La urgencia de una descarbonización coordinada

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El mundo se encuentra en una encrucijada, no hay tiempo que perder y las emisiones de dióxido de carbono pueden reducirse en cincuenta por ciento para 2030. ¿Es esto posible? Sí, pero requiere cooperación internacional en un mundo convulsionado por la guerra, la crisis energética y los temores inflacionarios.


El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPPC, por sus siglas en inglés) se creó en 1988 con los auspicios de la Organización de Naciones Unidas y la Organización Meteorológica Mundial. Su último informe evalúa los esfuerzos e iniciativas de reducción de las emisiones de dióxido de carbono (CO2) emprendidas en la última década para evitar un aumento de la temperatura media mundial. Los informes anteriores habían advertido del crecimiento de la temperatura media mundial, el aumento de las emisiones de CO2 y su relación con el calentamiento global, y los costos asociados a las estrategias de mitigación y adaptación al cambio climático.

Los mensajes clave del informe son los siguientes:

  • El mundo se encuentra en una encrucijada: entre 2010 y 2019 ocurrieron las mayores emisiones medias de la historia, a pesar de las menores tasas de crecimiento de las emisiones de efecto invernadero.
  • Hay espacio para el optimismo: los costos de las energías renovables y las baterías se han reducido en más de 85 por ciento, y existe una amplia gama de instrumentos y normas para fomentar la eficiencia energética.
  • Las emisiones pueden reducirse en cincuenta por ciento para 2030 y en setenta por ciento para 2050 con la transición energética en todos los sectores: reducción drástica de los combustibles fósiles, electrificación, eficiencia energética y combustibles alternativos como el hidrógeno.
  • Es ahora o nunca: se exige que el pico de emisiones se alcance a más tardar en 2025 y se reduzcan al menos un 43 por ciento, y que las emisiones de metano se reduzcan un 33 por ciento. Ahora bien, aunque se cumpla este esfuerzo mínimo, no se descartan futuras situaciones en las que las temperaturas aumenten temporalmente más allá de 1,5º C.

¿Es posible reducir realmente las emisiones en cincuenta por ciento para 2030 y en setenta por ciento para 2050? ¿Cuál tendría que ser la disminución de la intensidad energética y la intensidad de las emisiones de CO2 en la mezcla energética para alcanzar estos objetivos? ¿Ha habido algún precedente de esta reducción necesaria en las últimas cuatro décadas?

Hace más de dos décadas el economista de la energía Yoichi Kaya propuso una relación (identidad) entre las emisiones de CO2, la intensidad energética del PIB, la intensidad de las emisiones de CO2 en la matriz energética y el PIB per cápita. Este marco de referencia tiene sus limitaciones (naturaleza endógena de los componentes), pero ha sobrevivido por su simplicidad y su capacidad para identificar las condiciones de borde para alcanzar las metas de emisiones de CO2.

Cuando se emplean los datos históricos del Fondo Monetario Internacional (PIB), Naciones Unidas (población) y BP Statistics (emisiones de CO2 y consumo de energía) y las proyecciones de población y PIB del IPCC (escenario socioeconómico intermedio), y se aplican lo que hoy se conoce como la identidad de Kaya, se encuentra que para alcanzar la reducción del cincuenta por ciento de las emisiones globales de CO2 en 2030, tanto la intensidad energética como la intensidad de las emisiones de CO2 tendrían que disminuir, respectivamente, 35 y 15 por ciento. Esto equivale a duplicar la disminución registrada entre 2010 y 2020 en cada una de esas intensidades. Sin negar que esto pudiera ocurrir, lo cierto es que requeriría un esfuerzo global extraordinario y un alto grado de cooperación internacional.

La máxima reducción de la intensidad energética mundial se logró en entre 1980 y 1990, cuando alcanzó 18 por ciento, muy por debajo de lo requerido (35 por ciento), lo que coincide con la adaptación a las grandes crisis energéticas de finales de los años setenta. En regiones y países específicos se encuentran registros diversos. En los países avanzados se registran ganancias o reducciones de intensidad energética máximas de 21 por ciento en Estados Unidos y Canadá entre 1980 y 1990, y de 21 por ciento también en Europa, pero entre 2010 y 2020. En los países en desarrollo se registran reducciones superiores al 35 por ciento requerido para el mundo. China registró una reducción del 45 por ciento entre 1990 y 2000.

La máxima reducción de la intensidad mundial de emisiones de CO2 se alcanzó entre 2010 y 2020, pero fue apenas seis por ciento, menos de la mitad de lo requerido (quince por ciento). Sin embargo, en el nivel regional se encuentran experiencias que se acercan a la reducción requerida. En América Latina se registró una reducción de trece por ciento entre 1980 y 1990, gracias a la expansión de la capacidad hidroeléctrica. También se registró una reducción de trece por ciento en China entre 2010 y 2020, debido a la contribución de las energías renovables en sentido amplio (las expansiones en hidroelectricidad y eólica-solar). En los países avanzados, Europa logró la reducción requerida de quince por ciento entre 2010 y 2020.

La respuesta a la pregunta de si es posible reducir las emisiones es sí. ¡Solo que habría que escalar y poner en práctica lo mejor de las experiencias internacionales en todos los países del mundo! No es casualidad que el Premio Nobel Jean Tirole, en su libro La economía de los bienes comunes, señale que el reto macroeconómico fundamental del presente y del futuro es el cambio climático.

¿Está el mundo preparado para el reto de la cooperación internacional? Tras el tibio resultado de la COP26 del año 2021 en Glasgow, los gobiernos se reunirán en Egipto en noviembre de 2022 para debatir el aumento de sus objetivos de reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero de acuerdo con el objetivo de 1,5º C. Los retos en materia de cambio climático son diversos y complejos: los activos varados (stranded assests) en el negocio internacional del petróleo, la financiación de las inversiones necesarias en infraestructuras energéticas, la transferencia de tecnología Norte-Sur, la gobernanza internacional para abordar la mitigación y la adaptación al cambio climático, la adopción de políticas comunes al imponer costos al uso de combustibles fósiles y la financiación para los países en desarrollo.

Todos estos puntos están relacionados y son importantes para una descarbonización coordinada. Sin embargo, cuando se reúnan en Egipto es probable que enfrenten un mundo todavía convulsionado por la guerra, las tensiones geopolíticas, la interrupción de las cadenas mundiales de suministro de energía y alimentos, así como los renovados temores a la inflación. En un mundo marcado por los conflictos es probable que resulte difícil alcanzar a tiempo los objetivos de reducción de emisiones: cincuenta por ciento para 2030 y setenta por ciento para 2050.


Ramón Key, profesor del IESA e investigador del Centro Euro-Mediterráneo de Cambio Climático.

Claudina Villarroel, profesora de la Universidad Central de Venezuela.