Las sociedades de capital abierto están obligadas a devolver a sus clientes el dinero colocado. Los montos que se retiran son sustituidos por los de nuevos accionistas y, cuando estos no son suficientes, los administradores tienen que liquidar partes de sus carteras. Si no se conocen las necesidades de liquidez de estas sociedades, en un episodio de crisis sistémica, tampoco se sabe cómo podrían afectar la estabilidad de los mercados financieros.
Hace un par de semanas la primera ministra del Reino Unido, Liz Truss, anunció un paquete económico que prometía una importante rebaja de impuestos, financiada con nuevas emisiones de deuda pública nacional, y el mundo se le vino encima. Los mercados financieros cuestionaron el diseño del plan económico y manifestaron su incomodidad con una presión al alza sobre las tasas de interés y la devaluación de la libra esterlina.
Los fondos de pensiones británicos, que habían montado estrategias de cobertura con productos derivados para cubrirse de eventuales caídas de las tasas de interés, se vieron forzados a reponer colaterales con la venta de sus activos más líquidos (es decir, títulos deuda pública). Esto presionó aún más las tasas al alza. El Banco Central de Inglaterra, para frenar la subida excesiva de las tasas de interés, tuvo que intervenir con un programa de compra de títulos de deuda, en contradicción con su estrategia de reducción de liquidez para atenuar la inflación.
Esta breve historia muestra cómo los bancos centrales de los países desarrollados han generado inestabilidad en distintos segmentos de los mercados financieros. Durante más de una década han ofrecido fondos a las empresas y los inversionistas institucionales a costos cercanos a cero.
Las bajas tasas de interés saturaron sectores como el inmobiliario o el de capital privado con inversionistas que buscaban mayores rendimientos. Pero ahora se empieza a entender que la oferta de dinero barato no podía durar para siempre. Los inversionistas y las empresas reajustan sus carteras de inversiones para responder a la nueva realidad de costos financieros crecientes.
Las recomposiciones de carteras inducen volatilidad en los precios de los activos financieros, tanto los de oferta pública como los que no lo son. Cuando un inversionista necesita reducir su deuda o hacer frente a la solicitud de reposición de un colateral, como fue el caso de los fondos de pensiones británicos, vende los instrumentos financieros más líquidos (como pueden ser los títulos de deuda pública). Así, el desbalance en un segmento de mercado (como podría ser el de capital privado) obliga a vender posiciones en otro segmento más líquido (como podría ser el de la deuda pública).
Recientemente la periodista Gillian Tett, del diario The Financial Times, señaló que —según cálculos del Fondo Monetario Internacional que aparecerán próximamente en su informe de estabilidad financiera de octubre de 2022— las sociedades de capital abierto (open-ended investment funds) manejan inversiones por el orden de 41 billones de dólares. Estas sociedades invierten en una amplia gama de productos financieros con distintos grados de liquidez, y están obligadas a devolver a sus clientes inmediatamente el dinero invertido en ellas. Generalmente, los montos de los clientes que se retiran son sustituidos por los de nuevos accionistas y, cuando estos no son suficientes, los administradores de esos vehículos de inversión tienen que liquidar partes de sus carteras. Como es de esperarse venderán primero los títulos más líquidos.
El gran problema es que no hay manera de predecir cuáles podrían ser las necesidades de liquidez de las sociedades de capital abierto en un episodio de crisis sistémica. Los inversionistas deben prepararse para ver nuevos episodios de volatilidad, como el vivido recientemente en el mercado de deuda pública inglesa, mientras los bancos centrales de los países desarrollados continúen subiendo sus tasas de interés para combatir la inflación. Los desequilibrios económicos pueden persistir por muchos años, pero en algún momento la cruda realidad se impone.
Carlos Jaramillo, director académico del IESA.
Este artículo se publica en alianza con Arca Análisis Económico.
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