su undécimo año de expansión.

El pesimismo se ve en el mercado accionario, donde constantemente se hace un paralelismo entre el ciclo expansivo de las empresas puntocom —ocurrido a comienzos de este siglo— y la expansión de precios de las empresas tecnológicas del último quinquenio, en busca de pistas para identificar el final de la racha alcista en este sector. Ahora bien, al hacer estas comparaciones —a veces fuera de contexto— los analistas tienden a olvidar ciertos hechos; como, por ejemplo, que el costo de capital es mucho menor hoy que en aquel momento. Esto explica que los inversionistas sigan apostando un tiempo más al crecimiento de nuevas compañías tecnológicas, en busca del retorno que sectores más convencionales no ofrecen.

Este pesimismo lo alimentan también las tasas de interés negativas vigentes en buena parte de la eurozona y Japón, y reforzado hace un par de semanas por Mario Draghi, el presidente saliente del Banco Central Europeo (BCE) que —además de reducir la tasa de redescuento en diez puntos básicos y reanudar la compra mensual de bonos soberanos y corporativos a razón de veinte millardos de euros por mes— deja un consejo muy claro, casi un mandato para su sucesora Christine Lagarde: garantizar que las políticas del banco sean consistentes con los estímulos fiscales requeridos de los gobiernos de la región. En pocas palabras, el BCE debe hacer posible el aumento del gasto de las naciones vía compra de bonos.

El peligro a largo plazo es que, después de estos años de modorra, de crecimiento perezoso, venga finalmente un alza de tasas de interés que reduzca el valor de los bonos (hoy emitidos a tasas cercanas a cero por ciento), obligue a las empresas endeudadas a refinanciar sus deudas a tasas mayores e induzca a los gobiernos a subir los impuestos para pagar por los recursos que necesitan los gobiernos de Estados Unidos y Europa para seguir empujando sus lentas economías.


Carlos Jaramillo, director académico del IESA.

Este artículo ha sido publicado en alianza con Arca Análisis Económico.

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