Memoria selectiva

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Imagen de S. Hermann & F. Richter en Pixabay

El peculiar cribado de la historia obedece a lógicas que desafían las previsiones del sano juicio. ¿Cuáles nombres serán perdurables, cuáles figuras quedarán registradas en la memoria social? ¿Cuáles méritos exhiben el sello de lo imperecedero y por qué otros se agotan tras un fulgor efímero? Dos experiencias —Michel Bréal y Ferdinand de Saussure— acaso sirvan de ilustración.


No es fácil de entender el modo en que la posteridad dispensa a ciertos individuos sus favores. Parece haber varias categorías: a unos pocos escogidos les otorga sin tacañería gloria póstuma, como natural prolongación de la que gozaron en vida. Otros, cuyas existencias no diferían de las de sus semejantes, sobresalen post mortem pues las generaciones ulteriores aprecian en ellos galas que sus contemporáneos no supieron reconocer. Y están por otra parte los que habiendo sido famosos cuando poblaban este mundo, tienen sin embargo reservado un incongruente olvido…

En la historia de la ciencia ocurre la extinción de prominentes figuras cuya celebridad parecía a prueba del tiempo, no obstante lo cual terminaron en la desmemoria social

En las artes y la literatura es patente esta radical y casi siempre inapelable injusticia, como observa Rosa Montero (2022: 163) con respecto al escritor francés Romain Rolland (1866-1944), «hoy bastante olvidado aunque ganó el Nobel de literatura en 1915». Es también el caso del austriaco Stefan Zweig (1881-1942), polifacético y prolífico autor cuya estrella literaria brilló con singular fulgor entre 1930 y 1940, pero del que apenas sobrevive hoy un pálido recuerdo. Admirador de Rolland, publicó en 1921 una biografía suya (El hombre y sus obras), que su propio eclipse inutilizó como medio de contribuir a la inmortalidad del francés.

No deja de ser paradójico que, cuando a los así desvanecidos se les evoca, es casi siempre por el hecho de que han sido sepultados en el olvido. También en la historia de la ciencia ocurre la extinción de prominentes figuras, cuya celebridad parecía a prueba del tiempo, no obstante lo cual terminaron en la desmemoria social, acaso apenas recordados en los círculos eruditos de su especialidad o entre excéntricos que les profesan una rara fidelidad.

Conste que este género de preterición no se debe simplemente a que el progreso científico haya terminado revelando un yerro monumental, inadvertido para los admiradores coetáneos, que compartían inocente o irreflexivamente la equivocación del genio. Es lógico que la perdurable reputación de Copérnico se asiente en la solidez de la realidad heliocéntrica; pero, ¿se ha esfumado sin dejar huella Tolomeo? En lo más mínimo. Su nombre está inscrito con refulgentes caracteres en los anales de la ciencia precursora, muy a pesar de su multisecular ficción de que la Tierra era el centro del universo con todo girando a su alrededor.

Tómese el caso del lingüista francés Michel Bréal (1832-1915), bastante más modesto sin duda que el del astrónomo griego. A finales del siglo XIX, en plena boga de la más «científica» de las escuelas de la lingüística histórico-comparada (la neogramática, hegemónicamente afincada en Alemania desde donde ejercía su influjo sobre el resto de Europa), acuñó el vocablo «semántica» para designar la subdisciplina de la ciencia del lenguaje llamada a esclarecer los misterios de la significación.

Todo su mérito se reduce al alumbramiento neológico (que data de un artículo suyo aparecido en 1883), pues de Bréal la posteridad retuvo el término pero no la propuesta teórica que se acogía a tal designación: «Cómo las palabras cambian de sentido, cómo las nociones cambian de palabras», según Leroy (1974: 174). De allí que su Ensayo de semántica, publicado originalmente en 1897 es cuando mucho una referencia marginal en los textos especializados. A veces ni siquiera eso, según se echa de ver en la documentada Histoire de la linguistique de Mounin (1970), que no le menciona. Robins (1974), que sí lo hace en la suya, se limita a repetir en tres o cuatro líneas la consabida contribución bautismal. Apenas menos parco es Berruto (1979) al señalar que el acta de nacimiento oficial de la semántica —la ciencia, no el vocablo— corresponde a la publicación del Ensayo.

La debutante disciplina no superó el estado neonatal, porque el padre la echó al mundo tardíamente. ¿A qué juvenil lozanía hubiera podido aspirar en vísperas del agostamiento del clima mental en que nacía —el paradigma comparativo-historicista— a causa de la emergencia de la nueva visión estructuralista en ciernes? El Ensayo es la última publicación importante de Bréal. El ciclo intelectual del ya maduro autor (tiene 65 años) y el ciclo programático y doctrinario de la no menos madura gramática comparada finisecular llegan casi simultáneamente a su término.

Repárese en otro personaje, el también lingüista Ferdinand de Saussure (1857-1913), de personalidad más bien introvertida, cuya vida académica y científica transcurre en escenarios menos expuestos que los de Bréal, uno de sus profesores que según es fama habría influido en él. Veinticinco años menor, el suizo se ha formado como aquél entre los neogramáticos. Vuelto de Alemania se instala en París, donde desarrolla una exitosa carrera profesional en el medio científico y universitario, hasta que resuelve encaminarse a su nativa Ginebra. Algún biógrafo ha conjeturado que la oferta de ingreso al rutilante mundo académico parisino se condicionaba a la adopción de la nacionalidad francesa, a lo que se habría negado.

Saussure, aunque acuciado por reservas que lo hacían dudar de la validez de sus ideas, concibió un dispositivo teórico que emplazaba a la lingüística sobre un fundamento epistemológico original

Se encuentra, así, en la universidad de Ginebra en 1891, a pocos años de la aparición del Ensayo, que no parece haberle despertado particular entusiasmo. Fiel a su formación indoeuropeísta se hallaba dedicado a la enseñanza del comparatismo, que se encontraba ya —sin que nadie lo supiera— en las postrimerías de su auge. Pronto, empero, el destino intelectual de Saussure experimentaría un insospechado y profundo cambio. Por debajo de aquella contextura convencional, como una corriente subterránea que pugna por salir a la superficie, alentaba una original y vigorosa reflexión que no tardaría en manifestarse.

El ámbito temático de sus nuevas ideas fueron los cursos de lingüística general que dictó entre 1906 y 1911. En ellos va perfilando progresivamente un conjunto de novedades teóricas que se acoplarían en un sistema conceptual relativamente integrado. La prematura muerte de Saussure en 1913 determinó la manera en que el fruto de sus cavilaciones de esos años finales se difundiría. Dos de sus alumnos, Charles Bally y Albert Sechehaye, sirviéndose de sus apuntes de clase y de los de algunos condiscípulos, así como de las notas del propio Saussure encontradas entre otros papeles suyos, prepararon una edición póstuma que vio la luz en Ginebra en 1916, con el título Curso de lingüística general (Saussure, 1945).

Los planteamientos contenidos en esta obra de tan singular factura representaban una ruptura radical con las bases sobre las que descansaba el vetusto edificio de la lingüística histórico-comparada del siglo anterior. Las frescas ideas que Saussure desarrollaba —algunas de las cuales flotaban desde hacía cierto tiempo en la atmósfera intelectual europea— se fueron propagando en el curso de los años posteriores a la Primera Guerra Mundial.

Al cabo de unos años proporcionaron fundamento a una concepción del lenguaje y la lingüística en que se privilegiaba la noción de sistema y se abandonaba el enfoque historicista, contagiado del evolucionismo que desde mediados del siglo anterior irradiaba su poderosa influencia sobre las ciencias sociales y muy especialmente sobre la lingüística. Esta, conforme al programa saussureano, sin dejar de reconocer la legitimidad de la perspectiva diacrónica, opta resueltamente por la sincronía, lo que le imprime un enérgico golpe de timón a la orientación de los estudios lingüísticos.

Bréal, que sobrevivió dos años a Saussure, no pudo ser testigo de estos importantes cambios. El paso del tiempo difuminaría la imagen del maestro, mientras que la del discreto discípulo cobraba cada vez mayor relieve. Un mundo de contrastes los separaba. Bréal quiso fundar una nueva ciencia —libro miliar mediante— cuyo florecimiento no tardarían en negar las inminentes circunstancias. ¿Qué legó? La invención de un nombre afortunado, cuya voluntad de persistencia ha sabido convivir con un referente difuso, elusivo y controvertido. Poquísimos evocan al inventor al pronunciarlo.

Saussure en cambio, aunque acuciado por reservas que lo hacían dudar de la validez de sus ideas, concibió un dispositivo teórico que emplazaba a la lingüística sobre un fundamento epistemológico original, cartografiaba su objeto de otro modo y trazaba un programa de investigación cautivador, tanto por lo que enunciaba con claridad como por lo que sugería. No se manifestó atraído por la semántica, pero da de ella una definición —ciencia de los significados de la lengua— que en el contexto de su formulación teórica obviamente difiere de la de Bréal y la supera.

A diferencia de Bréal no escribió un libro. Dudas e inseguridades lo retuvieron hasta que la muerte le impidió el remate escriturario de sus reflexiones. Otros lo redactaron por él y, como ha sugerido algún exégeta, quizás a esas plumas vicarias se deba la exposición limpiamente metódica, aunque algo rígida y necesitada de atemperación (en particular, las numerosas «dicotomías» con sus tensiones dilemáticas). No obstante tales asperezas, el texto contiene no pocos pasajes sugestivos, perspectivas estimulantes y seductores desafíos para la imaginación científica. Entretanto y sin dar señales de extenuación, la celebridad de Ferdinand de Saussure sigue tan campante.


Víctor Rago A., profesor de la Escuela de Antropología de la Universidad Central de Venezuela

Referencias

Bréal, M. (1910). Ensayo de semántica: Ciencia de las significaciones. La España moderna. https://vdoc.pub/documents/ensayo-de-semantica-45ljsahnnmj0

Berruto, G. (1979). La semántica. Nueva Imagen.

Leroy, M. (1974). Las grandes corrientes de la lingüística. Fondo de Cultura Económica.

Montero, R. (2022). El peligro de estar cuerda. Seix Barral.

Mounin, G. (1970). Histoire de la linguistique des origines au XX ͤ siècle. Presses Universitaires de France.

Robins, R. H. (1974). Breve historia de la lingüística. Paraninfo.

Saussure, F. (1945). Curso de lingüística general. Losada.