Sófocles: la tragedia del poder

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Escena de «Edipo rey» en el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida (Extremadura, España).

Sófocles fue espectador y protagonista de la democracia ateniense. En su teatro, el desempeño del poder y la soledad del protagonista son centrales en las situaciones trágicas que representa. Su perspectiva democrática cuestiona el individualismo en el poder.


 

Sófocles nació en Colono, cerca de Atenas, hacia 497-496 a. C. y murió en 406-405. Su actividad pública fue constante. Fue «estratego» (general) junto con Pericles durante la guerra de Samia (441-439) y, durante la guerra del Peloponeso, en 428. Con frecuencia actuó como embajador. Hacia 428 estrenó Edipo tirano. En 413 fue nombrado «próbulo» de una comisión de notables, en tiempos de un predominio oligárquico que quería cambiar la constitución. Al final de una vida longeva escribió Edipo en Colono, estrenada póstumamente en 401.

Nació en una familia adinerada y tuvo una educación de primera. Su amor por Atenas hizo de él el más ateniense de los tres grandes trágicos; Esquilo murió en Sicilia y Eurípides en Macedonia. Conoció y mantuvo amistad con Esquilo, quien influyó en su carrera de dramaturgo, y compartió con Eurípides en la guerra del Peloponeso. Al igual que Esquilo vivió dos épocas históricas: la democracia como algo natural dado a los atenienses, y su crisis y derrota.


Los personajes de Sófocles se caracterizan por su incompetencia para entender y saber actuar.


En sus obras no son frecuentes las referencias a la política. Pero están presentes los problemas y dilemas del individuo en relación con la sociedad y el poder. Estas circunstancias ayudan a comprender su preferencia por el personaje colocado en situaciones de soledad en la cúspide del poder (Edipo tirano y Creonte en Antígona) o de marginalidad ante el grupo social (Ayante, Antígona, Electra, Filoctetes y Deyanira). Las situaciones de postración y soledad son siempre determinantes en sus personajes.

Sófocles testimonia los primeros síntomas de la crisis de la polis que culminó con la derrota. Si bien el drama de la polis puede considerarse la situación básica de enunciación en todo el teatro del siglo V a. C., en Sófocles adquiere un énfasis personal cuando acentúa la soledad en las situaciones en las que se encuentran los personajes. Por haber creado individualidades en conflicto debido a las situaciones en las que actúan, su teatro representa el espectáculo de la soledad.

 

El espectáculo de la soledad

Sófocles emplea señales teatrales para indicar espacios vacíos alrededor del protagonista, que revelan su visión ideológica de la vida humana. Las situaciones les permiten a los personajes sobresalir como grandes individualidades, que atraen la atención del espectador; y los personajes, a su vez, actúan en situaciones que conducen a su aislamiento, incluso rechazan la ayuda de otros.

Los personajes de Sófocles, en relación con los postulados democráticos, son ciudadanos (polítes) desagregados de la polis. Cuando ejercen el poder lo hacen en forma personal y mandan sin obedecer; por consiguiente, tienen fines distintos a los de la comunidad a la que pertenecen. El resultado es la soledad existencial y física, con su consiguiente imagen escénica.

Los personajes son extremadamente individualistas, pecan de autosuficiencia (hýbris) con respecto a las normas sociales. Edipo es señor de la tierra, insuperable en asuntos diarios y divinos, poderoso, el más querido, libertador, quien pone en evidencia la verdad y aliado. El reconocimiento del pueblo suplicante a su ciudadano es excepcional; como también lo será en su postración final:

Este es Edipo, miradle los que en Tebas habitáis;
descifró el famoso enigma y era un hombre excepcional;
nadie en la ciudad dejaba de envidiar su condición;
ved en qué mar de miserias ha venido hoy a caer.
Nadie a un mortal considere feliz antes de saber
qué ocurre en último día de su vida, mientras no
llegue al fin de su existencia sin sufrir ningún dolor.
(Edipo tirano, versos 1.524-1.530)

En la democracia, Sófocles critica el individualismo y la excelencia (arété) aristocráticas. Por eso cabe hablar de antihéroes más que de héroes, por sus conductas rechazadas, como ocurre con Ayante y Edipo.

Para comprender su riqueza social y religiosa es necesario reconocer el significado de la situación en la que está el personaje, pues lo condiciona. Basta con comparar a Creonte en Antígona y en Edipo tirano. En la primera se hizo con todo el poder después de la muerte de Etéocles y Polinices (versos 173 y 204); en la segunda es un consejero pragmático de Edipo que disfruta el poder sin lidiar con sus problemas.

La salvación de algunos personajes se comprende por la prevalencia del sistema de valores y creencias de la polis sobre el poder arbitrario. La terrible soledad a la que se ve reducido Creonte al final de Antígona —por el suicidio de Eurídice, su esposa, y de Hemón, su hijo, como resultado de su insensatez al querer imponerse sobre las leyes divinas— contrasta con la plenitud de Edipo en su apoteosis colonense: su tumba en el bosque de las Euménides será santuario secreto protector de Atenas.

La soledad como propósito e idea rectora, situación básica de enunciación y estrategia teatral, está presente al comienzo de las obras y tiene como soporte ideológico la ruptura entre el individuo y el grupo social. Esta ruptura está representada en las señales teatrales que dan estructura a las fábulas de las obras, metáforas de la concepción práctica del mundo realizada en/por la polis.

En Ayante el protagonista rompe sus vínculos con el ejército griego —marco social de la situación— en protesta porque las armas de Aquiles se le asignaron a Odiseo. Por esta decisión se aísla existencial y territorialmente. Se repliega a la última fila de las tiendas del campamento griego en Troya, según Atenea le informa a Odiseo. Pero, con anterioridad a la situación inicial de la fábula, había roto con los dioses al negarse a invocar la protección de Atenea, como se lo recomendó su padre antes de partir hacia Troya:

Así Ayante, recién salido de su casa,
insensato mostróse frente al recto consejo
de su padre: «Vencer con la lanza procura,
hijo, pero tus triunfos se deben a los dioses».
Y él contestó con locas palabras y altaneras:
«Padre, si ellos le ayudan, hasta aquel que no es nada
podría tener éxitos; pero yo estoy seguro
de que habré de obtenerlos incluso sin su auxilio».
(Ayante, versos 762-769)

Tal es el antecedente que explica su situación y, cuando recupera la cordura, se consterna porque comprende su arrogancia (hýbris) y su soledad irreversibles.

En Edipo tirano y Edipo en Colono la ruptura ocurre con los ciudadanos. Edipo es excepcional en su esplendor, en su hecatombe y en su santificación. Por ser el libertador de Tebas, vive excluido del grupo. Las condiciones escénicas iniciales lo evidencian: el pueblo postrado y él luminoso en la puerta de su palacio. Cuando, en su extrema vejez, se convierte en un errante extranjero (xénos), debe purificarse antes de reintegrarse en la polis. Cuando tirano, su situación está condicionada por la puerta de su palacio y por las entradas y salidas de los portadores de noticias e informaciones. En su ancianidad, el acceso y el ingreso al bosque de las Euménides y la oposición entre Atenas y Tebas crean la tensión espacial de la situación.


Sófocles concentra los recursos de su teatralidad en el protagonista. Es el sujeto central de las situaciones; por eso, de inmediato exhibe su carácter determinante y son superfluos los adornos escénicos. Es la razón de la economía lingüística.


Consciente de la significación del crimen que se le informa —causa y origen del mal de la polis— Edipo decreta la exclusión del contaminado-contaminador de Tebas, aun cuando desconocía su identidad. Cuando el coro de ancianos en Colono reconoce la calidad del extranjero que tienen ante sí, le aconsejan su purificación, necesaria para reinsertarse en la polis. La situación constituye tanto una señal sobre el sentido de la acción y la tarea escénica de los personajes, como un testimonio de los rituales practicados por los griegos.

Antígona es firme en su fidelidad a sus creencias, para ella ley de vida. Por eso está escindida entre seguir las leyes de Creonte o sus creencias en leyes religiosas tradicionales y eternas de aplicación universal, para enterrar el cadáver de su hermano abandonado en un espacio «ápolis». Ambas legalidades contrapuestas permiten a Sófocles ofrecer dos soledades a medida que transcurre la acción.

Creonte ejerce el «poder entero» (Antígona, verso 173) y, sin previa consulta, dicta leyes. Lejos está del Teseo de Edipo en Colono y el Pelasgo de Esquilo en Las suplicantes, quienes consultan la asamblea de la polis antes de tomar una decisión. En cambio, Antígona justifica su obstinación con la invocación de las leyes no escritas, es decir naturales:

No creí que pudieran tus pregones a un hombre
dar autorización para infringir las leyes
no escritas de los dioses, que son inquebrantables
y que no datan de hoy ni de ayer, sino eternas
sin que nadie sepa cuándo se promulgaron.
(Antígona, versos 453-457)

En este conflicto jurídico y religioso está el propósito de Sófocles. La temprana muerte de Antígona relanza el protagonismo de Creonte, con cuya conducta Sófocles expresa su crítica democrática. Su soledad es absoluta con la muerte de Antígona, de su hijo Hemón y de su esposa Eurídice. Su poder entero y su casa (oíkos) se derrumban y termina en una postración política y moral. Su figura tiránica abre y cierra la obra, a la vez que evoluciona de la arrogancia del poder a la postración de la soledad absoluta.


Sófocles lleva la situación de postración hasta límites extremos. Aun cuando esa situación tiene un origen social, sus consecuencias son intensamente existenciales e individuales.


Electra vive en su palacio como una sierva y padece una soledad doblemente dolorosa. Llora desconsolada la muerte de su padre y aguarda el regreso de su hermano para la venganza, aunque ignora que vive y ha llegado, situación que el espectador conoce desde el primer verso. Relegada a vivir con las esclavas, su situación está rodeada de hostilidades debido a la ocupación del palacio por Clitemnestra y Egisto. La violación de la patrilinealidad y la patrilocalidad mantiene a Electra suspendida en una soledad existencial segregada de la casa paterna que le da identidad.

Ignorar la llegada de su hermano extrema su experiencia de la soledad, por cuanto siente destruido su cosmos social natural. La tensión dramática —basada en una doble información sobre Orestes— distancia al espectador de las emociones de Electra. Cuando, sin saber ambos aún quiénes son, ella recibe de Orestes sus supuestas cenizas, Sófocles logra la ironía máxima. La soledad total como situación básica de enunciación se ejemplariza con una doble información que la relativiza ante el espectador cuando ella le habla a la vasija mortuoria:

Nuestro padre no existe; yo contigo he muerto;
tú también pereciste, no estás entre nosotros;
los enemigos ríen; loca está de alegría
nuestra monstruosa madre, de la cual muchas veces
me decías, mandándome mensajes clandestinos,
que la castigarías.
(Electra, versos 1.151-1.156)

Filoctetes está separado del grupo militar que pelea contra Troya. Está solo en un lugar deshabitado, lejos de su polis y de su casa. La presencia de extranjeros, que él identifica griegos por el traje que usan, le hace declararse solo y sin amigos. La separación del grupo, de la que culpa a Agamenón y Menelao, también implica la enemistad con Odiseo. En Sófocles, Lemnos es una isla desierta y el coro está integrado por los marineros que traen a Neoptólemo y Odiseo hasta la isla.

En Las traquinias Deyanira es víctima de un engaño, al querer reconstruir su relación amorosa con Heracles. Exiliada y sin casa provoca sin querer la muerte de su marido. Después de muerto Heracles, deambula consternada por el palacio, al igual que por sus razones lo hicieron Yocasta y Edipo.

 

La postración

Sófocles emplea de manera icónica la postración corporal y espiritual, antagónica a la excelencia (areté) del ciudadano democrático. El orgullo aristocrático deviene en vergüenza y muerte: una crítica al individualismo que floreció en la segunda mitad del siglo V a. C. La forma como los personajes asumen su situación enfatiza la relación desequilibrada dios/hombre y el horizonte de la muerte como única salida.

Las conductas de los personajes —contraventoras de la norma social— los conducen a su postración solitaria y crean tensiones dramáticas. Es una situación empleada por los tres trágicos, Esquilo, Eurípides y Sófocles: el paso de la dicha a la desdicha. En Sófocles, el significado de la soledad y el horizonte de la muerte son específicos. Sófocles lleva la situación de postración hasta límites extremos. Aun cuando esa situación tiene un origen social, sus consecuencias son intensamente existenciales e individuales.

La postración funciona de manera diferente según los propósitos de cada obra, pero siempre vinculada con la soledad y la muerte. Una férrea continuidad es transversal a las obras: personajes que han actuado y actúan en forma distinta a lo indicado por la norma social. Hay continuidad visual porque el protagonista siempre provoca temor y conmiseración: Ayante enloquecido por Atenea y rodeado de trozos y vísceras de animales; Filoctetes adolorido y enfebrecido por una llaga, pordiosero en una cueva miserable; Heracles consumido y abrasado por una poción mágica; Edipo esplendoroso, ciego y en el extremo de una vejez harapienta. La postración física es el lenguaje no verbal de la postración política y religiosa.

Por carecer de moderación (sophrosyne), Ayante se cree autosuficiente; entonces, Atenea lo sanciona enloqueciéndolo. En los inicios de sus dos situaciones, Edipo es intolerante con Creonte, Tiresias y Polinices. Su carácter (éthos) le impide comprender a Tiresias, «el único hombre que en sí tiene la verdad innata» (Edipo tirano, verso 298). Antígona se reconoce insensata («Déjanos, pues, a mí y a esta mi insensatez –dysboulé– / que corramos peligro», Antígona, versos 95-96). Todos carecen de prudencia o razón práctica, pues la excelencia (areté) es expresión práctica de la prudencia. Aristóteles definirá al hombre como animal político por naturaleza.

Para que ocurriera lo que Aristóteles dedujo un siglo después sobre la conmiseración y el temor, era necesario un lenguaje visual y verbal, síntesis de un modo de existencia fútil con la muerte como única salida. Tal situación necesitaba, además, valoración de la conciencia, razón por la cual Sófocles centra su propósito en el Yo. La muerte como única certeza no es un fatalismo irracional; es consecuencia lógica de las situaciones vividas y del actuar libre de unos ciudadanos confrontados con sus precariedades.

Sófocles expresó tal visión ideológica de la vida desde temprano, y la hizo uno de los principales sedimentos religiosos de su teatro. En la evaluación que hace de su situación, Ayante describe las circunstancias y los hechos que lo deshonraron, y la ineficacia de las posibles salidas: regresar a la casa paterna con las manos vacías o marchar contra Troya. La reivindicación que pretendió —cuando no recibió las armas de Aquiles— se le revirtió como una acción grotesca cuando menospreció a Atenea.

Fue necesaria la voz de Tiresias para que Creonte comprendiera —tarde— las consecuencias de su decisión que negaba los funerales a Polinices. Intenta, igualmente tarde, salvar a su hijo y a Antígona. Creonte no logra evitar el suicidio de Antígona y, despreciado y escupido por Hemón, su hijo, tampoco evita que se suicide en su presencia. Muy tarde comprende la importancia de observar las leyes no escritas invocadas por Antígona y el error que guio sus propias e infortunadas decisiones. Reclama que alguien le hiera de muerte («¿Por qué no hay alguien / que quiera herirme con daga aguda?», Antígona, versos 1.308-1.310) ante la anulación patética de su existencia social, reducida a la soledad absoluta.

En Las traquinias el programa está expuesto desde el primer verso de Deyanira. La incertidumbre vivida antes de la situación inicial motiva la sentencia programática:

Hay un dicho ya antiguo que entre los hombres corre
según el cual no cabe, mientras no haya uno muerto,
decir si ha sido buena su vida o no lo ha sido.
Mas yo no necesito llegar al Hades para
saber que infortunada fue mi existencia y triste.
(Las traquinias, versos 1-5)

El diálogo entre Clitemnestra, Electra y el Pedagogo es culminante en el planteamiento de la soledad y la muerte. En su primera secuencia la disputa entre madre e hija revela la perversión que rodeó la muerte de Agamenón e introduce la esperanza vengadora de Orestes. Pero, de inmediato, tal ascenso colapsa con el Pedagogo y su narración de la supuesta muerte de Orestes que precipita a Electra en la postración solitaria y pide la muerte.

El desfallecimiento de Filoctetes es una de las escenas más lastimosas del teatro griego. Colapsa por los dolores de su pie llagoso, ignorante del propósito de Neoptólemo, y los dolores lo llevan a dar al joven visitante su arco y flechas, y a postrarse en un lamento invocando la muerte: «¡Muerte, muerte a quien llamo siempre, todos los días!» (Filoctetes, versos 796-801).

Edipo en Colono resume la visión de Sófocles y es su testamento humano y artístico. La presentación del protagonista y de la polis a la que llega en condición de extranjero es impecable. Edipo padece la más lacerante postración: anciano, extranjero, vagabundo y ciego. El Transeúnte le informa que está ante el bosque de las Euménides; entonces comprende que ha llegado el fin de sus días, cuando su cuerpo y sepultura serán valiosas reliquias, según la profecía de Apolo. La reversión no solo se refiere a la situación del personaje en la cima del poder, en la sima de la postración y en la cima de su glorificación. Lo significativo es que él será la bendición para la polis donde repose su cuerpo. Por eso implora la muerte, la única gozosa y triunfal en Sófocles.

 

Sófocles y el carácter griego

Los personajes de Sófocles se caracterizan por su incompetencia para entender y saber actuar. En esta perspectiva, Sófocles es el creador del antihéroe, del personaje «negativo» que provoque en el espectador contrición y arrepentimiento preventivos. Es la lección que aprende Odiseo cuando Atenea le muestra la postración de Ayante.

La sabiduría práctica (phrónesis) es la excelencia ciudadana que fortalece y garantiza el orden y el equilibrio de la polis y de las relaciones hombres/dioses. Sófocles, a un mismo tiempo, es un crítico democrático de conductas antidemocráticas y un postulador de ideales éticos. Esta visión es dinámica en un universo imaginario; pero, por eso mismo, plantea más referencias que comprometen al espectador.


Sófocles fue un dramaturgo ajustado a una estrategia dramática con pocas variaciones, con un propósito ideológico preciso.


Esta ética conforma el cosmos trágico sofocleo y permite comprender la incompetencia de sus personajes para actuar con excelencia social; al no entender o no aceptar las normas no escritas que invoca Antígona, Creonte actúa sin sabiduría. Esa carencia teórico-práctica de prudencia y sabiduría los conduce a no reconocerse a sí mismos.

Esta visión se traduce en una espiritualidad y en un clima dramáticos que radicalizan el conflicto entre el individuo y el grupo, hasta su expulsión del espacio social común. La reinserción colonense de Edipo es una nostalgia por una armonía perdida.

La representación cumbre de este conflicto político y personal está en Edipo tirano. La obra abre en la cúspide de su esplendor rodeado del pueblo suplicante, para al final mostrarse en la postración con las cuencas de los ojos vacías y sangrantes. Representa la soledad teatral radical. Al hacer que se saque los ojos en vez de suicidarse, Sófocles intenta representar la soledad absoluta. Al castigarse así, Edipo se impone soportar su cuerpo sin verlo, decide no ser el miasma que azota a Tebas, su polis, y se impone el máximo castigo: sobrellevarse.

Edipo es el único antihéroe sin relaciones escénicas con objetos. Al contrario de Ayante, para quien la daga y los animales descuartizados son imágenes de la parodia y la muerte; de Filoctetes, para quien el arco y las flechas representan un baluarte contra su injusto aislamiento; de Antígona, para quien el cadáver de su hermano es polo de tensión al que se aferra por sus creencias; de Electra, para quien la urna con las supuestas cenizas de Orestes es la expresión cimera e irónica de su soledad; de Deyanira, para quien la poción para Heracles es la confirmación de su equívoco y de su desdicha; y del anciano Edipo con su báculo y el bosque, que representan la síntesis de su miseria y de su salvación.

Sófocles no emplea los recursos dramáticos como Esquilo y Eurípides. Sus prólogos son minipiezas que reconstruyen la fábula, cuya función primordial es preparar y consolidar la recepción del espectador de la situación básica de enunciación: la soledad del protagonista. La estrategia recapituladora del prólogo tiene un giro de acuerdo con el propósito ideológico de la soledad, que demanda economía de lenguaje. Sófocles hizo gala de esa economía para su espectáculo de la soledad sin renunciar al impacto teatral. Se apartó de la tradición que desde Frínico ofrecía en la orquesta (orchéstra) o espacio de los coros un gran espectáculo visual, como es la cúspide alcanzada por Esquilo en Orestíada.

Sófocles concentra los recursos de su teatralidad en el protagonista. Es el sujeto central de las situaciones; por eso, de inmediato exhibe su carácter determinante y son superfluos los adornos escénicos. Es la razón de la economía lingüística.

La intensidad del conflicto hace de Sófocles un autor próximo al concepto contemporáneo de teatro de situación, que representa la consecuencia de una decisión/elección libre. En esta situación el personaje padece una experiencia intensa, resultado de su decisión, tomada antes de iniciarse la representación, a la vez que reflexiona sobre ella. Esa decisión se torna objeto de la conciencia. La intensidad de la toma de conciencia lo paraliza. La situación impone, por ello, una relativa pasividad espacial y austeridad en la retórica del movimiento. En Sófocles no hay entradas reales como la de Atosa en Los persas, de Esquilo, ni compromisos por gestas épicas como en Las troyanas, de Eurípides.

Sófocles coloca la soledad en la inmensidad de la orquesta desnuda. La situación reside en el personaje central con una alta valoración de su subjetividad; arranca de la subjetividad y a ella se reduce. El personaje se escandaliza de sí mismo. Es necesario, entonces, que los recursos dramáticos estén organizados alrededor del protagonista.

En cuatro tragedias el personaje abre la obra y describe su situación dramática y su papel:

ANTÍGONA: Déjanos, pues, a mí y a esta mi insensatez
que corramos peligro. (Antígona, verso 95)

DEYANIRA: En casa de un amigo en Traquinia exiliados
estamos y de Heracles nadie hay que sepa dónde
fue, sino solamente que me causa su ausencia
amargo dolor… (Las traquinias, verso 39)

EDIPO: Yo no quise, hijos míos, conocer lo que ocurre
por boca de otros nuncios y así vine yo mismo,
aquel que tienen todos por Edipo el ilustre. (Edipo tirano, verso 6)

EDIPO: ¿Qué gentes habitan la ciudad?
¿Quién en el día de hoy con humildes limosnas
a Edipo el vagabundo recibirá? (Edipo en Colono, verso 2)

Cuando el protagonista no abre la obra, los personajes del prólogo describen su carácter y su situación dramática y espacial:

ATENEA: Yo te voy a mostrar locura tan palmaria
para que tú la veas y a los griegos les cuentes. (Ayante, verso 66)

ORESTES: ¿No será la infeliz Electra? ¿Te parece
que quedemos aquí para oír sus sollozos? (Electra, verso 80)

ODISEO: Conquistar el espíritu
de Filoctetes debes con tus falsas razones. (Filoctetes, verso 54)

La descripción inicial de la situación y del lugar donde ocurrirán las situaciones de la fábula fortalece la concentración de la atención. La conmiseración y el temor aristotélicos en el espectador son consecuencias de la situación dramática y provocan una respuesta racional y emocional final. Odiseo reacciona así después de que Atenea le muestra la locura de Ayante:

Yo no conozco a nadie; pero siento piedad
de ese desgraciado, si bien fue mi enemigo
y, al ver cómo en tan grandes males cayó, me acuerdo
más bien de mí que de él.
(Ayante, versos 121-124)

Estas situaciones dramáticas adquirían una nueva significación gracias al lenguaje personal con el que estaban construidas. El lenguaje y la estrategia empleados reinterpretaban las fábulas desde la perspectiva de la cultura del siglo V a. C. Por eso los autores no se amilanaban en repetir fábulas. Apoyados en el piso del imaginario social, en él reinstalaban los hechos reinterpretados por la polis. Sófocles fue un dramaturgo ajustado a una estrategia dramática con pocas variaciones, con un propósito ideológico preciso.


Leonardo Azparren Giménez, crítico de teatro y profesor de la Universidad Central de Venezuela.

Referencia
Edición de las obras de Sófocles empleada en este artículo:

Sófocles. (1985). Tragedias. Introducción y versión rítmica de Manuel Fernández-Galiano. Planeta.