No habrá suficiente cobre

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Imagen de Miroslav Gecovic en Pixabay

La transición energética requiere suficiente oferta de metales conductores, cuya demanda crecerá exponencialmente a medida que avance la transición. Esto, a su vez, requerirá importantes innovaciones en tecnologías de producción y políticas públicas (regímenes regulatorios y fiscales que fomenten la inversión).


Daniel Yergin, especialista en temas energéticos, editó en días recientes para S&P Global un informe titulado El futuro del cobre: ¿la inminente brecha de suministro cortocircuitará la transición energética?, recomendable para los interesados en el tema de la transición energética. Según el informe, para lograr la transición energética —eliminar las emisiones de carbono en el año 2050 en Europa y Estados Unidos, 2060 en China y 2070 en la India— es necesario el cumplimiento simultáneo de tres condiciones: 1) que se inviertan los recursos necesarios para disponer de las infraestructuras productoras de energía limpia, 2) que se resuelvan los problemas tecnológicos que impiden almacenar a largo plazo y en grandes volúmenes la energía de fuentes solares y eólicas, y 3) que exista suficiente oferta de metales conductores, cuya demanda crecerá exponencialmente a medida que avance la transición.

Las fuentes de energías limpias consumen mucho más cobre y otros metales estratégicos que los que actualmente demanda la explotación de combustibles fósiles. En el caso específico del cobre, la demanda proyectada para 2022 es 25 millones de toneladas, y debería aumentar a 50 millones para 2035 si se logra remplazar por vehículos eléctricos la flota que hoy usa gasolina y gasoil, y se hacen los avances correspondientes en la generación de energías limpias para cumplir los requisitos de la meta de cero emisión en el año 2050.

Entre 2036 y 2050 la demanda crecerá modestamente hasta estabilizarse en el orden de 253 millones de toneladas en 2050. La pregunta es de dónde saldrá esta materia prima. En un escenario muy optimista se obtendría del aumento de la productividad de las minas existentes y del reciclaje.

La verdad es que no hay antecedentes en la industria del reciclaje del cobre para esperar su crecimiento a la velocidad requerida. En un escenario basado en las tendencias actuales de extracción y reciclaje, la brecha entre oferta y demanda será de 9,9 millones de toneladas para 2035 y la oferta se acercará al veinte por ciento de la demanda para el año 2050.

El informe Yergin plantea un interesante paralelismo entre las necesidades de cobre para las próximas décadas y las del petróleo en el siglo XX. Al igual que en el caso de los hidrocarburos, las reservas mundiales de este mineral se concentran en pocos países: Chile y Perú controlan el 38 por ciento de la producción mundial.

Los países con abundantes reservas no siempre tienen regulaciones que permitan aumentar rápidamente la producción. La nueva constitución que se podría aprobar en Chile próximamente ralentiza los procesos de apertura de nuevas minas. Para sorpresa de muchos, lo mismo sucede en algunos estados de Estados Unidos.

Como en el caso del petróleo, hay intermediarios cuyas agendas políticas compiten directamente con las de Estados Unidos y la Unión Europea. China es un actor estelar en la cadena de valor del cobre. Ocupa una posición preeminente en su fundición (47 por ciento), refinación (42 por ciento) y uso (54 por ciento), además de su importante posición en la producción, lo que la convierte en el epicentro del mundo en ese metal.

Las continuas tensiones comerciales y otras formas de competencia entre Estados Unidos y China podrían afectar el mercado del cobre en el futuro. Por ello la resiliencia de la cadena de suministro se ha convertido en un imperativo estratégico, particularmente después de la pandemia de la covid-19 y la guerra en Ucrania.

Según el informe, para 2035 Estados Unidos importará entre 57 y 67 por ciento de sus necesidades de cobre. Es muy probable que una competencia cada vez más intensa por los metales estratégicos tenga implicaciones geopolíticas.

El reto para todos los actores en la transición energética será gestionar prioridades que a veces compiten entre sí y a menudo son contradictorias. Lograr cero emisiones netas en el año 2050 requerirá importantes innovaciones en tecnologías de producción y en políticas públicas, pues se necesitarán regímenes regulatorios y fiscales estables y predecibles para fomentar la inversión y facilitar la construcción de nuevas minas, instalaciones de procesamiento y plantas de reciclaje.

La transición energética requerirá minerales que solo se obtienen como coproductos o subproductos del procesamiento del cobre (fundición y refinación). Algunos ya han sido identificados por nacientes iniciativas gubernamentales, particularmente en Estados Unidos y la Unión Europea, mientras que otros aún no lo están. El camino de la transición energética está lleno de piedras en un sentido casi literal.


Carlos Jaramillo, director académico del IESA.

Este artículo se publica en alianza con Arca Análisis Económico.

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