Asdrúbal Baptista construyó el andamiaje teórico sin el cual la Venezuela del siglo XX sería un enigma para los científicos sociales: «el capitalismo rentístico». Sus números resultarán imprescindibles para los historiadores económicos del presente y el futuro. Su vida académica fue la de una sabiduría desinteresada.
Alejandro E. Cáceres / 23 de enero de 2021
Conocí a Asdrúbal Baptista en 1999, cuando era estudiante en la Universidad Católica Andrés Bello. Venezuela cerraba el siglo XX, al que tanto pensamiento Baptista le dedicó, por ser tiempo del petróleo. A esa edad nunca había visto a nadie leer griego como lo hacía el profesor Baptista. Recuerdo cuando le comenté que leía las Memorias de Adriano: me dirigió la misma mirada que por muchos años me dirigiría cuando decía algo que detonaba alguna conversación corta en tiempo pero densa en ideas.
Pocos años más adelante ingresé en una de las maestrías del IESA. Una de las últimas materias que inscribí era una electiva que llevaba por nombre «Sabiduría para el liderazgo», dictada por él. En la primera sesión, al escucharle hablar del sacerdote egipcio Manetón, recitar de memoria las civilizaciones que identifica el historiador británico Toynbee, reflexionar sobre la historia occidental desde la mirada de historiador suizo Burckhardt, pasearnos por el tiempo de la dinastía de los Antoninos en Roma o entrar en un soliloquio digno de Shakespeare y preguntarse «¿Qué es la verdad?», muchos de quienes estábamos ahí y suponíamos que era una clase de gerencia más, reparamos en que era un parteaguas en nuestras vidas. Estábamos frente a un sabio que hablaba sobre la felicidad con la Ética de Aristóteles, del poder con Ricardo III o de la vida con Macbeth, o que se conmovía casi hasta las lágrimas al recitar a Antonio Machado o San Juan de la Cruz.
Lo más sorprendente es que luego de todo ese recorrido por lo complejo de la historia y la cultura de Occidente terminara aterrizando en la Venezuela de comienzos del siglo XX. Cuando se adentraba en la materia petrolera, el resultado era una experiencia transformadora en todo sentido, pues permitía aprender que Venezuela se había uncido al carro de Occidente gracias al petróleo.
Luego me carteé con él, pues me había dedicado a estudiar el petróleo desde una perspectiva poco tratada en la historiografía venezolana: la historia empresarial. Era un tema que le interesaba, pues consideraba que los historiadores en Venezuela le habían dedicado poca atención al petróleo. En una de las ediciones del Congreso Mundial de Historia Económica, Angus Maddison, el gran economista y padre de las cuentas nacionales, me dijo: «Hay un venezolano muy brillante que trabaja las cuentas nacionales, pero ahora no recuerdo su nombre». Yo tampoco lo recordaba, pero al volver a Venezuela y encontrarme con que una obra de Baptista había sido prologada por el mismísimo Maddison, me hizo reconocer que ese venezolano brillante era él.
Cuando veía la puerta entreabierta de su oficina en el IESA me acercaba a saludarle. Entrar allí y verle de riguroso traje y corbata como todo un scholar merideño-británico, era como entrar en el reino de un sabio. Su biblioteca era una joya plena de clásicos; porque como siempre me repetía: «Tienes que leer los clásicos. Allí reposa la sabiduría». En esas visitas se desenvolvían conversaciones cortas en tiempo pero en extremo densas, en la que nunca faltaban sus fieles de la balanza: Adam Smith, Hegel y Marx. Pero siempre debía volver a sus números, y estaba bien que lo hiciera, porque en esos números está el pulso de la historia de Venezuela para quien quiera entrar en ellos.
Las obras que coordinó fueron únicas: Venezuela siglo XX: visiones y testimonios y Suma del pensar venezolano. Su función era la del sabio que guiaba al no iniciado. El mismo espíritu impregnó su audiovisual Pensamiento económico universal, el cual Baptista me honró presentar. Entonces dije:
En tiempos antiguos, las cortes europeas solían llenar las paredes de sus palacios de tapices en los que se contaban historias; muchos de ellos son obras maestras del arte occidental que aún hoy se pueden admirar. En ocasiones resultaba necesario no uno sino muchos tapices para narrar una historia a plenitud; eventualmente algún sabio de la corte se unía a los visitantes y les brindaba su interpretación de lo que allí se deseaba contar. Así, Pensamiento económico universal semeja siete tapices ocultos tras cortinajes; a medida que se van desvelando el espectador admira a personajes y la evolución del pensamiento económico, la economía política y la ciencia histórica de la economía, y cómo estos personajes fueron capaces de interpretar su tiempo y mundo en que vivían, dejando una contribución que a su vez fue desarrollada por quienes les sucedieron. Estos personajes van desde Heródoto, Heráclito, Platón y Aristóteles, pasando por Santo Tomás de Aquino, Thomas Hobbes, Adam Smith, David Ricardo y John Stuart Mill, hasta Ludwig von Mises, Friedrich Hayek, John Maynard Keynes y Joseph Schumpeter.
En cada oportunidad que me daba de acompañarle a presentar alguna obra siempre me advertía: «No me menciones» y «Recuerda que siempre debes ir con la humildad por delante». Por ello me siento en deuda para escribir estas líneas, porque, para no vulnerar su solicitud, jamás pude decirle públicamente a uno de los economistas más importantes en la historia de Venezuela la gran admiración que le tenía, le tengo y le tendré, a mi maestro.
Lo imagino recitando los versos tan hermosos como terribles, que tanto le gustaban, de Macbeth, cuando el atormentado rey escocés, sitiado en su castillo, se entera de la muerte de Lady Macbeth: «La vida es una sombra que pasa, un pobre actor que en su hora se arrebata y se pavonea en escena, y luego no se le oye más. Es una historia narrada por un idiota, llena de ruido y furia, que nada significa».
Pero, al contrario de Macbeth, la vida de Baptista sí resultó trascendente: construyó el andamiaje teórico sin el cual la Venezuela del siglo XX sería un enigma para los científicos sociales: «el capitalismo rentístico». Sus números resultarán imprescindibles para los historiadores económicos del presente y el futuro, y la sabiduría que desinteresadamente irradió permite que en cada obra escrita y en cada clase que dictemos sus discípulos se inmortalice su memoria.
Hasta siempre, maestro.
Alejandro E. Cáceres, profesor del IESA.