Romeo y Julieta es el primer gran drama romántico del teatro universal. Sus protagonistas son prototipos de héroes románticos, en una sociedad que no los comprende. Shakespeare inicia, en esta obra, la representación de individualidades trágicas cuyas conductas les conducen a situaciones sin solución.
Leonardo Azparren Giménez / 11 de octubre de 2020
Varias obras históricas había estrenado William Shakespeare cuando produjo un drama romántico devenido en tragedia, Romeo y Julieta (1595-1596), con el cual se apartó de la temática de sus obras anteriores. En efecto, la historia de amor apasionado de los amantes de Verona es una innovación temática por los extremos que representa, incluso en el contexto general de la dramaturgia isabelina de finales del siglo XVI; no solo por la historia de amor y su trágico final sino por ser un drama romántico, en el mejor sentido del término, impregnado con una historia de pasiones infinitas.
Romeo y Julieta encarnan la más intensa idealización del amor. Además, son prototipos del personaje moderno carente de un piso estable, a partir del cual tener una existencia coherente y consistente. Son personajes modernos en tanto viven la incertidumbre de sus existencias, razón por la que fracasan. Viven en permanente incertidumbre y terminan por no encontrar en el mundo satisfacciones para sus deseos. Por tal motivo son individualidades aisladas en el contexto donde se encuentran. Esta alienación le produce al héroe moderno un desarreglo general que necesita ser superado y, cuando no es posible, sucumbe ante la muerte.
Romeo y Julieta es una disputa entre el amor y la muerte representada por el apasionamiento desmesurado de ambos amantes y entre un sistema antiguo y un nuevo sistema de relaciones sociales
La crítica identifica en Romeo y Julieta varias líneas temáticas exteriores, en cuyo centro están los infortunados amantes. Por un lado, y como marco social general, la disputa entre dos grandes familias feudales, Montesco y Capuleto; por el otro, las relaciones entre Romeo y Julieta. Pero, en su significado ideológico e idea rectora, esta obra es una disputa entre el amor y la muerte representada por el apasionamiento desmesurado de ambos amantes y entre un sistema antiguo y un nuevo sistema de relaciones sociales. La desmesura los precipita en la desgracia. Yerro fatal que acompaña siempre al héroe trágico para llevarlo de la dicha a la desdicha, a las que se refiere Aristóteles en Poética. Amor, muerte y suicidio son los actantes que impulsan a actuar a Romeo y Julieta, y bastaría censar las veces que «muerte» se menciona a lo largo de la acción de la fábula.
Basada en crónicas que circulaban en la época, la tragedia tiene lugar en una Verona en poco o nada relacionada con los finales del siglo XVI. La figura del Príncipe y la disputa entre las familias Capuleto y Montesco configuran marcos sociales medievales. La organización social de la Verona shakesperiana es la de un principado independiente, como los habidos en Italia entre 1260 y 1387; en particular, el de Ezzelino de Romana en Verona entre 1227 y 1259. Isaac Asimov lo explica en su guía (Asimov’s guide to Shakespeare, 1978), aunque sin implicar alguna coincidencia entre el principado de Romana y el de la tragedia shakesperiana. Asimov informa, además, del conflicto habido en Florencia en 1300 entre las familias Cerchi (gibelina) y Donai (güelfa). Por último, el matrimonio de Romeo y Julieta por un fraile franciscano es imposible en la Inglaterra anglicana de Shakespeare. No existen noticias sobre el conocimiento que el poeta pudo haber tenido de unos hechos ocurridos en plena Edad Media.
El Príncipe de Romeo y Julieta es un personaje firme en sus decisiones pero sin características despóticas. Está más allá del bien y del mal de la vida diaria veronesa, a la que pone orden. Toma decisiones personales —sin consultas previas— que son acatadas de inmediato por las partes. En la primera escena del primer acto, cuando miembros de ambas familias están a punto de un enfrentamiento callejero, el Príncipe informa sobre la situación conflictiva que se vive en Verona y es preciso y enérgico cuando amenaza con tortura y pena de muerte si continúa la alteración de la paz de la ciudad:
Sois súbditos rebeldes, de la paz enemigos,
que el acero profanáis con una sangre hermana.
¿No hay nadie que me escuche? Vosotros, animales u hombres
que apagáis el fuego de vuestra ira
con ríos de sangre que brotan, rojos, de las venas.
So pena de tortura, arrojad de las sangrientas manos
las armas que ha templado la cólera,
y escuchad la airada sentencia de vuestro príncipe:
son tres ya las reyertas, fruto de las vanas palabras,
que tú provocas, viejo Capuleto, y tú, Montesco,
tres ya las veces que alteráis el orden en las calles,
obligando así a los ancianos de Verona
a despojarse de sus ropas más solemnes
para empuñar, cansados, armas viejas,
gastadas por la paz, y así cesar ese odio que corroe.
Si nuevas luchas provocáis en las calles,
pagaréis con vuestras vidas tal ultraje a la paz.
Marchaos, por esta vez, los aquí presentes.
Vos, Capuleto, venid conmigo
y vos, Montesco, acudid esta tarde
al palacio, donde imparto justicia.
Y conoceréis mi dictamen.
¡Pena de muerte a quien se quede!
El Príncipe es el poder y lo ejerce con precisión y sin equívocos. Shakespeare hace un claro retrato de él y de la situación de violencia que vive Verona y prepara el marco social general de su tragedia. Después de una segunda refriega callejera, en la que mueren Mercutio, pariente del Príncipe y amigo de Romeo, a manos de Tybalt, primo de Julieta, y este a manos de Romeo, de nuevo el Príncipe dicta sentencia, esta vez a Romeo:
Por su ofensa
Decretamos ahora su inmediato exilio.
Me atañe a mí también el curso de vuestras reyertas:
mi sangre se derrama por un odio que es vuestro.
He de imponeros por ello un castigo ejemplar,
de forma que hayáis de arrepentiros por mi pérdida.
No he de escuchar más excusas ni ruegos;
ni plegarias ni lágrimas repararán estos abusos.
Absteneos, pues. Que Romeo parta de inmediato,
pues esta será su última hora si le encontramos.
Retirad este cuerpo de aquí. Seguid mis órdenes.
Sería delito perdonar a los que matan.
Esta decisión del Príncipe, unipersonal como todas, precipita la peripecia, porque el exilio de Romeo le da un giro a la acción cuya consecuencia, directa o indirecta, será el fatal final. Romeo en Mantua y Julieta sola en Verona a pesar del apoyo de la Nodriza y de fray Lorenzo, son hechos que se resuelven en equívocos, informaciones perdidas y, en consecuencia, el colapso del suicidio de ambos amantes.
Consumada la tragedia interviene de nuevo el Príncipe para restituir el orden en Verona, ahora en la cripta ante los cadáveres de Paris, muerto por Romeo, el mismo Romeo y Julieta:
Óiganme los dos enemigos. ¡Capuleto! ¡Montesco!
Ved la maldición que cayó sobre vuestro odio;
el cielo halló la forma de matar vuestro gozo
con amor, y yo, al tolerar vuestras discordias,
he perdido a dos de mi familia. Todos sufrimos el castigo.
El Príncipe, ante el silencio de las dos familias, resume la tragedia. El poder, él, fue tolerante ante la polémica de dos grandes familias feudales en las que Shakespeare representa el conflicto de una nueva individualidad —Romeo y Julieta— acosada por un sistema de costumbres, valores y creencias tradicionales.
La fábula de esta tragedia no aclara las razones y motivos del conflicto entre las dos familias. Y es de observar que ambas desconocían las relaciones entre sus hijos, cuyas muertes les consterna y reconcilia. En este aspecto, Shakespeare es cuidadoso, porque si hubiese referido las causas del conflicto entre las familias y su conocimiento de las relaciones de sus hijos, la obra no se hubiese podido centrar en el amor desmesurado de Romeo y Julieta. La catástrofe hace posible la reconstrucción del orden social feudal:
CAPULETO:
Dadme vuestra mano, Montesco, hermano mío.
Esta es la dote de mi hija. Nada más
puedo pedir.
MONTESCO:
Yo sí puedo daros más,
pues he de erigirle una estatua de oro
a Julieta, de modo que, mientras Verona exista,
ninguna otra imagen ha de ser tan honrada
como la de vuestra fiel y sincera hija.
CAPULETO:
Con igual esplendor, y junto a ella, yacerá Romeo
¡Oh, pobres víctimas de nuestro odio!
Shakespeare presta más atención a Julieta y sus relaciones familiares, y deja en un segundo plano las de Romeo con su familia. En la familia de Julieta, Shakespeare representa un conflicto generacional vivo en el siglo XVI, por el cambio hacia una modernidad que aún no adquiría forma plena, representado por la individualidad emergente de Julieta y la autoridad paterna tradicional.
El periplo aristotélico de la dicha a la desdicha trágica es representado por el comienzo juvenil de la obra, con jóvenes que asumen la vida con vigor, valentía y humor, sin esquivar el enfrentamiento como tensión dramática perenne, tanto así que entre personajes jóvenes se concreta el conflicto, no entre los jefes de familia.
Por azar Romeo se entera de la fiesta de los Capuleto a la que no está invitado; pero él, Montesco, asiste con sus amigos impulsado por su osadía juvenil. Allí ocurren dos hechos. Es descubierto por Tybalt y ve a Julieta. En el primer caso, Tybalt está dispuesto a echarlo con violencia; pero el jefe Capuleto es conciliador:
TYBALT:
¡Aquel es un Montesco, un enemigo!
Un miserable que vino hasta aquí esta noche
para nuestro escarnio y el de nuestra fiesta.
CAPULETO:
¿No es ése Romeo?
TYBALT:
Sí, Romeo el infame.
CAPULETO:
Calmaos, gentil sobrino. Dejadle estar.
Se comporta como buen caballero.
A fe mía que Verona siente orgullo,
y dicen de él que es virtuoso y muy discreto.
Ni por toda la riqueza de esta ciudad
le ofendería yo en mi propia casa.
Tened, pues, paciencia. Dejadle.
Así lo deseo, respetad mi decisión.
Vestíos de amable apariencia y quitaos
ese ceño vuestro que tan mal se acomoda en esta noche.
Si bien antes hubo un enfrentamiento subalterno en la calle, controlado por el Príncipe, ahora Shakespeare presenta fuerzas protagónicas (Tybalt y Romeo) que más temprano que tarde entrarán en acción, porque minutos antes Romeo vio a Julieta y quedó prendado de ella: «Corazón, ¿amé yo antes de ahora? ¡Ojos, negadlo! / Nunca hasta ahora conocí la belleza. Nunca antes». Salido Tybalt de escena, tiene lugar el reconocimiento amoroso anónimo:
ROMEO:
Si profanara con mi mano indigna
este sagrado altar, sacro pecado fuera.
Ruborosos peregrinos, mis labios prestos estarían
para borrar tan brusco tacto con un beso.
JULIETA:
En poco estimáis vuestra mano, buen peregrino,
que solo muestra humilde devoción.
Las manos del santo toca el que es peregrino,
palma con palma, es beso santo del palmero.
Shakespeare construye este encuentro fortuito en el que ambos quedan embelesados sin identificarse para, después, en ausencia de ambos, concretar el reconocimiento. Cuando él se entera de que ella es Capuleto, exclama: «¡Cuán alto es el precio! Mi enemigo es dueño de mi vida». La respuesta de ella a la Nodriza es similar: «Mi amor único nacido de mi único odio». Amor y odio como valores centrales. Encuentro y reconocimiento en la casa Capuleto. La casa Montesco permanecerá ausente casi todo el tiempo. Los sucesivos encuentros de los amantes en casa de ella serán de un lirismo apasionado y desmedido.
Es propio de Shakespeare construir el universo social completo del conflicto entre viejos y nuevos tiempos; por eso la importancia que da a la familia de Julieta, no así a la de Romeo. Y las relaciones de ella con su padre son muy importantes, en desconocimiento él de la pasión de su hija. Por eso decide casarla con Paris, quien la pretende.
Con esta relación padre-hija Shakespeare representa el poder privado, paralelo al poder público del Príncipe. El poder privado representa el conflicto entre el emerger de la nueva individualidad moderna y las costumbres tradicionales medievales, en las que el padre propone y dispone sin apelación el destino de su hija; tal la decisión de casar a su hija con Paris:
Ella, solo ella es ahora mi tierra prometida.
Cortéjala, noble Paris, y gana su corazón
pues que mi voluntad es solo parte de la suya.
Si ella consiente, con su misma elección
irá la nuestra y nuestro beneplácito.
Esta noche, según vieja costumbre, doy una fiesta
a la que he invitado, de entre nuestros amigos,
a los que más estimo, tú entre ellos.
La aquiescencia de Capuleto, según la cual luce conciliador en caso de que su hija acepte a Paris, desaparece cuando ella, ya casada con Romeo en secreto, rechaza la proposición de casarse casi de inmediato:
CAPULETO:
¡Por la Sagrada hostia! Voy a enloquecer.
Día y noche, momento a momento, a todas horas,
en el trabajo, en el ocio, solo o no, fue mi deseo
verla desposada, y ahora que habíamos conseguido
un caballero de patricio linaje,
de buen patrimonio, joven, y de esmerada educación,
dotado y bien dotado —como se dice— de bellas cualidades,
y de unas proporciones que ya muchos quisieran…
Ahora precisamente esta necia llorona,
esta muñeca quejumbrosa, a la que sonría la fortuna,
me dice: «No me voy a casar. No puedo amarle.
Soy muy joven. Perdonadme, os lo ruego».
¿Sí? ¡Tú no te cases, y ya te perdonaré yo!
Vete a pacer a donde quieras pero no en mi casa.
¡Piénsalo bien! ¡Considéralo! No suelo bromear.
El jueves está cerca. ¡Tu mano en el corazón! Reflexiona.
Si quieres ser mi hija he de darte a mi amigo.
De otra suerte, haz que te ahorquen; mendiga, pasa hambre;
muere en la calle… Pero te lo juro; no te reconoceré
como mía, ni te asistirá ninguno de los míos.
Puedes estar segura. Piénsalo bien. No romperé mi juramento.
Capuleto actúa como eslabón para una nueva peripecia que precipitará sin dilación la hecatombe final, porque Julieta está dispuesta a morir y acude a fray Lorenzo. Este personaje se transforma en articulador de la más radical intriga, cuando le entrega un brebaje que la hará parecer muerta, mientras él le envía un mensaje a Romeo en el exilio para que venga a buscarla y llevársela para Mantua.
La figura de fray Lorenzo se presta a discusión. Su actuación en favor de los jóvenes amantes está más allá de las convenciones sociales y de la ortodoxia cristiana, puesto que los cobija sin dilación. Casa a unos jóvenes casi púberes a espaldas del estatus social, apoya a Julieta cuando engaña a Paris al hacerle creer que está de acuerdo con el matrimonio, es el agente de la argucia del brebaje y está presente en la cripta cuando nada se puede hacer para evitar la hecatombe. ¿Por qué Shakespeare apeló a este personaje? ¿Por qué lo hace servir de ministro matrimonial, si la obra está encaminada hacia el desastre? La solución del matrimonio, que santifica el amor y el coito de los amantes, pierde valor ante el acto del suicidio.
Podría pensarse que Shakespeare es un autor escéptico con respecto a los nuevos tiempos, y prepara el camino para el nihilismo de sus grandes tragedias
Romeo y Julieta es una obra en la que la juventud es derrotada por la muerte. Mercutio, Tybalt, Paris, Romeo y Julieta tienen muertes violentas, mientras que los viejos jefes de familia se reconcilian; en el dolor, es cierto, pero es una reconciliación que restituye el antiguo orden con el Príncipe como máxima autoridad.
Podría pensarse que Shakespeare es un autor escéptico con respecto a los nuevos tiempos, y prepara el camino para el nihilismo de sus grandes tragedias. En Romeo y Julieta no hay tiempo para reconsiderar conductas. La violencia juvenil precipita las primeras muertes. El amor es apasionado y desmesurado, por lo que los amantes actúan privados de control sobre sus actos, precipitados. Un equívoco azaroso impidió a Romeo tener la información que le envió fray Lorenzo sobre la falsa muerte de Julieta. Ante el falso cadáver de su amada, Romeo se suicida sin esperar; igual procede ella ante el de su amado. No hay pausa, no hay momento para pensar. Desde que Romeo y Julieta se reconocen se colocan al borde del precipicio, sin posibilidad de salvación. Son héroes modernos lanzados a la nada de la existencia, en el ejercicio de una libertad polémica. Por eso Romeo exclama: O, I am fortune’s fool.
Leonardo Azparren Giménez, crítico de teatro y profesor de la Universidad Central de Venezuela.