Respetar el ocio del empleado es rentable para la empresa

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Imagen de lisa runnels en Pixabay

Cada vez más países y empresas reconocen el ocio como un derecho y una herramienta para mejorar la calidad de vida de las personas.


 

El ocio, de considerarse la madre de todos los vicios, ha pasado a convertirse en una necesidad esencial para la salud mental, física y espiritual de la humanidad, al punto de ser reconocido como un derecho que, en gran parte de Europa, ha comenzado a legislarse e incluirse en políticas públicas para mejorar la vida en las ciudades.

Efrén Rodríguez, doctor en ocio, cultura y comunicación para el desarrollo humano y embajador de la comunidad de egresados del IESA (IESA Alumni) en Madrid, contó en un foro promovido por el IESA cómo llegó a doctorarse en esta materia, a darle un sentido positivo al ocio y a promoverlo.

Hace unos años se le abrieron las puertas para hacer el doctorado en la Universidad Deusto (Bilbao, España) en ocio, cultura y comunicación para el desarrollo humano. Rodríguez vio en esta opción una oportunidad: «Hoy, que se habla tanto de la marca personal, me dije: “Si no te distingues con esto no te distingues con nada”». Tras culminar su doctorado y trasladarse a Madrid, Rodríguez reafirma la importancia del ocio como factor clave en la calidad de vida, pero también en la industria cultural y creativa: «Una experiencia maravillosa que me permitió conocer a fondo lo que implica el ocio en la sociedad».

 

Un reducto de libertad

Para Rodríguez el ocio es un reducto de libertad, no siempre visto de la misma manera a lo largo de la historia. «Los griegos, por ejemplo, como en tantas otras disciplinas, abordaron el ocio desde la contemplación. De hecho, la palabra que utilizaban era scholé, que significa escuela. El ocio era una vía de aprendizaje y disfrute de la vida».

Pero el ocio romano le dio un giro al concepto griego. Había un ocio para la clase dirigente y había un ocio para el pueblo: el famoso «pan y circo». Este nuevo giro conceptual mostró que había un ocio nocivo que manipulaba al pueblo para que la clase dirigente pudiese detentar a gusto el poder, explica Rodríguez.

 

El ocio como «amenaza»

Para Efrén Rodríguez, el significado peyorativo de ocio —que nace entre la Edad Media y la Edad Moderna, cuando se intentó recuperar el ideal griego—, quedó en el ideario popular como un vicio ligado a flojera o vagancia.

Tanto el cristianismo como el protestantismo lo vieron como una amenaza importante para su negocio, nunca mejor dicho —afirma Rodríguez—. Por lo tanto, la ociosidad quedó arraigada, muy fuertemente, en América Latina dentro del concepto negativo. Y con eso crecimos.

La Revolución industrial llegará para darle un espaldarazo a la connotación negativa, toda vez que el trabajo se concibe como valor y eje central de las personas. De allí que se afianzara un sentimiento de culpa ligado al ocio.

Aquí hay una suerte de paralelismo con nuestra vida actual —dice Efrén Rodríguez—, porque, lamentablemente, mucha gente lo que hace en su tiempo libre es recuperar fuerzas para ir al trabajo el día siguiente. Y era lo que se tenía en la Revolución industrial: mero tiempo libre, que no es lo mismo que ocio.

Más adelante, hacia finales del siglo XIX y principios del XX, surge en América Latina, de la mano de Estados Unidos, el concepto de recreación higienista, una vertiente diseñada para ocupar el tiempo de los jóvenes y alejarlos del alcohol, las drogas y los vicios en general. Es un ocio dirigido, a la luz del cual surgen instituciones como los Boy Scouts y los grupos de las iglesias, entre otros.

 

Políticas públicas y ocio

Ya entrado el siglo XX surgen los estudios sobre el ocio. La Universidad Deusto en Bilbao, donde hace casi cuarenta años se estudia el ocio como disciplina, cuenta con programas de doctorado y maestría. Es aquí cuando comienza a estudiarse el ocio como un fenómeno social y como experiencia individual. Como afirma Rodríguez:

Muchas veces se piensa que el ocio es algo que nos pertenece solo en el plano personal, pero si uno se pone a pensar en el caso de Bilbao, como ciudad, es una experiencia maravillosa en términos de políticas públicas de ocio.

El ocio se convierte en materia de cultura, turismo, deporte y recreación. Es una mirada mucho más amplia de lo que puede hacer el ocio:

En términos de políticas públicas también es muy potente, para efectos de cohesión social, la oferta de ocio público —sostiene Rodríguez—. No hay que ver el ocio solamente como aquello que tú pagas, sino todo lo que puede proveer el ayuntamiento o la comunidad autónoma, en el caso de España y otros países.

Rodríguez aclara que el ocio es un reducto de libertad:

No importa el tipo de música que escuches, las series de televisión que veas, el deporte que practiques, eso depende de ti. Tú no tienes que darle explicaciones a nadie, y por eso hablaba de «con mi ocio no te metas», porque nadie tiene que dictarte aquello que decides disfrutar, tienes tiempo libre, disfrútalo como te plazca, como quieras. De modo que ese es un concepto muy importante porque el ocio nos define también.

 

Legislaciones sobre el ocio

Junto con las políticas públicas viene la legislación de un espacio consagrado como derecho. En Francia, en 2017, se prohibió a las empresas contactar a sus trabajadores fuera del horario laboral, pues se reconoce que las personas tienen derecho a la desconexión. España aprobó una norma similar en 2021. Otros países han llegado a normas acordadas entre empresas y sindicatos para que se respete ese derecho.

Para Rodríguez, sin querer sonar intervencionista, el ocio es un derecho que hay que defender. «Yo tengo un horario de trabajo, yo cumplo mis obligaciones y una vez que yo termine tengo pleno derecho a invertir ese tiempo en lo que yo quiera», recalca.

 

Pandemia, retos y nuevas generaciones

La humanidad toma cada vez más conciencia de que el síndrome del trabajador quemado (burnout) pasa duras facturas. La vida debe verse como una experiencia enriquecedora. De hecho, Rodríguez toma para sí las palabras del sabio español Juan Luis Arsuaga, quien decía que la vida no puede ser trabajar toda la semana e ir el sábado al supermercado, lo que tristemente ocurre a muchísimas personas por la necesidad de sobrevivir.

«Tiene que haber algo más, pero aquí, en esta vida», decía Arsuaga. «Y esa otra cosa se llama cultura, música, poesía, naturaleza y belleza. Eso es lo que hay que apreciar y disfrutar, porque, si no, esto es una mierda». Sin embargo, según Rodríguez, hay esperanzas. Está seguro de que las nuevas generaciones están dando una mirada diferente a la necesidad de rescatar el ocio bien entendido. Agrega, incluso, que el efecto de la pandemia va a plantear retos importantes en el mundo gerencial.

Luego de la pandemia, en Estados Unidos cerca de cuatro millones de personas renunciaron a los empleos precarios y que las hacían infelices. Este fenómeno ha hecho cambiar un poco las reglas de juego.

Para Rodríguez es fundamental entender que la relación entre empresa y trabajador debe ser ganar-ganar. Porque pareciera que la empresa te está haciendo un favor cuando te emplea y no es así.

Han tenido que aumentar el pago de las horas en Estados Unidos y ofrecer condiciones laborales más dignas —sostiene Rodríguez—. Ahora es clave mostrar en la hoja de vida que se tiene un hobby, un pasatiempo, porque en España, por ejemplo, interesa que las personas tengan un equilibrio en la vida.

Rodríguez sostiene que para las empresas quemar trabajadores significará un problema que, sin duda, va a elevar los costos. Por ello, respetar el tiempo de ocio de sus trabajadores, incluso enriquecer ese tiempo, va a resultar en beneficios tangibles.

«De nada vale contratar una persona que se queme a los pocos meses, que se vaya, que se dé de baja por depresión, por ansiedad o por cualquier otro motivo, y haya que comenzar el proceso de cero». La alta rotación de personal resulta costosa para las empresas, sentencia el experto, quien está convencido de que se gesta un movimiento mundial: la gente ya no está dispuesta a depender de trabajos precarios y necesita también disfrutar de la vida. «Porque al fin y al cabo es la única que tenemos», enfatiza el doctor Efrén Rodríguez.


Érika Hidalgo López, periodista.

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