¿Quién se come la carroña? El papel ecológico de los fondos de cobertura

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Ilustración: cocoparisienne / Pixabay

La revelación de información ha ocupado la agenda de académicos y reguladores; y en los últimos años se ha exacerbado la preocupación por esta actividad, debido a la masificación de productos y operaciones que promueven transacciones ejecutadas por inversionistas insensibles a los precios de los títulos valores.

Carlos Jaramillo / 11 de febrero de 2021


 

¿Cómo se ven afectados los mecanismos de revelación de información con los cambios ocurridos en la ejecución de transacciones y en el diseño de productos, como los fondos indizados, cada día más populares?

¿Cómo es posible que alguien pueda ser indiferente al precio del instrumento que pretende comprar? Hay al menos dos razones: la primera es que esa persona está obligada a hacerlo. La segunda es que el horizonte de inversión es de muy corto plazo, por lo cual el futuro económico del emisor del título valor no le afecta.

En el grupo de quienes se ven obligados a comprar instrumentos financieros, sin hacer consideraciones sobre su calidad, están los inversionistas institucionales cuyas carteras copian índices de acciones o títulos de renta fija: su interés primordial es reproducirlos lo mejor posible. Las composiciones de estas carteras cambian solo cuando lo hacen los índices subyacentes.

En el grupo con horizonte de inversión de corto plazo están muchos clientes del banco de inversión Robinhood Markets, que ha encontrado un espacio natural para realizar operaciones de carácter especulativo. Aprovecha que los montos requeridos para participar son pequeños y no hay cobro de comisiones por la compra o venta de acciones o derivados.

Es muy fácil darse cuenta de que la aparición de cada nuevo participante en el «ecosistema» de los mercados financieros afecta el modelo de negocio de algún inversionista mucho más arraigado. Los fondos indizados les han quitado clientela a los llamados fondos activos, que ofrecen acceso a estrategias de inversión que, en teoría, deberían producir retornos superiores a los de los índices financieros que siguen las carteras indizadas.

Una de las estrategias clásicas de los inversionistas de muy corto plazo consiste en apostar en sentido contrario a los fondos de cobertura (hedge funds). Cuando un fondo de cobertura considera que una empresa de cotización pública tiene problemas, asume una posición corta con respecto a sus acciones: pide prestadas a un banco de inversión acciones de esa compañía y las vende con la esperanza de comprarlas luego a un precio menor para ganar dinero.

Los inversionistas de corto plazo saben que si pueden convencer a otros como ellos de comprar simultáneamente la acción de la empresa «atacada» por los fondos de cobertura, el precio de ese título comienza a subir. Así, quienes se hayan ido en corto comienzan a perder dinero, y tienen que comprar nuevamente las acciones que vendieron para limitar sus pérdidas. Los inversionistas de corto plazo venden sus acciones a los fondos de cobertura y realizan una ganancia.

Hay argumentos tanto del lado de los nuevos actores como de parte del statu quo para tratar de prohibir o limitar las actividades de sus contrapartes. Los inversionistas en fondos activos reclaman que los gerentes de fondos indizados atenúan la posibilidad de que una empresa perteneciente a un índice se venda cuando su desempeño es mediocre, pues no pueden apartarse de las especificaciones del índice que siguen.

Los gerentes de los fondos de cobertura sostienen que si las conductas de los clientes de Robinhood se vuelven rutinarias, desaparecerán los incentivos para adoptar posiciones en corto y muchas empresas en problemas podrán seguir operando como zombis, pues los mecanismos que promocionan las reestructuraciones de empresas se verán entorpecidos.

En pocas palabras: si no hay hienas, ¿quién se come la carroña? Pero, así como en las sabanas africanas todos los integrantes del ecosistema cumplen una función, en los mercados financieros probablemente sucede lo mismo.

Los fondos de cobertura identifican empresas en problemas. Pero no gozan de mucha simpatía, porque en su proceder «egoísta» obligan a los gerentes a tomar medidas que muchas veces conducen a pérdidas económicas para empleados, proveedores y otros grupos de intereses.

Los pequeños inversionistas están, al menos en apariencia, venciendo a los fondos de cobertura por medio de las mismas reglas con las que han jugado toda la vida: cuando veas a alguien en posición débil, empújalo para que caiga y lúcrate en el camino.

Por supuesto que el problema es mucho más complejo de lo que se observa a simple vista. Cuando el sistema revela las perturbaciones que causan los nuevos actores, las respuestas colectivas son típicas:

 

  • Prohíbeles que actúen o al menos limítales su actuación. Hay quienes proponen prohibir a plataformas como Robinhood Markets obtener las fuentes de ingresos alternativas que les permiten procesar gratuitamente las transacciones de sus clientes. Esto implica prohibir la venta de información sobre las órdenes de compra y venta de títulos valores que se ejecutarán en los próximos microsegundos a otros clientes que se conocen como flash traders. En esta misma línea de pensamiento se encuentran quienes proponen que los representantes de los fondos indizados no puedan votar en nombre de sus clientes, en las asambleas de accionistas de las empresas en las cuales invierten; aunque, a finales de 2020, administraban el 41 por ciento de la inversión en títulos valores de oferta pública en Estados Unidos.
  • Usa los impuestos a las transacciones como mecanismos inhibidores de conductas. Se habla de crear un impuesto de 0,1 por ciento a las transacciones de los flash traders, de manera que pierdan interés en comprar información que pudiera darles ventajas frente a otros actores del mercado. La verdad es que hace falta recopilar más pruebas del impacto de estos inversionistas en la formación de precios y en la liquidez de los mercados secundarios de títulos valores.
  • Obliga a los fondos de cobertura a revelar más detalles sobre las posiciones cortas. Hasta ahora estos fondos reportan solamente sus posiciones al cierre de cada trimestre. Hay quienes piensan que así como los reguladores obligan a proveer información sobre los principales accionistas de las empresas de cotización pública, también deberían exigir información sobre quienes apuestan en su contra en cada momento.
  • Prohíbe las reuniones privadas entre los grandes inversionistas institucionales y los ejecutivos de las empresas de cotización pública. Aunque la regulación de los mercados financieros define claramente cómo se hace pública la información de las empresas que cotizan en bolsa, estos encuentros privados podrían dar ventajas a quienes tienen recursos para propiciarlos. En inglés, el término engagement se refiere a lo que ocurre cuando accionistas y gerentes se ponen de acuerdo para definir estrategias que les benefician, a expensas de otros inversionistas en la empresa.
  • Verifica que los especuladores tengan las credenciales para hacerlo. Es difícil cumplir este deseo de los reguladores. Si se quieren mercados de capitales más democráticos, se tiene que vivir con el hecho de que algunos individuos no entienden los productos financieros que compran, por mucho que pretenda educárseles. Siempre hay una rendija para que el inversionista desinformado participe y cometa errores. El papel de los reguladores es identificar tales orificios y tratar de minimizarlos.

 

Lo que enseña la sabana africana, gracias a National Geographic, es que cada individuo tiene un papel ecológico que desempeñar. La transmisión de información es el mecanismo que permite a los actores aumentar sus posibilidades de sobrevivir en los mercados. Los nuevos productos financieros y los arreglos institucionales responden a realidades económicas y sociales indetenibles, pero sí modificables.

Dicen que cerca de la mitad de las crías que nacen en las sabanas africanas no llegan a la edad adulta. ¿Será esta también la suerte de los inversionistas desinformados?


Carlos Jaramillo, director académico del IESA.

Este artículo ha sido publicado en alianza con Arca Análisis Económico.

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