Por una libra de carne

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El mercader de Venecia es una comedia a medias. Shylock, el prestamista judío, le da una dimensión casi única y, en cierto sentido, relega el tono festivo de los jóvenes amantes. Dos situaciones distintas se integran gracias al genio de Shakespeare.


En la Edad Media los judíos constituyeron un sector que mereció tratamientos entre crueles y privilegiados. Según Bühler (1957) existía la creencia de que se convertirían al cristianismo antes del Juicio Final, por lo que se les podía dejar vivir «como una misericordia». A partir del siglo XII los confinaron en guetos y los obligaron a vestir de maneras que les distinguiesen del resto de la gente. En 1290 los expulsaron de Inglaterra. Esta expulsión fue un modelo para otras persecuciones en Francia (1306), España (1492), Lituania (1495) y Portugal (1497) (Heer, 1963).

Los judíos estaban sujetos a severas restricciones patrimoniales, por lo cual tuvieron que dedicarse a la buhonería y a prestar dinero a interés; esto último porque a los cristianos les estaba prohibido el cobro de intereses por considerarlo pecado de avaricia. Por eso afirma Bühler (1957: 275): «los mercaderes odiaban con todas sus fuerzas a los judíos». En vista de estas condiciones de vida, los judíos desarrollaron la astucia y la simulación.

Desde finales del imperio romano la actitud hacia los judíos fue de persecución, a pesar de la protección de Teodorico, rey de los ostrogodos (474-526). La unión entre judíos y cristianos era considerada adulterio y a los judíos no se les permitió construir más sinagogas. En España fue ordenado su bautismo, por lo que miles de judíos emigraron a la Galia y el décimo séptimo concilio de Toledo los condenó a la esclavitud (Previté-Orton, 1982).

Shakespeare presenta un conflicto histórico: el maltrato a los judíos en la sociedad europea y su reacción

Con motivo de las cruzadas aumentó la persecución y el exterminio de comunidades judías y el suicidio en masa de judíos desesperados. En Inglaterra se empobrecieron, les prohibieron la usura e intentaron que se ocupasen de otras cosas.

Venecia, a diferencia de los países europeos, fue tolerante en asuntos religiosos con judíos y musulmanes, lo que le permitió expandir su comercio hacia el Oriente. Los judíos tuvieron libertad para ejercer el comercio y las finanzas y sirvieron de enlace con las comunidades judías repartidas en Europa. El judío no fue extraño en la vida diaria de la república veneciana y no vestía distinto.

Cuando Shakespeare escribe El mercader de Venecia, los judíos no eran un componente de la estructura social de Inglaterra y constituían una minoría más que exigua. La reforma anglicana de Enrique VIII se concentró contra los católicos.

¿Qué atrajo a Shakespeare de Il Pecorone, los cuentos de Giovanni Fiorentino, de finales del siglo XIV y publicados en 1558, en los que se relata la historia que le inspiró para escribir su obra? ¿Qué quiso decir con el enfrentamiento entre un cristiano y un judío por un préstamo? ¿Por qué y para qué mezcló Shakespeare una fábula de jóvenes enamorados con otra de intereses económicos y odios sociales y religiosos? ¿Qué información tenía sobre el pueblo judío y su historia en Inglaterra y Europa? ¿Por qué y para qué se concentró en la magistral figura de Shylock, y no en la de algún personaje cristiano de su fábula?

* * *

¿Cuál fue el propósito de Shakespeare al escribir El mercader de Venecia y cuál fue su estrategia para lograrlo? El mercader es el cristiano Antonio, propietario de una flota que surca los mares hasta lugares lejanos como México. ¿Pensó Shakespeare en su propio tiempo? La alusión a México lo certifica. Pero en su tiempo los judíos no tenían presencia en Inglaterra, lo que cuestiona la pertinencia del personaje de Shylock para el espectador inglés de comienzos del siglo XVII.

Antonio pertenece a la nueva clase económica emergente, la burguesía, y Shakespeare lo pone en evidencia cuando se ofrece de garante de un préstamo que su íntimo amigo Bassanio se ve obligado a pedir a Shylock, judío prestamista. Bassanio es un aristócrata que ha dilapidado su fortuna aunque conserva sus pretensiones de clase (I, i, 122ss):

No se os oculta, Antonio,
cómo he dilapidado mi fortuna
por llevar una vida de más fasto
de lo que mis escasos medios permitían.
No voy a lamentarme por renunciar ahora
a un estilo tan noble; lo que me preocupa, de verdad,
es liberarme dignamente de las enormes deudas
que mi quizá pródiga en exceso juventud
me ha hecho contraer. Contigo, Antonio,
tengo deuda de amor y de dinero
y con la garantía de tu amor
en tus hombros descargo el peso de mis planes y proyectos
para librarme así de todo cuando adeudo.

Antonio y Bassanio, amigos unidos por un gran amor mutuo, son causales del entramado de la fábula. Antonio tiene suficiente influencia y crédito para apoyar a su amigo, pero su fortuna está en los barcos que navegan. Bassanio, por su parte, aspira a Portia, «una dama en Bélmont, una rica heredera» (I, i, 161).

Shakespeare presenta los componentes principales de la situación básica de enunciación de la fábula sin mencionar al prestamista. La acción transcurrirá en dos rieles paralelos, el económico —con sus implicaciones políticas e ideológicas— y el amoroso.

La correlación de ambas líneas temáticas es la columna vertebral de la estrategia discursiva. La comedia El mercader de Venecia apela a recursos que se encuentran en otras obras; en primer lugar, la identidad del personaje, con el que Shakespeare enriquece los equívocos de la intriga y presenta un aspecto de su preocupación por la identidad existencial.

Las mascaradas venecianas aludidas en la obra se prestan para el equívoco vida/teatro, incluso con picardía erótica

La identidad existencial siempre preocupó a Shakespeare, y su empleo dramático como parte de sus propósitos se encuentra en varias obras. Romeo, enamorado, se siente inestable aun antes de conocer a Julieta: «¡Yo mismo me he perdido! ¡Y no me encuentro! / ¡No soy Romeo! ¡Romeo no está aquí!». Julieta le pide que renuncie a su identidad de Montesco: «Romeo, dile adiós a tu nombre, / pues que no forma parte de ti; y a cambio de ese nombre, / tómame a mí, todo mi ser». El momento cúspide de la inestabilidad de la identidad shakesperiana es la duda de Hamlet —«Ser o no ser»— seguido de Yago: «Yo no soy lo que soy».

En El mercader el recurso empleado para ocultar la identidad del personaje es el disfraz. Si, por una parte, la identidad preocupa a Antonio («Me es difícil conocerme a mí mismo»), cuando Jéssica, la hija de Shylock, huye con Lorenzo, su amante cristiano se viste de muchacho. En el tercer acto Portia anuncia que ella y Nerissa, su dama de compañía, se disfrazarán de mancebos con la intención de ir a Venecia y participar en la principal escena de la obra: el juicio contra Antonio por la deuda de tres mil ducados y la decisión de Shylock de cobrar la libra de carne. Los disfraces de Portia y Nerissa, además de decisivos en el juicio, también lo son en el juego de equívocos de los amantes en el quinto acto.

Las mascaradas venecianas aludidas en la obra se prestan para el equívoco vida/teatro, incluso con picardía erótica. Habla Lorenzo, el amante de Jéssica: «¿Queréis prepararos para la mascarada de esta noche? / Yo ya tengo quien me coja la antorcha». Shylock ordena a su hija cerrar las puertas para no «mirar a esos necios cristianos con las caras pintadas».

En Romeo y Julieta Shakespeare presenta la autoridad paterna sobre los hijos cuando el padre de Julieta decide con quién se casará, a pesar de su negativa. En Hamlet el personaje oscila entre su deseo de venganza por el asesinato de su padre y su gran resentimiento contra su madre, quien inmediatamente después de la muerte de su marido se casó con su cuñado, el asesino. En El mercader pone en evidencia el peso de la autoridad paterna y el desafío de los hijos. Portia, la heroína central de la obra, cumple la última voluntad de su padre antes de morir para elegir esposo. En el fondo está el dominio de las nuevas generaciones por las que les anteceden, y así lo acepta Portia:

… Tanto razonar no ha de servirme para elegir marido. ¡Ay de mí, qué palabra, «elegir»! No puedo elegir a quien me agrada ni rechazar a quien no quiero; así es como se doblega la voluntad de una hija que vive a la de un padre muerto. Nerissa, ¿no es cruel que no pueda elegir ni rechazar a nadie?

Este lamento tiene su connotación sexual: «Moriría tan casta como Diana, si no he de ser conquistada en el modo que indica la voluntad de mi padre». En la situación de los cofres, Shakespeare hace coincidir el cumplimiento de la voluntad paterna con los deseos de Portia, cuando el afortunado es Bassanio al abrir el de bronce y ver el retrato de ella.

Esto ocurre en la relación padre/hija cristiana. Otra situación ocurre en la relación padre/hija judía: Shylock/Jéssica, enamorada de Lorenzo. Jéssica se disfraza de muchacho para escapar con Lorenzo, aunque se avergüenza del disfraz. Jéssica no participa de las creencias de su padre y le complace estar con Lorenzo, cristiano: «Podré dar fin a mi ansiedad / y podré ser cristiana y vuestra amante esposa».

* * *

Esta obra abre y cierra con el universo de las parejas de amantes: Antonio y Bassanio, los amigos; Bassanio y su interés por Portia, hermosa y rica heredera de enormes virtudes y ambicionada por muchos, pero él carece de medios para rivalizar con los otros pretendientes; Portia y sus cofres de oro, plata y bronce, para saber con quién se casará; Jéssica, que escapa de la casa paterna para estar con Lorenzo.

A este mundo de jóvenes amantes antecede y sigue el problema económico e ideológico del contrato de préstamo entre Bassanio y Shylock, con la libra de carne de Antonio como garantía de pago. La situación central es la deuda de Antonio y el juicio en el que Shylock exige cobrar la libra de carne. Shakespeare hábilmente introduce un recurso encontrado en el cuento de Fiorentino: cobrar la libra de carne sin derramar una gota de sangre. Así Shylock fracasa en sus propósitos y debe cristianizarse.

El encuentro general de las parejas de jóvenes amantes en un juego de equívocos con anillos cierra de manera festiva la obra, con un olvido de Shylock y lo que él representa y significa desde una perspectiva religiosa y, en general, ideológica. Bassanio y Antonio tienen una amistad matizada por la economía, que determina parte del lenguaje de la fábula y, en particular, de sus escenas inicial y básica. En la primera, Antonio está entristecido; pero «no es la mercancía lo que me entristece» (I, i, 45), dice en un diálogo con amigos en los que se habla de «burgueses« y «mercantes». Ese lenguaje se concreta en la crisis económica de Bassanio que lo obliga a solicitar un préstamo a Shylock, judío, con el «crédito en Venecia» de Antonio. Bassanio apela al préstamo porque Antonio no tiene liquidez: su fortuna está en una flota de barcos que surca los mares.

Shakespeare muestra su erudición histórica y cultural sobre la situación de los judíos en la Europa de su época

Así Shakespeare construye una de las ideas rectoras de su obra: una relación económica que desvelará un conflicto ideológico en la confrontación de un cristiano con un judío. Economía y religión terminan siendo las dos caras de la misma situación.

La situación económica se complica cuando los barcos de Antonio naufragan (III, ii, 266), por lo que se ve obligado a enviarle una carta a su amigo:

Dulce Bassanio, he perdido todos mis barcos, los acreedores cruelmente me acosan y mis bienes comienzan a escasear. Mi deuda con el judío ha prescrito, y puesto que cumplir con el pago supone que yo no pueda seguir viviendo, todas las deudas que hay entre tú y yo quedarán saldadas si al menos pudiera verte antes de morir.

Con esta carta Shakespeare presenta el problema de la obra: cómo un contrato económico determina la vida de uno de los personajes.

La ley veneciana es estricta y Antonio pagará la deuda de Bassanio de tres mil ducados con su vida, cuando Shylock le corte una libra de carne y se desangre. Esta situación concreta el drama, y Shakespeare la presenta junto con su alternativa, al hacer presente a Portia, la rica heredera pretendida por Bassanio y de él enamorada. En efecto, Portia está dispuesta a saldar la deuda de Antonio por su amistad con su amante, a dar «el oro necesario para pagar veinte veces el valor de esa deuda tan insignificante». Ella y Antonio hacen duras referencias a Shylock, el prestamista («implacable acreedor» y «diabólica crueldad»).

Shakespeare presenta un conflicto histórico: el maltrato a los judíos en la sociedad europea y su reacción. Shylock odia a Antonio «por ser cristiano» y porque «desprecia nuestra santa nación, y a mí me injuria». Antonio lo ha llamado hereje, perro carnicero y le escupió su levita hebrea «porque sacó provecho de lo que es mío». El odio entre cristianos y judíos, con un ingrediente económico, determinará la actitud de Shylock con el préstamo de los tres mil ducados.

Antonio, seguro de sus recursos económicos, acepta e incluso confía en devolver triplicada la deuda. No esperaba el naufragio masivo de sus barcos en distintos mares y océanos. Las razones de Shylock para cobrar la deuda son radicales: «Le he de arrancar el corazón si no me paga», para resarcirse de las ofensas recibidas de los cristianos. Cuando Salerio le pregunta para qué le servirá la libra de carne, Shylock tiene la intervención más cruda de la obra, en la que Shakespeare presenta su aspecto ideológico más importante (III, i, 44ss):

Él es causa de mi oprobio, y me ha hecho perder medio millón, se ha burlado de mis ganancias, se ha reído de mis pérdidas y se ha mofado de mi raza, ha obstaculizado mis negocios, ha dado ínfulas a mis enemigos y ha enfriado a mis amigos y todo, ¿por qué? Porque soy judío. ¿No tiene ojos un judío? ¿No tiene manos un judío, ni órganos, proporciones, sentidos, pasiones, emociones? ¿No toma el mismo alimento, le hieren las mismas armas, le atacan las mismas enfermedades, se cura por los mismos métodos? ¿No le calienta el mismo estío que a un cristiano? ¿No le enfría el mismo invierno? ¿Es que no sangramos si nos espolean? ¿No nos reímos si nos hacen cosquillas? ¿No nos morimos si nos envenenan? ¿No habremos de vengarnos, por fin, si nos ofenden? Si en todo lo demás somos iguales, también en eso habremos de parecernos. Si un judío ofende a un cristiano, ¿qué benevolencia ha de esperar? La venganza. Si un cristiano ofende a un judío, ¿con qué cristiana resignación la aceptará? ¡Con la venganza! Pondré en práctica toda la vileza que he aprendido, y malo será que no supere a mis maestros.

Shakespeare muestra su erudición histórica y cultural sobre la situación de los judíos en la Europa de su época y parece reivindicar la universalidad de la naturaleza humana. El texto es la summa de la obra y su contenido.

Los cristianos y el judío no vislumbran una reconciliación, y no escatiman términos para referirse al otro. Según Salerio, Shylock es una «apariencia de hombre / con tanta crueldad y avidez por destruir al hombre», que no abandona «sus odiosas razones sobre el contrato». Por eso, quizá, Shakespeare se cuida de que a lo largo de las distintas situaciones los personajes no mencionen el nombre de Shylock, si no «judío» y «hebreo».

La dimensión pública de Shylock —prestamista— se complementa con la privada: padre en crisis por la decisión de Jéssica de abandonar la casa paterna para huir con un cristiano. Shylock, desconcertado, reacciona: «¡Mi propia carne y sangre… rebelarse así!», reacción propia de un padre, repetida en otras obras. Brabantio se entera de que Desdémona se emparejó con Otelo y exclama: «¡Traicionar su sangre! En adelante, / ¿cómo ha de confiar un padre en la mente de su hija?» (I, i, 169).

La reacción de Shylock no la ocasionó solo la rebelión de su hija, sino también un perjuicio económico: ella se fue con un cofre lleno de joyas. La situación culmina con la cristianización de Jéssica: «Mi marido me ha de salvar, pues él me hizo cristiana».

El enfrentamiento judeocristiano copa la parte central de El mercader con su importancia ideológica. Las escenas de los jóvenes amantes son juegos florales propios de las comedias de la época. El enfrentamiento, no; es casi único, con la excepción de El judío de Malta de Marlowe. Es un enfrentamiento encaminado al juicio en el que Shylock exige cobrar la libra de carne, aun cuando le ofrecen multiplicar el monto de la deuda con recursos de Portia (IV, i, 60): «Es mi odio arraigado y el desprecio / que siento contra Antonio, razón por la que contra él / llevo un pleito ruinoso, ¿os basta la respuesta?».

Los personajes cristianos emplean los términos “judío” y “hebreo” en sentido peyorativo. En el mismo juicio Gratiano, amigo de Antonio, tilda de sucia a su madre y lo maldice (IV, i, 128): «¡Maldito seas, perro judío! / ¡Maldita la justicia que vivir te permite! / Hacéis que dude de mi fe».

Ante la intransigencia de Shylock, decidido a cobrar su deuda en los términos establecidos en el contrato firmado, Shakespeare apela a una solución encontrada en el cuento de Fiorentino. Disfrazada de abogado, Portia acepta el rigor de la ley, pero se apega estrictamente a la letra del contrato para la peripecia que lo desarma, justo cuando apunta las carnes de Antonio para cortarlas  (IV, i, 302ss):

¡Un momento! No es todo.
Tomad, pues, lo estipulado: vuestra libra de carne,
pero si al cortarla llegáis a derramar
una sola gota de sangre cristiana, vuestros bienes y tierras
serán —según la ley de Venecia— confiscados
y se entregarán al Estado de Venecia.

Shakespeare juega con legalidad y legalismo, y apela al juego de equívocos. Antonio quiere compensar al abogado que lo ha salvado y le da el anillo que recibió de Portia, con el juramento de nunca desprenderse de él. Lo mismo hace Gratiano con Nerissa, quien funge de asistente del abogado. Es la antesala del final gozoso del quinto acto, en el que coinciden todas las parejas de jóvenes amantes.

En términos dramáticos la situación final tiene por objeto superar la tensión de la escena del juicio. Portia y Nerissa le reclaman a Bassanio y a Gratiano los anillos, hasta confesarles lo ocurrido. La reconciliación de las parejas coincide con la feliz noticia de tres de los barcos de Antonio en el puerto, cargados de riquezas. Y la invitación a ir a la cama es un final pícaro de comedia amorosa, y un olvido del judío y su significación en las relaciones sociales. Después de todo era exigua la presencia judía en la Inglaterra de comienzos del siglo XVII.


Leonardo Azparren Giménez, crítico de teatro y profesor de la Universidad Central de Venezuela.

Referencias

Bühler, J. (1957). Vida y cultura en la Edad Media. Fondo de Cultura Económica.

Heer, F. (1963). El mundo medieval: Europa 1100-1350. Guadarrama.

Previté-Orton, C. W. (director). (1982). Historia del mundo en la Edad Media. Cambridge University Press y Editorial Ramón Sopena.

Shakespeare, W. (1984). El mercader de Venecia. Instituto Shakespeare y Cátedra.